Una marcha que Milei teme porque se entiende

El Gobierno es acción desargentinizadora y es discurso que acompaña esa acción. La Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista representa un desafío en los dos andariveles. La polémica por el wokismo. La justicia social. El temor de Milei. Las razones de la falta de representatividad potente de la oposición.

Quizá Su Excelencia no conozca a Osvaldo Nemirovsci. Colaborador de Y ahora qué, fue el primer presidente del bloque del Frente para la Victoria en 2003 y luego funcionario de Néstor Kirchner. Es dirigente del peronismo rionegrino. Quizá tampoco sepa cómo llama Nemirovsci a gobiernos como el suyo: PARI. Y lo fundamenta así: “Son gobiernos que aplican políticas autoritarias, represivas e intolerantes”.

Hay antes y habrá después tantas interpretaciones como personas que participen en todo el país de la Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista del sábado 1° de febrero. Pero aparece con nitidez la protesta contra lo que este medio viene describiendo como deriva autoritaria del Presidente Javier Milei.

Desde el número uno, hace ya más de un año, Y ahora qué se preocupó por explicar la naturaleza nacional e internacional del Gobierno de Su Excelencia. Aquí mismo los constitucionalistas Andrés Gil Domínguez y Raúl Gustavo Ferreyra analizaron a fondo medidas como el decreto de necesidad y urgencia número 70 de 2023, que Su Excelencia emitió a poco de asumir el gobierno.

Ellos y otros especialistas consultados estuvieron de acuerdo en varios puntos:

*No había fundamentación suficiente ni de la necesidad ni de la urgencia de la mayoría de las medidas.

*La amplitud de temas y reformas de leyes existentes presuponían la suma del poder público, que la Constitución describe como uno de los modos de traición a la patria.

*A pesar de que gobiernos de distinto tipo vienen usando los DNU, nunca hubo uno con tal vocación totalizante.

*Esa pretensión totalizante, aún más fuerte que la posterior Ley Bases, reforma el régimen constitucional existente no sólo desde criterios institucionales sino en la conformación social y económica de la Argentina.

A lo largo de más de un año de ejercicio de la administración, Su Excelencia desconoció la Constitución y la jerarquía constitucional de tratados de derechos humanos firmados por la Argentina cuando quiso reponerle a la Argentina el sueño que tenían los dictadores cuando combatían al presidente norteamericano James Carter por sus presiones sobre cuestiones de derechos humanos. “No nos entienden porque ellos son Occidente pero nosotros somos Extremo Occidente”, decían.

Desde que llegó a la Casa Rosada, Su Excelencia combinó discurso con acción.

Sin pretensiones de agotar ningún aspecto, la acción consistió en desargentinizar la política exterior, aislar a la Argentina respecto del Mercosur, impedir la ya acordada entrada a los Brics, quitar de en medio el antipático reclamo por Malvinas, colocarse en la Asamblea General de las Naciones Unidas en posiciones individuales y fuera de las naciones de desarrollo similar, reducir el salario real, cortar el ingreso de los jubilados, parar la obra pública, reprimir la protesta social, echar empleados públicos, liquidar pymes, desmontar la política de derechos humanos que fue consenso democrático construido por los partidos políticos, presionar económicamente a los grandes medios en favor de un discurso único (cada vez más único), reducir el poder de negociación sindical, pulverizar a las provincias, eliminar o achicar todo salario indirecto dado en forma de programas o subsidios y desandar el camino de reconocimiento de la existencia de la discriminación y el derecho a las diversidades.

El discurso del Gobierno, y en particular el de Su Excelencia, acompañó esa política autoritaria, represiva e intolerante a la que le resulta execrable tanto la igualdad como lo que se parezca a la aproximación a la igualdad, y lo mismo la búsqueda de la igualdad.

En simetría, tal como también viene describiéndose en Y ahora qué, del gobierno de Mauricio Macri no podía esperarse nada que disminuyese las desigualdades. Pero la clave es que las últimas gestiones del peronismo no garantizaron la distribución del ingreso, el crecimiento sostenido y la industrialización sólida vía sustitución de importaciones.

Su Excelencia acostumbra aborrecer la justicia social como concepto y como objetivo. Dice, por ejemplo, que es “execrable”. Y aquí se plantea, para la oposición, un problema serio. Por un lado mantiene un discurso que lógicamente se opone a la demonización de la justicia social. Por otro lado su práctica de gobierno, en especial durante la gestión de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, no será recordada precisamente como el punto más alto de la justicia social en la Argentina.

Hay en ese contrapunto un problema de legitimidad cuyo desenlace futuro sólo un adivino podría desentrañar.

La falta relativa de legitimidad incluye, por supuesto, un problema de construcción política. Por mencionar sólo uno de los puntos a tener en cuenta, la candidatura de Sergio Massa obtuvo un 44 por ciento de los votos en el balotaje de 2023, pero a primera vista cualquiera diría hoy que ese 44 está sub-representado políticamente. Y otro elemento: más allá de lo que cada quien piense de la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner en el Partido Justicialista, es un hecho que se trata de una dirigente muy importante pero que dejó de liderar al movimiento peronista en 2019, después del triunfo de la fórmula Fernández-Fernández.

Por eso, la disyuntiva no parece ser la de wokismo sí o wokismo no, o feminismo sí versus feminismo no.

En este medio, el historiador Aldo Duzdevich habló del antirracismo, la agenda LGTB, el feminismo, los indigenismos y el ambientalismo y dijo que aquí en la Argentina “tomamos esa idea de sumar colectivos con reivindicaciones, como si la sumatoria diera la posibilidad de confrontar contra los fascistas, los conservadores y la derecha extrema”.

Traducción posible: el punto no son los colectivos ni las minorías intensas sino la falta de una articulación, que es algo distinto de la sumatoria, y la vacancia en una política que englobe las reivindicaciones en un proyecto nacional.

A la vez, la sola convocatoria de la marcha federal del orgullo, como antes las dos manifestaciones multitudinarias en defensa de la universidad pública, parecen revelar que, al menos por ahora, no hay en la Argentina un cambio brusco de valores sobre el Estado, la justicia social, la educación, la salud pública y los derechos humanos en general. Su Excelencia, por esa razón, insiste en que esos valores, que llama de izquierda o zurdos, deben ser “extirpados”. Sí, usa esa palabra, como si la mayoría que lo votó hubiera elegido un cirujano o un killer.

Su Excelencia y equipo apuestan a que cada manifestación sea un simple desahogo. Creen y quieren que después todo siga igual. Es decir, que Milei se afirme en la Casa Rosada y que La Libertad Avanza, pues, avance sobre la libertad. Si se puede utilizando el voto, y distorsionándolo parcialmente. Si no se puede, utilizando nuevos DNU, gas pimienta o extorsión a los gobernadores.

¿Y del otro lado? Del otro lado falta mucho, pero sería tonto despreciar una iniciativa como la Marcha Federal Antifascista y Antirracista que tomó cuerpo en buena medida porque es nítida, porque se entiende y porque alude a temas muy concretos de la vida cotidiana. Sería tan tonto despreciar como no aprender. Aprender para escuchar y acompañar a los humildes de este país. Sobre todo a los chicos, desde hace tanto tiempo huérfanos de representación política, privados de futuro y condenados por el azar del nacimiento. Es la punta del ovillo.

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