Dos jueces se le plantan por los deportados, y los ricos del mundo venden sus bonos norteamericanos. La Casa Blanca suspendió las tarifas “recíprocas” por noventa días.
Lejanamente, uno recuerda que le enseñaron que toda acción genera una reacción igual y contraria, cosas de griegos. Esta semana, en contraste a la caótica semana de tarifas, fue un parate para Donald Trump y sus minions. Un parate en varios frentes, sobre todo el legal, visible y hasta buscado, y otro financiero que no le gustó nada a la Casa Blanca. Por algo le pusieron un freno de mano de noventa días a las sanciones “recíprocas”, aquellas del cálculo dadaísta. Sólo China se quedó con el 145 por ciento.
No es casual que los frenazos sean sobre dos temas favoritos del Donald, los inmigrantes y las tarifas. Mejor le fue en la agenda blanda, la de apretar universidades para que repriman a sus estudiantes progres, aunque Harvard se le plantó, arriesgando dos mil millones de dólares en fondos de investigación… a alguien en la venerable institución le creció un par, parece.
Inmigrantes
El presidente salvadoreño Nayib Bukele tuvo la visita más cordial que se pueda imaginar a la Casa Blanca, puras sonrisas, muchas fotos, elogios de Trump. No es para menos, porque ya le mandaron 240 inmigrantes centroamericanos a su famosa prisión de terroristas, lo que en el contexto del cuarto mes de gobierno es un favorazo. Bukele hasta le hizo burla por X al juez que ordenó que no se llevaran un avión entero de detenidos, con un tarde piaste que deleitó a su anfitrión. Bukele era, para Joe Biden, un dictatorzuelo cruel, comparable al filipino Rodrigo Duterte que tantos delincuentes -y no- mandó a matar. Ahora pisa fuerte en Washington y es recibido con la alfombra roja como no fue recibido nuestro Javier Milei.
El salvadoreño fue huésped y, siendo un mandatario, tiene completa inmunidad, con lo que no le concierne el creciente lío con las cortes federales de Estados Unidos. Trump y los suyos, en cambio, tienen un mar de fondo de difícil pronóstico por su completa desprolijidad. Resulta que la razzia era supuestamente de pesados de las “gangas” centroamericanas, violentas y aficionadas al narcotráfico. Pero los agentes de ICE, la dirección de Migraciones que se fue poniendo cada vez más paramilitar desde las Torres Gemelas, empezaron a agarrar a cualquiera de por allá, tuviera un tatuaje aunque sea de un club de fútbol y usara buzo con capucha, al parecer algo sospechoso. Varios detenidos estaban flojos de papeles, pero nada indicaba en particular que fueran mafiosi. Igual, terminaron en un avión, vestidos de blanco y encapuchados, rumbo al lejano El Salvador. Varios tenían familia, esas familias hicieron lo que hace todo el mundo en Estados Unidos, correr a un tribunal e iniciar una demanda, y hasta pudieron probar que sus deportados no eran criminales. Los jueces vieron enseguida que ninguno de los procesados había visto siquiera a un abogado, como manda la ley y es la costumbre.
Dos jueces, uno en Washington y otro en Maryland, le ordenaron a ICE que trajera de vuelta a dos deportados. No ocurrió, Bukele dijo que él no podía mandar a nadie de vuelta a EE.UU., Trump poco menos que les hizo burla. Los jueces terminaron declarando que tienen “razones para creer que los funcionarios del gobierno involucrados actuaron de mala fe” en los casos. Que es la manera judicial de decir que no les dieron bola…
Los jueces avisaron que van a investigar quién fue, exactamente, que mostró esa mala fe, lo que tiene unos bemoles ensordecedores. En Estados Unidos, un juez puede declararte “insubordinado” por no obedecer una orden de la corte, y meterte preso sin fecha de vencimiento. Es un resto de la cruel legislación inglesa, donde un juez era un Lord y sus órdenes finales, y tiene antecedentes de gentes que pasaron años y años presos, sin condena, por no decirle a un juez lo que quería que le dijeran.
Lo de ahora es inédito. El último gobierno que se llevó tan mal con el Poder Judicial fue el de Richard Nixon, que terminó tan mal como terminó, y eso que tenía una Corte Suprema conservadora. Pero Nixon, malevolente como era, jugaba dentro del sistema y no quería un conflicto, algo que está más que en duda con Trump.
Es muy posible que el Donald esté buscando un conflicto, construyendo un conflicto, para quebrar el sistema.
Nosotros, con nuestras Cortes supinas que supieron encontrar justificaciones hasta para los golpes militares, no terminamos de entender el shock que significa para el norteamericano común esta situación. En Estados Unidos las cortes funcionan en el sentido más literal del tema, y te dan un fallo mejor o peor en tiempo y forma. Para los yankees, eso de “haceme juicio” no es una burla, es una frase que nadie diría. Sería muy larga la lista de temas enormes que se definieron en las cortes americanas y nunca tuvieron que pasar por el Congreso, baste citar el aborto.
Con lo que esto que Trump busque un enfrentamiento con los jueces es interpretado como un paso más hacia el autoritarismo electo, lo más cercano a una dictadura que se puede imaginar por allá. El tema no es que haya un enfrentamiento, sino que el gobierno lo busque. ¿Qué pasa si un juez ordena que un funcionario se presenta y el señor no aparece? ¿Quién va a arrastrarlo al juzgado? ¿Un funcionario del Departamento de Justicia que trabaja para Trump?
Es el dinero, estúpido
El gran misterio de estos días es por qué Trump suspendió las tarifas punitivas a los supuestos “ladrones” que le chupan la sangre a los honestos trabajadores norteamericanos. La palabra mágica para entender el misterio es “bonos”, que en términos financieros internacionales se llaman T Bonds, o bonos del tesoro. Resulta que Estados Unidos está más endeudado que Argentina, con 34.000 trillones -millones de millones- de deuda externa expresada en dólares. Esta es una inmensa, inmensa cantidad de dinero que sólo la potencia number one puede sostener. Una buena parte de esta deuda, 8,53 millones de millones, se sostiene con bonos que están impresos en la moneda nacional. Nadie espera que algún día se pague semejante bocha, sólo que Estados Unidos pague los intereses.
Los T Bonds son una de las inversiones más seguras y menos sexy de este mundo. Es lo que comprás para jubilarte algún día o para anclar tu propia moneda, como reserva.
Muchos países del mundo se anclan así, pero resulta que cuando te cae un Trump, las reservas en bonos norteamericanos son también un arma. Esta semana hubo una reunión a puertas cerradas en Europa entre Canadá, que tiene 350.000 millones en bonos, la Unión Europea, que colectivamente tiene 1,5 millones de millones, y Japón, por Zoom, que tiene otro millón de millones. Esto es apenas más que la tercera parte de la deuda externa de EE.UU., pero alcanza para mandar un mensaje.
El mensaje para Trump fue empezar a vender bonos, sin ruido y en cantidades que no causen una corrida. Los bonos comenzaron a bajar de precio, despacito, pero se notó. El tema es que si los bonos bajan, el dólar baja, lo que causó la aparente paradoja de que las tarifas de importación subían y la divisa bajaba frente al euro. La única manera de sostener el mercado de bonos es subir la tasa de interés que pagan, y las consecuencias son terribles: una suba de la tasa de interés en la deuda externa.
Esto es, una experiencia argentina que los americanos no pueden ni concebir.
Porque una mayor tasa de interés en suba no se limita a los bonos, se transfiere a todos los préstamos, de capital, de hipotecas, de inversiones y, fatal, de bonos privados. A la vez, significa una devaluación del dólar, lo que acaba de ocurrir frente al euro. Importaciones todavía más caras, de un modo que Trump no puede controlar, recortes que hay que hacer para controlar el déficit… la receta clásica de una recesión.
Como para refregarle el truco en la cara a Trump, los canadienses comenzaron a emitir bonos en dólares norteamericanos. No en los propios, que ellos tienen sus dólares, sino en los norteamericanos.