Batalla cultural con charreteras

En la Argentina por fin Malbrough s´en va en guerre. A Malbrú lo acompañan entusiastas advenedizos libertarios que no ven el momento de librar una rara batalla cultural indefinida pero peligrosa. Tiene bordes y combatientes difusos, por cierto, aunque puede aportar a sus animadores ingentes recursos y algún ascenso en la pirámide social.

Hablando de “batalla cultural”, como está de moda, habrá que revisar las imágenes de Donald Trump cuando festejó su triunfo flanqueado por un Elon Musk desbordante de saltitos y gestos de satisfacción. La euforia del magnate sudafricano, además de justificarse porque todo libertario cree que Trump comulga con sus ideas, tendría un destacable motivo adicional: con el nuevo gobierno teóricamente aumentaría la distancia entre el emporio digital de Musk y las iniciativas estatales y multilaterales en diversos puntos del planeta para regular, entre otras cuestiones, la difusión de contenidos a favor de la violencia, el odio y el racismo.

Por supuesto que Musk y sus abogados rechazan las regulaciones en nombre de la libertad de expresión, pero la que defienden ellos en el marco monopólico del sector digital deviene más aparente que real y, por añadidura, distribuidora masiva de contenidos atentatorios contra varios pilares del sistema democrático, desde el respeto a los derechos humanos hasta la preservación y estímulo de una convivencia civilizada. 

En este punto conviene mantener presente un aporte del constitucionalista norteamericano Owen Fiss, citado en un artículo por Damián Loreti y Luis Lozano: “Los debates del pasado asumían que el Estado era el enemigo natural de la libertad –escribió Fiss–. Era el Estado el que trataba de silenciar al individuo, y era el Estado al que había que poner límites. Hay una gran dosis de sabiduría en esta concepción, pero se trata de una verdad a medias. Ciertamente el Estado puede ser opresor, pero también puede constituir una fuente de libertad (…) Este punto de vista –inquietante para algunos– descansa en una serie de premisas. Una de ellas se refiere al impacto que las concentraciones privadas de poder tienen sobre nuestra libertad, por lo cual a veces se necesita al Estado para contrarrestar estas fuerzas… La libertad que el Estado está llamado a promover es una libertad de carácter público, que ve en la libertad de expresión una protección de la soberanía popular… En algunos casos, los órganos del Estado tratarán de asfixiar el debate libre y abierto y la Primera Enmienda constituye el mecanismo que frena los abusos de poder estatal. En otros casos, sin embargo, el Estado puede verse obligado a actuar para promover el debate público cuando poderes de carácter no estatal ahogan la expresión de opiniones… Puede que el Estado tenga incluso que silenciar voces de algunos para que se oigan las voces de los demás, a veces no hay más remedio.”

El impacto político del (mal) uso de las tecnologías de información y comunicación no requiere explicación alguna. En el caso de la Argentina, por ejemplo, fueron ingentes las desplegadas para participar de las últimas elecciones, y no menores las que se utilizan ahora para manipular a la opinión pública, apelando a la circulación por medios relativamente tradicionales como la radio, la televisión, la computadora y el celular, o lanzando andanadas de mensajes de texto, correos electrónicos y derivas a diversos blogs y sitios de las redes que brindan versiones del mundo y del entorno “verdaderas”, cuya autoría sólo cuenta con el aval de los propietarios y empleados de las fuentes que las producen y difunden. Se creyó inicialmente que las nuevas tecnologías democratizarían la comunicación y serían un factor clave a la hora de divulgar la cultura, facilitando su acceso, pero luego también exhibieron aptitud para enajenar a grandes grupos sociales, degradando el estatuto de la verdad y adormeciéndolos con el arrullo de personajes mediáticos muy visibles y promovidos hasta la desmesura.

Las diversas concentraciones de poder tratan de forzar las agendas comunitarias, y como el procedimiento requiere un constante insumo de contenidos, también tratan de crear tópicos amplios y sumamente convocantes. Sirve de ejemplo la denominada “batalla cultural”, iniciativa que aquí ya cuenta con la Fundación Faro, usina libertaria conducida por el politólogo Agustín Laje, y que arrancó hace unos días debidamente financiada merced a su lanzamiento en una cena de gala en el Yacht Club de Puerto Madero con la presencia del Presidente Javier Milei, y a 25.000 dólares el cubierto. Pero esta “batalla cultural” que el gobierno publicita en la Argentina sólo exhibe por ahora cierta definición a trazo grueso de los bandos enfrentados, y luce bordes difusos y una notable carencia de un perfil más coherente de sus principales animadores.

Poco después, el sábado 16 de noviembre hubo un acto que contó con las presencias estelares no sólo del filósofo del régimen que maneja una billetera robusta sino también del (para muchos apócrifo) médico genetista Daniel Parisini, más conocido como El Gordo Dan. La convocatoria se llevó a cabo con el fin de presentar en sociedad a la agrupación híper oficialista “Las Fuerzas del Cielo”, la cual según El Gordo Dan se asumiría como el “brazo armado de La Libertad Avanza” y la “guardia pretoriana del Presidente Javier Milei”. No fueron palabras afortunadas, al igual que no fueron afortunados ciertos detalles escenográficos del acto, como las banderas rojas estilo estandarte con letras doradas (que decían: “propiedad”, “libertad, “vida”, “Dios”, “patria”, “familia”) colgando detrás del escenario y remitiendo a la estética nazifascista sin solución de continuidad. Tampoco faltaron analistas de la política señalando su perplejidad por la presencia de algunos legisladores como  Agustín Romo, diputado provincial por San Miguel, o Santiago Santurio, diputado nacional de La Libertad Avanza, junto a funcionarios como Nahuel Sotelo, secretario de Culto y Civilización, o Alejandro “Galleguito” Álvarez, secretario de Políticas Universitarias. Y hubo quienes borgianamente sentenciaron que no los unía el espanto sino el oportunismo, porque desde las posiciones alcanzadas limarían diferencias y asperezas, y presionarían ahora para no quedar al margen de la conformación de las listas en las elecciones del año próximo.

Tampoco sonó bien lo dicho en el acto de presentación de “Las Fuerzas del Cielo” por el filósofo del régimen que maneja una billetera robusta. En efecto, parafraseando penosamente a Carl Schmitt aseguró: “Argentina en este momento está partida, pero está bien que esté partida, porque está partida entre los buenos y los malos.” No sonó agradable porque, aun asumiendo que sean malos todos aquellos distintos a los anarcocapitalistas vernáculos, lo cierto es que al bando de los malos pertenecería, a juzgar por las votaciones de la Argentina libertaria en la ONU, el resto de la humanidad con la sola excepción –y no siempre– de los EE.UU. e Israel. Pero los congregados en el acto, casi todos jóvenes unidos por el oportunismo y con poco recorrido en la política y gran experiencia en las redes, son insensibles a semejantes desvaríos, y ya merecieron condenas moderadas como la del líder del sindicato de los camioneros Pablo Moyano, quien fuera consultado sobre los promotores de “Las Fuerzas del Cielo” y no sólo los tildó de payasos sino que además les pidió que se pongan “a laburar y dejen de hacerle tanto daño a la gente”.

Está claro por lo tanto que no ha de ser una tarea sencilla reclutar a quienes estén dispuestos a participar, calzados con borceguíes, vestidos con uniformes de fajina, usando antiparras y tocados con cascos, en la batalla cultural contra un marxismo global e imaginario. No ha de ser tarea sencilla por el carácter onírico de la confrontación y por muchas de las razones que fueron expuestas más arriba, desde la insuficiente definición a trazo grueso de los bandos enfrentados hasta la perseverancia de sus bordes difusos y falta de coherencia de sus principales animadores. Pero esta postura beligerante no opera en el vacío y también expresa una crisis profunda que soporta la comunidad nacional en su conjunto, y que puede rastrearse porque deja huellas inesperadas y pequeñas señales como las aportadas por el historiador Rafael Bitrán en un artículo titulado “Los libros y la Nueva Derecha” que publicó en Página/12 recientemente, y que merecen una mirada atenta.

Se presenta Bitrán: “Alternando con clases de Historia, desde 1992 ocupo parte de mi existencia entre antiguos libros que han pasado de mano en mano, hasta encontrar su lugar en polvorientos estantes. En estos 33 años en una antigua librería de usados en las entrañas del barrio de Once, he observado que se sucedieron distintas tendencias dominantes entre las temáticas solicitadas por los variopintos seres que recorren los angostos pasillos intentando elegir algún ejemplar que acompañe sus horas.” Y desde esa suerte de atalaya privilegiada Bitrán constató que sus compradores, casi todos miembros de la clase media baja, en el último lustro concentran la demanda en tres tópicos preferenciales. “En primer lugar y de manera masiva, los textos que podríamos denominar de «Autoayuda Financiera»: cómo transformarse en un verdadero «líder» y hacerse rico en poco tiempo (…) En segundo lugar, el crecimiento en el pedido de libros de la temática judaica (…) Para finalizar, ha ido aumentando, aunque en menor medida, la solicitud de textos relacionados con el evangelismo.”

El artículo de Bitrán abunda en referencias y reflexiones útiles para interrogar algunas maneras de formación del sentido común. Es interesante saber que en la Argentina de Milei, donde trata de sentar sus reales la Nueva Derecha con un anti-intelectualismo de youtubers ansiosos, es constatable “la casi inexistente demanda de los clásicos económicos de la escuela austríaca y de libros relacionados con la derecha tradicional”. Y también importa demorarse en la consideración del tercer grupo de clientes, de aquellos que concentran sus preferencias en textos relacionados con el evangelismo, en el marco del “alineamiento explícito a nivel político y financiero de importantes y poderosos sectores evangelistas de Brasil y Estados Unidos con la derecha israelí en el gobierno”. Destaca Bitrán que esa postura del evangelismo se sostiene en una argumentación religiosa según la cual “solo cuando Israel ocupe todo el territorio bíblico, Jesús volverá a la Tierra para traer definitivamente el Nuevo Reino”. Extraño galimatías, y sobre todo si es pensado desde una oficina de reclutamiento para dar la “batalla cultural”. Pero como todas las rarezas tienen también algunas aristas tentadoras, habrá que demorarse por un instante en la consideración del milenarismo tal como en su momento lo planteó San Pablo, y moderar tanto entusiasmo cuando viene costando demasiadas vidas el despliegue militar en la Franja de Gaza.

Dicho con la mayor sencillez posible, para Pablo la parusía, el segundo retorno, será precedida por la manifestación del anomos (el sin ley), quien dará a entender que es Dios y pondrá en práctica una falsa parusía. Sin embargo este artificio del error enviado por Dios como prueba implicará que, visto el comportamiento de los seres humanos en el Juicio desde la verdadera parusía, se los interrogue: ¿están ustedes absolutamente seguros de haber creído en la verdad? Entonces agrega Pablo: ¿desean precipitar el momento de la parusía, y del Juicio, o prefieren aplazarlo? Y va más allá: asegura que serán condenados no sólo quienes descreyeron de la verdad sino también y especialmente quienes se complacieron en la injusticia.Y para aquellos que consumen esa literatura que pronostica el regreso glorioso de Jesús cuando Israel ocupe la totalidad del “territorio bíblico”, habrá que repetir una pregunta formulada por San Pablo: ¿están ustedes en condiciones de ser juzgados? Y algo más. Habrá que recordarles que para Pablo no era blasfemo, aun deseando la parusía, rechazar el imperio de la legión de apóstatas que la precede y el entronizamiento del Anticristo. Porque para ganar tiempo y llegar mejor preparados al Juicio que aguarda al final de los tiempos, la humanidad dispone de un obstáculo que detiene la catástrofe (aquello que la detiene, katechon) y que no es otro que la posibilidad de construir un mundo mejor para todos.

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