¿Qué pasa con Lula y el PT después de las municipales?

Desde Porto Alegre, Brasil.

En cierto sentido, el lulismo como fenómeno electoral es un “activo privado” de Lula, más allá del PT o de la izquierda en su conjunto. El electorado de Lula no se adhiere fielmente al campo de la izquierda de la misma manera que el electorado de Bolsonaro es fiel a las candidaturas de derecha y extremistas.

Hay quienes sostienen, en el gobierno y en el Partido de los Trabajadores, que el resultado de las urnas en las elecciones municipales brasileñas del domingo 7 de octubre pasado es favorable al gobierno. Los que argumentan de ese modo dan como razón determinando que salieron victoriosos los partidos que ocupan ministerios y forman la base en el Congreso.

La realidad concreta, sin embargo, no es así.

Las elecciones municipales consagraron la victoria de aquellos partidos fisiológicos y oportunistas que participaron y apoyaron activamente el gobierno fascista-militar de Jair Bolsonaro y que ahora controlan áreas relevantes en el gobierno de Lula sin ninguna lealtad política y programática hacia él.

Gilberto Kassab, el camaleónico presidente del PSD, no deja dudas al respecto. “Mi proyecto es Tarcísio. Me alinearé con el proyecto que sea compatible con el proyecto de Tarcísio, sea gobernador o presidente”, afirmó en alusión a Tarcisio Gomes de Freitas, gobernador del Estado de San Pablo y ex ministro de Bolsonaro.

Se trata de partidos políticos que parasitan a todos los gobiernos, de cualquier lado del espectro ideológico, y que parecen ser el principal factor de demora, corrupción y saqueo de los fondos públicos y del presupuesto nacional.

Este campo de derecha, junto con la extrema derecha opositora, obtuvo 25,4 millones de votos más en comparación con las elecciones municipales de 2020. Es un aumento del 49,7%, como lo muestra la tabla que se publica aquí:


Por otro lado, el bloque de partidos de izquierda y centroizquierda, en su conjunto, se estancó en relación a las elecciones municipales de 2020, con un insignificante crecimiento del 1,8 por ciento, lo que significa solamente 400 mil votos más.

La victoria, por lo tanto, de esos partidos neoliberales, conservadores y fisiológicos beneficia más a la derecha en el gobierno que al gobierno mismo, lo que aumenta el poder de presión y chantaje. Y también aumenta la capacidad de obstruir la implementación del programa por el que Lula fue elegido en 2022.

También se argumenta que el resultado electoral fue positivo para el PT porque el partido del presidente Lula pasó de ganar 183 alcaldías en 2020 a 248 en 2024.

Los datos son correctos, pero hay que considerar, sin embargo, que el 92,3 por ciento de las ciudades [188] en las que ganó el PT tienen hasta 20 mil habitantes, otras 41 [16,5 por ciento] tienen entre 20 mil y 50 habitantes y 15 [6 por ciento] hasta 100 mil habitantes.



Es decir que el PT tuvo un mejor desempeño en las pequeñas ciudades, en contraste con logros insignificantes en los centros urbanos más poblados y con mayor relevancia en la disputa política, cultural e ideológica del país.

En los centros más grandes, el PT ganó sólo dos [0,8 por ciento] de las 178 ciudades con una población entre 100.000 y 200.000 habitantes, sólo dos [0,8 por ciento] de las 158 ciudades con más de 200.000 habitantes y sin capital.

En la segunda vuelta, el PT disputa las elecciones en 11 municipios de más de 200 mil habitantes, lo que puede representar una oportunidad para paliar esta realidad.

Pero, si para el PT y para la izquierda y el centro izquierda el resultado de las elecciones fue desfavorable, ¿se puede decir que también habrá sido electoralmente perjudicial para el gobierno de Lula y su reelección en 2026?

Aunque puede ser apresurado dar una respuesta, se puede deducir que para Lula, personalmente, el resultado puede no ser comprometedor.

Esto se debe a que las investigaciones muestran que [i] el votante lulista no es, automáticamente, un votante del PT; y que [ii] el elector lulista tiene un perfil más conservador que progresista. Vota por candidatos de la derecha conservadora y reaccionaria que forma parte del gobierno, e incluso de la extrema derecha.

En cierto sentido, el lulismo como fenómeno electoral es un “activo privado” de Lula, más allá del PT o de la izquierda en su conjunto. El electorado de Lula no se adhiere fielmente al campo de la izquierda de la misma manera que el electorado de Bolsonaro es fiel a las candidaturas de derecha y extremistas.

Lula razona pragmáticamente ante esta realidad. A la luz del panorama diseñado por las elecciones municipales, debe reconfigurar el sistema de gobernanza para llevar a cabo la segunda mitad de su mandato y lograr su reelección en 2026, aunque sea al precio de entregar aún más porciones de poder y presupuesto a los Kassabs de la vida.

La pregunta es si esta elección compensará cualquier pérdida en la base social y electoral que podría inclinarse hacia el extremismo si el gobierno es incapaz de responder a las dramáticas urgencias de la mayoría del pueblo brasileño, que no se alimenta de los aumentos anunciados del Producto Bruto Interno, como dijo María da Conceição Tavares.

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