Para Adorni, el salario mínimo es un adorni

Al contrario de todo el resto de los oferentes, el vendedor de fuerza de trabajo no es un vendedor libre como supone Adorni, en el sentido de ser capaz de retirar a voluntad su mercancía del mercado si no le satisface el precio que le ofrecen. La razón es muy simple. Su producto en particular no es susceptible de ser estoqueado. Cada hora que transcurre sin vender es una hora de trabajo perdido. Hasta cierto punto, el asunto es el mismo que el correspondiente al caso de un producto instantáneamente perecedero. Un “mercado de trabajo” es entonces un cuento.

Para enflaquecer en gran forma la temporada veraniega actual en la costa argentina, se unieron el dólar barato y la infructuosa persecución de la coneja. La asechanza a la orejuda en la carrera contra el destino de pobreza manifiesta la inquietante aproximación ilusa y reaccionaria del Gobierno sobre la naturaleza el salario. El episodio ocurrido a fin de año durante la disertación cotidiana del vocero presidencial Manuel Adorni, en el que el funcionario justificó la decisión gubernamental de fijar el aumento del Salario Mínimo Vital y Móvil (SMVM) en los magros valores en que lo hizo el oficialismo libertario, resulta una prueba adecuada de los deseos de desigualdad. 

Semejantes descuelgues de la realidad en la sala de mandos del Estado suelen empujar a la sociedad civil a encrucijadas bien peliagudas.

En el ámbito del Consejo Nacional del Empleo, la Productividad y el Salario Mínimo, Vital y Móvil a instancias de la Secretaría de Trabajo, Empleo y Seguridad Social (STEySS), -que es por ley donde se trata y se establece el SMVM- la discusión entre los gremios patronales y de los trabajadores hacía seis meses que venía siendo postergada. Se convocó para mediados de diciembre. Los sindicatos de los trabajadores pretendían un aumento del 110 por ciento y los empresarios ofrecieron una recomposición del 8,5 por ciento, ambas devengadas completas en marzo. 

El Gobierno laudó a favor de la patronal y estableció mediante Resolución 17 / 2024 de la STEySS -sancionada el 23/12/2024 y publicada en el Boletín Nacional el 26/12/2024- un aumento del 9,3 por ciento para marzo con la siguiente escala: 286.711 pesos a partir del 1/01/2025, a partir del 1/02/2025 sube a 292.446 y desde el 1/03/2025 el SMVM será de 296.832. 

Tanto la Confederación General del Trabajo (CGT) como las dos Centrales de Trabajadores y Trabajadoras de la Argentina (CTA y CTA Autónoma), pujaron unidas para que el SMVM “al menos, alcance la canasta de la pobreza” según consignaron. Debido a esa meta postularon que SMVM debería ser en marzo de 1.001.466 de pesos a partir de fijarlo en enero en 572.000 pesos. Las centrales sindicales justificaron la racionalidad de su propuesta advirtiendo que “el retroceso histórico es tan grande que el valor real del salario mínimo ya es inferior al vigente durante la mayor parte de la década de 1990 y en la crisis final del régimen de convertibilidad”.

Las patronales –que no se pronunciaron oficialmente, pero sí oficiosamente acerca de lo que consideran la buena nueva del SMVM- fueron la careta que usó el Gobierno para –de acuerdo con su óptica- impulsar el crecimiento subiendo la rentabilidad empresaria, que es lo que busca promover al atajar el aumento de los salarios. Esa situación factible a escala microeconómica es una aberración macroeconómica: sin consumo no hay inversión, que es –justamente- una función creciente del consumo.

El discurso empresario

El Gobierno hace suyo –cuando así cree convenirle- el discurso empresario que siempre machaca con “bajar costos”. Eso es justamente microeconómico, o sea a nivel empresa. A escala macroeconómica, por lo general “bajar costos” no conlleva ninguna virtud. Sí sume en la pobreza a una parte de la sociedad civil que estaba por encima de esa línea, gracias a que los precios remuneran esos costos que estos ñatos distraídos quieren bajar.

Es común escuchar a empresarios denunciando los altos impuestos que pagan y explicando que en realidad los paga el consumidor. Ridículo. ¿Y el salario quién lo paga? El precio que paga el consumidor. En realidad, todos los costos los paga el que compra cualquier cosa. El precio se forma con esos elementos más la ganancia. Por ahí, los empresarios se hicieron eco de ese relato que habla de que un impuesto a la venta al bajar lo que el consumidor puede comprar, en esa cuantía lo eroga el pobre afectado. Lo mismo se podría inferir del salario. Si el empresario baja lo que paga de salarios, el consumidor podría comprar más. Nunca hacen ese razonamiento. Pasan de largo por razones obvias. ¿Impuestos sí y salarios no? Son los prejuicios contra el Estado esperables en quienes se declaran a viva voz anarcocapitalistas. 

El vocero

El vocero Adorni en la conferencia señalada más arriba sostuvo que la política salarial del Gobierno va tan bien que «el salario real promedio de la economía está en los 1.100 dólares y no en los 300 dólares de diciembre de 2023”. Hace unos días, el Presidente en su heroica pelea con la Vicepresidente Victoria Eugenia Villarruel por la queja de ésta por las dos chirolas que cobra, en una declaración radial formulada para desmentir que lo que embolsa ella es poco, indicó que «usted va, entra a la página del INDEC y mire los datos de distribución del ingreso (…). O sea, el salario promedio es 400.000 y pico de la economía. O sea, y debajo de eso usted tiene el 75% de la población». Mal de muchos, consuelo de tontos, como quien dice. 

“Esperemos que cuando la Argentina sea completamente normal, conceptualmente el salario mínimo deje de existir”, especuló Adorni en la conferencia y explicó –con la misma seriedad con que se refirió al monto promedio en dólares de los salarios- que “tener un salario mínimo es un error conceptual (…) porque si hay personas que están dispuestas a trabajar por menos de ese salario, el esquema no te permite contratarlas”. 

El problema con lo que plantea Adorni es el adjetivo “dispuestas”. No hay una decisión que se toma en libertad, sino que se hace por el asedio implacable de la necesidad de tener algo para vivir. 

Todas las ganancias de las empresas remiten a algo de capital preexistente y, por lo tanto, a una acumulación de beneficios anterior. Todo salario se refiere a un proletario, es decir a un ser humano tan pobre que no tiene para vender otra cosa que sus dos brazos y, por esto, a cierto salario anterior adecuado para reproducir los dos brazos, pero sin dejar a su dueño el excedente que le permitiría abstenerse de vender el uso de ellos. Ninguna otra cosa significa la separación del trabajador de los medios de producción. 

Cómo se forma el salario

Dar con la naturaleza del salario lleva a transitar una de las principales bifurcaciones entre la doctrina marginalista de la formación de los precios (en la que abrevan Adorni y el Gobierno) que va por un camino, y las teorías marxistas y ricardianas de valor que van por otro.

Los marginalistas no consideran al salario como un objeto teórico particular. Se trata de un precio, al igual que cualquier otro precio, y todos los precios son endógenos. Esto es, se forman en el mercado simultáneamente. Cada precio es determinado por los otros precios en la cadena circular entre la interdependencia y el equilibrio general. Si es que existe alguna anterioridad a todo, ésta se aplica a los precios de los bienes y servicios utilizados para consumo final en relación con los precios de los bienes y servicios utilizados para la producción (los factores de la producción). El aforismo que resume esta postura dice “los precios crean los costos”.

En esta concepción, el salario es una variable endógena y dependiente en dos sentidos. En un primer sentido, como un precio en general vinculado a otros precios. En un segundo sentido, como el precio de una mercancía que solo sirve para producir otros bienes. La utilidad en consecuencia deriva de la de estos últimos. El efecto de la fijación de los precios sobre la distribución del ingreso es, de acuerdo con este punto de vista, un efecto secundario y subordinado.

Para los clásicos y los marxistas -con mayor claridad en los últimos, y con menos para los primeros- el sistema está dotado antes que nada de un patrón de distribución del ingreso. Es este patrón, además de las condiciones técnicas de producción, el que constituye los dos datos principales exógenos para determinar la formación de todos los otros precios.

El salario como precio de la fuerza laboral no es justamente un precio como los otros precios. Representando la parte de los ingresos nacionales que correspondan a la clase trabajadora, no es solo el precio de una mercancía, sino que al mismo tiempo es el elemento constitutivo necesario y suficiente de distribución El ingreso de los no asalariados (la ganancia) es un residuo. Esto constituye uno de los principales elementos de las luchas políticas en el mundo tal cual es. En tanto que tal, el salario se fija de manera extra-económica, por lo tanto, exógena. Como la dirección de todas las determinaciones es desde lo exógeno a lo endógeno, el salario posee una precedencia lógica sobre los otros precios.

Para los libertarios el precio de las zanahorias o de las carteras Gucci determina sus costos. Para la traición clásica son los costos de producir la zanahoria o las carteras Gucci los que determinan sus precios. Y primariamente esos costos son fijados extra económicamente por la sociedad civil cuando se pone de acuerdo en cuanto quiere gastar para reproducir su fuerza de trabajo. Es decir, cuando fija culturalmente el monto del salario. No está de más reparar en las profundas diferencias que se abren en cuanto a la gestión de la acumulación de capital en la democracia abrazando una u otra postura. 

Los hechos 

Los datos de la realidad confirman tanto la postura clásica sobre los salarios como desmienten la marginalista que es la que articula el comportamiento del Gobierno en este plano al menos. La hipótesis marginalista –que es la que está detrás de lo dicho por Adorni- implica la existencia de un salario infinitamente flexible y susceptible a fluctuar sin límites en ambas direcciones. El problema para esta hipótesis es la realidad. A diferencia de todas las otras mercancías, en el caso de los salarios hay un límite a la baja, absoluto y exógeno, que es fisiológico.

Nunca ha habido ni de casualidad algo que podría describirse como un «mercado laboral». El precio del trabajo (fuerza de trabajo) no puede ser una cuestión de equilibrio entre la oferta y la demanda en forma similar a la de los otros productos. Tal equilibrio es sobre la base de una cierta simetría de las posiciones del vendedor y del comprador. En esas circunstancias niveladas, cada uno puede decidir libremente aceptar o rechazar una transacción en el mercado, de acuerdo con el hecho de que los precios son convenientes o no. 

Al contrario de todo el resto de los oferentes, el vendedor de fuerza de trabajo no es un vendedor libre como supone Adorni, en el sentido de ser capaz de retirar a voluntad su mercancía del mercado si no le satisface el precio que le ofrecen. La razón es muy simple. Su producto en particular no es susceptible de ser estoqueado. Cada hora que transcurre sin vender es una hora de trabajo perdido. Hasta cierto punto, el asunto es el mismo que el correspondiente al caso de un producto instantáneamente perecedero.

Un “mercado de trabajo” es entonces un cuento. Tan lejos como se pueda bucear en el pasado, siempre se encontrará que existieron “normas” formales o informales que organizaban el trabajo. Justamente el SMVM organiza el mercado e impide embromar al trabajador. Los que dicen que SMVM no sirve más porque el salario formal se fija por paritarias, olvidan que el problema está en su actual monto miserable. Sí que sirve y con el monto que pretendían las centrales sindicales favorecía al alza todas las paritarias.

Lo que enseña la experiencia es que el asunto de la negociación entre empleadores y empleados depende más de las normas y de un cierto cúmulo de aprendizaje previo que del estado del mercado o de la rentabilidad y situación financiera de las empresas en cuestión. Está claro que estas normas y aprendizajes reflejan en cada momento determinadas relaciones de poder entre las clases sociales.

El salario es desde el principio (por lo tanto, antes de que cualquier proceso de igualación se ha llevado a cabo) negociado y fijado a escala nacional, y muy a menudo sobre una base interprofesional. Incluso lo es tanto más en la medida que entren a tallar ventajas accesorias para los trabajadores. 

No hay ninguna correlación significativa entre las fluctuaciones coyunturales del empleo en los diferentes países y las tasas de los salarios comparadas en esos mismos países. Se puede concluir que la determinación de los salarios es un proceso más político que económico. Sus variaciones expresan las fluctuaciones en las relaciones de fuerza entre las clases sociales. Esta determinación extra-económica, institucional, hace posible una diferenciación durable entre el precio y el valor de la fuerza de trabajo. El 17 de octubre de 1945 así lo certifica.

Valor y precio

La diferenciación durable del precio y el valor de la fuerza de trabajo no las desacoplan entre sí. En ese trayecto ambas continúan estando conectadas una a la otra en una interacción recíproca. Un salario mayor que el valor de la fuerza de trabajo, si prevalece durante mucho tiempo, termina por conducir al alza este mismo valor, ya que el consumo extra es lo que permite que sea transformado en necesidades vitales. Por tanto, se lo incluye en el costo real de la reproducción de la fuerza laboral.

Recíprocamente, el aumento en el valor de la fuerza de trabajo desplaza los términos de la negociación al ser un componente de la relación de poder en sí mismo. Cuando más se aproxima al punto que en cada época y en cada país es considerado como el mínimo vital, mejor es la resistencia de la clase trabajadora y más fuerte el respaldo de los otros estratos sociales, mientras que la oposición de los empleadores disminuye. Por el contrario, cuanto más uno se aleja de este mismo mínimo vital, menos eficientes se muestra la acción sindical de los trabajadores, mientras que la resistencia de los empresarios se endurece más y más. Esto último es el objetivo de la batalla cultural que emprendieron los libertarios. Lo comentado por Adorni es una desagradable vulgarización. El valor miserable dado al SMVM es una prueba objetiva de que esto es así. 

Si la observación de Adorni y todo el proceso del SMVM no fueron vigorosamente rechazados por los opositores, vía un escándalo nacional, es porque saben que su legitimidad política proviene de mejorar en mucho la distribución del ingreso, pero no logran dar con el camino que los lleve a esa meta sin desatar un fuerte proceso inflacionario. Mejor no hablar de ciertas cosas. Además, en el fondo como buenos conservadores populares, mucho no les calienta. Debe ser que esperan que el paso del tiempo arregle una situación por demás dolorosa.


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