Zelensky, un cómico atrapado entre los imperios 

El presidente ucraniano reapareció después del bochorno en Washington manifestando que estaba dispuesto a negociar una tregua y que esta sea liderada por el presidente Trump. Sonó a capitulación. Pero la anatomía del instante encierra otro misterio y es la pregunta un tanto indescifrable del acercamiento de Trump y Putin.

La agenda internacional no da respiro. Lo repetiremos como un mantra. Acontece un suceso y otro que viene detrás se lo lleva por delante. Pero hay un hecho que por su significado pareciera provocar un quiebre. Nos referimos al encuentro que mantuvieron el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, su vicepresidente, J.D.Vance, y, muy secundariamente, el jefe del departamento de Estado, Marco Rubio, con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky.

Copiando al escritor Javier Cercas en su genial obra “Anatomía de un instante” (la mejor explicación de la transición española), aquí también habría que hacer una anatomía de un instante. Zelensky es invitado a la Casa Blanca a firmar su rendición. Pero resulta que le queda un rapto de dignidad y osa discutir las condiciones de paz. El dueño del Imperio, delante de las cámara de televisión que están transmitiendo en directo el encuentro, le suelta una parrafada acerca de las nulas chances de imponer alguna condición. A continuación le recuerda que no posee ninguna carta para jugar. Zelensky le responde: “Esto no es un juego”. Entonces, el que pasa al ataque es J.D Vance, un joven de 46 años, converso al ala más reaccionaria del catolicismo y que hizo fortuna trabajando para un señor tecnofeudal. Trató al presidente ucraniano de irrespetuoso para con el pueblo norteamericano. Le señaló las dificultades que tiene para alistar ciudadanos en el frente de batalla. Zelensky no salía de su asombro. Apenas podía balbucear alguna frase. 

Trump arremetió: “Estados Unidos invirtió 350 mil millones de dólares”. Esto es falso. La ayuda constatada es de 160 mil millones de dólares para apoyo militar. Vale acotar que esa ayuda militar redunda en el mercado interno norteamericano, ya que esas armas son compradas por el estado norteamericano al complejo industrial militar norteamericano.

Casi al final de la “reunión”, un periodista interviene y le espeta a Zelensky “que debe respetar más y llevar traje”. Zelensky está knock out. Aunque le queda una trompada más por recibir. Es entonces cuando Trump lo echa literalmente de la Casa Blanca. Le dice que no está preparado para la paz y que vuelva cuando esté dispuesto a negociarla, pero que a USA no le queda más tiempo.

La secuencia duró nada más que  once minutos. Hablamos de “secuencia” porque pareció una película.

Zelensky se retiró directo al avión que lo llevó a Londres sin escala. Fue recibido por el Primer Ministro Keir Starment, que lo abrazó, lo contuvo y le prometió prolongar el apoyo europeo. Al otro día se le sumaron otros líderes europeos, más Justin Trudeau de Canadá. 

Al principio de ese encuentro pareció haber un entendimiento entre Inglaterra y Francia que luego se diluyó. Es comprensible. El Reino Unido no está comprendido por las políticas arancelarias de Trump y no pertenece a la Unión Europea. Starment debe andarse con cuidado, si no quiere fastidiar al rubio de Queens.

Francia, potencia nuclear con capacidad atómica, ofrece un paraguas de protección nuclear a toda Europa. Veremos si es un ejercicio de chauvinismo o si el viejo mundo se independiza de la tutela norteamericana.

El presidente ucraniano reapareció después del bochorno en Washington manifestando que estaba dispuesto a negociar una tregua y que esta sea liderada por el presidente Trump. Sonó a capitulación. Pero la anatomía del instante encierra otro misterio y es la pregunta un tanto indescifrable del acercamiento de Trump y Putin. Algunos analistas arriesgan la idea de que lo que Trump profesa a Putin no es mera admiración a un autócrata, sino que atrás de ese acercamiento hay una jugada más larga. Pareciera que Trump se propone emular a Nixon con las cartas exactamente al revés. En 1972, China era gobernada con mano de hierro por Mao Tze Tung. Atravesaba graves dificultades económicas y la revolución cultural era un auténtico fracaso. Para más Inri, poco tiempo atrás, había tenido un pequeño incidente con la URSS por una disputa limítrofe.

Ahí aparece una figura consular, que era el  Primer Ministro Zhou Enlai. Este hombre fue el verdadero puente de plata entre Mao y el padre de la China moderna, Deng Ziao Ping. Este cuadro del Partido Comunista chino se entiende rápidamente con Kissinger y acuerdan promover ingentes inversiones de capital norteamericano en la China comunista. Además, firman un programa de transferencia tecnológica, formando a miles de ingenieros chinos en universidades estadounidenses. Que aquella cooperación haya devenido hoy en guerra comercial es la gran paradoja. Pero eso es harina de otro costal.

Es sabido el interés de U.S.A por la explotación de gas, petróleo y tierras raras que posee Rusia. Tal vez allí radique otro motivo que explica la sintonía Trump-Putin. 

Pero China no es Ucrania ni Ji Jimping es Zelensky.  La respuesta a semejante movida imperial no se hizo esperar. Li Jian, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, declaro que el país está preparado para “luchar hasta el final en cualquier conflicto que USA inicie, ya sea una guerra arancelaria, comercial o de otro tipo”.

No sabemos cómo se acomodará este nuevo rompecabezas geopolítico. Es un escenario en disputa. Pero sí sabemos que Zelensky era un actor cómico en su país y que, se le dio el berretín de meterse a político, banalizando así la profesión. Muy caro lo pagó el pueblo ucraniano.

La prédica antipolítica trae terribles consecuencias.

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