Una polémica con Jorge Alemán

El psicoanalista y escritor publicó una columna sobre el sujeto histórico y el sujeto político. Aquí dos autores la analizan y dan su opinión. Es una invitación a discutir, ese verbo que se aplica tan poco en la Argentina de hoy. La coalición que encabeza el gobierno actual es, precisamente, un “sujeto político” que no expresa ninguna reivindicación acorde con las necesidades históricas. Pero fue la ausencia de una masa política que lo hiciera la que permitió su emergencia.

El escritor y psicoanalista Jorge Alemán, en una de las habituales columnas que publica en Página/12, aduce que en “la mundialización actual del capitalismo financiero” prescribió “la idea de una clase social objetiva y oprimida y a su vez predeterminada para una transformación histórica”. Según Alemán, eso que resume con la categoría «sujeto histórico” feneció a causa de la exacerbación del individualismo, provocada por las “intervención de las tecnologías en la producción de subjetividades”, que “fragmentan” la conciencia y la percepción individual. 

Alemán propone reemplazarla con la categoría «sujeto político», que tiene la finalidad de aglutinar “un conjunto de fuerzas articuladas alrededor de un proyecto político que se oponga a la dominación neoliberal y cuyo estatuto es siempre contingente”. 

Se pregunta si el peronismo debe ser el centro de este sujeto, y si a su interior predomina la identidad del kirchnerismo. Por último, sugiere que debe ser encabezado por “una nueva pero experimentada generación de dirigentes” que “al estar realizando la experiencia inédita de vivir bajo un proyecto de ultraderecha neoliberal, van probando en cada una de sus intervenciones un nuevo horizonte para sus apuestas políticas”. Para aventar cualquier ilusión de determinismo, subraya que “si nada de esto ocurre, dado que no es obligatorio que suceda, la Argentina que hemos conocido se irá desvaneciendo”.

Plantear las cosas de esta manera nos encuentra con la pregunta a la que se intenta responder, que no aparece de manera expresa en el análisis de Alemán. 

Es evidente que ante el fracaso de la experiencia anterior, la organización política y los conceptos que ordenan el ideario del campo popular tienen que revisarse. Pero, ¿la caducidad de esta organización se debe a un error conceptual, como sugiere Alemán? ¿O es más bien producto de una carencia conceptual? Dicho en términos más simples: ¿nos encontramos ante un nuevo problema que no conocemos, o sencillamente nunca entendimos la misma realidad de siempre? Alemán sugiere que se trata de lo primero.

La observación del proceso del que formó parte el gobierno del Frente de Todos y del que se vive hoy con el de La Libertad Avanza (mientras la Argentina retrocede), caracterizado por un empeoramiento continuo del estado de la economía y la sociedad argentina para el cual ningún sector de la dirigencia política tiene solución en vista del consabido, habilita a pensar que hay algo que no se comprende desde hace rato. Utilicemos el análisis de Alemán para intentar dilucidar qué.

Subjetividad y objetividad

El primer problema surge en cuanto consideramos que la idea de una clase social oprimida y depositaria del impulso al cambio histórico tiene su arraigo en el hecho de que hay realidades objetivas que determinan que esta opresión sea necesaria. Se trata de las relaciones sobre las cuales se sostiene la acumulación económica, que su propio desarrollo extiende hasta volverlas contradictorias con su propia condición de existencia.

Es absurdo oponer a esto la “producción de subjetividades”. En lo que respecta al análisis social, lo subjetivo es determinado por lo objetivo, porque la conciencia de un individuo solamente puede estar arraigada en la realidad en la que se desenvuelve. Considerar que la expansión de la subjetividad contradice la existencia de una objetividad es errado. Y no se está jugando con las palabras. Por definición, los individuos son diferentes entre sí, y su desarrollo implica una mayor diferenciación. Eso no significa que se vuelvan incapaces de conocer la realidad objetiva que les es común.

Justamente, en este contexto la opresión se define como una realidad objetiva que les impide a los individuos realizarse subjetivamente. En los términos de Alemán, “fragmentar su conciencia”. En la terminología común, hacer su vida. Inferir que por el desarrollo de los medios para la práctica del ocio se modifica la percepción de la realidad objetiva al punto de desconocerla, equivale a postular que el acceso a los productos de la cultura y el conocimiento provoca la alienación del contexto en el que se vive. En lugar de advertir que el contexto en el que se vive explica este acceso, que es menor cuanto mayor sea la opresión.

El sujeto histórico es la Nación

Examinemos ahora la forma concreta de esta oposición entre lo opresivo y lo individual. Desde hace casi de un siglo y medio a esta parte, el mundo consolidó su fractura en centro y periferia. Los países centrales se constituyeron como tales porque en el seno de la democracia burguesa que perfilaba su tendencia a la consolidación, las clases trabajadoras de esos respectivos países batallaron en los parlamentos y consolidaron los aumentos salariales por lo que venían bregando. La ampliación de esos mercados internos hizo posible absorber un caudal de capital disponible en la forma de inversión, cosa que antes no ocurría.

Así, el naciente mundo desarrollado le dijo adiós a la experiencia histórica de las salidas de la crisis que necesariamente se resolvían expatriando capital. Había llegado a su fin esa etapa en la que el capital había viajado durante cinco siglos para buscar nuevas fuentes ganancias y escapar de las pérdidas. Desde el Mediterráneo (Venecia y Génova) hasta brevemente Amberes, luego Ámsterdam y pasar a Londres para recalar en New York, donde aún se encuentra. Siempre, y en cada ciudad de las enlistadas, en calidad de núcleo de la economía capitalista global. 

Esta realidad determina que el único “sujeto histórico” a transformar es la nación pobre que forma parte de la periferia, puesto que la contradicción principal –nervio motor del cambio- es la relación simbiótica desarrollo-subdesarrollo. Así es que Alemán se equivoca de Paraíso perdido, puesto que antes que una clase social oprimida hay una nación pobre oprimida -que forma parte de la periferia- y ella es el “sujeto histórico”. No es que no haya clases oprimidas en la periferia y el centro, pero esta contradicción es secundaria.

Con todo, no es una contradicción desdeñable, puesto que si lo que se debe transformar es la nación como conjunto, la propia lucha de facciones conspira contra el desarrollo nacional, y cuando cobra expresión plena agrava el subdesarrollo, puesto que, en la búsqueda del empobrecimiento de la facción contraria, mal identificada como responsable de la pobreza propia, se ahonda el empobrecimiento de la totalidad de la nación, cuya relevancia no se advierte. 

Por esto es que la contradicción secundaria debe atenderse en el marco de afrontar la contradicción principal. Un problema serio del derrotero de una parte de la conciencia política argentina es que no logra caer en la cuenta de que la cuestión nunca fue “uno, dos, tres más Vietnam” o su variante apaciguada. Siempre fue “un, dos, tres más metros cuadrados, autos, televisores”.  Y lo último no lo impedía el sistema de acumulación sino la falta de acumulación. 

No sólo eso, sino también un planteo teórico serio de cómo se hubiera hecho la transición. A falta de pan, bueno es acelerar el desarrollo al menor costo posible, o sea darle máquina al desarrollo capitalista. De esa manera el individuo oprimido iba a continuar exudando plusvalía. Pero un escenario es el de la hora salarial a 7 dólares y otro a 35 dólares. 

Una cosa es cierta: el desarrollo de la periferia en su totalidad no es posible. Ni ecológica, ni física ni económicamente es posible. Lo que no quita que algunos países que la conforman puedan desarrollarse de manera autónoma. Uno de ellos es la Argentina, porque desarrollo implica más energía y alimentos, y de los dos tenemos.  La balanza de pagos no tiene que sufrir el asedio de los déficits que vuelven impracticable el desarrollo.

Contingente

La paradoja que plantea la categoría de Alemán «sujeto político», que el escritor y psicoanalista nos solicita adoptar, es que en tanto su “estatuto es siempre contingente”, resulta parte sustancial del problema, lo que la deposita en las antípodas de su superación. En efecto, “contingente” para el diccionario RAE tiene siete acepciones, de la que en este asunto calza la primera: que puede suceder o no suceder. 

Abordado de este ángulo, el problema es que las expresiones políticas de las mayorías nacionales se han comportado como “sujetos políticos”. Su andar contingente es una manifestación del comportamiento político que el sociólogo y economista italiano Wilfredo Pareto caracterizara como de circulación de las elites. Esto es, un movimiento por medio del que grupos moluscos (son invertebrados, contingentes) interesados solamente en la manija se la van pasando unos a otros, para recuperar el espacio político que perdieron. Al  ser conservadores por definición ahogan cualquier atisbo de cambio en una sociedad que lo demanda ansiosa.

De hecho, al tratarse de un “sujeto político” opositor a la “dominación neoliberal”, su estatuto contingente depende de que ésta exista. Se desprende como conclusión que el “sujeto político”, despojado de su sustancia histórica, solamente adquiere relevancia como expresión de una queja con una realidad existente, pero inmutable. 

En los hechos, eso luce describir las experiencias recientes de las mayorías nacionales, con los resultados consabidos. La realidad del “sujeto político” se impuso antes de que Alemán tomara consciencia de su acontecer, y ahora pretende reestablecerla como solución al problema que ella misma provocó.

Esta situación evoca a Antonio Gramsci, a quien vale la pena citar en forma extensa. Escribió: “La actual generación tiene una extraña forma de autoconciencia y ejercita sobre sí misma una extraña forma de autocrítica. Tiene conciencia de ser una generación de transición, o mejor aún, cree ser algo así como una mujer encinta: cree estar a punto de dar a luz y espera que le nazca un gran hijo. Se lee a menudo que ‘se está a la espera de un nuevo Cristóbal Colón que descubrirá una nueva América del arte, de la civilización, de las costumbres’ (…) Este modo de pensar, recurriendo a imágenes míticas tomadas del desarrollo histórico pasado, es muy curioso e interesante para comprender el presente, su vacuidad, su falencia intelectual y moral. Se trata de una de las formas más extravagantes del ‘juicio de la posteridad’. En realidad, con todas las profesiones de fe espiritualistas y voluntaristas, historicistas y dialécticas, etc., el pensamiento que domina es el evolucionista vulgar, fatalista, positivista. Se podría plantear así la cuestión: toda ‘bellota’ puede pensar en convertirse en encina. Si las bellotas tuvieran una ideología, sería precisamente la de sentirse ‘grávidas’ de encina. Pero en la realidad, el 999 por mil de las bellotas sirven de pienso a los chanchos y, a lo sumo, contribuyen a elaborar salchichas y mortadela”.

El Caballero 46

Si esta mordacidad de Gramsci interpela a lo analizado por Alemán, o hasta dónde lo interpela, es un asunto lateral al hecho central de que la tarea es convertir al “sujeto político” realmente existente en un “sujeto histórico”. Exactamente al revés de lo que plantea Alemán. 

Cabe consignar que la óptica de Alemán se asemeja a un eco del “populismo” definido por Ernesto Laclau, que con sus “significantes flotantes” o “vacíos” desafiló a fondo la navaja de Ockham. Laclau entiende que la “razón populista” es la única manera de estabilizar la democracia en la periferia, puesto que el desarrollo de la zona no es posible. Entonces, lo único factible para que el sistema político no derrape hacia la violencia antidemocrática –dada la imposibilidad de mejorar la vida de las mayorías- sería el analgésico que suministra el “populismo”.

La razón “populista”, leit motiv del “sujeto político”, debe dar paso a la “necesidad hecha conciencia política” –gran definición de la libertad de Federico Engels- para que se vigorice el “sujeto histórico” nación. 

De acuerdo a lo postulado aquí en el examen crítico efectuado a la categoría que nos invita a abrazar el escritor y psicoanalista, es exactamente al revés. Los desleimientos que ya se operan en la Argentina con estos aventureros libertarios son buena prueba de ello. Es por la defección en honrar los intereses bien entendidos de las mayorías nacionales que se coló esta desgracia.

Cierto episodio histórico relatado por Antonio Gramsci, centrado en 45 caballeros húngaros, ilustra este proceso y deja en claro que no se trata de la subjetividad de los actores sino de la objetividad de tener desdeñado al “sujeto histórico”. Durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), narra Gramsci que “45 caballeros húngaros se establecieron en Flandes y, puesto que la población había sido desarmada y desmoralizada por la larga guerra, consiguieron tiranizar al país por otros seis meses”. Gramsci dice al respecto que “en realidad en muchas ocasiones es posible que surjan ‘45 caballeros húngaros’ allí donde no exista un sistema de protección de la población inerme, dispersa, constreñida al trabajo para vivir y, por consiguiente, impedida en todo momento de rechazar los asaltos, las incursiones, las depredaciones, y los golpes de mano ejecutados con un cierto espíritu de sistema y un mínimo de previsión ‘estratégica’”. 

Si el “sujeto político” circula como elite para que nada cambie mientras hace que la mueca de que la mano viene de cambio, es cuestión de que aparezca una banda de aventureros más audaces para quedarse con el gobierno. 

Es por eso que Gramsci previene: “A casi todos les parece imposible que una situación como ésta de los ‘45 caballeros húngaros’ pueda verificarse nunca: ésta es una ‘incredulidad’ en la que debe verse un documento de inocencia política (…) no se entiende que, en toda situación política, la parte activa es siempre una minoría, y que si ésta cuando la siguen las multitudes no organiza establemente esa influencia, y se dispersa en cualquier situación propicia la minoría adversaria, todo el aparato se deshace y se forma uno nuevo, en el cual las viejas multitudes no cuentan para nada y ya no pueden moverse ni obrar”. 

Con los libertarios se verifica en la Argentina. La coalición que encabeza el gobierno actual es, precisamente, un “sujeto político” que no expresa ninguna reivindicación acorde con las necesidades históricas. Pero fue la ausencia de una masa política que lo hiciera la que permitió su emergencia. Por ende, es menester que la parte activa que se propone superar esta realidad tome conciencia de que su praxis solamente puede tener la finalidad del desarrollo económico, uniendo a las mayorías en pos de este objetivo. De esta forma se desvanecerá la Argentina que hemos conocido, cuyos aspectos más opresivos este gobierno solamente prolonga. Lo inédito es su alto grado de agresión.

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