Raíces históricas del antiperonismo

El antiperonismo tiene su origen profundo en el conglomerado de intereses que se resistían al cambio del modelo agroimportador, oponiéndose férreamente a la industrialización de la Argentina. Y junto al antagonismo de clases, existió la puja hacia el interior de la propia burguesía.

En los días de la conmemoración del 17 de Octubre, en un momento en que el justicialismo discute la forma de reconstruirse rescatando el contenido de sus banderas históricas, es oportuno reflexionar sobre las raíces del antiperonismo. Es como una reacción ante las transformaciones económicas y sociales que, si bien quedaron truncas, fueron impulsadas por el movimiento liderado por Juan Domingo Perón. Recuperar la mirada histórica sobre la antinomia peronismo-antiperonismo es necesaria para dimensionar los alcances del desafío actual. 

El conflicto peronismo-antiperonismo tuvo sus raíces en la estructura económico-social de la época. Consecuentemente, su superación no se podía resolver solo en el campo de las ideologías ni tampoco en el de las prácticas políticas, sino a través de una transformación mucho más abarcadora y profunda. El germen de esa transformación ya estaba activo en los años previos a 1945, incubado por los efectos producidos por la Segunda Guerra Mundial, cuando aún no existían ni el peronismo ni, por lo tanto, el antiperonismo. Pero sí estaban en curso los cambios económicos y sociales que fertilizaron el terreno para su irrupción en la escena nacional. Los cambios provocados por la inocultable crisis del modelo agroimportador que, ante la afectación del intercambio comercial con el exterior, forzó el crecimiento de una industria que sustituyera con producción nacional lo que antes importábamos desde las metrópolis.

El crecimiento de la industria, en su mayoría establecimientos pequeños, trajo consigo el aumento del número de trabajadores que conformaron las bases del futuro movimiento justicialista. Según consigna Mario Rapoport, entre 1941 y 1947 el número de establecimientos industriales pasó de 57.940 a 84.440. Sin ese antecedente no hubiera sido posible el 17 de Octubre o, dicho de otro modo, el nacimiento del peronismo no puede explicarse sin detenerse en el análisis de los efectos de la Segunda Guerra Mundial. 

En ese sentido, Perón, primero desde la Secretaría de Trabajo y Previsión y luego desde la presidencia, no hizo otra cosa que actuar sobre aquellas fuerzas existentes, fijando su prioridad inicialmente en revertir la injusticia que significaba el contraste entre una fuerza social en ascenso (la de los trabajadores), impulsada por la acelerada industrialización, y la permanencia de condiciones paupérrimas de la masa proletaria, despojada de los mínimos derechos. La sanción del Estatuto del Peón Rural, como se sabe, abrió el cauce de las conquistas y los derechos de la clase trabajadora, y la sindicalización le dio organización y proyección al movimiento obrero como un actor ahora gravitante en la vida política nacional. Dos condiciones inherentes al proceso que explica la transformación de Perón en el líder de masas que fue.

Ahora bien, ¿el conflicto peronismo-antiperonismo fue, esencialmente, una expresión de la antinomia capital-trabajo de acuerdo a las condiciones de la época?, ¿Se explica acaso por la tensión provocada con las patronales como consecuencia de la “imposición” de los derechos de los trabajadores? Sin negar el juego de tensiones generadas por un cambio de semejante envergadura, en tanto alteró dramáticamente las ecuaciones de poder pre-existentes, visibilizando la presencia activa de los trabajadores en “territorios” que hasta el momento eran propios de los sectores más encumbrados de la pirámide social, las raíces profundas del antiperonismo no se explican sólo por el antagonismo de clases, aunque éste fuera utilizado no pocas veces para inculcarlo especialmente en las clases medias.

El antiperonismo tiene su origen profundo en el conglomerado de intereses que se resistían al cambio del modelo agroimportador, oponiéndose férreamente a la industrialización de la Argentina. En este sentido, junto al antagonismo de clases, existió la puja hacia el interior de la propia burguesía entre la fracción articulada a la estructura de la producción e intercambio con el exterior, basada en los moldes del modelo agroimportador en crisis, por un lado, y la corriente ascendente de una burguesía industrial nacional que pujaba por transformarlo, por el otro, y cuyo desarrollo traía aparejado el crecimiento de la masa de trabajadores y la ampliación del mercado interno.

En su fase ascendente, el peronismo, aún tendiendo como columna vertebral a los trabajadores, se conformó como un movimiento poli-clasista, es decir, como un verdadero “frente nacional”. Además, había impulsado la nacionalización de la clase obrera, reduciendo el peso de los movimientos gremiales de base anarquista y comunista que propiciaban la lucha de clases en los términos de la supresión del sistema capitalista.

El peronismo, en contraposición, actuaba en el marco de una “alianza” de clases, donde las reivindicaciones de los derechos del trabajador se resolvían en sintonía con una dinámica marcada por el aumento de la inversión, el crecimiento y las mejoras en los niveles de productividad de una economía y una industria que se iban diversificando, aunque sin lograr edificar los pilares del basamento de la industria pesada ni tampoco de una producción energética que le otorgara, a nivel de la economía nacional, niveles crecientes de autodeterminación e independencia.

Aquella debilidad (que no casualmente al momento de caída Perón, el líder justicialista se orientaba a revertir) puso freno al proceso de desarrollo impulsado por el peronismo, generando grietas en el propio frente nacional, y facilitando las condiciones en las que el conglomerado de fuerzas que se resistían al cambio estructural de la economía argentina, pudo prevalecer con el objetivo de restaurar el viejo orden. 

La superación del antagonismo peronismo-antiperonismo no pudo realizarse, fundamentalmente, porque las transformaciones económicas y sociales del país que lo hubieran hecho posible, quedaron truncas. O aún más, se agravaron en el peor sentido, otorgándole nuevos contenidos y significados a un antagonismo que sigue marcando en buena medida la dinámica de la política argentina. Y que, por esa misma razón, representa el síntoma de un país que sigue inmerso en los conflictos (ahora inmensamente agravados) que pudieron ser superados hace décadas, pero que sin embargo, siguen allí presentes y activos, desafiando a una dirigencia que para enfrentar el desafío que plantea el liberalismo libertario, debería volver a las fuentes.

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