Los argumentos librecambistas son tan afamados como débiles y los proteccionistas desequilibran las relaciones internacionales. La Argentina navega en un orden internacional con la brújula completamente imantada.
Esta etapa derechista diamantina sulfurada por la que atraviesan el país y el mundo no ahorra en extravagancias. Tampoco en singularidades. El sesgo estrafalario del palmarés del avance de la derecha en el orbe, tiene su gran medalla en el triunfo electoral de Donald Trump.
Mucho hincapié en la explicación de semejante retroceso político global está puesto en los desmanes que la globalización propinó sobre la distribución del ingreso en los países centrales, haciendo cada vez más prósperos a los ricos y más menesterosos a los desangelados brutti, sporchi e cattivi.
Entre nosotros, cunde la excepción a esa regla de que la miseria de la globalización es la globalización de la miseria. El monstruo culpable de la atrocidad de la malaria en las pampas es el temible Leviatán. Abatirlo y encontrar el Paraíso perdido es una y la misma cosa.
El movimiento que expresa la motosierra –y la mayoría electoral relativa que junto entre rotos y descocidos- tiene la peculiaridad de enancarse en la creencia del grueso de sus votantes de que el accionar gubernamental libertario iría a puro corte y talada a mejorarle la vida a los que la tienen ontológicamente estropeada. El comercio exterior, ni fu ni fa. La derecha argentina aparte, en el lado izquierdo de las posiciones políticas –en todo el mundo- también se culpa a la globalización de la baja del nivel de vida.
El sentir librecambista esta fuera del radar de la tribu de los nativistas extramuros. Son devotos del proteccionismo belicoso, lo que incluye como atavío la más irracional xenofobia. Irónicamente, los que han hecho gala de la incorrección política, invocan el neologísmo “remigración” para ocultar su fervor por deportar.
Por el contrario, los libertarios aborígenes son globalistas convencidos, librecambistas militantes. Ser de derecha medio extrema y librecambista es una marca argentina que entra en franca contradicción con sus pares mundiales. ¿Qué harán en este país de inmigrantes cuando el caldo del desempleo se les ponga espeso? Como feligreses de lo que creen que es la libertad, rezaran. La apostasía a esa ortodoxia presiona desde el análisis de la economía vulgar cuyas hipótesis sobre el desempleo reposa sobre el absurdo de suponer que a los salarios de mierda vigentes, el que está desempleado es porque prefiere el ocio. Su sosiego vale más. Y la gente de bien no está para alimentar vagos y menos extranjeros. Las historias e historietas de la economía vulgar suelen rivalizar con los imaginativos relatos de los aficionados al LSD.
Continuidad de los parques
Las medidas proteccionistas que se dispone a poner en marcha Trump ni bien asuma la Presidencia a mediados de enero próximo, siguiendo la línea que Biden profundizó y que fue trazada en el primer gobierno del magnate inmobiliario, recibe muy fuertes críticas de amplios sectores de la derecha. Dan por hecho el adiós al multilateralismo. Asimismo se aguarda que la reelección en las próximas semanas de la actual directora general de la OMC (Organización Mundial de Comercio) la nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala, devenga en una oportunidad para que Robert Lighthizer, el halcón proteccionista que Trump anunció que pondrá al frente de la negociaciones comerciales, muestre los dientes más afilados de la nueva administración. Lighthizer, cuando ocupaba el mismo cargo en la presidencia anterior de Trump, vetó la candidatura de Okonjo-Iweala a su primer mandato, pero no pudo impedir que fuera electa.
Los que abogan por el orden multilateral, que resignados entienden está herido de muerte, no tienen gran cosa para decir. Proponen seguir como antes. Si este estado de cosas llevó a la derechización, ¿proponer más de lo mismo qué sentido tiene? Obvio: ninguno. Eso sí: exhibe el vacío y la debilidad del eje discursivo que articuló las relaciones internacionales desde que cayó el Muro, las que consolidaron todo el limo que traía la correntada desde que terminó la Segunda Guerra y se puso en marcha un orden que se vanagloriaba de ser multilateral y –en realidad- fue un mercantilismo arbitrado para que la sangre nunca llegue al río.
Visto así, la derechización y el proteccionismo es el último grito, el estertor, de un sistema global que aguarda ser transformado. Por contrahecho y desgarbado que sea el programa del nativismo, lo que le abre paso es la debilidad intrínseca del discurso librecambista y sus ominosos resultados prácticos, que asombrosamente habían ganado por largo tiempo el corazón de la opinión pública y ni que hablar de la publicada. Ni lo viejo sirve, y el mercantilismo redomado está lejos de ser una novedad. De este estado de cosas, ¿saldrá pato o gallareta? Las apuestas están abiertas.
Los fiscales del diablo
Pero cualquiera sea lo que resulte, no hay que perder de vista que la apertura que otra vez intenta llevar adelante el oficialismo libertario, conforme la tradición liberal en la materia, para alegría de los empleos de la industria nacional, es un ídolo con pies de barro. Cacarean como si tuvieran la llave que sin dudas abre la puerta hacia el futuro lleno de prosperidad. No tienen un pito.
Esto poquedad intelectual del librecambios (y su insufrible alardeo) se palpa -por ejemplo- cuando se rememoran aspectos de la discusión que tuvieron unos lustros atrás –que continúan plenamente vigentes- dos pesos pesados de la corriente neoclásica de Harvard: Dani Rodrik y N. Gregory Mankiw, conforme quedara plasmada en sus respectivos blogs.
Se centran en el debate público acerca del librecambio. Rodrik le reprocha a Mankiw que se refugie en postergar su punto de vista señalando es correcto en “teoría” pero en la práctica su argumento de que la apertura baja los precios beneficiando a los consumidores es de lo más práctico.
Rodrik con mucha diplomacia académica le puntualiza a Mankiw (al que afectuosamente llama “Greg”) que ninguno de sus argumentos “prácticos” es correcto. Rodrík le advierte que “no hay ningún teorema que garantice que las pérdidas de equilibrio parcial para los productores que compiten con las importaciones “se vean más que compensadas por las ganancias para los consumidores derivadas de precios más bajos”. Mi ejemplo del trigo y la carne de vaca n Argentina es exactamente un caso en el que esta suposición falla. Y en su segundo caso, la teoría del comercio no garantiza que los salarios reales de los trabajadores aumenten como resultado del libre comercio”.
Con relación a la Argentina, Rodrik sostiene que “A los defensores de la globalización les encanta argumentar que el libre comercio reduce los precios, y el argumento parece bastante sensato”. Pero “Cuando un país se abre al comercio (o liberaliza su comercio), es el precio relativo de las importaciones el que baja; por necesidad, los precios relativos de sus exportaciones deben subir”
Condiciona Rodrik a que “Los consumidores están mejor en la medida en que su canasta de consumo esté ponderada hacia bienes importables, pero no siempre podemos confiar en que así sea (…) Pensemos, por ejemplo, en el argentino típico, que consume mucho trigo y carne de vaca. Como se trata de productos de exportación para Argentina, el libre comercio implica un aumento del precio relativo de la canasta de consumo argentina (…) De manera similar, cuando Estados Unidos obtiene un mejor acceso a los mercados extranjeros para sus exportaciones agrícolas (una demanda clave en el marco de la ronda de Doha), se puede estar seguro de que esto aumentará los precios internos de esos bienes, no los bajará”. Esa sería exactamente la consecuencia real para la Argentina del históricamente demorado pacto UE- Mercosur, o el que anunció el presidente ahora que quiere firmar con los Estados Unidos.
En cuanto a que no hay ninguna garantía de que los salarios reales de los trabajadores aumenten como resultado del libre comercio, Branco Milanovic probó excatamente lo contrario: que bajan. Aquí su famoso gráfico llamado “del elefante” por la trayectoria de la curva que sugiere la forma del trompudo.
Y después de la crisis de 2008 las cosas empeoraron un poco más para las clases medias de los países Occidentales. La fractura que divide a la humanidad entre periferia y semi periferia pobres y centro rico se estrechó muy poco.
Tal parece que el aumento de la desigualdad interna en los países y cierto -muy módico- empinamiento de los ingresos de los países del Sur global respecto a los de Norte –con el grueso de esta subida explicada por China- es un signo de los tiempos. En tanto síntoma coyuntural, respecto de la contradicción que expresa el desarrollo desigual no dice mucho o no mucho más que eso tiene para decir. El desarrollo de unos pocos y el subdesarrollo del grueso es de naturaleza estructural, con o sin probóscide.
Movilidad del capital
Mankiw para sacar la pata practicona que había metido, le señala a Rodrik: “He aquí una pregunta académica, pero también relevante para la política. ¿Cuál modelo es más útil para analizar cuestiones de política comercial: el modelo ricardiano (se refiere al de David Ricardo) o el modelo Heckscher-Ohlin?”
Mankiw destaca que “lo más notable del modelo de Heckscher-Ohlin puede ser el supuesto de que el capital no puede moverse de un país a otro. Ese supuesto es clave para muchos resultados. Sin embargo, en la economía global actual, el capital es muy móvil a través de las fronteras nacionales (…) como conclusión provisional, me inclino a pensar que en un mundo con una movilidad significativa del capital, la teoría ricardiana del comercio es más útil que la de Heckscher-Ohlin”.
Al afirmar eso Mankiw, no es que esta flojo de papeles: no tiene papeles. El supuesto clave de Ricardo es también que el capital es inmóvil a escala internacional. Jacob Viner, que fue el fundador de la Escuela de Chicago, un partidario de Ricardo decidido y crítico de Heckscher-Ohlin en su manual de fines de los años ’30 del siglo pasado, entre los supuestos a partir de los cuales David Ricardo establece una ley de funcionamiento del comercio mundial señala como condiciones necesarias a la inmovilidad internacional del trabajo y del capital. Por ese supuesto se tiene que el valor relativo de los bienes difiere según se determine en el interior de un país o entre países. También que las tasas de beneficio entre los distintos sectores se igualan dentro de un país pero puede o no suceder entre países. La primera igualación es necesaria la segunda contingente. El precio del bien que se exporta y del bien que se importa no se establece según la cantidad de trabajo que incorporan. Es muy común creer lo contrario. Incluso Mankiw -de manera errónea- así lo cree.
¿Y qué consecuencias traería para la política práctica levantar el supuesto de la inmovilidad del capital? Que el proteccionismo se hace absolutamente necesario porque la movilidad del capital implica que se irían de los países menos productivos (vaciándolos) a los más productivos. Más o menos como le pasa a los gringos con los chinos, en este caso por más baratos. Y en nombre de impedir la movilidad del capital se le impele a dejar esas prácticas.
Esta asombrosa burla, este disparate es el que sostiene el libre cambio. Defender la apertura porque trae inversiones con una teoría hecha para demostrar que el comercio internacional es un sustituto perfecto de la inversión multinacional, que la hace innecesaria es una hazaña poco común. Quizás sea producto por olvidar que nunca, pero nunca hay nada más práctico que una buena teoría. Así es que estamos en el horno. Los proteccionistas arruinan el bienestar de los otros. Los librecambistas de todos, y el gobierno argentino viviendo en Narnia.