Los conservadores de siempre ya no hacen ascos a ceder ante la ultraderecha, tal es su prisa por gobernar. ¿Y los progresistas? Preocupan. Hay un mosaico de partidos a la izquierda del PSOE, enredados en sus propios debates internos, en sus ceremonias de clarificación y mirando de soslayo a las otras formaciones, en muchos casos hermanas, para diferenciarse y arrancarles algún voto en su momento.
En este mundo existen los héroes, afortunadamente. Son héroes los voluntarios que acuden a las situaciones más difíciles para defender a las víctimas incluso a riesgo de perder la vida o, de hecho, encontrando la muerte. Hay infinidad de personas desprendidas que ponen por delante el bienestar y la defensa de los demás en todo tipo de profesiones, en países lejanos, en contiendas sangrientas y hasta en nuestro barrio. O los periodistas que se juegan la piel para informar de lo que está sucediendo. Producen respeto e inspiran el deseo de ser mejores personas.
Todos ellos, todos estos seres humanos de una generosidad desbordante, ajenos al egoísmo, volcados en los demás, son dignos de elogio. Tanto como esas mujeres en Irán que desafían al régimen mostrando sus cabellos, en recuerdo de una joven asesinada por no llevar el velo como los dictadores de su país exigen.
Sabemos de los hechos de los héroes sobre todo en situaciones difíciles. Son admirables los médicos que resisten en los hospitales de Gaza protegiendo y cuidando a los enfermos y heridos y, también allí, quienes acuden pese a los drones y las bombas, a cocinar para una población hambrienta. No se me van de la mente los siete voluntarios de World Central Kitchen, la ONG fundada por el cocinero español José Andrés que han sido asesinados por fuerzas israelíes en Gaza, cuando acababan de entregar cien toneladas de alimentos en el centro de la Franja. Para el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, lo sucedido responde a un ataque “no intencionado”, añadiendo que, ya saben: “esto ocurre en tiempos de guerra”.
Frente a los héroes tenemos a los antihéroes que consiguen un determinado logro sin proponérselo, por equivocación o hasta con el ánimo de fastidiar. No se les admira como a los héroes, pero puede que les aplaudan aquellos que simpatizan con sus resultados. Los antihéroes tienen unos límites que se difuminan en muchas ocasiones, hasta el punto de que a algunos se les puede confundir con héroes auténticos, pero, en realidad, su forma de actuar se acerca más a la idiosincrasia del villano. Y ello es así cuando los resultados obtenidos no tienen origen en la pura casualidad –situación típica del antihéroe– sino cuando son fruto premeditado y alevoso de una intención perversa. Esto no es óbice para que, muchas veces, los malvados se hagan pasar por espíritus con elevados fines. Probablemente Netanyahu entre en esta categoría, argumentando necesidades y desafíos cara a los suyos, y actuando con saña genocida contra una población indefensa de niños, mujeres y vulnerables.
Se abrió la veda
Lo de aquellos que se quieren hacer pasar por gente de convicciones firmes que actúan solo por el bien de su país pasa mucho y sucede también aquí y precisamente en un terreno que conozco bien, en el ámbito judicial, donde hay demasiado aspirante a redentor en la línea de determinadas formaciones, nada progresistas.
La mala praxis viene de atrás, y sé de lo que hablo por experiencia propia sufrida. Una experiencia que incluye tres procedimientos penales a la vez, hasta acabar abrasado en la parrilla judicial de la sala Segunda. Nueve años más tarde, cuando se me dio la razón ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU, nadie le dedicó más allá de medio párrafo en los medios que denostaron en su día mis decisiones judiciales, que hoy, incluso, constituyen la base de la Ley de Memoria Democrática que quieren eliminar el PP y VOX, y aún está pendiente de cumplimiento por parte del Estado español.
Existen más ejemplos paradigmáticos, como el del procès, cuando los políticos en el Gobierno decidieron llevar a los tribunales, mediante el Fiscal General de la época, un asunto que debería haberse resuelto en la política; o el de Dolores Delgado, que lleva dos años (sin contar los previos de Ministra de Justicia) sufriendo acciones judiciales más que dudosas, en su génesis y desarrollo, ante la Sala Tercera del Tribunal Supremo, que buscan su aniquilación por vía judicial a través de quienes, desde determinadas asociaciones fiscales conservadoras, la tienen en su punto de mira político.
O Victoria Rosell, que tuvo que renunciar, en un momento concreto, a su posición política en Podemos, viendo cómo después su causa fue archivada. O el propio Fiscal General del Estado, Álvaro Ortiz, con la querella interpuesta por el PP, por una inverosímil e inexistente prevaricación, extraída con fórceps de una sentencia injustificable previa de aquella Sala, como acto político descarado. En este caso, al compás de los tiempos que marca la omnipotente Sala Segunda del Tribunal Supremo para decidir sobre su admisión o desestimación (que sucederá, sin lugar a dudas) como mecanismo de ataque personal y político.
Mientras tanto, la inflación de querellas y denuncias judiciales con escasa cimentación, pero muy vistosas y bien utilizadas por los medios informativos afines, que se encargaron de amplificar sus posibilidades, es asfixiante y malsana, y el desgaste de la institución, definitivo. Todo ello sin olvidar las acciones en apoyo y soporte de determinada lideresa de Madrid y su prometido por parte del ICAM, y otras contra fiscales por desmentir una noticia falsa.
Miren lo que le ha pasado a la vicepresidenta valenciana Mónica Oltra. Una asociación presidida por una ultraderechista ejerció la acción popular a la que se adhirió VOX, bajo la acusación de que Oltra conocía y encubría supuestamente los abusos de su marido a una menor que se encontraba bajo la tutela de su departamento. La dirigente mantuvo su inocencia, pero la presión fue tal que dimitió en junio de 2022. Ahora, la causa contra ella, que también incluía a otros 15 altos cargos y funcionarios de su departamento ha sido archivada. Después de dos años de investigación, el juez no aprecia “indicios de la comisión de delito alguno”.
Bienvenidas sean estas resoluciones, pero una administración de justicia tardía no es justicia. Solo la resiliencia de quienes sufren estos desmanes los mantiene firmes para cumplir con el deber sagrado de servidores públicos, en defensa de unos valores que otros han olvidado, o nunca tuvieron, y por ello se prestan a estos juegos de villanos que nos avergüenzan a todos.
Jueces antihéroes
En aquellos casos en que es evidente -hasta para el más lego- que algo no huele bien en algunos órganos judiciales, sobrevuelan las sospechas de Lawfare, de utilización política de la justicia. Defender la independencia judicial y reconocer que muchos de las y los jueces españoles cumplen a cabalidad con sus obligaciones, es no solo conveniente sino necesario, pero, en justa reciprocidad, es cierto reconocer que algunos no hacen mérito a la exigencia que la ley les impone de administrar recta e imparcial justicia.
El Lawfare también consiste en admitir denuncias a porrillo para hacer el juego a estos esforzados y poco ejemplares ciudadanos. En alargar los procesos o cajonearlos, en el argot judicial argentino, o dejarlos dormir y luego revivirlos, a conveniencia u oportunidad. Aunque hay togados a los que parece que no les quita el sueño tal práctica.
Es entonces cuando los jueces se convierten en antihéroes, dejémoslo ahí, sin más recorrido. Y son ovacionados por su valentía. ¿Y si no hay unanimidad en la decisión del tribunal? Los que conocemos bien el oficio sabemos que, en una Sala de justicia, la responsabilidad se diluye y la disidencia se expresa solo por el voto particular. De ahí que según la opinión contraria y minoritaria vaya a favor o frente al viento de los interesados, el juez disidente se verá ensalzado o en apuros profesionales y su categoría y experiencia, aun cuando sea evidente (en el buen sentido o en el nefasto), será elogiada públicamente o mermada en rumores y comentarios de café.
No les engaño: asistimos a una curiosa oportunidad de presentación de querellas, de instrumentación de la justicia, de ausencia de consecuencias, de malversación de recursos públicos, de descrédito, de daño a la reputación… Todo ello sazonado con el envilecimiento de la vida política. La justicia no dispone de medidas de sanción contra estos evidentes descaros que llevan a la desconfianza de los ciudadanos. Aquellos que practican el filibusterismo judicial se van de rositas y el sistema se descompone, de acuerdo con el deterioro que la ultraderecha y la derecha, están consiguiendo implantar.
Salvadores de la nación
Un deterioro que algunos de los propios servidores públicos electos parece que se complacen en aumentar. Las actitudes no son drásticas y eso amplía el bache entre representantes y representados. Corruptos los ha habido siempre y los partidos tienen la obligación de eliminarlos, pero a veces pasa que, aun pareciendo que las comisiones económicas se obtienen en una formación determinada, la trama de comisionistas se encuentra trasversalmente infiltrada en otra de signo diferente, ya que el dinero no entiende de siglas. De ahí que en ocasiones, el que clama al cielo por la corruptela del contrario, acabe bajando el nivel de la algarabía al encontrarse con que los suyos, también pululan por ahí.
Si tengo que destacar algo especialmente reprobable, señalaré esos asuntos en los que nos hemos visto agobiados por revelaciones indeseadas. De diferentes orígenes, pero con un nauseabundo punto en común: el desprecio a las vidas humanas, el afán por ganar dinero mientras la sociedad sufre. Provoca nauseas pensar que cuando estos individuos perpetraban sus negocios, seguramente recibirían como algo merecido felicitaciones y agradecimientos por su labor en favor de la ciudadanía. Ven, aquí se trata de villanos disfrazados de benefactores, haciendo caja a costa de la enfermedad y de la muerte u omitiendo la necesaria profundización en el caso de las residencias de mayores en las que la muerte cabalgó libre y sin paliativos a vista de la administración pública que tenía obligación de impedirlo. Ante esto, la verdadera justicia no puede permanecer silente.
Su labor ha sido bien aprovechada por estos perpetradores de la política que se presentan como salvadores de la nación y que practican el insulto a modo de herramienta fundamental: tantos decibelios emplean en denigrar al rival que quienes asistimos a estas diatribas, acabamos mostrándonos sordos a lo que ocurre, o incapaces de diferenciar los sonidos cuerdos ante la tanda de insensateces con que nos obsequian.
Hay que reaccionar
Lo malo es que, con el objetivo de desalojar al rival en el poder para sentarse en el sillón de mando, la derecha borra sus diferencias y alcanza acuerdos que, por lo general, van en contra de las libertades y los derechos duramente conseguidos. Los conservadores de siempre ya no hacen ascos a ceder ante la ultraderecha, tal es su prisa por gobernar.
¿Y los progresistas? Debo decir que me preocupan. Veo un mosaico de partidos a la izquierda del PSOE, enredados en sus propios debates internos, en sus ceremonias de clarificación y mirando de soslayo a las otras formaciones, en muchos casos hermanas, para diferenciarse y arrancarles algún voto en su momento.
Creo que no están a la altura de lo que se requiere. Pienso que ante el peligro que ya tenemos encima, de una derecha/ultraderecha dispuesta a arramplar con la democracia, toda la izquierda debe reaccionar, dejarse de lentos procesos de reflexión que empiezan y acaban en el propio ombligo y darse prisa. Se trata de adoptar una perspectiva de aproximación entre todos los partidos, para formar un bloque fuerte ante la marabunta de intolerancia que se avecina con la pretensión de tomar las instituciones. No queda tiempo para largos procesos de introspección. La amenaza interna y la situación internacional aconsejan decisiones rápidas y de unidad.
De lo contrario sucederá que la ciudadanía, cansada de tanta estupidez y asqueada por la suciedad de la podredumbre, llegue a la indiferencia, factor decisivo para que se produzca el asalto de los intolerantes. Me duele decir, porque siempre he creído en mi profesión, que dudo de que la justicia vaya a poder resolver los dilemas que se puedan presentar, ya que se encuentra enredada en la tela de araña de algunos de sus propios operadores. Ojalá las fuerzas progresistas reaccionen. Ojalá seamos capaces de no caer en los espejismos. ¡Ojalá existiera Superman!
Baltasar Garzón es jurista y autor, entre otros libros, del ensayo «Los disfraces del fascismo» (Planeta). Este artículo fue pubicado originalmente en InfoLibre.