Por qué insulta Milei

Los insultos y expresiones peyorativas presidenciales responden a una fuerte vocación aristocrática, tan intensa como falta de sustento.

El presidente Javier Milei parece dispuesto a poner entre paréntesis la génesis democrática de su arribo a la Casa Rosada y mostrarse distinto, exhibirse como algo acorde con la curiosa autopercepción que lo ubicaría por encima del resto de los ciudadanos, de quienes habrán de aceptar por ejemplo que mantenga una verdadera relación paternal con sus mascotas, a las cuales hace una semana agregó un “sobrino”, el cachorro de su hermana Karina llamado Thor, un Boyero de Berna. Sabido es que las mascotas del presidente resultaron de la clonación del fundador de la dinastía, Conan, nombre que remite al héroe de la saga fantástica debida al escritor norteamericano Robert E. Howard, animadora exitosa de revistas de historietas y del par de muy taquilleras películas que catapultaron a la fama al republicano (neoliberal, no libertario) Arnold Schwarzenegger; el cachorro que “adoptó” Karina Milei también fue distinguido con un nombre ilustre, el del viejo dios nórdico y germánico del trueno y de la fuerza, Thor, que llegó a públicos más amplios en la actualidad gracias a los buenos oficios de la editorial Marvel Comics y de la saga fílmica oportunamente producida por Marvel Studios y distribuida por Walt Disney Studios Motion Pictures.

Se trata de perros que bien podrían haber sido distinguidos con nombres plebeyos como “Pelusita”, “Toto”, “Cachafaz” o “Bingo”, pero no: cuando el presidente Javier Milei tuvo que decidir cómo llamar a los ejemplares debidos a la clonación de Conan decidió recurrir a nombres relativamente más pedestres como “Murray” (por el economista Murray Rothbard), “Milton” (por Friedman) o “Robert” (por Lucas), pero no menos sugestivos; en el caso de Karina Milei tal vez el nombre de su Boyero de Berna responda a la intención de sustraerlo de la constelación de tantos economistas controvertidos, pero manteniéndolo en el plano de una fantasía claramente superior y a resguardo de las asperezas de la política.

Ahora bien, centrando el foco en los “padres adoptivos” de los ejemplares seleccionados, lo cierto es que los nombres puestos a esas mascotas pur sang connotan, habida cuenta de que son varios y ninguno se alinea con los preferidos por el vulgo, cierta vocación aristocrática. La misma vocación, aunque parezca mentira y menos intensa, circula por el reverso del discurso presidencial cuando insulta a sus colegas, a políticos en general, legisladores y periodistas utilizando calificativos como “ratas”, “basuras”, “terrorista”, “cucarachas”, “asesina”, “econochantas”, “imbéciles” o “ensobrados”, sobre los cuales mucho se ha dicho y escrito, señalando de paso que son propios de dictadores, tiranos o autócratas; sin embargo, el vertiginoso atractivo de la estética de la injuria provocó que no se prestara la debida atención a uno de los núcleos insultantes presidenciales preferidos, como se verá, y entonces la pretensión aristocrática permaneció detrás del velo de puteadas gruesas, en un discreto segundo plano.

Quienes ponen en duda el curso de su gestión, lo critican o votan en el Parlamento contra alguno de sus proyectos, además de traidores, bazofias o degenerados fiscales para Milei son esencialmente ignorantes, gentes apenas capaces de contar en un ábaco. De ahí que contrario sensu él y quizás un grupo pequeño de colaboradores dilectos serían los sapientes, virtuosos y conocedores, en definitiva serían los aristócratas, asunto teórico más que frecuentado por cualquier alumno principiante de Ciencias Sociales en las Universidades nacionales (públicas y gratuitas) donde aprenden que procedentes de la Antigüedad todavía resuenan las voces de Platón y Aristóteles, entre otras, postulando que la aristocracia sería el régimen de gobierno de los mejores, los más prudentes, sabios y con expertise para manejar el Estado. Y también llegan voces por el estilo que mueven a risa en la Argentina actual, como cuando especulaban que si hubiera un ciudadano cuya superioridad en todos los órdenes fuera deslumbrante habría que apelar a los más rigurosos criterios de justicia y convertirlo en rey. 

Entonces incluso queda claro que los alumnos primerizos saben que para los griegos las virtudes no tendrían herederos y que los descendientes de los aristócratas en general serían gentes inclinadas al placer en los baños públicos y al ocio, y amantes de los privilegios por haberlos disfrutado desde la cuna. O sea que el riesgo de la aristocracia vendría después, cuando sus descendientes la convertirían en una mera oligarquía, un régimen donde gobernaran unos pocos y sólo preocupados por su riqueza, unos obsesivos equilibradores del presupuesto –algo así como los precursores del déficit cero–, y muy propensos al cultivo de la austeridad generadora de grandes desigualdades. Y también el riesgo de la oligarquía vendría después, porque la creciente concentración de la riqueza –que la haría hipersensible a la plutocracia– depararía una consecuencia inesperada: mientras a los gobernantes la necesidad de pensar más en la virtud y menos en su dinero les pesaría como una creciente mochila de plomo, los pobres incultos –según Platón– los superarían en número y terminarían derrocándolos, provocando el colapso del Estado y su conversión en una democracia, régimen no muy bien visto por la prensa de la época.

Las maneras que utiliza Milei para descalificar a los otros por su fatal ignorancia –y de paso reivindicando la excluyente posesión aristocrática, junto a un grupito de socios, de la sabiduría y la espiritualidad– no siempre son frontales y directas como cuando dice de casi todos los políticos, legisladores, periodistas, etcétera, que son “burros”, “imbéciles” y otras tantas delicadezas por el estilo; también suele recurrir a giros metafóricos, como el ya referido a quienes son “apenas capaces de contar en un ábaco”, y a varios raros neologismos como el que alude a los economistas liberales que por dudar de él o criticarlo habrían traicionado sus raíces hasta volverse “libertarados”.

A raíz de la crisis que atraviesa La Libertad Avanza en el Congreso, que hasta ahora culminó con la eyección de Lourdes Arrieta del bloque de Diputados, en el bloque de Senadores se registró la extrema tirantez del gobierno con Francisco Paoltrioni, quien puso en la mira al asesor presidencial Santiago Caputo y dijo que lo mejor sería mandarlo “a fumar al quincho del fondo”. Milei respondió con un insulto a mansalva, pero indirecto y con eje en la ignorancia de los demás: “Les molesta que Santiago Caputo tenga un coeficiente intelectual varias veces por encima de la media”, y salió a bancarlo como uno de los principales participantes del “proceso decisorio” del Poder Ejecutivo. Pero esa reiterada impronta aristocrática no resulta convincente para todos, como lo prueba una observación del senador José Mayans (Unión por la Patria) cuando en el Senado le dijo a la vicepresidenta Villarruel que Javier Milei “cree que entiende más de economía que los veinte zorros que tiene atrás, entre ellos Cavallo y Caputo”, miembros según él de un clan de larga data.

Otro modelo de enunciados agraviantes bastante frecuentado por el presidente Milei, finalmente, tiene que ver con algo tangencial a la falsedad, como cuando sostiene que aquí, bajo su gobierno, operó un milagro de recuperación socioeconómica reconocido en el mundo entero menos en la Argentina. Tal vez no sea un embuste deliberado sino la derivación de una colección exorbitante de deseos, pero si llega a los oídos de los trabajadores, por ejemplo, que constatan diariamente la caída del poder adquisitivo de sus salarios, o del dueño de una pyme cerrada o al borde de la quiebra, suena tan falso como peyorativo. También fue vivido como un insulto que al comienzo de su gestión Milei asegurara que los argentinos enfrentaban, en diciembre de 2023, una inflación mayorista del 54%, “lo que anualizado da un 17.000% anual”. Increíble, por supuesto, y merecedor del análisis desde las diversas tribus de economistas que llegaron a la conclusión unánime de que semejantes guarismos no correspondían a realidad alguna. De igual manera y a raíz de la aprobación en el Senado del proyecto de Ley recibido desde Diputados para corregir la fórmula de movilidad jubilatoria, y que Milei prometió vetar en su totalidad, hubo un renovado intercambio de gentilezas. Milei con anterioridad dijo que los diputados que habían aprobado el proyecto eran “degenerados fiscales”; luego, ante la aprobación en la Cámara Alta dijo que el proyecto era “un disparate”, los senadores eran “exterminadores de jóvenes” y que habían actuado “de manera populista, demagógica, mentirosa y empobrecedora”. Pero además decidió cuantificar las consecuencias de la norma y justificar su veto. Dijo Milei, entre otras cosas, que lo aprobado por el Senado, que representa el 1,2% del PBI, es el 62% del Producto Bruto Interno dinámico y alrededor de 370.000 millones de dólares. Un cálculo incalculable que recibió críticas y reservas de los especialistas, incluso los muy próximos al neoliberalismo imperante, y mereció un análisis exhaustivo en la columna dominical de Jorge Fontevecchia en Perfil a la que tituló, con delicada ironía y parafraseando el calificativo que Milei propinara a los diputados, “Degenerado matemático”.

Así las cosas, y ante la fluidez de los hechos, habrá que mantener presentes las palabras del filósofo Jacques Derrida de paso por Buenos Aires en 1995, en una conferencia que pronunciara en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Dijo Derrida: “Uno no miente diciendo simplemente lo falso, al menos si creemos de buena fe en la verdad de lo que pensamos u opinamos. San Agustín lo recuerda en la introducción de su De mendacio donde por lo demás propone una distinción entre la creencia y la opinión, distinción que podría ser para nosotros, todavía hoy, y hoy de manera novedosa, de gran alcance. Mentir es querer engañar al otro, y a veces aun diciendo la verdad. Se puede decir lo falso sin mentir, pero también se puede decir la verdad con la intención de engañar, es decir mintiendo. Pero no se miente si se cree en lo que se dice, aun cuando sea falso.” De ahí la imperiosa necesidad de interrogar el mapa de intereses en juego y los enunciados, aunque parezcan engañosos, por los cuales las clases y sectores habrán de creer necesaria su participación en el Movimiento Nacional, y actuarán en consecuencia.

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