No moriremos, no todos moriremos

Los comicios para el Parlamento europeo dejaron a las derechas extremas en un lugar más cercano al poder. Pero todavía les falta. Francia, un experimento nacional.

Si el copito de nieve de Daniel Paz sigue las noticias internacionales, debe haber entrado en pánico otra vez ante los resultados de la elección de eurodiputados. Las derechas extremas de Europa dieron un salto adelante, dejaron a los conservadores tradicionales desconcertados y a varios gobiernos preguntándose dónde se equivocaron. El excelente resultado de esa elección en España les puede mostrar el camino, aunque hace falta un Pedro Sánchez para avergonzar a Vox, y de esos parece que no hay tantos.

Obviamente no hubo un Sánchez en Alemania, donde la siniestra Alternativa por Alemania, el más neonazi de los partidos extremos, quedó segundo. Los lepenistas festejaron, Giorgia Meloni se agrandó, los orbanistas húngaros se sintieron respaldados, y los trumpistas pensaron en nuevos aliados europeos. Una fiesta.

Pero las elecciones para el Parlamento Europeo no son el centro de la vida política del continente. No llegan al nivel de irrelevancia que sienten tantos por acá respecto a los diputados al Mercosur, pero tampoco es remotamente lo mismo que una elección nacional. Casi como las legislativas frente a las presidenciales, las euroelecciones juntan porcentajes de votantes más bajos, lo que quiere decir que las militancias se notan. Son, puede decirse, elecciones para politizados.

Esta parece ser la lógica detrás de la sorpresa que dio Emmanuel Macron esta semana al disolver la Asamblea Nacional de Francia y llamar a elecciones instantáneas. No sólo va a ser de las campañas más cortas que se recuerden -se vota el 30 de junio y el 7 de julio- sino que va a ser una guapeada histórica. Macron, que es de hablar largo, dio una conferencia de prensa que arrancó con un discurso de cuarenta minutos. Ahí tiró una pista: dijo que quería “respetar” el mensaje de las urnas y ver si los resultados eran representativos o no. Si lo son, hay que cambiar el gobierno. Si no, hay que taparles la boca a los extremistas.

Macron vio una doble fuga de votos hacia las dos puntas del espectro, con votantes castigando hacia izquierda y hacia derecha, y se juega a ver si en una elección “en serio” los franceses realmente quieren castigarlo. Todas las capitales del continente van a estar mirando atentamente: si sale mal, el próximo primer ministro será lepenista.

El fondo

Como esto es poroteo electoral, queda la pregunta de qué anda pasando en una región del mundo que, desde afuera, se ve envidiablemente estable y próspera. Está el chiste de que los europeos son puntuales y cada siglo, siglo y pico, se hacen fascistas. Y que la definición alemana de hubris es tenerlo todo en la vida y decidir entre mudarse todos a España a tomar sol, o invadir Rusia…

Para los compañeros de ruta norteamericanos, la explicación es sencillita: la Unión Europea no pudo ni podrá jamás contener los nacionalismos, que son la base de toda identidad. El órgano oficial del trumpismo, The Federalist, se alegró de ver tanto joven votando a la derecha y, en el caso francés, que las encuestas previas le dieron al lepenismo exactamente el voto que terminó sacando.

“Los resultados no fueron un accidente”, se entusiasmó el columnista de The Federalist Adam Johnston. “Lo que muestran es un creciente euroescepticismo y un descontento por la inmigración en toda Europa.” Johnston explica que es el mismo sentimiento que causó el Brexit en 2016 y “una revuelta contra la agenda globalista impuesta después de la segunda guerra mundial”.

The Federalist considera que todo gobierno “centrista”, sea de raíz conservadora o socialdemócrata, es en realidad de izquierda, mientras que partidos como el PSOE son simplemente comunistas vergonzantes. Por eso, los trumpistas adoctrinan que “la democracia no está en peligro” por el avance derechista. “Lo que está en peligro es SU democracia, la de esos izquierdistas en el poder, el establishment que no soporta que la derecha pase a ser la legítima oposición”.

Esto es, hay “una oligarquía” de izquierdas y derechas “tradicionales” que tiene básicamente las mismas políticas y los mismos intereses. Como no escuchan a sus pueblos que, por ejemplo, no quieren más inmigrantes, van a perder y perder. Concluyen: “Estas derechas ya no son más extremas. Ahora son simplemente la derecha”.

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