Patiño Mayer: “El Pepe decía ser el más peronista de todos en el Uruguay”

El ex embajador argentino en Uruguay y dirigente peronista Hernán Patiño Mayer mantuvo una relación estrecha y amistosa con el fallecido líder frenteamplista José ‘Pepe’ Mujica, quien supo decirle al diplomático vinculado al justicialismo que “si no se entiende al peronismo, no se entiende a la Argentina”. En una entrevista con Y ahora qué? demolió así el mito que adjudicaba al Pepe un antiperonismo que nunca se demostró ni en los hechos ni en los dichos. Lo puso a la altura del papa Francisco en cuanto a la virtud de “la coherencia”.

“Mirá, ahí están dos de los fundadores del Movimiento Tupamaros”, dice Hernán Patiño Mayer que le dijo a Néstor Kirchner cuando viajó, como presidente argentino, junto a Cristina Fernández, a la asunción al poder de Tabaré Vázquez. “Presentámelos, por favor”, le pidió el santacruceño. Así empezó una “relación cordial” con ‘El Ñato’ Eleuterio Fernández Huidobro y Mujica. El diplomático destacó la integridad política y honestidad de líderes del Frente Amplio, en contraposición a lo que sucedió en Argentina, donde si no fuera “por los errores cometidos por casi todos nosotros, nunca jamás hubiese sido presidente Javier Milei, un hombre de una crueldad siniestra”.

–Usted conoció a Mujica cuando era embajador argentino en Uruguay, en una etapa marcada por el conflicto de la papelera Botnia, ahora UPM, instalada a orillas del limítrofe Río Uruguay ¿Cómo fue vivir aquel momento tenso en lo político y diplomático?

–El corte del puente internacional Gualeguaychú-Fray Bentos fue casi un acto de guerra. Pero se pudo encauzar. Mantuve una buena relación con el presidente Tabaré Vázquez. Era un caballero. Me atendía siempre para demostrar que no había problemas con Argentina. Era con el presidente argentino (Néstor Kirchner), por haber organizado aquel famoso acto declarando causa nacional el tema de las plantas de celulosa. Vázquez era muy inteligente y hábil. Mientras tanto, yo ya tenía una relación con el grupo que había sido fundador y dirigente del Movimiento Tupamaros. Con Eleuterio Fernández Huidobro, Mauricio Rosencof y con Mujica, por supuesto.

–¿Cómo definiría aquella relación con los ex Tupamaros en un Uruguay que había recuperado la democracia?

–Nos invitaban a comer asado a la residencia presidencial. Charlábamos de política. El Pepe siempre decía: ‘Yo soy el más peronista de todos en el Uruguay’. Tenía un profundo respeto por el peronismo . Siempre decía, y lo repitió muchas veces, que ‘si no se entiende al peronismo, no se entiende la Argentina’. Así que la relación se hizo muy, muy familiar. No había protocolo. Cuando asume Tabaré, el Pepe es designado ministro de Ganadería y Agricultura. Nos veíamos periódicamente y con todo su equipo. Como no teníamos un problema agrícola bilateral, el tema era el puente.

–Me imagino que como embajador tuvo que dar la cara con mucha frecuencia en medio de la tirantez.

–La gente me paraba por la calle pero con todo respeto. Me decían ‘haga algo para que esto termine’ o que ‘esto no puede seguir así’. Mire, yo tenía la revista Reader’s Digest. Había una sección que se llamaba ‘Un personaje inolvidable’. Para mi, uno de los personajes inolvidables fue el Pepe. Con una relación de profunda confianza, hablábamos de todo. Me contó aquella anécdota del tupamaro José Luis Nell a quien encontraron fumando, sentado en el suelo, con el pecho manchado de sangre por una herida de bala. Fue uno de los responsables militares de Tupamaros junto con el Pepe. Tuve una enorme admiración por todos ellos. Por su carácter y sus debilidades. Todos eran militantes. Tenían el mismo espíritu.

–¿A Mujica lo incluye en esa consideración?

–Lo terminó demostrando a largo de su carrera. Ellos son liberados en 1985. Habían pasado muchos años y ahora era ministro. Había que comprender aquel contexto. Comprender, simplemente, que tuve mucha suerte: hay un solo país en el mundo donde el embajador más importante entre todos los embajadores, es el de Argentina. Ni el de Estados Unidos ni el de Rusia. Y que Argentina es un problema para los uruguayos desde la confrontación con José Artigas y todo lo que conocemos después. Para mi, Mujica fue un personaje prácticamente único.

–¿A la altura de los grandes líderes latinoamericanos?

–No tuve nunca la suerte de hablar con Juan Perón. Pero creo que Perón era igual o mejor. No lo conocí personalmente. Lo vi en el balcón de la Rosada.

–¿Cuándo empezó su vínculo diplomático con Uruguay?

–Para contextualizar el tema, debo decir que entre 1995 y 1997 había sido embajador cuando era presidente Julio María Sanguinetti. Tuve buena relación. Cuando Carlos Menem viajó, como presidente, dijo alguna cosa disparatada, pero al lado de lo que vemos hoy en nuestro país, era un premio nobel. Era un seductor de fácil comunicación. Sanguinetti se tuvo que comer que Menem le dijera que el Partido Colorado era el partido federal de Argentina. Pero lo sacó con un chiste y todo quedó bien. Renuncié en la presidencia de Fernando de la Rúa y volví gracias a la intervención de Felipe Solá y la generosidad de Eduardo Duhalde. Felipe había quedado a cargo de la gobernación de la provincia de Buenos Aires por la huida vergonzosa de Carlos Ruckauf. Le dije que me gustaría mucho volver a Uruguay y Felipe cumplió. Esa misma noche, Duhalde nombró a sus dos primeros embajadores políticos. A Diego Guelar en Estados Unidos y a mi en Uruguay.

–Tiempos de colapsos económicos y políticos.

–Llegué a Montevideo en el peor de los momentos de la crisis argentina. Tanto que le dije a mi mujer ‘nos vamos por un mes porque esto no puede durar’. Así veía yo las condiciones del país el 1 y el 2 de enero de 2002. Ahí empiezo a tomar conciencia del clima adverso hacia nosotros. Nos hacían responsables de la crisis que estaba golpeando con mucha fuerza en Uruguay. Era presidente Jorge Batlle, con quien mantuve buena relación. Demostré la empatía lógica que todos sentíamos por las consecuencias que estaba pagando Uruguay.

–¿Culpaban a la Argentina por su crisis?

–La crisis argentina era gravísima, sobre todo por los daños causados. No solo en la economía, sino en las pérdidas de vidas humanas. Por la actitud De la Rúa y su equipo. Dije en aquel momento que estaba confiado en la recuperación, que efectivamente sucedió en Uruguay. Su crisis era muy profunda. Pero a través de un pianista que era hermano de Batlle y amigo del presidente George Bush, consiguieron un préstamo de emergencia. No del FMI sino del gobierno norteamericano. Pero después vino la crisis por las declaraciones de Batlle de que ‘éramos ladrones, de primero al último’ y de que Duhalde no estaba ni siquiera capacitado para conducir la hinchada de Boca o su barrabrava.

–Menudo conflicto para que lo afronte un embajador.

–Las declaraciones me sorprendieron. Batlle era un tipo muy cuidadoso y prudente. Pero su alta autoestima y sobrevaloración de su capacidad, lo llevó a caer en una trampa que le tendió un periodista argentino de una agencia económica estadounidense. Lo dijo con la cámara encendida, sin saberlo, según lo dijo. Es posible. Pero ‘se non é vero, é ben trovato’. Eso motivó una reacción del gobierno argentino. Una reacción medida pero la gente estaba realmente muy preocupada. Significaba un agravio directo al presidente y, por lo menos, al Estado argentino.

–¿Cómo intervino?

–Me comuniqué con Batlle. Tenía mucha proximidad con él. Me dijo que quería ir a disculparse. Se lo dije a Duhalde. Me dijo que estaba dispuesto a recibirlo. Yo lo acompañé a Batlle en helicóptero.

–¿Cuál es el rol histórico que le adjudica a Mujica y, en toda su dimensión, al Frente Amplio?

–Hay que entender el por qué de la llegada de la izquierda al poder. Al triunfo sobre los dos partidos tradicionales del Uruguay. Uno de carácter nacionalista conservador. De alguna manera, vinculado a los propietarios de la tierra. El otro de carácter progresista conservador, vinculado a la intelectualidad uruguaya heredera de un reformador como el presidente José Batlle Ordóñez. Nadie se imaginó antes que pudiera aparece una tercera fuerza, fundada por Líber Seregni, con posibilidades de hacerse del gobierno nacional. Fue la aparición de un general que construye un frente en 1971 que convoca a toda la izquierda, desde el comunismo a la Democracia Cristiana y al movimiento obrero. Fue la evidencia de que algo estaba cambiando. Dos años después viene el golpe de Estado. Con la restauración democrática se vuelven a instalar los partidos tradicionales. Pero luego gana el Frente Amplio con Tabaré Vázquez. Y después, con el Pepe Mujica.

–¿Qué fuerzas mueve ese frente en la segunda década del siglo XXI con Mujica?

–¿Cuál es el motor? Es la coherencia política y el carisma de sus líderes, en este caso Mujica. Y así llega ahora la presidencia de Yamandú Orsi ¿Esto qué señala? Que la clave, en un país como el Uruguay, es la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. La honestidad de las conductas. Cómo proclaman, cómo viven, cómo se comportan. Su intensa militancia política. Esto es posible, también hay que decirlo, en un país más chico que Argentina. Aunque en realidad, todo depende del número de militantes que haya.

–¿Mantuvo su relación con Mujica?

–Mi relación con el Movimiento de Participación Popular, el MPP, de Mujica, y con él, fue siempre muy cercana y con afecto. Comíamos asado en casa, hablábamos de todo. Siempre me sorprendió la coherencia de esa gente. Dirigentes honestos y militantes incansables en su trato con la gente. La clave y la consolidación de supervivencia del Frente también fue dar lugar a gente de otras agrupaciones. Creo que no haber conocido nunca un personaje como Mujica. Podría nombrar a él y al papa Francisco. Las únicas dos personas que he conocido en el ejercicio del máximo poder institucional. Siempre con sencillez, humildad, coherencia con voluntad de trabajo y apostando siempre a la gente. Con respeto, con humildad, con sobriedad. Valores, para mi, admirables.

–¿Tuvo oportunidad de vincular a Mujica con Néstor y Cristina Kirchner?

–Sí, cuando asumió Tabaré. En el acto en la Plaza Independencia. Le digo a Néstor: ‘Ahí están dos de los fundadores de Tupamaros, Fernández Huidobro y Mujica. Me dijo ‘presentamelos, por favor’. Así lo hice. Les dije que ‘el presidente argentino los quiere conocer’. El trato fue muy cordial. Creo que Néstor se dio cuenta de que estaba en presencia de tipos excepcionales.

–¿Qué historias de la vida de Mujica más lo impresionaron?

–Cuando estaba preso dentro de un pozo. Le habían prohibido leer libros. Estuvo años así. Una vez por día lo sacaban para lo que debía ser un baño, otro pozo, para hacer sus necesidades. Le daban papel de diario. Pero él no lo usaba para limpiarse el culo. Lo hacía con agua de una canilla. Se guardaba los papeles para poder leer algo, aunque sean diarios viejos. Leía y leía. Era un tipo de enorme capacidad de meditación. Decía que hablaba hasta con las hormigas o que las escuchaba hablar. Era un modo de decir, para superar el aislamiento. ‘Sino me volvía loco’, me decía. Que imaginaba cosas, que tenía que pensar o repetirse cosas de memoria. Para cualquiera de nosotros hubiese sido insoportable. Además, en caso de acción armada de Tupamaros, los iban a fusilar. Pero no podía suceder porque ellos eran los responsables.

–Imagino que conoció también a su mujer, Lucía Topolansky.

–Al momento de ser liberado, en 1985, él ya había conocido a Lucía, antes de caer presos, después de la toma de Pando. Habían realizado acciones de expropiación de dinero y, en otros casos, de toma de documentación para probar la corrupción del régimen gobernante. Antes del golpe de Estado. Lucía es melliza y de una familia muy tradicional del Uruguay, desde el punto de vista económico y de las relaciones sociales. Durante los 14 años que estuvieron separados, mantuvieron el deseo de volver a encontrarse. Apenas salió Mujica, se fueron a vivir juntos. Un testimonio de la solidez de sus sentimientos. Lucía se amoldó a la vida en la chacra. Eran muy bonitas las mellizas. Cuando llegaban a fiestas de la alta sociedad de Montevideo, las otras mujeres decían ‘cagamos, ahora se llevan la fiesta ellas’. Muy atractivas inteligentes. El Pepe no era precisamente un galán, pero era atractivo, sólido desde el punto de vista ideológico y moral. Por su lealtad a su compromiso político. Siempre tuve la sensación de que no podían vivir el uno sin el otro. Hasta militaban juntos.

–¿Lo pone a la altura moral del papa Francisco?

–Con esa enorme coherencia y conducta. Igual que en el caso de Francisco, no hay posibilidad de construir nada en política religiosa o en la política común si hay incoherencia. Es lo primero que se percibe. Y la incoherencia no solamente aleja a los jóvenes. La corrupción, una vez que se desata, es muy difícil de controlar. Nosotros podemos dar prueba de ello. Estamos pagando en Argentina las consecuencias de errores. Javier Milei no podía haber sido nunca jamás presidente de la Argentina si no hubiera sido por los errores cometidos por nosotros. Un hombre de crueldad siniestra con una enfermedad mental. Lo terrible es que lo hayamos permitido.

–¿Hay un legado de Mujica que pueda ser aplicado en Argentina?

–Esto es lo que pienso y siento: Mujica, como una persona única e indivisible, nunca dejó de ser quien era y, como Perón, fue eligiendo los caminos según fueran las circunstancias. Nunca resignó sus principios ni sus objetivos. Nunca cedió ante la tentación del dinero y siempre quiso acumular poder, no para él, si no para el pueblo del que era parte y al que sirvió con alegría para terminar descansando en paz junto a su perra en el jardín de su chacra. No odiaba a los enemigos. Odiaba sus conductas e injusticias. Y contra ellas dio hasta su último aliento de vida. La causa es su legado. Queda mucho por luchar. Hay muchos jóvenes detrás de ‘la causa’ y no de posiciones rentadas.

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