El Parlamento Europeo se convirtió en la sede de un acalorado debate entre grupos conservadores y soberanistas, por un lado, y el bloque liberal y progresista por el otro. Las propuestas de Viktor Orbán como presidente rotativo del Consejo, y la discusión de fondo por el proyecto europeo.
El pasado 9 de octubre, la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo se convirtió en un ring de batalla (discursiva) entre el Primer Ministro húngaro Viktor Orbán y los eurodiputados del arco liberal y progresista, con la presidenta de la Comisión de la Unión Europea (UE), Úrsula Von der Leyen, a la cabeza. El marco fue la sesión inaugural del nuevo Parlamento, electo en junio de este año, donde Orbán ofició un discurso para presentar las prioridades de la presidencia húngara del Consejo (los países miembros asumen la presidencia rotativa semestral del mismo). La necesidad de relanzar la productividad de las economías europeas, el control de la inmigración ilegal – “que ha portado al aumento del antisemitismo, de la violencia contra las mujeres, y de la homofobia en Europa” -, y la “misión de paz” para dar fin a la guerra entre Rusia y Ucrania, fueron los temas centrales del húngaro, quien finalizó su presentación con un “Make Europe Great Again”. Las críticas no se hicieron esperar por parte de los grupos parlamentarios moderados y progresistas, los Verdes, las izquierdas. Pero fue Von der Leyen quien, al tomar la palabra, salió al cruce contra Orbán, en dos cuestiones vertebrales de la UE: la defensa irrestricta del Estado de Derecho, lo que incluye las agendas de la inmigración y el derecho al asilo, y la política del mercado único europeo, y la posición internacional del bloque en defensa de la posición ucraniana.
No es la primera vez que Orbán es foco de las críticas por parte de sus socios europeos. Un ex disidente anticomunista y liberal devenido antiliberal o, como usualmente lo definen, un iliberal, que lleva ya catorce años consecutivos al mando del gobierno húngaro; con un cómodo mando institucional, gracias a los dos tercios del Parlamento que ocupa su partido Fidesz (Movimiento de los Jóvenes Demócratas) desde el 2010, y un discurso nacionalista, fuertemente soberanista en lo económico y en lo que respecta a la defensa de su territorio, un tradicionalista que rememora la idea de la Hungría Cristiana, Orbán es hoy en día uno de los principales referentes de la extrema derecha europea y una piedra para Bruselas.
Nacionalismo y principio soberanista
Con sólo 35 años, Orbán llega por primera vez a ocupar el cargo de Primer Ministro en 1998, con Fidesz, partido que funda a finales de la década del ‘80. Por ese entonces, el húngaro formaba parte de las juventudes que exigían la retirada de las tropas de la Unión Soviética del territorio húngaro, y llamaban a celebrar elecciones libres. Como nota de color: en 1989 Orbán viaja a Estados Unidos para estudiar en la Universidad Oxford, becado por la Fundación Soros, organización que termina por financiar a su partido en plena transición democrática de Hungría.
En el 2002 Orbán y su partido pasan a la oposición, y no retoman el gobierno hasta el 2010 (con poco más del 52% de los votos a favor), en un contexto internacional y europeo marcado por las consecuencias de la crisis inmobiliaria y financiera de EEUU en 2008. Cabe recordar que ese mismo año, Hungría recibe por parte de la UE, en conjunto con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, un desembolso millonario para solventar la crisis económica, lo que implicó la puesta en marcha de políticas de austeridad por parte del gobierno socialista – ya criticado por sus malos manejos de las finanzas nacionales -. Orbán se hace eco del descontento generalizado de la población, y asume con un discurso nacionalista en lo económico, y crítico a las élites financieras internacionales y a las estructuras supranacionales; se puede decir, que la población húngara votó por una agenda de derecha y antiliberal.
Otro hito que marca la impronta del gobierno de Orbán es la crisis de refugiados de 2015-2016, que le permite dar un giro identitario a su discurso, y radicalizar sus políticas. Ante el temor que generaba en gran parte de la población húngara la invasión de los inmigrantes, el gobierno aplica una política de cierre del país. Instala vallas fronterizas, da luz verde a la represión por parte de las fuerzas policiales – sobre todo en el límite con Serbia -, y los tribunales del país inician juicios express para deportar a inmigrantes detenidos. El principio soberanista de “vallado y protección” del territorio, sumado al componente religioso de la defensa de los valores cristianos ante la horda musulmana, dan mayor popularidad al Primer Ministro en su país. Como contrapartida, el húngaro suma cada vez más opositores dentro del bloque europeo, así como en el contexto internacional.
En el encuentro del 9 de octubre en Estrasburgo, economía y política migratoria fueron dos de los temas con los que Von der Leyen salió a cruzar a Orbán. En el primer punto, la alemana criticó las medidas estatistas por parte del húngaro, como el aumento del cobro de impuestos a empresas europeas, restricciones a importaciones, y bloqueos e inspecciones azarosas que, en palabras suyas, merman la confianza de los inversionistas europeos y atentan contra el mercado único. Por su parte, Orbán respondió que las medidas de corte proteccionistas de Hungría tienen como objetivo relanzar la productividad del país, de acuerdo con el Informe de competitividad para la UE, presentado por el ex Primer Ministro italiano Mario Draghi en septiembre de este año ante la Comisión.
En el segundo punto, Von der Layen fue por otro lado, al cuestionar la supuesta seguridad de las fronteras de Hungría, país que permite el ingreso de ciudadanos rusos y bielorrusos desde julio, y sin controles adicionales, y que autoriza a la policía china a operar en su territorio. La respuesta el húngaro fue contundente: todo Estado soberano tiene el derecho de controlar sus fronteras y prohibir el ingreso de inmigrantes ilegales. En un contexto donde varios países implementan distintas estrategias para afrontar esta situación -siendo una de las más usadas el acuerdo con un “tercer país seguro”-, el húngaro va un paso más allá y propone el establecimiento de hotspot externos. Es decir, territorios por fuera del espacio de la UE, donde los buscadores de asilo deban realizar el pedido correspondiente, y esperar el procedimiento legal hasta tanto se confirme su condición de refugiados, o se niegue. Esta propuesta, que contradice varios tratados internacionales en la materia, ha ya generado reacciones por parte de algunos miembros.
“Misión de Paz” y política exterior de la UE
Poco después de que Hungría asumiera la presidencia del Consejo de la UE, Orbán realiza su primer viaje al exterior, hacia Kiev, Moscú y Beijing. Cabe destacar que el húngaro es uno de los pocos líderes europeos que propone el cese definitivo al fuego en el territorio ucraniano. En este sentido, se reunió en primer lugar con Volodymyr Zelensky, con claras intenciones de mediar en un posible diálogo entre ambos países en conflicto; sin embargo, el mismo presidente ucraniano dejó entender, en una cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que no aceptaría a Orbán como posible interlocutor. En segundo lugar, el húngaro vistió a Vladimir Putin, siendo el primer dirigente europeo en encontrarse con el ruso desde el inicio de la guerra en el 2022. Como era de esperarse, fueron muchos los funcionarios que trinaron desde Bruselas. Por último, tuvo un encuentro con Xi Jin Ping; ambos mandatarios mantienen una buena relación hace años, y el húngaro parece tener intenciones de evitar una posición “anti-China” de la OTAN. Por último, cabe mencionar que Orbán tenía previsto un encuentro con Donald Trump (que no tuvo lugar), otro líder internacional de su agrado, y que espera triunfe en las próximas elecciones del 5 de noviembre (evento que festejará “descorchando champagne”).
La guerra entre Rusia y Ucrania es un tema álgido en la política internacional de la UE; por otro lado, la proximidad de las elecciones norteamericanas, y la incertidumbre acerca de su resultado y consecuente política exterior de EEUU generan mayores tensiones entre los partidos. Cabe destacar que Orbán sigue sumando enemigos luego de vetar las conversaciones de adhesión de Ucrania a la UE, y de bloquear la ayuda militar del bloque a Kiev, así como el préstamo de 50.000 millones de dólares prometido por parte del grupo del G7. Por último, el húngaro vetó la propuesta de extensión de seis meses a tres años las sanciones de los activos congelados rusos (cuyos ingresos extraordinarios reembolsarán el préstamo a la UE), condición de la administración Biden para colaborar con 20.000 millones en el préstamo a Ucrania.
En este sentido, la posición que deba tomarse en relación al conflicto, entre otros temas, ha llevado a más de una fractura e intercambios dentro, incluso, de los bloques de la derecha europea. El 30 de junio de este año, veinte días después de celebradas las elecciones parlamentarias europeas, Orbán lanza Patriotas por Europa (Patriots for Europe en inglés), que hoy en día aglutina a ex integrantes de Democracia e Identidad – partido actualmente “desintegrado” ya que no alcanza el número de escaños mínimos para tener representatividad parlamentaria -. Rassemblement National de Marine le Pen, la Lega de Matteo Salvini, y Partido por la Libertad de Austria de Herbert Kickl, anunciaron en julio su incorporación al reciente partido de Orbán. Por su parte, el recientemente formado Europa de las Naciones Soberanas (ENS), que cuenta con la presencia del partido nacionalsocialista Alternativa por Alemania (AfD), se inclina en materia internacional por la postura de los patriotas; no es el caso de los Conservadores y Reformistas por Europa (ECR), con una postura fuertemente atlantista, y contraria al eje integrado por China, Rusia, Corea del Norte e Irán. Con respecto al Partido Popular de Europa (PPE), el partido de la mismísima Von der Leyen, no caben dudas de su postura “en defensa de la víctima (Ucrania) y su libertad”.
El proyecto europeo en debateOrbán es, hace años, el “chico malo” de Bruselas; tildado como un autoritario y un nacionalista excluyente, un antiliberal con un cómodo mando institucional para impulsar cambios estructurales – incluida la Constitución del país, y los organismos judiciales, entre otros -, contrario a las libertades y derechos civiles – como otros exponentes de la derecha internacional, el húngaro sabe explotar el componente cultural anti-woke de su discurso -. Aun así, hace apenas dos años él y su partido volvían a ganar su cuarta elección consecutiva, con poco más del 52% de los votos, y aunque en las elecciones del Parlamento europeo de junio de este año el apoyo recibido fue menor (44%), la figura de Orbán se mantiene inquebrantable en la política europea. Su discurso fuertemente identitario y soberanista, y su idea de volver a las tradiciones y a la Hungría Cristiana, confronta con la idea generalizada de la Europa de los valores liberales y progresistas, con Estados laicos y supuestamente “tolerantes”, y territorios sin fronteras para la libre circulación mercancías y personas. La pelea discursiva entre el húngaro y la alemana del pasado 9 de octubre en Estrasburgo es, más allá de una discusión por la política coyuntural del bloque, una confrontación por dos ideas contrapuestas acerca de lo que es y lo que representa Europa; un debate que se extiende cada vez más en toda la población europea, sea del centro-este o del occidente, descreída y cansada de las políticas neoliberales de corte progresista de muchos de sus gobiernos, frente a una situación económica cada vez más asfixiante (inflación, problema habitacional, colapso de los sistemas de salud, entre otros). Como último comentario: aunque se ha calificado a Orbán como un euroescéptico en reiteradas ocasiones, la realidad es que el húngaro no tiene en sus planes una salida de Hungría del bloque, al mejor estilo británico. Muy por el contrario, su presidencia rotativa del Consejo es una muestra de su plan de cambiar la UE desde adentro; lo que implica una ampliación del bloque – Orbán se ha pronunciado a favor de la adhesión de Serbia y de Bosnia y Herzegovina, por ejemplo -, y una apuesta por el fortalecimiento de las naciones. Lo que está sobre la mesa, al fin de cuentas, es el proprio “proyecto europeo”.