Cuando a Milei la suerte (que es grela) ya se le esfume y la sociedad civil reclame una estabilidad y un crecimiento que su pobre e inadecuada ciencia no puede proporcionar, intentará otra vez conquistar las mentes. Como eso y en esas circunstancias sería materialmente imposible, la solución de la violencia política se irá imponiendo si es que cuenta con el espacio que le genera la falta de alternativa opositora.
Durante la campaña electoral el entonces candidato y ahora Presidente de la Nación Javier Milei ante preguntas concretas sobre China respondía que él no haría nunca negocios con los chinos porque nunca haría tratos con comunistas. Se lo preguntaban porque, además de primordial contrapunto geopolítico con los Estados Unidos, China es uno de los tres más importantes socios comerciales de la Argentina, hacedor aquí de muy grandes obras de infraestructura y financista de desequilibrios de la balanza de pagos. El dinero no vencería esa decisión moral, expresaba enfático. Y el camino recorrido en la relación entre los dos países sería oficialmente abandonado. El mal absoluto -el comunismo- no merecía más que el desdén libertario.
Al igual que el retorno perenne de las oscuras golondrinas, en un reciente reportaje televisivo volvió la pregunta sobre el gigante asiático y Milei respondió directo -y sin aclaraciones- que “con China me sorprendí muy gratamente. Tuvimos una reunión con el embajador y al otro día nos destrabaron el swap. Es un socio comercial interesante. No exigen nada. Lo único que piden es que no los molesten”.
El giro de ciento ochenta grados en el tema chino entre el candidato y el ungido, no daba para menos que el destaque unánime que recibió en los medios. Difirieron en la forma de presentar semejante contradicción. Hubo comunicadores que acudiendo a la distante sorna -sin mayores comentarios- dejaron a criterio del público que decidiera si lo de la campaña era un alarde de un chantapufi, o de un entusiasta que al tener que enfrentar la cruda realidad no tuvo más remedio que meter violín en bolsa. Otros subrayaban que no era fanfarronería sino un penoso y hasta insólito episodio de cinismo descarado. Los menos, la verónica presidencial la explicaron como una evolución del comportamiento desde la moral ideológica hacia la poco grata ética del poder, una vez que se lo empieza a ejercer.
Cualquiera sea la pertinencia de estas hipótesis están suponiendo que es difícil –más bien imposible- que se vuelva a repetir una contradicción de tan prominente talante, sea porque el pastorcito toma conciencia de que ya no le creen cuando alerta que viene el lobo, sea porque aprendió la lección de qué onda con las relaciones internacionales cuando se trata del cariño entre el elefante y la hormiga.
Tras esas variantes hay un sustrato común: suponen que el primer mandatario está culturalmente preparado y con disposición para proceder en una u otra dirección. Si no lo estuviera, habría potencialmente un serio problema político: el que genera no entender como juega el poder en la economía y en el mundo tal cual es. Vérselas con el poder y actuar es como en el fútbol: si no se aprende de chiquito, de grande ¡olvídalo!
Desde que el comportamiento del Estado en la arena internacional se explica por la persecución del interés nacional en términos de poder, si el primer mandatario no digiere adecuadamente la relación entre poder y economía y el papel del poder entre las naciones, se agrandan mucho las probabilidades de meter recurrentemente la pata en gran forma y con un enorme costo político para el país.
Con China no pasó a mayores por la serenidad de los orientales para sopesar como hacer control de daños de los exabruptos.
Pero en el horizonte siempre habrá cuestiones en que la correcta apreciación de lo que influye el poder en la economía y en las relaciones entre países resulta la condición necesaria para sacar adelante las posibles soluciones.
Es muy dudoso que el primer mandatario tenga esa preparación cultural –y por lo visto la intuición tampoco lo acompaña- de congeniar el entendimiento de qué va el poder en la economía y entre países. La libertad que pregona del zorro en el gallinero, es porque está inhibido intelectualmente de ver al zorro. En ese mundo feliz no hay lágrimas. Tan jodido como eso.
Kurz y la bestia negra
Para observar que Mr Hyde tiene la cancha libre porque ni siquiera hay un Dr. Jekyll, viene a colación que el economista de nacionalidad austríaca Heinz D. Kurz, hace poco más de un lustro escribió un ensayo titulado Power – The bête noire in much of modern economics (El poder: la bestia negra en buena parte de la economía neoclásica moderna) en el que tras señalar de que a pesar de ser un fenómeno omnipresente en la economía y la sociedad, el poder ha sido y sigue siendo la bestia negra (bête noire en francés) en gran parte de la economía moderna.
En los principales capítulos de la economía convencional contemporánea –la neoclásica y en sus márgenes lejanos y minoritarios en grado sumo los libertarios), no se hace ningún intento de comprender qué significa el poder y cuáles son sus efectos. Partiendo de tal contexto, el profesor Kurz busca poner de relieve las ideas de economistas y filósofos sociales y políticos del pasado, que básicamente veían los asuntos y resultados socioeconómicos como impulsados por las relaciones de poder y que las reflejaban. A partir de los escritos de los economistas mercantilistas tardíos y los economistas clásicos tempranos, Kurz analiza cómo la atención en economía se alejó del problema del poder a partir de la última parte del siglo XIX, con el ascenso de la economía marginalista al predominio académico. Milei es un vástago de esta tradición mutilada.
Heinz se pregunta retórico: “¿Qué significa el poder en economía? (…) ¿Los acontecimientos recientes, como la redistribución del ingreso y la riqueza, las crisis en el sector bancario y financiero de la economía que se trasladan al sector real y la consiguiente tendencia hacia el estancamiento económico, proporcionan argumentos a favor de volver a tomar en serio el poder en economía?”. Preguntas que Heinz va respondiendo a lo largo de su ensayo.
Böhm-Bawerk y von Wieser
Yendo a la escuela austríaca de la que abreva Milei, Kurz señala que fue influyente el ensayo de Eugen von Böhm-Bawerk “Macht oder ökonomisches Gesetz” (Poder o ley económica), en el que sostenía que los economistas no se equivocan demasiado al basar su razonamiento en el supuesto de la competencia perfecta, que implica una economía en la que nadie posee poder alguno. Para Kurz –y no se equivoca- “Esta visión parece seguir dominando importantes campos de la economía convencional. Sin embargo, ya en el momento en que se publicó el ensayo, su mensaje parecía anacrónico en comparación con la tendencia hacia la monopolización y la cartelización subrayada por los institucionalistas estadounidenses, desde Thorstein Veblen hasta John Maurice Clark”.
Friedrich von Wieser –que era cuñado de Böhm-Bawerk- fue uno de los principales arquitectos de la teoría marginalista, quien sin embargo más adelante en su vida se distanció de ella y presentó una visión que contradecía la de su cuñado. Fue el sucesor inmediato en Austria de Karl Menger, tan a menudo referido por Milei como su guía en temas del origen del dinero.
El economista francés e historiador de las ideas económicas Henry Denis encuentra que “la verdadera originalidad de Wieser obedece al hecho de que reconoce abiertamente que junto al individuo existe el Estado y desempeña un papel en la economía (…) Pero el Estado, dice nuestro autor, no busca el grado máximo de las satisfacciones individuales, sino que se fija como meta la utilidad social, a la que Wieser, de un modo bastante extraño, designa con el término de ‘valor natural’. La búsqueda de esta finalidad, según nuestro autor, no se deriva de una actitud de cálculo; se trata de una tarea política: «En última instancia, escribe, debemos dejar a la política el cuidado de decidir… Cualquiera que sea el perjuicio que afecte a la teoría por el reconocimiento de este hecho, no puede ser negado’”.
Para Denis “el análisis de Wieser es sin duda justo. Pero es preciso reconocer que representa un golpe decisivo para la demostración neoclásica de las ventajas de la libre competencia. Ya que si admitimos que el Estado puede fijarse como objetivo la utilidad social, no es ya posible pensar que tendría que abstenerse de modificar los precios y los intercambios, o tomar en mano por sí mismo la producción de bienes, incluso aunque supongamos que la libre competencia procura un «máximo de satisfacciones» a los individuos considerados aisladamente”.
Wieser rechaza el socialismo porque no posee como eje a la competencia, que a su juicio es fundamental. Milei que jamás menciono a Wieser y que el resto de la escuela austríaca lo oculta como su pariente incómodo, sin embargo retiene –al igual que el resto de los libertarios- las idea de éste sobre el poder. Blandiendo las ideas del psicólogo social Gustave Le Bon, volcadas en su tratado Das Gesetz der Macht (La ley del poder), Wieser consideraba que la fuente última del poder residía en la capacidad de una élite de capturar las mentes de las personas, según apunta Kurz. Y eso no es moco de pavo para la cotidianeidad política argentina.
Engels y su retruque a Dühring
Parte de esa afirmación sobre las consecuencias políticas concretas que tendrían entre nosotros ideas tan abstractas –y en verdad casi desconocidas o directamente desconocidas por el gran público, tan comprometido en sobrevivir en medio de una malaria honda y generalizada- se desprende de las reflexiones de Federico Engels, el socio intelectual de Karl Marx –usualmente maltratado por cierta parte de la intelectualidad de izquierda-, en el Anti-Dühring, ensayo que se publicó en 1878. Karl Eugen Dühring era un socialista muy popular que negaba los alcances teóricos de Marx. Engels lo retrucó. Dühring era un duro antisemita.
Entre otros temas en el Anti-Dühring trató dos que vienen a cuento. En la sección primera dedicada a la filosofía en el subtítulo “Libertad y necesidad” y en la sección segunda, centrada en la economía política, en “La teoría de la violencia y el poder”. Puntualiza Engels que “Hegel ha sido el primero en exponer exactamente la relación entre libertad y necesidad. Para él, la libertad es la comprensión de la necesidad. “La necesidad es ciega sólo en la medida en que no está sometida al concepto.” La libertad no consiste en una soñada independencia respecto de las leyes naturales, sino en el reconocimiento de esas leyes y en la posibilidad, así dada, de hacerlas obrar según un plan para determinados fines (…) La libertad consiste, por tanto, en el dominio sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza exterior, basado en el conocimiento de las necesidades naturales; por eso es necesariamente un producto de la evolución histórica”.
Aclara Engels: “Siempre que se desarrolla la propiedad privada, ocurre a consecuencia de un cambio en la situación y las relaciones de producción e intercambio, en interés del aumento de la producción y de la promoción del comercio, es decir, por causas económicas. La violencia no desempeña en ello ningún papel. Está claro que tiene que existir previamente la institución de la propiedad privada para que el bandido pueda apropiarse del bien ajeno, y que, por tanto, la violencia puede sin duda alterar la situación patrimonial, pero no puede crear la propiedad privada como tal (…) Mas ni siquiera podemos utilizar la violencia ni la propiedad fundada en la violencia para explicar la “servidumbre del hombre” en su forma más moderna, en la del trabajo asalariado”.
Para Engels es un grave error que “todos los fenómenos económicos tienen que explicarse por causas políticas, o sea por la violencia” tanto como criticar al que esquiva ese error como “un reaccionario disfrazado”. Refiere el socio intelectual de Marx que “la idea de que lo decisivo en la historia son las acciones políticas del poder y del Estado es tan vieja como la historiografía misma, y es también la causa principal de que se haya conservado tan poco acerca del desarrollo de los pueblos, el movimiento silencioso y realmente impulsor que actúa como trasfondo de esas sonoras escenas. Esta idea ha dominado toda la historiografía del pasado, y no recibió un primer golpe hasta los historiadores burgueses franceses de la Restauración”.
Engels redondea su aproximación subrayando que “cuando los burgueses apelan ahora a la violencia y al poder para evitar el hundimiento de la resquebrajada “situación económica”, prueban exclusivamente que se encuentran en el mismo engaño que el señor Dühring, creyendo que “la situación política es la causa decisiva de la situación económica”, imaginándose, exactamente igual que el señor Dühring, que con lo “primitivo”, con “el poder político inmediato”, pueden transformar aquellos “hechos de segundo orden”, la situación económica y su inevitable desarrollo, y que pueden desterrar sencillamente del mundo los efectos económicos de la máquina de vapor y de toda la moderna maquinaria movida por ella, los del comercio mundial y los del actual desarrollo bancario y crediticio, utilizando precisamente, para esa expulsión, cañones Krupp y fusiles Máuser”.
Juego de mente
Milei, marginalista al fin y al cabo, puede creer que a los monopolios hay que dejarlos en paz y que operen libremente mientras ofrezcan precios más bajos que en situación de competencia. Böhm-Bawerk marca el camino. El cuñado Friedrich von Wieser, por esa anomalía de proclamar la necesidad del Estado escondido por los de la escuela austríaca para todos los efectos prácticos, salvo para la conceptualización del poder que consiste –en esa óptica- en conquistar la mente de los seres humanos; lo deja a Milei en manos del antisemita Dühring y la trampa de que “todos los fenómenos económicos tienen que explicarse por causas políticas, o sea por la violencia”.Con esos maestros y con esa tradición es improbable que se conduzca sobre la base de la verdad de la milanesa. “El mismo engaño”, lo cobijara una y otra vez en las relaciones internacionales y en la política económica. Cuando la suerte (que es grela) ya se le esfume y la sociedad civil reclame una estabilidad y un crecimiento que su pobre e inadecuada ciencia no puede proporcionar, intentará –otra vez- conquistar las mentes. Como eso y en esas circunstancias sería materialmente imposible, la solución de la violencia política –con claros indicios desde hace rato en Patricia Bullrich- se irá imponiendo si es que cuenta con el espacio que le genera la falta de alternativa opositora. No es gratis para el país estar en manos de un temerario idealista creído de que “la situación política es la causa decisiva de la situación económica”.