No digas que fue sueño

Gobernar es también ejercer la seducción y la posesión. Aficionados, abstenerse.

Postrada ya. Al frente la serpiente con su letal carga de muerte (y de salvación, ésa que da el sueño final) se arrastra hacia ella. Hacia ella que tanto ha luchado por la libertad y la independencia de su pueblo que fue imperio y fue esclavo. Hacia ella que se escondió dentro de una bella alfombra para que al desenrrollarla quedara desnuda frente al invasor, al opresor, al que finalmente sería su amado amo. Y tuvo un hijo con él al que pondría el nombre del padre.

Y todo esto (y más) para que la dinastía de los Tolomeo no desapareciera de Egipto, al que había gobernado desde los tiempos de Alejandro el Magno. Sin embargo, no fueron los años de mandato los que pervivieron sino la biblioteca que reunía el conocimiento de la época. Alejandría contrataría hasta mercenarios para que fueran en busca de los papiros. Ya comprendían que aquel verbo anunciado como el principio era la eternidad. Y ella lo sabía. Por eso leía y hablaba varios idiomas. Siempre fue más que un cuerpo.

¿Se enamoró realmente Cleopatra primero de Julio César y después de Marco Antonio? ¿ O sólo fue una estrategia para continuar reinando, para sobrevivir y para que los suyos vivieran bajo un yugo menos pesado?

Lo de César parece más claro: era dueño del Poder y el poder. Es decir el arte de hacer y el de poseer. Finalmente, no se esperaba otra cosa de él. Gobernar es también ejercer la seducción y la posesión. Aficionados, abstenerse.

¿Cuánto amaba Marco Antonio, el amigo y rival de Julio, a esa mujer para dejarlo todo e irse a luchar a su lado? ¿O sólo deseaba  aquello que fue de su fraterno?

Usted, como lo hacen los historiadores (finalmente ejercen una rama de la literatura) podrá inventarse, es decir narrarse, la versión que más le guste. La del amor desgraciado, o la de los fríos cálculos políticos, la de la mujer desesperada o la de aquella que no duda en usar su sexo como arma de combate.

Mientras tanto la sombra de Cleopatra nos visita, nos recorre. Mujer, estadista, amante. En un mundo donde los poderosos le regalaban un pedacito de su tiempo entre reunión y reunión, entre guerra y guerra. Y ella luchando por ser, venciendo para que su nombre fuera parte de la historia. Consiguiendo que esto pasara. Ella esclavizando al todopoderoso César cada vez que la penetraba, y al mismo tiempo convirtiéndose en su esclava. Transformándose en ama arrebatando al emperador de otros lechos, de otros sueños, pero llenándose de pesadillas sobre su futuro y el de su hijo Cesario.

Cleopatra ya tiene el veneno dentro de su sangre. Las imágenes de su vida la recorren. De pronto, en un disparo de lucidez proclama: “No me mientas, no me digas que fue un sueño”, como escribiría el poeta Kavafis dos mil años después. La vida te despeina, pero que no te digan que fue un sueño. Que no te mientan.

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