El lío histórico de Sudáfrica

El partido de Mandela se cayó al cuarenta por ciento de los votos, un desastre, y tiene que armar una coalición. Los candidatos posibles y los caminos que se abren.

Un momento tectónico, un doblez en la historia de un país, es cuando un movimiento histórico, nacional, popular y carismático, pierde fuerza. Tiene la historia, tiene las banderas, pero no tiene las respuestas que quiere su base. A los argentinos el paradigma los llevará, talvez, a la elección histórica de 1983, cuando Raúl Alfonsín le ganó al peronismo. A los sudafricanos les acaba de pasar y, francamente, están en el mayor desconcierto.

Es que el Congreso Nacional Africano, el partido de Nelson Mandela, acaba de caerse en las elecciones de la semana pasada, de casi el sesenta por ciento de los votos a apenas más del cuarenta. Por primera vez, el país no sabe quién va estar a cargo cuando se cumplan las dos semanas que marca la ley para formar gobierno, el 16 de junio. Sudáfrica fue estación de paso de la Compañía de Indias Holandesa, luego fue colonia de Amsterdam, luego pasó a manos británicas, sufrió la terrible Guerra Bóer, fue Dominio de su Majestad y finalmente una república ferozmente afrikáner y racista. Para bien o para mal, siempre se supo quién estaba a cargo.

La situación es desconcertante vista desde afuera, en parte por el peculiar sistema de gobierno de ese país. Sudáfrica elige presidente cada cinco años, pero no como nosotros y tantas otras repúblicas. Las boletas tienen la cara del candidato y las calles se pueblan de carteles llamando a votar a Fulano, Mengano o Zutano. Pero en realidad lo que se vota son diputados, incluyendo al candidato a presidente. Constituido el nuevo parlamento, los diputados nombran como presidente al más votado.

Esto evita el famoso problema, muy actual por estas pampas, del presidente sin apoyo parlamentario, Pero crea el otro problema, el del gobierno de coalición, familiar para italianos e israelíes, pero completamente inédito para los sudafricanos. Ingleses, afrikáners y africanos gobernaron siempre sin socios. Es remoto, pero los números darían para una coalición que directamente deje afuera al CNA. Y hay quien dijo en voz alta que hasta podría haber un presidente blanco…

El actual presidente, Cyril Ramaphosa, es un cuadro de los viejos y un experto negociador. Jovencito todavía, fue el mediador secreto con el gobierno afrikáner para liberar a Mandela, y luego piloteó la durísima negociación de una nueva constitución y la transición. Después de todo esto, se dedicó a los negocios y las inversiones y se hizo muy, pero muy rico. Recién volvió a la política para conducir el golpe interno que sacó a Jacob Zuma de la presidencia, que se quedó él.

Ramaphosa, por supuesto, quiere seguir de presidente, pero la pregunta es si tiene el poder interno de disciplinar al partido y lograr los votos. Después de todo, hábil como es, igual tiene el sayo de mariscal de la derrota, la primera en exactos treinta años de democracia. Y todo votante al que le preguntaron por qué no votó al CNA habló de su gestión: los constantes cortes de luz, el deterioro de la infraestructura, la pobreza eterna, el desempleo que nunca baja del cuarenta por ciento, los salarios ínfimos. 

Por tanto, una opción es que el CNA se saque de encima a Ramaphosa en estos pocos días que quedan, y ponga a otro al frente. Nombre nuevo, negociación diferente. Lo que falta es, justamente, un candidato de alternativa fuerte.

Los candidatos

Con el actual presidente o con otro a determinar, las alternativas de negociación son apenas tres, y cada una puede resultar en un país completamente distinto.

La primera alternativa es arreglar con John Steenhuisen, líder de la Alianza Democrática, y el posible, si remoto, presidenciable blanco. La Alianza es el principal partido de la oposición, lleva años gobernando y bien la región del Cabo, y es un durísimo crítico de la corrupción en el gobierno. Pero así como arrancó hace treinta años como un partido multirracial, siguiendo su tradición de oposición al apartheid, en los últimos años se fue derechizando. Fue porque perdió el apoyo conservador blanco, lo que le dio poder a su ala derecha. Para arreglar con la Alianza, Ramaphosa tendría que domesticar a su ala izquierda, que detesta la plataforma económica de los del Cabo.

La segunda opción es amigarse con Jacob Zuma, el ex presidente de 81 años que Ramaphosa derrocó en 2018. El líder zulú tiene una fuerte base étnica y sorprendió levantando un quince por ciento de lo votos, lo que lo dejó tercero en el ranking. Y eso que no pudo ser candidato, porque la justicia determinó que, como fue condenado a más de un año de prisión -que nunca cumplió- no podía presentarse. Zuma fue tan corrupto en los cuatro años que duró, que los sudafricanos inventaron una frase para definir la situación, la “captura del Estado”. El sistema simplemente vendía por debajo de la mesa pedazos del gobierno a privados, que hacían lo suyo sin rendir cuantas a nadie… El verdadero problema de una alianza es que Zuma odia a Ramaphosa con pasión encendida y su principal promesa electoral fue mandarlo preso.

El tercero en la lista es otro ex miembro del CNA, Julius Malema, ex líder de la juventud del partido que fue purgado hace diez años. Malema formó un partido explícitamente socialista, los Luchadores por la Libertad Económica, que usan boinas rojas y piden una reforma agraria sin indemnizaciones, nacionalización de las empresas y de la banca, y reparto de “la riqueza nacional”. Pero esta elección desinfló su partido, que venía ganando un diez por ciento de los votos regularmente. En esta apenas pasó del nueve.

Nadie en Sudáfrica dejó de notar que si se suman los votos del CNA y de sus dos disidentes, el total sigue siendo del 65 por ciento, bastante cerca del voto histórico del partido, con lo que la crisis actual es bastante una interna partidaria.

Pero de aquí al domingo de la semana que viene, el CNA tiene optar entre virar a una posición más conservadora con la Alianza, amigarse con Zuma a costa de Ramaphosa o virar a la izquierda con Malema. La cuarta opción es de miedo: formar un gobierno de minoría y tener que negociar cada cosa que haga en la Asamblea Nacional con los tres grandes o con un regimiento de micropartidos con bloques unipersonales.

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