Y un día la política le puso límites al Presidente


En medio de una situación social calamitosa que está bien registrada por las encuestas aunque no encuentre canales organizativos, la política clásica hizo trastabillar al Gobierno en materia de inteligencia y jubilaciones, en este último caso con la doble sanción de una nueva ley. A qué juega cada uno. Qué quiere Macri. Que dicen los libertarios en la intimidad. Por qué el Congreso huele sangre.

Un fantasma recorre la Argentina. Un fantasma que ya empieza a causar miedo en la Casa Rosada. Es una palabra que los dirigentes políticos repitieron, en público y en privado, con muchísima insistencia en la última semana: “Límite”. La dicen cuando aluden a las derrotas de La Libertad Avanza en el Congreso y la relacionan con Su Excelencia el Presidente Javier Milei. A veces lo nombran. Y a veces lo aluden sin nombre y apellido, de esta forma: “Y…algún límite había que poner”. Sin movilizaciones sociales de magnitud, esa palabra representa la forma en que la política clásica reacciona frente a la búsqueda constante de la suma del poder público por parte de Su Excelencia. Y quizás también esté avanzando –es una hipótesis– porque políticos de distintas extracciones están empezando a leer enteras las encuestas. Es decir que ya no sólo miran los índices de popularidad del Presidente sino el crecimiento de las preocupaciones reales.

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Un sondeo de la consultora Proyección, que dirige Manuel Zunino, realizada sobre 1.525 casos a nivel nacional entre el 4 y el 12 de agosto, pidió a los encuestados que marcaran tres opciones sobre cuáles son los principales problemas del país. Primero, lejos, con el 49 por ciento, “la inflación, el precio de los alimentos y otros gastos básicos del hogar”. Segundo, con el 40,6, “bajos salarios, ingresos familiares o personales”. Tercero, con el 36,6 por ciento, “la inseguridad, la delincuencia”. Cuarto, con 25,6, “quedarme sin trabajo”. La tendencia en los últimos meses es hacia el aumento del miedo al desempleo y del disgusto por los bajos salarios.

O llega justo a fin de mes o no llega, respectivamente, el 36,6 por ciento y el 28 por ciento.

El 52 por ciento predice que la economía de su hogar estará peor en seis meses. El 30 por ciento supone que mejorará.

El oxígeno de Milei, en este contexto, parece venir no sólo de la baja relativa de la inflación sino del pasado. También ante tres opciones simultáneas posibles, el principal responsable de los problemas económicos actuales es Alberto Fernández para el 63 por ciento de los consultados. Milei ocupa el 39,6 y Mauricio Macri el 37,6 por ciento.

Sólo el 32,5 por ciento es optimista frente al rumbo del país. El 25,4 por ciento es pesimista y un apabullante 42,1 por ciento experimenta incertidumbre.

El rumbo de la economía es incorrecto para el 43,3 por ciento.

Un 37,9 por ciento no quiere esperar nada hasta ver mejoras. Un 22,5 dijo que esperaría más de un año. Un 21,6, entre seis meses y un año. Un 9,4 entre tres y seis meses. Un 8,6 le da tres meses.

Cuando Proyección preguntó (con tres opciones posibles) cuáles dirigentes deben ser los principales referentes de la oposición encabezaron la tabla Axel Kicillof con el 35,2 por ciento, Leandro Santoro con el 16,6, Sergio Massa con el 15,7 y Juan Grabois con el 10,9.

El bonus track vino con la pregunta sobre cómo definiría cada uno la situación del país en una palabra. Un 26,4, minoritario, puso como principales las palabras “positiva”, “expectativa” y “saliendo”. Un mayoritario 54,7 por ciento pronunció “pésimo”, “desastre”, “pobreza” y “tristeza”.

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¿Qué mella hace en Su Excelencia ese contexto que en buena medida él mismo creó o dejó crecer? ¿Lo daña ahora mismito? ¿Lo desgasta? ¿Lo lima? ¿O, por el contrario, todavía está a resguardo? Y si está a resguardo, ¿por cuánto tiempo más? Son preguntas difíciles de contestar con una sola foto, e incluso con una película que ya supera los nueve meses. En cambio sí parece sensato conjeturar lo que sigue:

*Además de Unión por la Patria, cuyos bloques en el Congreso mantienen un nivel de consenso interno inédito, más aún si se compara con la ruptura de 2016, olieron sangre los radicales, los integrantes del pichettismo ilustrado e incluso el PRO.

*Las bancadas de UxP no se guían por el temor a las encuestas. Hacen de oposición parlamentaria dura desde el primer día. El resto, en cambio, va variando de estrategia. Y puede tomarse como hipótesis que, si tuviera el mismo pánico de enero o febrero, no lo haría si no oliera sangre en este preciso momento.

*Parte del olor a sangre en el mileísmo viene del descontento, así sea desorganizado, por la situación económica y el temor creciente al desempleo. O sea, a una inflación menor a la provocada por Su Excelencia con su devaluación inicial del 118 por ciento pero que podría llegar a un 70 por ciento anual, cifra a la que no empardará seguramente la mayoría de los salarios. Ni hablar de los trabajadores informales.

*Otro origen posible del olor a sangre en la presa a cazar (junto con sus votos para las parlamentarias del 2025, claro) es el desorden del oficialismo en la gestión ejecutiva y parlamentaria.

El último punto fue, en los últimos días, el más visible de todos. En conversaciones reservadas, los pocos miembros con cierta experiencia política de las bancadas libertarias dicen haber llegado a la convicción de que sin un orden mayor, lo cual supone que Su Excelencia se involucre personalmente en el proceso de órdenes de LLA, y después que logre disciplina, los bloques se seguirán astillando como ocurre a nivel nacional y en el Poder Legislativo de la provincia de Buenos Aires.

Esas fisuras explican la aparición en superficie de una Victoria Villarruel cada vez más ligada al establishment, al punto de que su última participación pública fue delante de los dueños de los grandes estudios que conforman el autodenominado Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires. No es, como se sabe, el Colegio Público sino un nucleamiento que hasta tuvo como animador a José Alfredo Martínez de Hoz y al equipo civil del genocidio en la provincia de Buenos Aires durante la dictadura.

Las mismas fisuras hacen aflorar un debilitamiento del asesor sin cargo Santiago Caputo (ya se verá si transitorio o definitivo) y la desaparición de escena del jefe de Gabinete y virtual ministro del Interior Guillermo Francos. Una fracción de los mileístas le factura no haber alineado a gobernadores y legisladores para evitar los traspiés en el Congreso. Es que, por el momento, Francos se entretiene en entretener al gobierno de la Provincia con promesas de comisiones a formarse en el porvenir, mientras sigue a cargo del retaceo de los fondos nacionales recortados al gobernador Kicillof.

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Es verdad que no hay coordinación opositora ni sindical, con una CGT mucho más quieta que en enero, pero hay una efervescencia política en la que cada sector busca algo según el tema de que se trate.

La señal más clara de búsqueda de límites fue el rechazo al DNU que otorgó fondos reservados adicionales por 100 mil millones de pesos a la nueva Secretaría de Inteligencia de Estado. La argumentación oficialista fue francamente tonta: para evitar nuevos atentados como los de 1992 contra la embajada de Israel y 1994 contra la AMIA hacen falta más fondos. Eso sin explicar cuánto dinero usaba el entonces presidente Carlos Saúl Menem para los servicios de inteligencia. Puede suponerse que lo suficiente porque jamás el argumento financiero fue nombrado por nadie, hasta ahora, como causa de las dos explosiones homicidas.

Que fue una señal de advertencia, y no un gesto de oposición frontal de todos, lo prueba el hecho de que fue rechazado ese DNU sobre los fondos pero no el DNU anterior sobre reforma de inteligencia, cuando no hubo tampoco explicación sensata de cuáles eran la necesidad y la urgencia que justificasen esquivar la sanción de una ley en lugar de un decreto.

Sí fue una movida mayor el acuerdo de kirchneristas y radicales de Emiliano Yacobitti para encaramar a Martín Lousteau al frente de la Comisión Bicameral de Inteligencia. Allí siempre hay información y poder.

También fue una movida de las grandes la sanción en las dos cámaras de una nueva legislación para los jubilados, que Su Excelencia ya había anunciado que vetaría. Alguien dirá que los siete millones de jubilados no tienen representación orgánica, y que por lo tanto su poder de daño hacia el gobierno es menor. El argumento opuesto es que se trata de gente concreta. De mucha gente. Y que esa gente tiene hijos, hermanos, nietos, amigos, farmacéuticos a los que les lloran la imposibilidad de seguir tratamientos para enfermedades crónicas, incluso las más usuales como la hipertensión.

La argumentación contra el aumento de los fondos reservados tocó ese punto frágil del gobierno: si no hay dinero, fue el razonamiento, ¿por qué gastar más en espías? El interrogante tiene la ventaja de que, al revés de los números macro, es comprensible para cualquiera. No hace falta estar politizado. Basta con haber visto una de espías en la tele.

Y también fue una medida mayor la sanción de la ley jubilatoria porque involucra dinero, porque pone en discusión el dogma del sacrosanto superávit fiscal a costa de la miseria de millones y porque obligó al Ejecutivo a vetar. Y vetar, incluso con gusto como asemeja hacerlo Milei, siempre es un costo. Aunque esté presentado como un disfrute.

En el medio, naturalmente, Macri, que salió en defensa del veto de Su Excelencia y consideró la creación de nuevas universidades públicas como un “despilfarro”, oscila entre el deseo de conquistar a los votantes de Milei sin fusionarse con los libertarios y la obsesión por controlar el área de Transporte, donde su candidato permanente es Guillermo Dietrich.

Cómo estará de jodida la cosa que Su Excelencia hasta se privó de una de sus giras de promoción internacional como alt-right-star. Iba a viajar a un encuentro en México para seguir el camino de estrella mundial de la ultraderecha, pero esta vez la política lo dejó en casita.

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