El Presidente llamó a “alfabetizar”. No se trata de eso, y preocuparse por la educación desde el anarcocapitalismo puede ser un oxímoron. Pero al mismo tiempo, la re-alfabetización es una vieja bandera de los sectores humanistas de la sociedad. Aquí se mete en la polémica una docente secundaria con 35 años de presencia en el aula.
El Presidente Javier Milei pronunció su último mensaje con un eje: lo llamó “alfabetización”. Habló el jueves 4 de julio desde la casa-museo Sarmiento, en San Juan.
En realidad se trataría de la re-alfabetización, o la intensificación de la alfabetización, y es un problema que preocupa a los docentes desde hace muchos años.
La propia Cristina Kirchner afirmó el 30 de junio en diálogo con Pedro Rosemblat que “si venía un dirigente político y te decía, ya no sobre la educación universitaria, porque te hablo de la primaria y secundaria que recibíamos nosotros, ‘Vamos a volver a la Argentina de principios de siglo’, le tirábamos con zapatos”. La ex Presidenta Cristina hizo referencia a un tiempo en el que la educación primaria era de excelencia. Nacida en 1953, ella empezó la primaria en 1959 y terminó de cursarla en la década del ’60, lo mismo que la secundaria.
La “alfabetización”, si se la toma como el hecho de completar la alfabetización para aquellas personas que no pudieron terminar la escuela primaria, sobre todo por pobreza y marginalidad, o para niños y niñas que la están cursando, es una necesidad de sentido común de toda la Argentina. Si se les pregunta, la vecina, el carnicero, la maestra o el médico formados en la escuela a la que hace referencia CFK seguramente van a decir que es necesario, imperante, urgente, que la escuela, y sobre todo la primaria, sea modificada. Que es preciso poner el acento en la lectoescritura, la comprensión de textos y los ejercicios primeros de matemáticas.
La ex Presidenta dijo, levantando una tablet: “Antes nosotros no teníamos esto, teníamos libros”.
La vuelta a los libros, a la educación primaria que ponga el acento en la lectoescritura y en la destreza para entender textos cada vez más complejos, no debería ser bandera del gobierno de Milei. La ultraderecha con sus políticas acentúa el deterioro del entramado social, y en consecuencia de la escuela. Por eso no sería bueno que se adueñara de ese discurso, que en su boca se chocaría con la realidad.
Los docentes podrían contestarle a Milei, por ejemplo, que para una buena política de re-alfabetización sería útil y justo que devuelva a las provincias el pago del Fondo Nacional de Incentivo Docente. El Fonid no sólo compensa salarios sino que sirve para que la docencia se profesionalice cada vez más, se modernice, avance en la formación e incluso pueda trabajar con Inteligencia Artificial, disciplina que tanto fascina al Presidente.
Pero no alcanza con eso. No alcanza con que los y las docentes nos veamos solamente como trabajadores de la educación, aunque lo seamos identitariamente. Deberíamos vernos como “artesanos de la arcilla” en los primeros años de la escuela primaria.
No es cuestión de reivindicar la “tabula rasa” que vendría a ser cada alumno. Tampoco se trata de “alumbrar” a los chicos y chicas ni de que los docentes ganen autoridad por pararse sobre una tarima dentro del aula. La clave es co-aprender y co-enseñar en una relación que se retroalimenta entre docentes y chicos. Podría decirse que eso se logra con el uno a uno, bien focalizado, una vez detectados los problemas. Sí, es cierto. Podría decirse que, para eso, los salarios docentes deberían ser mayores. Pero, al mismo tiempo que la necesidad de más ingresos, a los docentes nos aúna el compromiso con la escuela pública. Por lo menos, a muchos: la docencia no es sacerdocio pero sí es compromiso.
Alguna vez le pregunté a un pedagogo qué entendía por “calidad educativa” y me respondió: “En esta etapa, inclusión”. De acuerdo. La secundaria también es obligatoria y la inclusión ya debe abarcarla. Pero la inclusión no alcanza. No sirve sola. Entonces, hay que replantearse qué paradigma es el que estamos llevando adelante en nuestras escuelas. ¿Cómo enseñamos a leer y a escribir? ¿Qué necesitan los docentes para repensar las prácticas y para llevarlas adelante? ¿Cuáles son los ámbitos de discusión y de construcción de propuestas en relación con esto? ¿El sindicato es un espacio destinado solo a la lucha económica? ¿O debería ser también un espacio destinado a la discusión práctica y a la discusión simbólica?
El mensaje de Milei significa que, en el plano del discurso, la ultraderecha ya está plantando una bandera. Pero resulta que el objetivo de la re-alfabetización es una vieja bandera popular. Entonces quizás sea hora de discutir contenidos, más que consignas. ¿Por qué no debatir sin temor? ¿Volver a la escuela de Sarmiento, ahora atravesada por la liquidez conceptual del momento, pero con inclusión? ¿Por qué no? ¿Por qué tanto miedo o tanta vergüenza produce Sarmiento? Hay que volver a enseñar las letras una a una, y a enseñar cómo se agrupan. Hay que volver a enseñar las reglas ortográficas. Hay que volver a enseñar gramática, tiempos verbales, uso de los signos de puntuación. Hay que volver a corregir los errores de ortografía. Hay que salir de la liquidez de las redes sociales y volver a los libros. Y tal vez deberíamos cuestionar la formación docente también. Pero deberíamos cuestionarla “nosotros”, no “ellos”. Cuestionarla para encontrar la solución a los problemas que desde hace años nos atraviesan como parte de la comunidad educativa.
La educación argentina está descentralizada: las definiciones comunes las toma el Consejo General de Educación. El primer intento de descentralización se produjo a fines de los años ’60, cuando el gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía estableció por Ley 17878 que las escuelas primarias nacionales serían transferidas a las provincias de Buenos Aires, Río Negro y La Rioja. En 1978, la dictadura militar transfirió a las provincias la casi totalidad de las escuelas primarias. Fueron 6700 escuelas y casi 45000 docentes. Quedaron las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires, que pasaron a ser responsabilidad del gobierno de la Ciudad recién en 1992 cuando se completó la descentralización de la educación con la aprobación de la Ley 24094. La Ley General de Educación Nº 26206 (del 2006) mantiene la autonomía provincial en relación con el sistema educativo, pero fija contenidos mínimos, plazos para los niveles y objetivos comunes respecto de estudiantes y docentes.
Pero al margen de la incumbencia de cada jurisdicción, todo acto educativo es político, y por lo tanto de alcance nacional. Por eso, y pensando en el futuro, sería malo para la Argentina que termine imperando el sentido común anarcocapitalista. Es un desafío para los sectores populares meterse en la discusión de fondo. Siempre de cara a la sociedad y dejando de lado prácticas corporativas y políticas que hace años se quedan a mitad de camino.