El Papa Francisco considera que la Iglesia a la cual lidera es, más allá de una categoría sociológica para distinguirla de otros agrupamientos cristianos, “católica” por su propia naturaleza y universal por “la apertura a todos los pueblos y las culturas de todo tiempo”. De ahí que en cada intervención de Francisco deban dilucidarse los contenidos teológicos, específicamente religiosos, y los que avanzan con audacia sobre la coyuntura histórica, como sucedió en una misa inmediatamente posterior a la inauguración del Jubileo Ordinario de 2025.
Hay momentos luminosos que promueven la visibilidad de otros momentos, y éstos y los sucesivos que se van clareando invitan a desentrañar un sentido posible que sugiere, a su vez, la tensa convivencia con lo inesperado. Promediaba 2013 cuando el Papa Francisco, un argentino de nombre secular Jorge Bergoglio, apenas elegido en reemplazo del renunciante Benedicto XVI presidía la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil, y pronunciaba por primera vez algunas palabras que recorrerían el planeta. “¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío. Que acá dentro va a haber lío […]. Pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos, las parroquias, los colegios… Las instituciones son para salir, si no salen se convierten en una ONG, ¡y la Iglesia no puede ser una ONG!” De tal manera el flamante Papa Francisco pedía a los fieles que se pusieran en movimiento, que abandonaran cierta molicie y asimilaran que la quietud, tanto en el plano religioso como también en el político, social y cultural, en verdad implicaba retroceder y perjudicar al prójimo por alejarlo de una posible convergencia redentora.
Dos años más tarde, cuando todavía se oía el eco de palabras como “hagan lío: cuiden los extremos del pueblo, que son los ancianos y los jóvenes”, Francisco se despidió de su breve recorrida por América Latina oficiando una misa en un altar al aire libre en Asunción, la capital de Paraguay. Había estado en Ecuador y Bolivia, y la ceremonia se dio en el marco del XXI Encuentro Latinoamericano de la Pastoral Juvenil. Entonces Bergoglio eligió repetir con matices sus ideas para exhortar la movilización de los varios centenares de miles de muchachos congregados allí. “Sigan haciendo lío –dijo en la costanera asuncena, con el río Paraguay a sus espaldas–, pero también ayuden a ordenar el lío que hacen.”
Aclaración estilística: en el párrafo precedente no es azarosa la utilización de la palabra “muchachos”, como se verá, porque a raíz de esa gira de apenas ocho días a mediados de 2015 la revista londinense The Economist publicó un balance de la misma bajo un título sugestivo: “El Papa peronista (The Peronist Pope)”. El artículo, abusando del condicional y hasta de cierta cadencia anglicana, decía que “si uno pudiese aplicar el término a un prelado de 78 años que ha convertido la falta de ostentación en un arte, entonces el Papa Francisco es una estrella de rock (If one can apply the term to a 78-year-old prelate who has turned lack of ostentation into an art form, then Pope Francis is a rock star)”. Y como parecía también un lugar común –que se estira hasta la actualidad– el artículo se refirió a la gran preocupación de Francisco por los excluidos y las víctimas de la falta de tolerancia, a la prioridad que daba al trabajo pastoral con los marginados y a su lucha por el respeto de la humildad popular y por la existencia de una “iglesia pobre, para pobres”. Todos asuntos necesarios pero insuficientes para fundamentar el uso, como se advirtiera más arriba, de la palabra “muchachos”, tan cara a la versión local del “movimiento nacional-populista de la Argentina”.
Valorizar al pluralismo, oponerse a toda dictadura, ver con desconfianza el despliegue del culto de la personalidad y con malos ojos a quienes persiguen contra viento y marea liderazgos individuales, fueron algunos de los puntos de la prédica de Francisco, junto a muchos otros que entusiasmaron (y siguen haciéndolo) a quienes aún abrevan en la Teología de la Liberación, por ejemplo, aquella corriente cristiana que en las décadas de 1970 y 1980 elaboró pronunciamientos marcadamente de izquierda y muy influyentes por aquel entonces. Pero la publicación londinense destacó la toma de distancia del Papa Francisco del marxismo y la revolución violenta, aunque advirtiendo que sus críticas al libre mercado lo condujeron a cierto distanciamiento tanto de la tradicional doctrina social católica como también del “peronismo, el movimiento nacional-populista de la Argentina, del cual fue muy cercano”. O sea que el título de la nota (“El Papa Peronista”) podría responder a la muy comentada afinidad con esa fuerza política de aquel joven superior provincial jesuita Jorge Bergoglio (nombrado en ese cargo a los 36 años, en 1973), aunque no soportaría la diligencia de los redactores del artículo en sí mismo, decididos a poner los puntos sobre las íes, llegando incluso hasta contradecir al propio título. En efecto, ensayaron una semblanza del Papa Francisco desacreditando el título de la nota, pero también de alguna manera justificándolo por el registro de la masividad de sus intervenciones públicas, acordes con cierto movimientismo en acto que podría asociarse con el peronismo, al menos en el plano imaginario. En síntesis, The Economics en ese número aplica el viejo truco de vender por las portadas o los títulos, pero a la vez difundiendo contenidos con una “verdad” que tranquilice a los lectores.
Las intervenciones de Francisco suelen abordar temas que trascienden lo específicamente religioso, como ahora, apenas transcurridas dos semanas desde la inauguración del Jubileo Ordinario de 2025, en ocasión de oficiar una misa en la Plaza de San Pedro. La inauguración del Jubileo había sido un acontecimiento verdaderamente notable, cuando el Papa abrió la “Puerta Santa” de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, al tiempo que luego harían lo propio con las puertas santas de las basílicas romanas San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros. De tal manera había comenzado el desfile de los peregrinos que durante el año jubilar (desde el 24 de diciembre de 2024 hasta el 6 de enero de 2026) llegarán a Roma para manifestar arrepentimiento y esperar la indulgencia plenaria, el perdón de sus pecados.
Unos días después de la inauguración del Jubileo, entonces, en ocasión de oficiar una misa en la Plaza de San Pedro a propósito de la Jornada Mundial por la Paz, al concluir el Ángelus el Papa Francisco se manifestó contra los enfrentamientos armados, destacó que la comunidad internacional lucha porque sea respetado el derecho humanitario, y planteó que “se debe decir basta, sobre todo a los ataques de los hospitales, las escuelas, los lugares de trabajo. ¡La guerra es siempre una derrota!”. Respecto del año jubilar, dijo que “nos solicita ser mensajeros de esperanzas con simples pero concretos sí a la vida”. Y entonces recordó que “este año se caracteriza, con motivo del Jubileo, por un tema peculiar: el de la condonación de las deudas”. Y agregó que el “el primero en perdonar las deudas es Dios”, y “nos pide traducir este perdón a nivel social, para que ninguna persona, ninguna familia, ningún pueblo sea aplastado por las deudas”.
La condonación de las deudas es uno de los temas en el año del Jubileo, insistió Francisco, y por lo tanto animó “a los gobernantes de los países de tradición cristiana a que den buen ejemplo, cancelando o reduciendo en la medida de lo posible las deudas de los países más pobres”. Son palabras que se alinean con las propuestas respecto de la necesidad de lograr la paz en el mundo, y de que un porcentaje de los recursos destinados a la industria armamentista se oriente a crear un fondo que contribuya a combatir la pobreza. Son palabras, sobre todo las referidas a la condonación de las deudas de los países más pobres, que analizadas técnicamente desde la perspectiva de un economista, por decirlo así, quizá resulten teñidas de cierta y aparente ingenuidad. Pero son palabras propias del ámbito religioso y, por extensión, que no requieren ser creyente para apreciarlas en su enorme dimensión política.
Todo cuanto dice Francisco habilita diversos abordajes. En 2021 pronunció su catequesis durante la Audiencia General del miércoles 13 de octubre, y aludió a la epístola a los Gálatas, de San Pablo. En esa epístola se trata teológicamente el tema de la libertad, siempre en clave cristiana, pero como derivación inesperada aparece que la libertad “nos abre a acoger a cada pueblo y cultura, y al mismo tiempo abre a cada pueblo y cultura a una libertad más grande”. Y de la visión de la libertad cristiana, expuesta por Pablo en su Carta a los Gálatas, prosiguió el Papa Francisco en esa ocasión que “deriva el deber de respetar la proveniencia cultural de cada persona, incluyéndola en un espacio de libertad que no sea restringido por alguna imposición dada por una sola cultura predominante”. Y deriva algo más, expresó, ratificando su preferencia por el estar en movimiento, en peregrinaje continuo. “Por tanto, no pretendemos tener posesión de la libertad. Hemos recibido un don para custodiar. Y es más bien la libertad que nos pide a cada uno estar en un constante camino, orientados hacia su plenitud. Es la condición de peregrinos, es el estado de caminantes, en un continuo éxodo, liberados de la esclavitud para caminar hacia la plenitud de la libertad.”Transcurridos tres años, Francisco publicó la Bula de Convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025, y al momento de titularla también recurrió al apóstol Pablo, a la Carta a los Romanos (5,5). Una vez más, y mirando la situación internacional con varias guerras en curso y las acechanzas de otras guerras por venir, no hace falta ser creyente para realizar una intelección política del texto, que se ofrece generosamente desde el título: “Spes non confundit” (La esperanza no defrauda). Y ésa es una de las consignas del Jubileo, precisamente, el mantener en alto las banderas de la esperanza.