Así como Milei absorbe hoy prácticamente todo el espectro antiperonista, CFK intenta bloquear la renovación de liderazgos en su propia corriente política. Ambos términos de esta falsa antinomia le ponen un chaleco de fuerza a la expresión de otras propuestas, impidiendo que puedan oxigenar la sociedad y dar vía a sus aspiraciones de mejora en sus condiciones de vida y de trabajo.
No deberíamos estar sorprendidos por el triunfo oficialista en las elecciones de medio tiempo realizadas el domingo pasado. Los elementos que anticipaban el resultado aparecían en los datos relevados por diversos estudios profesionales, que en nuestro caso pudimos ver en el informe de QMONITOR del pasado septiembre, al describir un estado de polarización muy marcado.
Ese relevamiento, como otros estudios serios realizados sobre la opinión pública, no mostraba la diferencia a favor del voto por LLA que finalmente resultó, pero ya afloraba claramente que los votantes no percibían a la oposición en una situación destacada, o sea como una alternativa política a tener mayoritariamente en cuenta.
Como de costumbre, las razones del voto son múltiples y se prestan a diversas interpretaciones, pero desde nuestro ángulo de visión parece posible encontrar un eje sobre el cual si no todas al menos la mayor parte de esas diferencias se articulen en una explicación comprensiva.
Este núcleo o eje podría describirse, entre otras vertientes, como una falsa opción entre antiperonismo y kirchnerismo. No decimos, entre liberales y nacionales por la confusión que entraña, aun cuando los términos que elegimos tampoco son unívocos.
Mucho menos entre izquierda y derecha, aún más forzado.
De cualquier modo, todo lo que ocurre (antes, durante y después) es interesantísimo y merece sucesivas aproximaciones analíticas porque la realidad, que no está inmóvil, es siempre más rica que su descripción.
Ciertamente, el gobierno jugó –y la mayor parte de quienes se dedican a la comunicación lo asumió como consigna– a reducir la puja a un enfrentamiento con el kirchnerismo. Y con eso impactó con éxito sobre los votantes que no quieren saber nada de volver al pasado.
Influyó, incluso, sobre antiguos peronistas que no se sienten representados por Cristina Fernández de Kirchner, actual presidente del PJ, condenada a prisión domiciliaria. Así como Milei absorbe hoy prácticamente todo el espectro antiperonista, CFK intenta bloquear la renovación de liderazgos en su propia corriente política.
Ambos términos de esta falsa antinomia le ponen un chaleco de fuerza a la expresión de otras propuestas, impidiendo que puedan oxigenar la sociedad y dar vía a sus aspiraciones de mejora en sus condiciones de vida y de trabajo.
De este modo, el ajuste perpetuo como línea rectora de la acción política y gubernamental no tiene todavía una alternativa que pueda, por ahora, atraer la atención del gran público
La proporción de población que está pasándola mal en distintas escalas de gravedad es abrumadora: supera el 80%. Pero eso no se traduce en repudio electoral hacia las autoridades y se debe, muy presumiblemente, al temor de volver al pasado.
Como se ha repetido mucho en estos días: se prefiere un presente doloroso y un futuro incierto antes que una restauración del esquema anterior.
Por lo tanto, una concepción integradora y expansiva no se encarna hoy en la oferta política argentina. Es más, no se advierte como necesidad.
Este parece ser un punto de partida para una revisión de tal desvío, para quienes creen que la política es una tarea indispensable para gestionar el bien común.
No obstante, estamos saturados de datos, operaciones y desvíos de todo tipo sin que por ello exista claridad en las propuestas superadoras.
Es impensable que la dirigencia (en su conjunto, no sólo la política, porque los referentes son muy variados) y los comunicadores sociales carezcan de responsabilidad al respecto pues ellos son quienes manejan los temas a tratar. Esa responsabilidad (o falta de) es difusa, pero no por ello menos real, y no le cabe por igual a cada ciudadano.
No es el momento de recurrir a facilismos del tipo de “no tenemos educación” o “todos son iguales”.
Que las diversas dirigencias compartan una misma carencia no las iguala y eso tiene que ver con el diverso grado de responsabilidad que acabamos de mencionar.
Por lo pronto, en estas elecciones recientes la única propuesta presentada en todo el país era la opción por la continuidad. Lo demás estaba desdibujado o era aquello de lo cual los votantes huyen como el que se quema con leche al ver una vaca.
Y esta continuidad es ominosa, es decir, muy dañina en términos comunitarios. Supone perpetuar los sufrimientos actuales y continuar desmontando los ya desde antes insuficientes instrumentos para aliviar penosas condiciones de vida para la mayoría, sobre todo los más expuestos por sus bajos ingresos y escasa o nula protección social, sea en lo nutricional, salud, vivienda, educación, seguridad o bajísimas perspectivas de mejora en cualquier otro ámbito.
Si hay una mayoría que sufre y un voto favorable al gobierno en las elecciones de medio término, desde la perspectiva del movimiento nacional tenemos entonces un complejo problema político a resolver. No pasa sólo por la confusión, eficazmente instalada, de que castigar en las urnas al elenco actual nos lleva al caos, pero un segmento importante de la ciudadanía así lo cree.
Además, hay malas lecturas de la realidad por parte de quienes pretenden expresar una voluntad de transformación social para mejor. En todo caso, los castigados han sido ellos.
Para entender este proceso se requiere gran apertura mental, humildad y compromiso político con la verdad y las necesidades reales, evitando en todo lo posible las ataduras ideológicas que tienden a aceptar los hechos como una fatalidad o, peor, culpar a los compatriotas por hacer lo que pueden dentro de su esfera de acción, aun en el error, por evitar su decadencia. El voto a Milei, guste o no, tiene ese componente.
La crudeza del ajuste, que ahora parece se acentuará con este respaldo, tendrá sus efectos y veremos las reacciones. Apuntemos, mientras tanto, que las debilidades de una política simplificadora no desaparecen con el éxito electoral.
Es necesario ensanchar el debate frente a limitaciones tan evidentes. Esa responsabilidad cabe ante todo a quienes enfrentan la actual orientación oficialista, para instalar todo lo que le falta a la restricción actual: empleo, salario, salud, educación… que no es poco.
En esa línea ampliatoria, sugerimos analizar cuan retardatario es seguir sosteniendo antagonismos rústicos o deliberadamente falsos como oponer el mileísmo al kircherismo. No hay un debate de contenidos en esa oposición, o al menos de contenidos sustanciales como podría esperarse.
Peronismo y antiperonismo han jugado a la mancha venenosa en las últimas décadas, en las que el país pasó por diversas alternativas, caídas y respiros, pero con una tendencia general hacia su parálisis como resultante, una grieta muy rendidora para sus administradores, pero nefasta para la Argentina.
¿No habrá llegado la hora de plantearse su superación? Parece bastante difícil, pero no por ello deja de ser necesario intentarlo.
Ya hemos señalado en este medio que el riesgo del peronismo es su aislamiento, algo que se autojustifica al identificar al movimiento con la representación del conjunto, otra simplificación. Al otro lado del espectro, como también lo hemos señalado, el espanto no otorga sustancia.
Tal vez haya que cambiar la temática e ir al encuentro de las cuestiones que presenta cada sector de la sociedad.
La fórmula de la desregulación, es decir del todos contra todos, nos plantea la perpetuación de una sociedad desigual puesto que si algo exige un verdadero desarrollo a esta altura de la civilización son regulaciones sabias que organicen la dinámica social sin anestesiar ninguna forma de creatividad e iniciativa. Plasticidad y fórmulas integradoras con el concurso y participación de todos los grupos sociales.
Y del otro lado, se trata de evitar la burocratización en la administración de las condiciones sociales existentes, de modo que la pobreza no sea el pretexto para “hacer como que” nos estamos ocupando de eso mientras resolvemos nuestra propia situación.
Esto requiere ante todo fraternidad, es decir que no se pueda dar por cumplida ninguna tarea si no hay avances mensurables en la integración social y en la consiguiente elevación del nivel de vida de nuestros conciudadanos, algo completamente ausente en la actual administración.
Es preciso considerar a cada habitante de este suelo como un compatriota con quien compartir los esfuerzos para la mejora general. Ni la ilusión de algunos al sentirse mejor que otros ni la resignación frente a condiciones que son a todas luces injustas.
Estamos en una época en que el genio humano puede resolver todos los desafíos materiales de la subsistencia y garantizar la declamada igualdad de oportunidades, que no se vuelve real mientras no haya una dinámica muy potente de expansión productiva y creatividad popular. 
Para que eso sea posible hay que empezar a pensar en algo que al calor de las disputas (recordar, la grieta le sirve a pocos) se tiende a olvidar: que todos pertenecemos a una misma sociedad nacional, o sea que todos somos “argentinos de bien” y compañeros en el esfuerzo de convivencia que construya una comunidad organizada capaz de contener en su seno las diferencias que, de ese modo, se convertirán en la sal de la vida y no su perdición como hasta ahora.