Aquí van una mirada de conjunto con análisis de contenidos ideológicos sobre la inserción de la Argentina en el mundo y un recorrido de las incongruencias en que cae la actual administración mientras los sistemas de asociación entre países se vuelven más complejos y dinámicos en creciente multipolaridad. La ONU. Los Brics. Las Malvinas.
La insólita política exterior del actual gobierno, que no parece alinearse con los tradicionales intereses nacionales argentinos, ha protagonizado en estos diez meses pasados de gestión algunas acciones claramente disruptivas y cuyas consecuencias negativas iremos registrando a lo largo del tiempo.
La primera de ellas, apenas asumido, es haber dado marcha atrás en la incorporación a los BRICS, convergencia de países (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los fundadores, a los que se han sumado recientemente Egipto, Arabia Saudita, Irán, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía) cuyo PBI se aproxima raudamente al que genera el G7 (integrado por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Japón y Canadá).
Si bien esta conjunción de países (a los que se los denomina “mercados emergentes”), los BRICS, tienen más población, recursos naturales y territorios que las economías maduras agrupadas en el G7, su PBI representa un 37 % del global.
Son países que han emprendido vigorosos procesos nacionales de expansión económica donde la excepción es Rusia, que aun con dificultades se ha recuperado considerablemente del colapso que le generó la implosión de la URSS y mantiene la condición de superpotencia nuclear (con más ojivas atómicas que los EEUU) pero cuya inserción mundial pasa hoy en gran medida por la exportación de gas y otras materias primas.
El reciente anuncio de la canciller Diana Mondino en la India, referido a que se estudiarán los cambios que los BRICS están proponiendo en el manejo de las monedas con que se hacen la mayoría de las transacciones comerciales en el mundo, puede ser considerado, de nuevo, como una voltereta sobre una decisión equivocada o simplemente otra adaptación circunstancial a interlocutores en foros donde no es negocio hacer escandaletes redituables en términos publicitarios como se eligen en otros ámbitos.
El G7, por su parte, concentra el 45 % de la riqueza a nivel mundial y enfrenta esta nueva alianza con cierta alarma y quizás ello explique el carácter agresivo de la OTAN para condicionar a China, empezando por su aliado ruso.
En cualquier caso, los BRICS en tanto economías en expansión, son una muy buena oportunidad para la Argentina que la actual gestión declinó para ofrendarse como platillo regalado a la hegemonía norteamericana, en consonancia con su histriónica denuncia de un comunismo que ya no existe en su versión dura de la guerra fría. El viaje de Milei a China puede ser analizado como una revisión realista de las relaciones internacionales o como otra incoherencia más entre los dichos y los hechos.
Organismos internacionales
La Argentina integra el sistema de Naciones Unidas y participa no sólo de la Asamblea General (y en algunos momentos del Consejo de Seguridad) sino también de múltiples programas y organismos vinculados como FAO, OIT, UNESCO y otros. Si bien en octubre de 1945 en San Francisco su incorporación fue problemática, pues entre los vencedores de la segunda guerra mundial había cuestionamientos a su neutralidad considerándola pro-Eje, cierto es que ha participado activamente de estos organismos y obtenido, incluso, una resolución a favor de las negociaciones por la soberanía de las islas Malvinas.
Con la llegada de los libertarios al gobierno todo esto se vuelve vidrioso, hasta la tibia reclamación de soberanía sobre las islas.
Con la ausencia en la firma del Pacto para el Futuro que suscribieron el mes pasado la inmensa mayoría de países miembros (134 sobre 193) nuestro país dio una nota discordante al disociarse, según el verbo usado por Mondino, y con ello alejarse incluso de su alineamiento con Estados Unidos e Israel, alianza por demás compleja esta última porque inserta al país en el conflicto de Medio Oriente que ya le costó dos atentados gravísimos (la voladura de la embajada de Israel y la bomba en la AMIA). Estos son temas en que lo ideológico produce muertes y por lo tanto resultan aborrecibles.
Revisar la utilidad de una presencia activa en los diversos organismos y programas del sistema de Naciones Unidas es una tarea indispensable que se corresponde con los ajustes que siempre conviene hacer en procesos institucionales que tienden a burocratizarse y generar intereses ajenos al cometido de programas y organismos enteros. Pero ello no amerita denunciar todo y descalificar al sistema, como prefiere hacer la actual gestión, atendiendo más a su campaña publicitaria que a los problemas reales que requieren soluciones y construcciones en lugar de desmantelamientos.
Los temas que aborda el Pacto para el Futuro incluyen diversos temas, todos plausibles y candentes, a saber: a) Desarrollo sostenible y su financiación; b) Paz y seguridad internacionales; c) Ciencia, tecnología e innovación y cooperación digital; d) Juventud y generaciones futuras; y e) Transformación de la gobernanza global.
No se trata de temas homogéneos, de similar importancia o que sigan un orden causal. Desde ya que el desarrollo del potencial de cada país es la cuestión central y la cooperación para lograrlo (su financiamiento) es prioritaria. El predominio financiero que caracteriza este momento de la historia humana (y no empezó ahora pero se ha vuelto hegemónico) es un asunto por demás complejo, puesto que hasta el momento no ha evitado sino reforzado el proceso secular de concentración de recursos y ganancias limitando el despliegue de las fuerzas productivas en cada país.
Ponerlo sobre el tapete, con un necesario enfoque crítico es sin duda un gran aporte que supondría un salto cualitativo en estos organismos internacionales donde en general se ha observado el punto de vista marcado por los países centrales como el más determinante a la hora de definir los acuerdos concretos.
Al respecto, cabe recordar aquel interesante documental que se exhibió años atrás en circuitos no comerciales, entre tantos otros que se han hecho sobre estas cuestiones, titulado “Nuestros amigos de la banca”, dado a conocer en 1997 por el investigador inglés Peter Chappell donde relata con detalle las negociaciones de funcionarios del Banco Mundial en Uganda, con filmación de las negociaciones y reportajes especiales a autoridades locales y funcionarios de la entidad financiera internacional incluyendo al propio titular, James Wolfensohn.
El presidente de Uganda reclama financiamiento para construir caminos, porque en la época de cosecha de los productos de exportación se convierten en lodazales de imposible circulación, mientras los funcionarios internacionales insisten en ofrecer líneas de crédito para construir escuelas y hospitales, algunos de ellos absolutamente convencidos de estar haciendo lo mejor para ayudar al país subdesarrollado. Esto coincide con los testimonios de alguien que, siendo negociador por la Argentina de un crédito del Banco Mundial para la Provincia de Buenos Aires, recibía la confesión de sus contrapartes sobre sus sentimientos progresistas, situándose “a la izquierda” de sus colegas del Fondo Monetario Internacional que, en ese confortable relato, terminaban siendo los malos de la historia. Internas también hay en esos lugares de privilegio.
Nada hay que provoque más satisfacción espiritual que ser un agente del bien y convocar a “las fuerzas de cielo” para hacer justicia en este mundo desmontando todo lo que se pueda la protección social existente. Curiosa y cruel ideología sacrificial.
Paz y seguridad
Objetivos por supuesto esenciales, más ahora cuando la acción bélica israelí (en respuesta a la sangrienta acción de Hamas sobre su territorio y población indefensa) sobre Gaza estremece al mundo por su letalidad, obligándonos a preguntarnos sobre cuál es el límite, empezando por preguntarse si lo hay, en el “derecho a defenderse”.
Con peine más fino podemos preguntarnos sobre la vinculación entre ambos conceptos, paz y seguridad. En principio, con cierta lógica, a más seguridad más prevención y por lo tanto más paz, o sea menos guerras. Pero resulta que, como observamos hoy, se impone otro criterio donde la seguridad – o la ausencia de ella – es un pretexto para ir a la guerra.
Detrás de las exigencias de seguridad, sean agitadas con o sin razón, está la formidable industria de armas y aparatos que complementan y garantizan – siquiera fuese presuntamente – la disuasión. En un contexto de guerra irrestricta, es pertinente preguntarse si la proliferación de herramientas, maquinarias y software bélico contribuye a la paz como se declama. Lo cierto es que la única garantía real de paz es el desarme, que haya muchos menos elementos para la agresión efectivamente la desalienta.
Ciencia, tecnología e innovación
Este capítulo del Pacto para el Futuro ampliamente respaldado en las Naciones Unidas también tiene luces y sombras.
No cabe duda que la aplicación del conocimiento sistemático (a lo que llamamos ciencia) a la resolución de los desafíos de la convivencia humana ha permitido los avances de los que hoy disfrutamos en múltiples dimensiones: producción, distribución, inclusión y, en no pocos casos, cierta equidad en la disminución de la pobreza extrema.
Pero se ha avanzado más rápido en la sustitución de mano de obra por procesos automatizados que en establecer un nivel de vida digno a cada miembro del género humano, algo que hoy es realizable y no lo era en un pasado no demasiado remoto.
El objetivo de “cooperación digital” requiere estar regido por criterios inclusivos y controles para evitar monopolizaciones que refuercen la concentración actual. De otro modo, la deseada “digitalización” convierte en consumidores a la mayoría de usuarios, algo nítidamente contrario al ejercicio de una ciudadanía plena, verdadero basamento de la libertad personal.
Lo hemos dicho antes, optar no es elegir, algo que supone mayor información y mejores medios de la que se ofrece – por ejemplo – a los electorados. Pero ocurre en casi todas las dimensiones de la vida social, no sólo en la política.
Juventud y generaciones futuras
Si bien la tasa de natalidad desciende (como así también la de mortalidad infantil) a medida que mejora el nivel de vida promedio, la población mundial sigue creciendo y se proyecta a diez mil millones de habitantes apenas un cuarto de siglo hacia adelante. Esto convierte a la demografía en la principal disciplina práctica de las ciencias sociales contemporáneas.
Quienes asumen el punto de vista de los poderosos del presente muestran un oportuno horror ante tamaña perspectiva y se rasgan las vestiduras. Lo cierto es que no se han cumplido las proyecciones de Malthus en su célebre Ensayo sobre el principio de la población ni en la progresión aritmética de los recursos disponibles ni en la geométrica en lo que se refiere al incremento de la población. Pero no por ello, y allí está la paradoja, la idea maltusiana, madre de políticas antinatalistas, ha dejado de tener adeptos. No pareciera el caso de China que por no poder alimentar a toda su población limitó, con resultados hoy muy preocupantes, la cantidad de hijos durante décadas y en lo inmediato significó el sacrificio de los niños de sexo femenino.
En cualquier caso tenemos todavía, y muy probablemente no sea así en un futuro cercano, enormes poblaciones jóvenes en la mayoría de los países que no han alcanzado un desarrollo propio y autosostenido. Ello plantea desafíos alimentarios, de salud, vivienda y educación que admiten una mirada global, aunque la solución la tiene que construir cada país porque, a juzgar por la experiencia, todo indica que las intervenciones globalistas en esta materia tienen invariablemente un sesgo genocida.
Gobernanza global
Este apartado habla de “transformación” de esa gobernanza cuando lo primero que nos preguntamos si debe existir como tal, o sea como “gobierno” a escala planetaria. Todo indica que, en la actual relación de fuerzas entre los poderes concentrados y las representaciones populares que expresan el interés del conjunto de las sociedades humanas, ese ordenamiento, bajo un poder mundial, congelaría y ampliaría las desigualdades existentes.
Y eso es así porque hoy no existen mecanismos mundiales o globales de promoción social y construcción de ciudadanía plena que implique una sólida o amplia capacidad de decisión de las personas que componen los diferentes pueblos y culturas.
Más aún, la única forma conocida hasta hoy para mejorar la calidad de vida de las poblaciones (entendida como acceso a los bienes indispensables incluyendo los intangibles como educación y cultura) pasa por la existencia de estados nacionales que apliquen políticas de promoción social: desde los cuidados materno-infantiles hasta la protección de los ancianos, pasando por la garantía de acceso al trabajo y actividades socialmente útiles para el conjunto de la población activa.
Como nota de color, señalemos para terminar que la crítica de Milei al Pacto para el Futuro se ha formulado desde un ángulo que pretende defender los derechos individuales tanto como la independencia de cada país, cuando el eje de su política social y económica desmantela precisamente las capacidades nacionales para albergar, cuidar, educar y garantizar la libertad de espíritu de la población argentina.