¡Disparen sobre el Papa!

Tras el mensaje del Papa Francisco a los movimientos sociales se desencadenó una intensa campaña de desprestigio porque, sin decir nada nuevo pero con un estilo directo, puso el dedo en la llaga del sufrimiento social.

En 1960, el afamado director François Truffaut filmó Tirez sur le pianiste, un divertido policial que parodiaba los duros libretos de gánsters norteamericanos en clave francesa,  con Charles Aznavour en el rol principal de un músico que huye de su pasado. La crítica rescata esta película como una suerte de clásico que puede verse hoy con verdadero disfrute. 

Hasta ahí la inspiración por el título, puesto que el Papa Francisco no parece estar huyendo de su pasado ni toca su música en cafetines de mala muerte. Le habla a un sector muy afín a su pastoral preferencial por los pobres, constituido por dirigentes de los movimientos sociales y lo hace con un estilo de entrecasa, sobre todo cuando se aparta del discurso que llevaba preparado para la ocasión. Celebra la primera década de vida de la organización que congrega a los movimientos populares. Lo dice así: “conmemoramos un momento que marcó nuestra historia en común”. Y su respaldo es clarísimo: “los acompaño en el camino”.

El Papa en su discurso no expresa nada nuevo sino que ratifica principios establecidos. Por lo tanto no hace aportes doctrinales sorprendentes ni parece hablar desde la Cátedra de Pedro, el lugar reservado para los asuntos del dogma, temas en los que –como Jefe de la Iglesia – goza del don de la infalibilidad. Habla de lo contingente, es decir de lo actual y cotidiano y eso muestra que hiciera tantos comentarios al pasar apartándose del texto escrito en lenguaje coloquial, bien diferente en el tono de la formulación preparada de antemano, como bajándola a tierra del modo más didáctico que encuentra en ese momento.

En resumen, celebra la existencia y salud de las organizaciones que se ocupan de la contención y promoción social. Nada que debería llamar la atención, pero esta vez sí que causó revuelo. Veamos por qué, o intentemos hacerlo. Como siempre pasa cuando se trata de manipulación ideológica, lo que se difundió fue una parcialidad. Recortes específicos de una conversación para demostrar algo, en este caso el populismo (o si se quiere, el peronismo) de Bergoglio. Peronismo como pecado, claramente.

No pareciera que el Papa se escandalice por esto, dado que se reconoce como un pecador y pide siempre, y esta vez también, que recen por él. 

Fundamentos de la acción

Francisco celebra y a la vez reclama por el derecho de los pueblos a la “construcción comunitaria” cuya continuidad permitiría que las dificultades actuales sean superadas y la fraternidad se imponga sobre la indiferencia y el egoísmo.

Elogia a estos militantes como “protagonistas de la historia” y destaca, haciendo pedagogía de la movilización, que “ir al frente” y “cuerpo a cuerpo” en las demandas sociales concretas es la forma de resolver los desafíos, descartando las formulaciones ideológicas (recuérdese la consigna bergogliana: “la acción supera a la idea”) y la práctica burocrática que consiste en ir “de conferencia en conferencia”, a la que descalifica como inconducente.

Y lanza una proyección: “de la acción organizada de los pobres depende el futuro de la humanidad”, puesto que “la inequidad es la raíz de los males sociales”, y confiesa: “sé que esto molesta”.

Para Francisco, quien recordó que lo dijo desde el principio de su papado, la primacía del mercado y de las finanzas inhumanas constituyen los problemas estructurales a resolver

A juzgar por la perpetuación de la pobreza a escala mundial, aun con las mejoras logradas en algunas zonas, tiene razón. La suya no es la visión dominante, que mide índices de variables económicas y no los correlaciona con el bienestar de las poblaciones concretas. No piensa que la salud de la economía sea lo más importante, cuando la finalidad de la gestión sobre bienes, recursos y presupuestos es la mejora social. De lo contrario estaríamos haciendo una caricatura de la ciencia y una burla a los desheredados.

El jefe de la Iglesia Católica pidió también perdón por no atender con el mismo grado de preocupación las angustias de la clase media y se justificó en la “centralidad” que tienen los pobres en el Evangelio. Sin embargo, reconoció que “los empresarios crean puestos de trabajo”, aunque señaló que, sin embargo, “los frutos del desarrollo económico no se distribuyen bien”. Afirmación un tanto temeraria, porque hay muchas diferencias entre países. La generalización no ayuda y en todo caso puede impedir una comprensión cabal del camino necesario para elevar las condiciones de vida. La lucha social es más eficaz cuando los objetivos son claros.

El hecho es que hay mejor distribución donde hay, en combinación, mayor productividad y organizaciones sociales, como los sindicatos, que deben defender los intereses de los trabajadores. Y, obviamente, donde no está presente un sindicalismo amplio, los movimientos populares suplen esa carencia. A propósito, cabe señalar que dado el bajísimo prestigio que tiene hoy el movimiento obrero en la Argentina (por defectos propios de casos aberrantes y por el eficaz uso de descalificación que se hace de ello) establece también la necesidad de una acción reparadora de conductas e imagen, lo que no son cosas que puedan funcionar por separado.

El Papa reclama “políticas racionales y equitativas que afiancen la justicia social”, yendo así al meollo de una de las batallas culturales que plantea la prepotencia del neoliberalismo, ahora disfrazado de libertario. Tema para otra nota, pero apuntemos que la justicia social en sentido pleno no existe, ni puede existir, en el sistema capitalista pero es una estupenda bandera para luchar por la mejora social y la calidad de vida de los pueblos.

Donde Francisco es imbatible, en opinión del autor de esta nota, es en su certera denuncia de la “política del descarte” que se ha instalado en el mundo y de un modo especialmente cruel en la Argentina contemporánea. Descarte humano, marginalidad, olvido de los viejos y descuido de los niños, de donde surge, dice con énfasis, “la desolación y la violencia” a las que opone, con dimensión poética, “la armonía de la justicia social”.

La lucha ambiental

Consecuentemente con su encíclica Laudato si, habla de una “ecología integral” donde no solo se tenga en cuenta el manejo del medio natural sino las condiciones sociales en que viven las poblaciones desamparadas.

El progreso técnico (el Papa lo rescata y al mismo tiempo advierte sobre su uso antihumano) se orienta en la dirección de la sustitución de la mano de obra, con lo cual el viejo “ejército de reserva” se transforma en muchedumbres hambrientas. 

Allí tenemos un desafío muy interesante en términos teóricos y por supuesto prácticos: cómo expandir sostenidamente la oferta de empleo en un país subdesarrollado como el nuestro, con las posibilidades y recursos conocidos pero en atraso galopante. No hay otro camino que la acumulación, palabra con la que el Papa se lleva mal y con la que tiene algo más que una cuestión semántica. 

Francisco condena la avaricia como un pecado individual  cuando es en realidad un sistema, al que también denuncia sin afinar la puntería. Será un pecado en términos de valores religiosos pero es una motivación instalada en el núcleo de la organización productiva, que hace de la ganancia el motor del proceso de ampliación de la producción.

El Papa lo resuelve con ayuda de Jesucristo, diciendo que el hijo de Dios hecho hombre “no acumulaba sino que multiplicaba” (los peces, claro). Con las cuestiones de fe no conviene bromear porque se causan agravios con facilidad y no es lo aconsejable nunca. La crítica de la Iglesia al capitalismo tiene una larga trayectoria desde que aparecieron las encíclicas sociales a fines del siglo XIX (León XIII, con sus encíclicas Quod apostolis numeris, de 1878, Rerum novarum, de 1891, y Graves de comuni re de 1901).

Oportuno resulta citar un párrafo de la tercera de ellas: “La grave controversia de economía política, que desde hace tiempo debilitan en más de una nación la concordia de ánimos, de tal modo se propagan y enardecen, que no sin motivo tienen inquieto y en suspenso el parecer de los hombres más prudentes”. 

Estas primeras cartas que iniciaron la llamada doctrina social de la Iglesia, habiendo condenado previamente al comunismo, al socialismo y al nihilismo y, por qué no, al anarquismo, también señalaron la obligación de los cristianos de respetar tanto las jerarquías (autoridad) como la propiedad, señalando que la preocupación por los pobres implicaba a la caridad como una virtud necesaria, dadas las enormes desigualdades sociales existentes. 

Lo que la Iglesia buscaba entonces, y busca todavía, era crear una sociedad armoniosa donde cada uno encuentre su lugar y no haya graves injusticias. Pese a las críticas del Papa Francisco a los “bimillonarios”, a quienes aconseja compartir sus riquezas porque eso los hará más felices, no hay en su mensaje una propuesta igualitarista. Persigue la armonía de las clases sociales, que en realidad tienen sus tensiones no derivadas de la maldad intrínseca de los propietarios sino de la forma en que se organiza la producción, los intercambios y se reparten los beneficios.

El núcleo teórico más actualizado que defiende Jorge Bergoglio parte de la concepción del destino universal de los bienes, puesto que todos ellos provienen de la Creación, aún con la intervención humana en su “multiplicación”. No es, a esta altura, una defensa cerril de la propiedad privada a la que la “sana doctrina” considera que debe realizarse en el sentido del bien común. 

Señala Francisco también que, combatiendo todavía la herejía calvinista, “se exalta la acumulación de riqueza como si fuera una virtud” cuando en realidad es un vicio. Alguien de su inteligencia no ignora que el tema es delicado, por eso agrega: “las riquezas son para compartir, para crear, para fraternizar”. Eso explica, quizás, que lo beatifique al empresario argentino Enrique Shaw.

Esa compleja administración conceptual tiene sus riesgos y el Papa no lo ignora. Anotemos a favor de su honestidad intelectual su sincera confesión que lo lleva a pedir, más de una vez, que se le señale si está equivocado: “no tengo el monopolio de la interpretación de la realidad social”

Así como para el pontífice la avaricia es un camino inmoral e irracional, que “destruye a la creación y divide a los pueblos”, sostiene que la búsqueda de la justicia social, fundada en la compasión (padecer junto con los que sufren) ayuda a construir la unidad de las distintas sociedades. Concepto interesante que podría inspirar otra diplomacia y convivencia internacionales.

Demoliendo mitos

Francisco, como aquél Mesías que echó a los mercaderes del Templo, la emprende también contra la falsa “cultura del ganador” que se cree superior a los demás y sostiene con una conmovedora figura que la única forma en que podemos mirar a alguien desde arriba es “ayudándolo a levantarse”. 

En lo que probablemente sea el mejor momento de su discurso el Papa señala que la indiferencia y el desprecio “habilitan el rugido del odio” y desde allí se pasa con facilidad de la violencia verbal a la represión de quien reclama por sus derechos. 

Aboga en consecuencia por acciones legítimas de protesta pero siempre bajo formas no violentas. Propone asimismo ensanchar horizontes para que las teorías económicas y sociales abarquen a todos, que tienen derechos por su sola pertenencia al género humano. Palos van entonces contra el “darwinismo social” y exhibe así su repudio a la ley del más fuerte que termina justificando el exterminio. Lo cual constituye un verdadero soplo de aire fresco en estos tiempos de frecuentes humillaciones y burlas a los más débiles.

Escraches y tiro al bulto

Veamos ahora algunas definiciones muy específicas que vertió el Papa en su reunión con los dirigentes de los movimientos sociales sin privarnos de poner algunas de ellas en cuestión:

El colonialismo se llama litio”. Presuponiendo la explotación del trabajo en esa actividad extractiva. Depende, padre Jorge, de cómo se lleve a cabo y las condiciones que establezcan las leyes.

Memoria histórica y sentido de pertenencia”. Indispensables en cualquier caso aun cuando el brulote contra Roca llame la atención por la carencia de contexto de tiempo y lugar, que sonó demagógico. 

La guerra siempre es un crimen”. No le regala Alberdi al señorito Milei, muy oportuno.

Identifica asimismo al narcotráfico, el crimen organizado, y la trata de personas como actividades aborrecibles a erradicar. Señala muy acertadamente que estos flagelos crecen cuando no hay integración social. 

Alerta a políticos, sindicalistas, artistas, entre otros, y hasta los curas (que suelen tener sotanas con “grandes bolsillos”, agregó) que no se escondan en discursos ajenos a las necesidades reales y adoptan actitudes serviles hacia el poder. Insistiendo siempre que “la realidad es superior a la idea”, tanto como demanda de cambio como en la determinación de las prioridades de la acción, rematando en la incontrovertible sentencia de que “los pobres no pueden esperar”, por eso su movilización contribuye a su redención.

Al pasar, hace una aclaración clave: mientras se resuelven las causas estructurales considera necesario reclamar también por lo inmediato, lo más urgente… “las dos cosas al mismo tiempo”. 

Libera a los movimientos sociales de enfrentar por sí mismos a la criminalidad (“como tantos policías buenos lo hacen”) y recuerda que el trabajo de base es una barrera de contención que dificulta el avance de las bandas que operan en la ilegalidad.

En suma, que nadie quede tirado, excluido, ni convertido en una mercancía, con énfasis en la protección de la niñez y de los ancianos. 

Hay mucho más, pero como esto no es un panegírico, ni siquiera una glosa, cerremos con un concepto esencial en el pensamiento del Papa Francisco, la intergeneracionalidad y una reflexión final.

Según el pontífice no somos individuos aislados como quiere el neoliberalismo para manipularnos mejor, uno a uno. Venimos de una estirpe familiar y nos prolongamos en la descendencia, por eso importan tanto para él los niños y los viejos. Un sentido de comunidad que hace rato no vemos plasmadas en las políticas comunitarias, aunque se hagan apariencias para no perder la facha. Somos un pueblo que se renueva en el despliegue de su esencia cultural. De allí que liberales de pacotilla desprecien (y teman) tanto a la cultura nacional.Colofón: se lo puede discutir de muchas maneras a Bergoglio Papa, con razón o sin ella, pero este argentino (¿el más relevante de la historia?) se ocupa desde su sitial de los problemas que más afligen hoy a la humanidad sin la mirada del burócrata internacional que hace carrera hablando sobre esos mismos problemas. Eso solo bastaría para tomarlo con respeto, ¿no? Tal vez corresponda, como lo hace Aznavour en La bohème, que nous vivions de l’air du temps…

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