El discurso presidencial del 10 de diciembre expuso las vejaciones de este año como un sacrificio necesario para revertir la declinación anterior. De por sí, la palabra “sacrificio” es contradictoria, porque el postergar transitoriamente la concreción de deseos y necesidades con la finalidad de alcanzar una mejora duradera es un esfuerzo. El sacrificio es una privación sin contrapartida.
El inicio del mensaje tuvo su epicentro en la macroeconomía, para luego deslizarse hacia las consideraciones políticas. Comenzó la segunda etapa congratulándose de haber llegado hasta diciembre cuando sus críticos le daban hasta enero. Y los acusó de estar asustados ante la certeza de perder sus “curros”, que el gobierno desmantelará persistentemente.
Aprovechó para insistir en la dicotomía entre los intereses de la población argentina y los de la casta, a la que atribuye el rechazo que provoca su gobierno entre los dirigentes políticos. Lo resumió con dos oraciones muy interesantes: “Esa es la naturaleza del modelo de la casta. Ellos necesitan que a la sociedad le vaya mal para que a ellos les vaya bien”.
Pasó a describir el recorte del gasto público y el cierre de reparticiones estatales como parte del desmantelamiento de los mecanismos mediante los cuales la casta usufructúa el erario público a costa de la gente de a pie, describiendo la imagen de un pretendido saneamiento.
Entonces remarcó se cumplieron los objetivos buscados, aseverando que “logramos estabilizar la economía y evitar la catástrofe a la que nos dirigíamos. Y con únicamente el 15% de los diputados y 10% de los senadores, hicimos la reforma estructural más grande de la historia argentina”. Lanzó: “Si pudimos hacer tanto con todo el mundo en contra, imagínense todo lo que podemos hacer con viento a favor. Podría ir el doble de lejos, el doble de rápido”. Y volvió a hablar de economía.
Una idea ingenua
Un análisis distante del discurso pone rápidamente en evidencia el juego que se ensaya con el imaginario colectivo. Por una parte, se intenta presentar el estado de la economía cuando asumió el gobierno como crítico e insostenible. Por otro lado, se le atribuye semejante mala praxis a la defensa de intereses espurios de quienes gobernaron anteriormente. El oficialismo, entonces, se aboca a subsanar la inconducta política para resolver la degradación económica.
La idea tiene un plafón de verdad en el plano económico: en los últimos siete años el balance fue de una degradación en las condiciones de vida material para la población argentina. Son siete, porque el año que está por finalizar también se inserta en esa tendencia.
Para aclarar cuán realista puede ser este entendimiento sobre la política que se ejecuta, uno se siente tentado a invocar el análisis del zurdo empobrecedor más peligroso de la historia humana, un ser nefario llamado Karl Marx. Marx describía la existencia de un vínculo necesario entre la estructura socio-económica y la superestructura política. La estructura es un conjunto de relaciones sociales de producción que establecen la forma en la que las personas reproducen su vida material, y la superestructura las administra, modificando o conservando sus características en distintos grados, de acuerdo a los intereses que representan quienes la ocupan.
Un entendimiento tan perverso de la sociedad humana, que niega que ésta se organice por la venerable acción de las fuerzas de mercado, induce a sospechar sobre la veracidad del relato en torno a la casta. La superestructura puede conservar o reforzar la relación de fuerzas propias de la estructura si es su finalidad, pero la segunda tiene sus leyes intrínsecas que, una vez determinadas, son ajenas a la voluntad de la política.
Eso significa que “la casta” es un cuento. Y que la degradación económica se deba a sus privilegios, una fantasía. No porque no existan las cajas de la política, sino porque no guardan la menor relación con el desenvolvimiento de la economía. Los precios, los salarios, la actividad industrial, y las condiciones de vida son por completo independientes del nivel de corrupción de la política. O del grado de honestidad que predica Milei, por caso.
Distinto es considerar que, por convicción, pertenencia y niveles de capacidad, un gobierno pueda ser afín con un orden que perjudica a las mayorías, o no esté a la altura de las expectativas que despierta al presentarse como elemento superador de dicho tipo de orden. Y las dos variantes no son mutuamente excluyentes, por lo que pueden darse en forma simultánea.
Lo anterior indica que, haciendo a un lado su uso proselitista, la mistificación en torno a la casta es una caracterización ingenua sobre el funcionamiento de la política. Simplifica el trabajo de la política en general, y especialmente el que hace a la economía, al reducirlo a la administración proba del Estado por parte de un ser puro y prístino.
No es la finalidad de este análisis dilucidar si Milei y sus funcionarios reúnen atributos tan venerables. Lo cierto es que no tienen presente la actuación de la política sobre las condiciones de base, lo que de hecho ocurre porque no puede ser de otra manera.
Los hechos concretos
Tampoco hay que dar por sentado que lo sepan, ni descartar que el gobierno de La Libertad Avanza sea a fin de cuentas un esclavo de la práctica sin la capacidad de alterar la estructura socio-económica. Claro está, no para conducir la transición del capitalismo al socialismo, si no para alterar el propio desarrollo capitalista de la economía argentina.
Cosa que no solamente les interesa, sino que de hecho, alardean de estar llevando a cabo. Por eso, un discurso tan cargado de jactancia induce a la sospecha de que predominan las exageraciones, cuando no tergiversaciones de los hechos.
Podemos corroborarlo repasando algunas de sus definiciones sobre economía:
- En torno a la situación del comercio exterior, se señaló que hace un año la economía argentina se encontraba con “más de un punto del PBI de déficit comercial y reservas netas negativas por 11.000 millones de dólares. Hoy tenemos superávit comercial, creciendo a pasos agigantados, gracias a lo cual ya pudimos comprar más de 20.000 millones de dólares, récord histórico de nuestra nación”.
- Celebró la disminución de la brecha cambiaria, que hace un año “era del 180%”. Su reducción es algo que según el Presidente no sucede hace 16 años. También, según el Presidente, “esto produjo que el salario básico promedio crezca de 300 dólares a 1.100 dólares”.
- Enfatizó que la baja del riesgo país “nos permite bajar las tasas de interés, es decir, mejorar la capacidad que tienen todos los actores de la economía para acceder a un crédito más barato, lo cual facilita la inversión y genera puestos de trabajo”.
- Al referirse a las perspectivas para 2025, y observando la desaceleración en la caída de la actividad económica (sobrevalorada como “recuperación”), aseveró que “estamos entrando a un año de baja inflación, alto crecimiento económico y, en consecuencia, un crecimiento sostenido del poder adquisitivo de los argentinos, algo que hace décadas los argentinos no viven”. Le atribuyó a esta recuperación del poder adquisitivo una de las causas de la recuperación económica.
- Otra de las razones por las cuales sostiene que se observará un crecimiento sostenido es por “el ahorro realizado” por el sector público, “devuelto al sector privado”. Y por la baja de la tasa de interés, que al abaratar el costo del capital estimula la inversión.
- Como parte del impulso a la recuperación, consideró importante eliminar “trabas arancelarias” en el Mercosur y abrir el comercio con Estados Unidos. “Imaginen lo que hubiéramos crecido en estos casi dos décadas si hubiéramos comercializado con la primer potencia mundial”, añadió.
- Hizo una inferencia notoria sobre el RIGI, al remarcar que “ya tenemos solicitudes de aprobación de inversiones por más de 11.800 millones de dólares, y hay anuncios por miles de millones más en sectores como infraestructura, minería, siderurgia, energía, automotriz, tecnología, petróleo y gas”. Al enumerar las ventajas que acarrean al estimular la actividad económica, subrayó que “estas inversiones van a funcionar como una inyección de esteroides a nuestra economía, poniéndonos en el lugar en el que deberíamos estar hace muchos años”.
- Corolario: “Este proceso de crecimiento será sostenible en el tiempo (…) estamos abandonando ese sube y baja que era nuestra economía (…) El crecimiento llegó para quedarse, al igual que el superávit fiscal”.
Estas citas sintetizan el discurso sobre la economía, que contrasta con los hechos concretos.
El resultado comercial que se festeja es, en realidad, una consecuencia del empobrecimiento de la población argentina, y la contracción resultante del PBI. El resultado comercial es la diferencia entre el valor de las exportaciones y las importaciones. Si las primeras superan a las segundas, el resultado es superavitario. En el caso inverso es deficitario.
Las importaciones son, en su mayor parte, insumos que se demandan para el crecimiento económico, por lo que hay una relación inversa entre PBI e importaciones. El superávit comercial significa que la economía produce un excedente que su volumen de actividad no llega a absorber en importaciones.
No quiere decir que el estado óptimo de la economía sea de déficit, que a la larga es insostenible porque requiere financiamiento externo, pero un superávit comercial abultado y recurrente no es de por sí una buena situación. Esa situación dudosamente buena es la que se constata en la historia reciente de la economía argentina.
Si toma el PBI como está evolucionando en 2024, su valor representa una caída del 4,3 por ciento frente a todo 2022. Si lo medimos frente a los dos primeros trimestres de ese año, llega al 5,6. Ejercicio útil, porque luego comenzó una desaceleración del crecimiento que se exacerbó en 2023, con lo que la primera mitad de 2022 representa el mejor momento de la economía argentina antes de los últimos dos años.
En el 2023, el descenso estuvo relacionado con las consecuencias de la sequía. El déficit comercial aludido por el Presidente, de 6.925 mil dólares, se debió a esto. En 2022, con un PBI, más alto, se constató un superávit de 6.923 mil dólares, que representó un descenso con respecto a los años anteriores. En 2019, 2020 y 2021, el superávit comercial fue, en miles de dólares, de 15.990, 12.528 y 14.750, respectivamente.
El superávit de 2024, de 15.955 millones de dólares, no es resultado de ninguna política para celebrar. Simplemente, se debe a la recesión. Sería auspicioso si existiesen perspectivas para capitalizarlo en una política de estabilización macroeconómica.
Pero, contrariamente a lo que se afirma, no están a la vista. Consistirían en un ordenamiento de la relación entre precios e ingresos que presupone la estabilidad cambiaria. Al revés de lo que se piensa, que es que la estabilidad de precios conduce a la fijación del tipo de cambio.
Por eso es que permanece el denostado control de capitales. Y debiera mantenerse las tasas de interés en un nivel que promueva la elección de activos en pesos. Es decir, alta, en vez de baja.
La disminución de la brecha cambiaria, que el gobierno impulsa interviniendo sobre el dólar financiero, es peligrosa en estas condiciones. Pone un freno sobre la acumulación de reservas al desincentivar la liquidación de exportaciones, pero facilita el posicionamiento en pesos para adquirir dólares (el carry-trade) cuando mejoren las condiciones para ello.
Y en nada favorece los salarios. Para empezar, la comparación relevante es con el nivel de precios, que arroja un saldo desfavorable para 2024, más que con el tipo de cambio. Mitigado en la segunda mitad del año, pero la estabilización de salarios más bajos no equivale a una recuperación, ni tiene por qué conducir a un alza sostenida. Eso solamente puede resultar de una política económica activa.
Aun tomando el criterio que utiliza el Presidente, el Salario Mínimo Vital y Móvil, lo más próximo a una definición de “básico”, se encuentra en la actualidad en 261 dólares si se lo mide contra el dólar oficial y en 253 si se utiliza el paralelo. Otro orden de magnitud, sensiblemente inferior.
Las aseveraciones sobre la inversión, la tasa de interés, el RIGI y el comercio exterior, ameritan comentarios aparte. La inversión responde a la demanda interna, con independencia de las condiciones de la oferta, a las cuales luego se adapta.
Es decir que el costo del crédito, que en algunos casos financia proyectos específicos, no la alienta ni la desalienta. Lo último podría darse si las tasas de interés son realmente prohibitivas, lo que rara vez sucede. En la práctica, la elasticidad de la inversión con respecto a la tasa de interés es nula.
La caída del mercado interno indica que no crecerá la inversión con respecto a años de mayor actividad. De por sí, no es un elemento reactivador de la economía, puesto que responde al consumo. La causalidad es la inversa de la sugerida por Milei.
El aliento a la inversión en ciertos sectores estratégicos también es necesario por consecuencia del crecimiento, ya que tiene la función de sustituir importaciones cuando las que demanda el crecimiento se vuelven insostenibles con el nivel establecido de exportaciones.
Se trata de una alteración del rol de Argentina en la división internacional del trabajo que entraña una atención prioritaria al interés nacional. Es decir, una alteración significativa de la estructura socio-económica. Como tal, requiere una firme acción del Estado para sostener la orientación hacia los sectores prioritarios. Así se hizo la sustitución de importaciones en la industria pesada de la década de 1960. Y la falta de esa firmeza obstaculizó la sustitución de importaciones con el Frente de Todos.
La importancia del comercio exterior, con Estados Unidos u otro país, solamente puede medirse en función de esos objetivos. Es tan buena o tan mala como lo sea la política económica en ese aspecto. Pero, eso sí, sobre comerciar con ese país no hay nada para imaginar: lo hace Argentina desde siempre y es uno de sus tres principales socios de intercambio comercial, junto a Brasil y a China.
El porqué de la fábula
El discurso de Milei se abocó a dar la impresión de que los grandes problemas están resueltos, y solamente queda esperar la mejora del poder adquisitivo de la población y el crecimiento económico sostenido. Pero, en realidad, la recuperación del poder adquisitivo es un punto de partida para el crecimiento económico, y que se sostengan una vez que se ponen en marcha requiere de la actuación persistente del Estado.
Por lo que se conoce de quienes lo integran, y lo hecho hasta el momento, parecería legítimo inferir que esto está fuera tanto de las posibilidades como de la voluntad del gobierno.
Pero, como son conscientes de que lo que tienen para ofrecer no es suficiente para satisfacer las aspiraciones de la población, se recurre a la fábula fraudulenta de la casta, cuya moraleja es que era cuestión de hacer bien lo que otros hicieron mal por corruptos, y que no requiere más esfuerzo que una simple rectificación ejecutada por gente tan buena como Javier Milei y sus funcionarios, acatando las Ideas de la Libertad.
Ésa es la enfermedad de la hipocresía, que consiste en alardear de una capacidad de la cual carecen. Se la anestesia con el fármaco de la ilusión. La ilusión de que ya está todo resuelto. Lo que queda de este proceso es el desarrollo de una crisis política, producto de la permanencia de una debacle económica cuya existencia se intenta ocultar.