La mecha corta

Sin saber nada de minería, Javier Milei ha apostado a la mecha corta. Pero para su mala suerte, en democracia el arte que prima es el de la negociación, es decir una suerte de mecha larga.

Dependiendo de si se quiere una explosión inmediata y de impacto o si por el contrario una más larga y con mayor control, los mineros de los Andes eligen usar mecha corta o mecha larga. Ambas tienen ventajas y dificultades. En el primer caso debes calcular el tiempo suficiente para que la explosión no dañe al dinamitero ni a sus compañeros. En el segundo, que el largo de la mecha no llegue a apagarse por falta de oxigeno u otro factor.

Claro que para horadar la piedra la dinamita debe estar acompañada de anfo, un explosivo muy poderoso y preciso. Él hará la masa junto a las piedras para que se desprendan las rocas dejando paso a la veta.

Bueno, sin saber nada de minería, Javier Milei ha apostado a la mecha corta. Pero para su mala suerte, en democracia el arte que prima es el de la negociación, es decir una suerte de mecha larga.

Esta metáfora tal vez sirva para entender el empeño que pusieron nuestros mayores en la separación de los poderes. Nadie debía tener el control absoluto. Así en el Medioevo nacería en Inglaterra el primer parlamento, cuya función casi exclusiva era votar los impuestos para las campañas bélicas.

Y a sables, tiros y guerras civiles la institución parlamentaria se fue imponiendo en Europa. Pero fueron dos revoluciones las que crearían el moderno parlamentarismo: la norteamericana y la francesa.

En el primer caso un genial inventor del siglo XVIII, Benjamín Franklin, que repartía su tiempo entre crear nuevos instrumentos y subvertir a sus vecinos, comisionó a un joven que estudiaba hasta 15 horas al día y que a pesar de que con el tiempo fuera dos veces presidente de los Estados Unidos, dijo que quería ser recordado por haber fundado la Universidad de Virginia, a que fuera vivir con los indios iroqueses que habitaban en la frontera entre Estados Unidos y Canadá.

El joven Thomas Jefferson, acaudalado dueño de tierras y de esclavos, vivió buen tiempo entre los pieles rojas y aprendió de su sistema de gobierno. Cada tribu de esa nación tenía autonomía y leyes propias. Cada una tenía un consejo de ancianos y hasta se escuchaba a las mujeres. Pero cuando sobrevenía la guerra todas las tribus se unían bajo mando único y tenían un consejo unificado.

La estructura de los Estados Unidos es pues una aplicación de la forma de organización de aquellos a los que el hombre blanco llamaba “salvajes”.

Jefferson fue el único presidente que nunca vetó una resolución del Congreso, tal su nivel de respeto al legislativo.

Los franceses después de tomar las Tullerías se organizaron en la Asamblea y con el tiempo para las votaciones se dividieron entre los que iban hacia la izquierda del hemiciclo y los que iban a la derecha. A la sazón jacobinos y girondinos.

En Sudamérica los primeros concejos deliberativos fueron las juntas tuitivas, que guardaban tres curules para los representantes indígenas. Inauguró esta forma de organización la ciudad de La Paz con la estructuración del autogobierno el 16 de julio de 1809. Entre sus resoluciones estaba no sólo de ser quien decidieran y mandaran sobre su destino sino también la abolición de las alcabalas (los impuestos) y condenar so pena de horca a quien hablase de otro con palabras como chapetón, mestizo, cholo, indio, negro o carbón del infierno. Todos debían hacerlo en su calidad de ciudadanos. La tenían bastante clara. Y si su proclama dice que “hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez”, esa revolución, que proclama que la lucha es “para ser en adelante tan felices como desgraciados hasta el presente”, será el grito que conmovería a la época.

En general el poder legislativo es un freno al autoritarismo. Así surgieron los soviets dando inicio a lo que sería la Unión Soviética. Y el parlamento se convirtió en gran peligro por ejemplo en Alemania, donde los nazis (lo admitieron incluso de los juicios de Núremberg) quemaron el edificio el Reichstag.

El Senado argentino le ha propinado una de las mayores derrotas a Javier Milei. Cuarenta y dos a veinticinco es una diferencia muy fuerte. Ahora le toca a Diputados. Seguramente el Gobierno no llamará a sesiones para tratar el tema hasta tener mayoría. Pero aunque sea mecha larga, ésta también se consume. En las montañas,  10 centímetros de mecha tardan en arder entre 16 y 19 segundos. Y podría insumir menos tiempo si Milei sigue soplando la pequeña flama y su vicepresidente anda acortando la mecha.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *