Trump practica con el Gran Garrote

El presidente de China, invitado a la asunción. Panamá, amenazado. Y Dinamarca esperando una oferta que no pueda rechazar.

Es curiosa la fama pacifista de Donald Trump, un objeto mediático muy bien construido antes, durante y después de su primera presidencia. En plan populista, el multimillonario dijo una y otra vez una cosa muy cierta, que las guerras las empiezan los gobiernos y las pelean los pobres. Una vez acomodado en la oficina oval, hizo un gesto despampanante, el de ponerle fecha a la retirada de Afganistán. Hasta tuvo suerte en que le ganara Joe Biden, que se tuvo que fumar el desastre de tener muertos el último día y ver al eterno enemigo talibán volver campante a Kabul.

Esto es, el balance absurdo de veinte años de guerra en Afganistán le quedó a los demócratas, igual que la responsabilidad de salvar a tantos que trabajaron para los norteamericanos. Trump, en el llano, se dedicó a tirarle piedras a su rival.

Pero el pacifismo trumpiano se cae solo cuando se mira un poco el mapa de despliegues militares de EEUU. Trump se salió del pantano perdidoso de Afganistán, que ya era un papelón y un agujero negro financiero. Pero las fuerzas especiales siguen en varios países de Africa, entrenando amigos y combatiendo jihadistas. Hay tropas en combate en Siria e Irak, hay misiones militares en medio mundo. Y además están los grandes fierros en Alemania, Polonia, Corea del Sur y Japón.

ES que al Donald no le gusta perder, y Afganistán estaba perdido.

Mientras preparan la ceremonia de asunción del 20 de enero, Trump ya dio algunas indicaciones, varias contradictorias, de qué le espera al mundo en su segundo mandato. La primera cuestión en la agenda norteamericana es China, por la simple razón de que reemplazó a la vieja Unión Soviética en el lugar de “casi par”, excepto en temas de armamento nuclear. Lo de “casi par” es un elemento doctrinario de la jerga militar que terminó contagiando a los diplomáticos, un status en el que te reconocen como capaz de darle guerra en serio a los EEUU. La Alemania nazi fue el primer “casi par”, la URSS el segundo. China, con su flamante flota que ya es la segunda del mundo y no para de crecer, es el tercero.

Por supuesto, los chinos son además una potencia económica y financiera, y un socio comercial imbricado en la vida norteamericana. El comercio binacional es favorable tres a uno a Pekín, pero esto es engañoso porque mucho, pero mucho de lo que China le vende a EEUU viene con marca norteamericana. Ejemplo simple: cada Iphone vendido en este planeta fue fabricado en China, pero lo factura una multinacional norteamericana. No es tan simple cortarle las alas industriales a los chinos.

Este es el principal bolonqui y el mayor misterio del futuro inmediato, porque Trump prometió efectivamente reindustrializar su país a fuerza de impuestos de importación. La idea es simple, que los productos importados sean tan caros que valga la pena fabricarlos en suelo propio. Pero puede ser simplista, porque le estás sacando mercado a tus propias compañías, con sede en tu país pero con fábricas en el exterior. ¿Se la van a fumar pasivamente?

Mientras, Trump hizo algo que nunca se había hecho, invitar al presidente chino Xi Jinping a su ceremonia de asunción. Esto parece una obviedad, pero resulta que nunca ocurrió en Estados Unidos. En ese ritual que vimos tantas veces por televisión, de gente aterida en una tribuna armada al costado del Capitolio, no hay ni siquiera embajadores, sólo funcionarios, familiares, políticos y jueces con una biblia en la mano. Xi no contestó si va o no, pero el gesto es potente, aunque muy difícil de interpretar.

Más fuerte y claro fue el comentario al pasar que hizo el electo sobre el Canal de Panamá, diciendo que debería “volver” a Estados Unidos. El Canal fue devuelto en 1978 a Omar Torrijos, en un acto de reparación de Jimmy Carter que los republicanos siguen repudiando. Como se recordará, el tajo entre ambos océanos era un enclave extraterritorial completamente bajo control norteamericano. Después de un par de décadas de administración conjunto, el sistema pasó a control panameño en 1999. 

Trump ahora inventó que hay soldados chinos operando el Canal y que los barcos con bandera de barras y estrellas pagan una tarifa más alta por su nacionalidad: “Nos roban miles de millones por año”. El azorado gobierno panameño tuvo que aclarar que, si bien los precios habían subido recientemente, todos los barcos pagan los mismo por categorías de tamaños, sin distinción de pabellones.

Otro tiro al aire fue disparado el domingo pasado, cuando Trump anunció su candidato a embajador en Dinamarca. Resulta que Dinamarca todavía controla las relaciones exteriores y la defensa de su ex colonia de Groenlandia, que Trump ofreció comprar en su primer mandato. Tersos, los daneses contestaron en ese entonces que la enorme isla no era suya para andar vendiéndola y no tocaron más el tema. Esta vez, Trump insinuó que les haría “una oferta que no puedan rechazar”… Resulta que el recalentamiento global está haciendo que Groenlandia sea habitable otra vez y parece que está llena de tierras raras y otros minerales valiosos.

¿Será en serio? Los republicanos MAGA suelen descartar estos exabruptos con un “Donald es así, no te preocupes”. Pero poniéndose un poco paranoico, uno recuerda que lo que no le gusta a Trump es perder, o las guerras largas y ambiguas. El costo de pelear con China es inimaginable, en vidas y hacienda, pero Panamá podría ser un paseo militar con las banderas al viento. Groenlandia tiene otros bemoles porque Dinamarca es miembro de la OTAN y ahí rige un principio firme: si alguien ataca a un miembro, los otros tienen que defenderlo.

Claro que EEUU también es miembro de la OTAN, con lo que la paradoja sería espectacular.

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