Vivir en estado de shock

El conflicto y el desorden no serían, en esencia, producto del descontrol propio de una personalidad guiada por la irracionalidad, que involuntariamente lo lleva a cometer torpezas que dañan innecesariamente sus relaciones políticas e institucionales, sino de una estrategia que conforma un sistema de funcionamiento orientado consciente y deliberadamente a provocar conflictos y desórdenes. De eso se trata, al fin y al cabo, la doctrina del shock.

Hace casi dos décadas, como muchos recordarán, la periodista canadiense Naomi Klein publicó La doctrina del shock, la obra que explicó con pelos y señales los recursos y las técnicas aplicadas en distintos países con el propósito de implantar las políticas económicas ultraliberales de Milton Friedman y la Escuela de Chicago, fuentes de inspiración del programa que lleva adelante el presidente libertario Javier Milei.

Klein, basando su investigación en una gran cantidad de fuentes y datos, desnuda las estrategias que le otorgan sentido al título de su libro. El estado de shock de la ciudadanía, producido por una serie de hechos concurrentes que impactan en la psicología social, como situaciones de conmoción, desastres y confusión, ayudan a crear las condiciones para imponer políticas económicas -las llamadas “reformas”- de contenido profundamente antipopular (y antinacional)

En la tercera parte de su obra se detiene a analizar de qué manera, sin apelar necesariamente a la fuerza de la violencia explícita -como sí había sucedido, por ejemplo, en la Argentina de la última cruenta dictadura, cuyo sistema represivo funcionó como “escudo protector” del programa económico de José Alfredo Martínez de Hoz- se logra crear las condiciones para llevar a cabo ese tipo de políticas. Incluso al punto de ser transitoriamente apoyadas por quienes serán sus víctimas. 

Bienvenidos a la Argentina actual: vivir en estado de shock es el signo del tiempo de Milei. Aceleración, vértigo, el país transformado en un territorio minado de conflictos de toda índole. Shock político, shock económico y shock social: tres tipos de conmociones distintas pero entrelazadas entre sí, influyéndose mutuamente. Las mismas fórmulas que analiza Naomi Klein, pero basadas en técnicas más sofisticadas, creadas en los “laboratorios” de la nueva derecha en la era de la revolución digital y las redes sociales. Técnicas que se hacen más refinadas a partir de los resultados obtenidos mediante sus propios ensayos. El experto ítalo-brasileño lo explicó aquí, en Y ahora qué?. “Nunca escuché un discurso así en Davos”, dijo sobre el Presidente. ¿Será acaso la Argentina de Milei, además de todo lo que ya sabemos, un campo de experimentación?

El shock político

Hay una interpretación de corte subjetivista que centra su atención en la personalidad de Milei. Desde esa perspectiva, el desorden político, la falta de diálogo, las agresiones y los conflictos que vemos a diario, serían el resultado de la conducta imprevisible del Presidente, motivada en los rasgos de su singular personalidad. Esa explicación, que contiene sin duda un ingrediente real, se inscribe, sin embargo, en la corriente que propone interpretar los procesos políticos a partir de la psicología de sus protagonistas. Un enfoque presente también en ciertas escuelas historiográficas aún de moda, que proponen explicar desde el ángulo de ese paradigma reduccionista, el curso general de los acontecimientos históricos.

Intentemos detenernos en el aspecto de este enfoque que se toca con la realidad: el plano subjetivo, la personalidad de Milei que contribuye a crear el clima de perturbaciones y conflictos que invaden a la política. Se expresa en los inusuales y disruptivos modos de actuación del Presidente, como lo pueden atestiguar quienes se ven obligados a lidiar con sus decisiones sin haber podido descifrar la lógica que gobierna su conducta política.

El “patrón” parecería ser la arbitrariedad –y la consecuente imprevisibilidad– que nace de su intención de imponer, en cada circunstancia y lugar, su exclusivo punto de vista, mostrando un manifiesto desapego por considerar las posiciones y las razones de sus interlocutores. Ese accionar de Milei conduce, por definición, a violentar e incluso a romper los vínculos políticos e institucionales, en la medida que actúa como una fuerza revulsiva que pone en jaque todo aquello que se le opone, sin admitir ningún matiz.  

Ahora bien, ¿se trata de la personalidad convulsionada, caprichosa e irracional del Presidente o de modos de proceder que responden a una fórmula racional y deliberada de actuación? ¿O acaso se trata de la combinación de ambas cosas? Como sea, si nos atenemos al enfoque de Noemi Klein, la respuesta no ofrece mayores dudas.  

El conflicto y el desorden no serían, en esencia, producto del descontrol propio de una personalidad guiada por la irracionalidad, que involuntariamente lo lleva a cometer torpezas que dañan innecesariamente sus relaciones políticas e institucionales, sino de una estrategia que conforma un sistema de funcionamiento orientado consciente y deliberadamente a provocar conflictos y desordenes. De eso se trata, al fin y al cabo, la doctrina del shock.

A favor de esta hipótesis podría observarse que el mismo Presidente, que se muestra intransigente y agresivo ante quienes no se someten a sus decisiones, a la vez tiene la capacidad de presentarse, a la hora de exponer sus ideas, como un individuo equilibrado y racional. Es más: si nos detenemos a analizar los modos en que Milei expone sus argumentos, desde el punto de vista formal, su lógica en general no ofrece fisuras. 

Se da el caso, entonces, de que “el loco” Milei, como lo apodan, es sin embargo capaz de razonar con un rigor del que buena parte de sus contradictores carecen. Maneja hábilmente todas las figuras del silogismo (razonamiento) que, como se sabe, ateniéndose estrictamente a las reglas del pensamiento lógico-formal, puede conducir sin embargo al error. Ya que, partiendo de premisas falsas, llega invariablemente a conclusiones falsas, y lo hace sin invalidar la coherencia lógica de su exposición.

Incluso a la luz de los hechos actuales cabe interrogarse sobre los ataques de ira que protagonizaba cuando solía frecuentar los reality shows, desde donde inició su carrera meteórica hacia la presidencia. ¿Fueron actos de descontrol o formas de actuación y puestas en escenas calculadas para atraer la atención? Si nos atenemos a las acciones de campaña, ya sumergido en el ruedo electoral, está claro que sus exabruptos y giros extravagantes fueron recursos deliberados para convertir en espectáculo su cruzada contra la “casta”, llamar la atención y ganar centralidad. ¿Por qué pensar que sus conductas actuales responden a una motivación diferente?

Siguiendo esta línea de análisis, el shock producido por Milei y sus modos de actuar desconcertantes pusieron a la defensiva al orden político e institucional, multiplicando los frentes de conflicto y obligando a sus contendientes –a veces aliados circunstanciales, la mayoría de las veces opositores– a lidiar con los problemas cada día más acuciantes que los condicionan, como sucede con los gobernadores y otros actores políticos y sociales. Desde la perspectiva de la Doctrina del shock, a diferencia de quienes califican como un error político de Milei la apertura de conflictos en diversos frentes simultáneos, se trata de una “técnica” inherente a la teoría que Klein describe con lujo de detalles.

El efecto de conmoción que sufre el sistema político, con Milei ejerciendo la presidencia, es la continuación de su cruzada contra la “casta”. En su recorrido, la explotación al máximo de la anti-política, aprovechándose de la crisis en que se sumergió desde hace años la dirigencia (y de las campañas que alimentaron el rechazo y el odio hacia “los políticos”), no parece haber sido fruto de un acto de locura, sino de una decisión racional basada en un diagnóstico certero sobre el estado de situación de la sociedad y, en el plano político, sobre las vulnerabilidades que presenta la dirigencia nacional.  

Mientras esto sucede –y a pesar del rechazo del DNU por parte del Senado– el programa del gobierno sigue adelante con medidas que se inscriben en la desarticulación de la economía argentina. Ahí tenemos, como muestra, el decreto de hace pocos días que reduce los aranceles y libera la importación de casi 3.000 productos, bajo el desgastado pretexto de contener la inflación. El shock político, en un país que encuentra a su dirigencia con las defensas bajas (por no decir sin defensas), hace posible la implementación del shock económico, poniendo el pie en el acelerador mientras el grueso de la dirigencia nacional sigue a la deriva, aturdida por el golpe que recibió, que no supo prever y del cual aún no logra reponerse. 

El shock económico

A las 48 horas de asumido el gobierno, el 12 de diciembre, el ministro de Economía Luis Caputo descargó sobre la población su primera andanada de medidas económicas.

La megadevaluación inició la marcha del plan bajo el argumento de que esta medida de “sinceramiento” generaría “los incentivos necesarios para aumentar la producción”. No hubo que esperar más que algunas semanas para verificar que la producción no solo que no aumentó sino que comenzó a desplomarse.

El ministro también anunció la reducción de los subsidios a la energía y el transporte, la paralización de la obra pública, el drástico recorte de las transferencias “discrecionales” a las provincias, la no renovación de los contratos laborales en el Estado, la reducción del número de secretarías y ministerios, y la eliminación del sistema de importaciones SIRA. 

“El que quiera importar, ahora podrá hacerlo, y punto”, dijo Caputo adelantando lo que más tarde el propio gobierno se propondría fomentar al reducir los aranceles de importación de una amplia lista de productos, incluyendo aquellos que integran la canasta básica, bajo el viejo argumento de combatir el incremento de precios mediante el ingreso al país de bienes producidos en el exterior. Lo hizo, por esas cosas del azar, un día antes de participar del encuentro AmCham Summit, el evento de negocios organizado por las empresas de Estados Unidos en el país, en esta edición, bajo la consigna “Una Argentina Viable”.

Contradiciendo los principios y las convicciones que reiteradamente Milei juró no traicionar –“antes de subir un impuesto me corto las manos”, dijo una y mil veces– el ministro dispuso un aumento del impuesto PAIS a las importaciones y a las retenciones de las exportaciones no agropecuarias. Decretó la suspensión de la pauta publicitaria oficial y, a modo de presunta compensación por el brutal ajuste, anunció la continuidad de los planes Potenciar Trabajo manteniendo la partida presupuestaria del 2023, que a los efectos prácticos significa una drástica licuación del poder adquisitivo de sus beneficiarios. En el contexto del impacto producido por el conjunto de las medidas, especialmente por la devaluación, la duplicación del valor de la Asignación Universal por Hijo (AUH), también incluida por el ministro en sus primeros anuncios, tuvo el mismo efecto que el suministro de una aspirina a un paciente en terapia intensiva.

El golpe inflacionario que trajo consigo la devaluación, sumado a los aumentos de los combustibles y el completo retiro del Estado de su función regulatoria, abrió la puerta para que, en un contexto de fuerte reducción del poder adquisitivo de la población, las empresas (en cantidad de rubros, detentando posiciones monopólicas o cuasi-monopólicas) pudiesen ajustar los precios. No enfrentaron otra restricción que no fuera aquella impuesta por la imposibilidad de adquirir sus productos por parte de los consumidores. El mercado (monopólico) en su expresión pura y dura.

Así, en nombre de evitar el apocalipsis hiperinflacionario al que supuestamente nos dirigíamos, el gobierno de Milei produjo el primer cimbronazo que agravó todos los problemas preexistentes y generó una acelerada y regresiva redistribución del ingreso: se disparó la inflación, se redujo drásticamente el consumo popular y de los sectores medios, se inició el camino hacia una aguda recesión, con suspensiones y despidos. El Presidente Milei daba inicio –“sin anestesia”, como diría su admirado Carlos Menem– al shock económico.

Dos días antes de las celebraciones de Navidad, a modo de un presente para todos los argentinos, el Presidente disparó su segunda oleada de medidas, siempre amparado en su cruzada anti-casta y en el anunciado propósito, planteado veladamente como una amenaza, de evitar que se produjera en el país una “crisis de dimensiones bíblicas”. Aunque para ello fuera necesario, luego de cien años de haber cometido todas las herejías y pecados económicos que puedan imaginarse, transitar el camino del Purgatorio como paso obligatorio para ingresar definitivamente al Paraíso. “En 15 años Argentina podría estar alcanzando niveles de vida similares a los que tiene Italia o Francia. Si me dan 20 años, como Alemania, y si me dan 35 años, Estados Unidos”, prometía el entonces candidato Milei mirando fijamente a la cámara y sin parpadear.

Usando la cadena nacional, en diciembre fue el propio Milei el encargado de anunciar las medidas del Decreto de Necesidad y Urgencia número 70, compuesto por 366 artículos, que estableció “la emergencia pública en materia económica, financiera, fiscal, administrativa, previsional, tarifaria, sanitaria y social”, y avanzó sobre un amplio programa de desregulación de la economía, derogando y modificando cientos de leyes. Entre ellas, el fin de las leyes de Alquileres, de Tierras y de Abastecimiento, la flexibilización del mercado laboral -además de decretar la limitación del derecho de huelga en “actividades esenciales”-, la preparación del terreno para la privatización masiva de empresas púbicas y la derogación de la ley que establece las bases para el ajuste de las jubilaciones y pensiones.

También se estableció un drástico cambio en la salud privada: los aportes de los afiliados a las prepagas ya no tendrán que pasar por las obras sociales sindicales, y bajo el pretexto de aumentar la competitividad se liberaron las restricciones de precios al sistema de medicina privada, dando piedra libre para aumentos descontrolados que se descargan especialmente sobre la clase media. Ni qué hablar del precio de los medicamentos que castiga a todo aquel que deba ingresar por la puerta de una farmacia, pero muy especialmente a los jubilados.

La vertiginosidad del tsunami económico de Milei encaja, como anillo al dedo, con las técnicas descriptas por Klein en la Doctrina del Shock. Como si el DNU no fuera demasiado, vino luego el envío al Congreso Nacional de la Ley Ómnibus, intentando imponer –esta vez en forma infructuosa– una batería de medidas que apuntaban a reconfigurar la economía nacional, introduciendo tensión y conflictividad en innumerables sectores y actividades potencialmente afectadas.

Formada por 644 artículos, y más de 6 anexos, solicitó una amplia delegación legislativa al Poder Ejecutivo Nacional hasta el 31 de diciembre de 2025, prorrogables hasta 2027. Puso en agenda la intención de producir una serie de cambios estructurales en materia económica, impositiva, financiera, energética, sanitaria, administrativa, electoral, previsional, social, educativa, y de seguridad.

También una reforma política y un cambio en el modo de establecer la movilidad jubilatoria, transformaciones en el campo tributario y en las retenciones agropecuarias, cambios en la actividad pesquera, la propuesta de avanzar en un blanqueo impositivo y la privatización de empresas públicas, entre otras iniciativas. 

En el campo de la cultura, propuso derogar las leyes de creación del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI); del Instituto Nacional del Teatro; la ley del Museo, Biblioteca y Archivo del Trabajo y del Movimiento Obrero Argentino; y el decreto-ley que creó el Fondo Nacional de las Artes. Hay otros organismos como el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP) y el Instituto Nacional de la Música (INAMU), que sufrirán modificaciones en su estructura o virtual cierre. Todo esto, además, complementado con medidas que apuntan directamente a desfinanciar la educación pública y la desarticulación del sistema nacional de investigación, como sucede con el caso emblemático del CONICET. 

El shock económico fue adquiriendo mayor intensidad en la medida que las políticas en curso, fundamentalmente la mega devaluación, el ajuste violento del gasto público y la reducción de los niveles de ingresos en un contexto de descontrol inflacionario, comenzaron a generar sus efectos previsibles: caída en picada de las ventas y la producción, con sus secuelas sobre el empleo. Todo esto, acompañado día a día por anuncios de despidos en el sector público, cierre y paralización de organismos, y medidas provocativas de distinta índole orientadas a echar nafta al fuego. El shock económico adquiere así la forma de un shock social, agravando todo el cuadro preexistente. 

El shock social  

El golpe económico tuvo su manifestación social en el inmediato aumento de la pobreza y la indigencia producto de la caída de los ingresos. El observatorio de la UCA lo había anticipado indicando que para enero, es decir, cuando aún los impactos de las medidas recién comenzaban a provocar sus efectos, la pobreza había alcanzado al 57% de la población y la indigencia al 15%. Dos cifras que se habrían agravado sensiblemente durante febrero y lo que va de marzo. 

Pero, para dimensionar el shock social que vive el país, basta leer el documento completo que acaba de hacer público la Comisión Nacional de Justicia y Paz, organismo que depende de la Conferencia Episcopal Argentina. Allí la voz de la iglesia advierte sobre la magnitud del impacto que pone en cuestión la “subsistencia de miles de personas de todas las edades y condiciones”, haciendo un uso explícito del concepto de shock para caracterizar el brutal ajuste que se descarga sobre la sociedad.

Pérdida de decenas de miles de puestos de trabajo, destrucción del poder adquisitivo de los salarios y jubilaciones, riesgo de cierre masivo de empresas -fundamentalmente Pymes-, vulneración de los derechos de acceso a la educación y a la salud, desabastecimiento de los comedores populares y la amenaza real que representa para muchos la imposibilidad de acceder a la comida. Todo esto y mucho más, teñido por un manto de insensibilidad por parte del gobierno y, más aún, con expresiones deliberadamente provocativas en las redes sociales, por parte de “ejército libertario”, de burlas y alegría sobre el drama ajeno.    

El shock no solo inmoviliza y desconcierta. También produce reacciones sociales contradictorias: puede engendrar como respuesta un movimiento que propicie la unidad de todas las fuerzas capaces de ponerle un freno al desmantelamiento del país, para lo cual es imprescindible la articulación que solo puede lograr la verdadera política. O bien, ante el vacío que produce su ausencia, puede producir mayor fragmentación, multiplicando los conflictos de orden secundario entre las propias víctimas del proceso que conduce a la implantación del modelo ultraliberal. 

En este último caso, cuanto más se agudiza la crisis económica en sus distintas escalas y dimensiones, violentando –y desordenando– la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los argentinos, tienden a prevalecer, en el campo de las reacciones sociales, las conductas basadas en las “emociones primarias” de signo negativo: el miedo, el odio, la ira y la aversión (el rechazo) que llevan a agudizar, en lo político, la desunión. Como explican los psicólogos, hasta el más racional de los mortales en ciertas condiciones actúa dominado, irreflexivamente, por impulsos que se disparan a partir de aquellas emociones, en la mayoría de los casos asociadas a conductas autodefensivas frente a lo que se considera un peligro inminente. Un tipo de reacciones que conduce a la búsqueda –ilusoria para las grandes mayorías– de salidas de orden individual.

En la Argentina de Milei ocurre precisamente eso. Transformada en un territorio de intimidaciones y riesgos que acentúan el malestar acumulado que abonó el terreno para la llegada del libertario a la presidencia, la vida de la inmensa mayoría de la población se desarrolla bajo amenazas de distinta índole y gravedad. Los denominadores comunes para amplios sectores de la población parecerían ser el desasosiego, la angustia y la incertidumbre sobre la situación actual y el futuro. 

Parecería que sólo la recuperación de la política, y su capacidad para reunir lo que la dinámica del shock genera como fuerza disolvente de la sociedad, puede lograr que la reacción social espontánea ante semejante descalabro se transforme en una fuerza positiva de reconstrucción del proyecto de país democrático, inclusivo y federal que hoy el liberalismo libertario intenta definitivamente cancelar.

Un comentario sobre «Vivir en estado de shock»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *