La participación de Milei siempre fue indispensable. En casos como éste, la ingenuidad es cómplice o probablemente era parte del enjuague. Las dos posibilidades son creíbles dadas las características del personaje. Lo cierto es que Javier Milei metió la pata hasta el fondo en un escándalo que bien puede marcar un antes y un después.
Lo central de lo que acaba de pasar en la Argentina es que Milei golpeó la línea de flotación de sus propios buques. Y claro, los afectados no saldrán sin cicatrices. En las redes se están generalizando mensajes del tipo: “Voté a Milei cuatro veces. Lo apoyé en todas. Hoy perdí 20.000 dólares en menos de 5 minutos. Siempre creí en su palabra, desde 2019 que veo sus entrevistas. Esto no tiene vuelta”.
Reitero. Se rompió la cadena de confianza. Y la economía es sobre todo confianza, el día que la gente duda, comienza a acumular y la inflación se dispara. Agréguele que la inmensa propaganda mentirosa para mostrar un “milagro” económico ahora tiene razones profundas para ser puesta en duda. Y la comunicación solo sirve cuando se cree en ella. Finalmente, ¿por qué debo sacrificarme hoy si no es seguro que eso sirva para un mejor mañana?
Ya la Biblia lo anunciaba: “El estafador engaña a la gente pero a la larga perderá sus ganancias” (Proverbios 11:18). Y para Javier Milei quizá esa larga no esté tan lejana. Ahora vienen los juicios -algunos de ellos internacionales-, las justificaciones, etc, pero lo que queda es la certeza de que el presidente no es infalible, ni mucho menos.
El presidente argentino llamó a comprar tokens de una criptomoneda surgida minutos antes de su mensaje en plataformas que se infló de centavos a casi 6 dólares después del apoyo del mandatario para luego caer casi a cero. En esas pocas horas desaparecieron 4 mil millones de dólares. Lo más terrible para la tienda política del mandatario es que quienes apostaron sus ahorros eran nada menos que los más fervientes seguidores de La Libertad Avanza. Es que el consejo de invertir en “Libra” venía del hombre que los libertarios suponen un sabio economista que da la línea política correcta. No era un gurú norteamericano, ni siquiera un experto economista de Wall Street. No, era el hombre al que apostaron el 55% de los argentinos para sacarlos de la crisis económica.
Vivimos en el reino de la información, de lo que Byung-Chul Han llamaría la infocracia (2022), pero como bien estableció Yuval Noah Harari (2024) la información no siempre es verdad sino que ésta es una construcción social que bien puede ser contrapuesta a otra construcción. Narrativas, llamaríamos hoy. Así es comprensible por qué una parte de la población boliviana cree que la crisis del 2019 fue un golpe y otra que fue un fraude. Una división que terminó en sendas masacres, centenares de detenidos y exiliados.
La mentira tiene pies de barro
Javier Milei usó lo último de medios de comunicación -las plataformas virtuales-, para propagandizar lo último en el mercado bursátil: las criptomonedas. Dinero que no existe en la realidad sino en la ficción del mundo cripto. Pero el sistema estaba fallado desde el principio, porque perseguía hacerse del dinero de un montón de ingenuos. Gente que creyera que el montaje histriónico de Milei, con su enorme parafernalia propagandística, conducía a la salida de la crisis y no a hacer más ricos a los más ricos.
Que uno de los inversionistas haya sido el “Gordo Dan”, el máximo encargado de las redes mileistas, es una prueba de las proyecciones de la credibilidad. En la trampa también cayeron varios seguidores cercanos del actual gobierno argentino como su intelectual orgánico Agustín Laje, que rudimentariamente maneja un par de herramientas de Gramsci y trata de llevarlas a su molino.
En resumen, la combinación fue información falsa a la que alguien le da rango de verdad y rápida difusión a través de los medios de las plataformas en tiempos en los que llamamos “régimen de la información” a la forma de dominio en la que información y su procesamiento mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos sociales, económicos y políticos” (Han: 2022).
Y la política de la ultraderecha del siglo XXI (Trump, Milei, Bolsonaro, Tuto Quiroga) usa esas armas para devenir en una estafa, en un engaño que con ropaje de verdad, hace lo que sea para decirle a la gente lo que la gente quiere escuchar. La infocracia se apropia de la psique del perceptor mediante la psicopolítica (Han: 2022).
El filósofo surcoreano que hace 20 años vive en Alemania dice: “La crisis de la verdad se extiende cuando la sociedad se desintegra en agrupaciones o tribus entre las cuales ya no es posible ningún entendimiento, ninguna designación vinculante de las cosas. En la crisis de la verdad se pierde el mundo común, incluso el lenguaje común”. Ni más ni menos, el mensaje de Milei sólo pudo tener éxito entre los conversos, entre la tribu que cree que la verdad es el sistema que propone.