Pasaron unos años, los peores años, remató los vestidos, los pantalones, Mariela, su mamá y su hermana Analía llegaron a ofrecer sus prendas en el club del trueque. Las tarifas no eran altas en aquel entonces, la luz y el gas se podían pagar, tampoco había tanta tecnología para todo, recordemos la tecnología nos sale cara, los celulares nos cuestan un ojo de la cara. El tiempo pasó. Llegaron sanas y salvas a poner otra tienda más chica en el dos mil cuatro. Amaban la ropa, las clientas, vestir mujeres era la pasión de las tres.
No sabría cómo llamar a estos dinerillos con que algunos y algunas se endulzan la vida. Llamé “bombones” a esos dolarcillos que, en la entrega pasada, a Clarisa y a Eduardo le entraban por la planta baja. Bueno, sigamos con esa denominación. “Bomboncitos” se denominará de aquí en más a esa platilla extra que nos permite viajar o comprarnos algún abrigo caro o aire acondicionado o cualquier gusto que otrora fuera normal en la clase media y que ahora no. A esta platita negrita por la que muchos ciudadanos votan gobiernos neoliberales. Los bombones pueden venir por el carry trade casero, por coimas, comisiones truchas, ventajitas o por lo que sea, pero cuanto más fáciles, más dulces. Y, si no se entiende, lo mejor es ver la gran película “Plata dulce” cuyo guionista fue Oscar Viale a quien siempre le debemos un homenaje.
Mariela ya estaba mayor, pero le encantaba lo que hacía. Su madre había tenido una gran tienda de ropa en una galería de Cabildo, gran tienda de ropa mujer, gran tienda, exhibía un cartelón con el nombre “Mari-An” por Mariela y Analía. De ella habían vivido la mamá y las dos hermanas. Luego Cavallo y el dos mil uno hicieron lo suyo. Pasaron unos años, los peores años, remató los vestidos, los pantalones, Mariela, su mamá y su hermana Analía llegaron a ofrecer sus prendas en el club del trueque. Las tarifas no eran altas en aquel entonces, la luz y el gas se podían pagar, tampoco había tanta tecnología para todo, recordemos la tecnología nos sale cara, los celulares nos cuestan un ojo de la cara. El tiempo pasó. Llegaron sanas y salvas a poner otra tienda más chica en el dos mil cuatro. Amaban la ropa, las clientas, vestir mujeres era la pasión de las tres.
Al poco tiempo pusieron cuatro locales. Dos en Palermo, uno en Belgrano y otro por Tribunales. Vendían. La mercadería era alguna pilchita de marca, mucha confeccionada por una modista de alta experiencia, Gladis, otra diseñada por chicas que daban sus primeros pasos en la boutique de Mariela, (ahora era ella la jefa de todo), su mamá y su hermana. Vendían. Una de las jóvenes diseñadoras, estudiantes avanzadas o egresadas de la facultad, se llamaba Morena. ¡Qué contenta estaba! Era jovencísima y estaba inventando su “marca propia”. Morena, a su vez era hija de la mejor amiga de Mariela. Morena había dado sus primeros pasos profesionales en la boutique de Mariela. Ya lo dije.
Y pasaron años otra vez. Los años siempre pasan, para eso se inventaron. Pasaron y llegó el 2016. Bajaron las ventas. Gladis arreglaba algunos de los vestidos para renovarlos. Morena intervenía su indumentaria. Las posibles clientas se acercaban a la vidriera y la hermana de Mariela se iba a la puerta para invitarlas a entrar. Pero no. La mamá de Mariela permanecía sentada en la banqueta de la caja. Todavía leía el diario en papel.
Llegó el 2017 con los tarifazos. También los impuestos del gobierno de la ciudad fueron impiadosos. Llegó el 2018. Hubo que cerrar el local de Palermo. También el de Belgrano y el de Tribunales. ¿Qué hacemos con toda esta ropa? Se preguntaron Mariela, la hermana, su mamá, Gladis y Morena?
– Venderla por internet,-dijo la hermana.
– Yo vendo algunas cosas mías por Facebook. Pocas, pero vendo.-Dijo Morena.
– Hay una cosa que se llama Instagram. -Dijo Mariela.
– Sí, pero son cosas raras,-dijo la mamá. –hay que saber.
– ¡Yo me hago un lío! -Dijo la señora Gladis.
Pasaron más días. En las casas de todas había ropa por doquier. Saquitos de lana, polleras largas, polleras cortas, pantalones, sacos, chaquetas locas. Mariela tuvo una idea. Más bien, una ocurrencia propia del sentido común; algo que se nos ocurre a todos cuando atravesamos este tipo de circunstancia.
– ¿Y si le pedimos a la más joven, a la milenial del grupo que nos haga una página, un blog o algo de eso y que salga por Facebook o por Instagram? Pondríamos nuestras direcciones particulares como puntos de venta.
– ¡Sí!-agregó la mamá.- Y así liquidaríamos este stock.
– Reunámonos. –Propuso la hermana.
Llegó el día de la reunión. Estaban todas en la casa de Mariela. La hermana había sacado fotos de las polleras, saquitos, pantalones. Se sentaron a la mesa del living a tomar el té y a charlar. Bueno, en realidad, no fue un té, fue mate con tortas fritas, porque las masitas, ya en el 2018, eran un lujo.
Morena tuvo la gran idea.
– Chicas, no se preocupen por las fotos. Yo puedo hacerlo. Yo sé hacer todo esto.
– ¡Ay, lo decís en serio! -Mariela abrió los ojos.
– ¡Nos resolvés el problema! -la mamá de Mariela.
– Nos sacás un peso de encima. -la señora Gladis.
– ¡Qué buena que sos! -la hermana.
– Sí, yo lo hago. Es fácil. Refácil. Yo saco las fotos. -Morena generosa y canchera.
– ¿En serio, nena? -la mamá.
– Sí. Pero no lo voy a hacer gratis. Les voy a cobrar un porcentaje por cada venta.
– Ay, More, diste tus primeros pasos con nosotras. Jamás te cobramos porcentaje, ni te pedimos contribución por los gastos fijos.
– Creciste con nosotras.
– Sos familia, nena.
– A nosotras nos cuestan esas cosas.
– Se llaman “aplicaciones”. -Corrigió Morena.
– Sí, eso. Las aplicaciones.
– Bueno, ahora es así. No lo voy a hacer de amiga. Les voy a cobrar. Lo mío es un laburo.
Esa misma tarde, más bien, tardecita, la joven diseñadora publicó en Facebook y en Instagram. Se produjeron ventas. Pocas. Insuficientes para mantener un local, pero algo era algo. Morena se llevó sus bomboncitos. Había puesto su tienda digital “La Morena online”.
Pero no quiero ser injusta. Son muchos los y las jóvenes que nos ayudan a los grandes con esta menesunda digital. A decir verdad, la mayoría de los y las milenial, centenial, generación z, etc…, suelen ser muy gauchas a la hora de darnos una mano.
Vino la pandemia y la venta de ropa bajó muchísimo. “la Morena online” se dedicó a vender unos espléndidos barbijos bordados y hechos a medida por la habilidosa Gladis. Morena los ofrecía por la pantalla subiendo y bajando sus modernas pestañas vedette.
En el 2022, las cinco pusieron un pequeño local en Palermo Hollywood. Vendían, a pesar de la inflación. Sí, vendían. Sobre todo esos pantalones anchos con top chiquitos. Vendían. Pero ahora, 2025, otra vez a cerrar.
Dos años atrás, la intrépida Morena enamorose de la motosierra. Saltaba por los aires y vivaba a un desagradable esperpento que gritaba como ella. Ahora se llama a silencio. Dice que es apolítica, que está demasiado ocupada para enterarse y ponerse a opinar.