Mientras crece la incertidumbre sobre qué harán los grupos terroristas que llegaron al poder en Siria, la caída de Assad permitió abrir las cárceles y dejó al descubierto un sistema de chupaderos, salas de tortura y miles de muertos y desaparecidos.
El sábado 7 de diciembre, en algún momento de la madrugada difícil de calcular por la diferencia de horario, Bashar al-Assad se subió al avión presidencial y partió a Rusia, exiliado. Las fuerzas de oposición ya estaban en Damasco, su capital, pero lo importante es que su propio ejército se rendía apenas veía un miliciano armado. Era el fin de once años de guerra civil y era el fin de la dinastía Assad, fundada en un golpe militar en 1972.
Medio siglo… algún adulto ya canoso se acuerda de una Siria que no gobernara algún Assad.
Las pantallas explotaron con cálculos geopolíticos, teorías conspirativas e interpretaciones sobre el juego entre potencias. Que Turquía ganaba porque había protegido a la Organización de Liberación del Levante, ahora triunfante. Que Rusia perdía su único aliado y su única base de ultramar. Que los kurdos se agarraban la cabeza, que sus patronos norteamericanos no sabían si reír o llorar.
Todo esto tapó un poco algo que los argentinos podemos, por desgracia, entender bien: desde el fin de semana pasado, Siria es un país donde la gente revuelve cárceles obscenas para ver si un hijo o una hija, un padre o una madre, están vivos. A veces los encuentran, la mayoría de las veces no y terminan de rodillas revolviendo papeles para encontrar una pista. Hay cadáveres rotos por todas partes, habitaciones enteras llenas de cadáveres jóvenes a los que les arrancaron los ojos, les rompieron los pies a martillazos, los quemaron con picanas.
Cuerpos emaciados, sucios, en andrajos y muertos. Cientos y cientos, y ahora madres que los abrazan y gritan.
Siria tiene equipos forenses y grupos de derechos humanos que acaban de salir de la clandestinidad o volver del exilio. Lo que están fotografiando y documentando es colosal. Decenas de miles de desaparecidos, decenas de miles de muertos, decenas de cadáveres todavía frescos de los últimos días. Cuevas de tortura con ganchos de carnicero en el techo.
Las calles y los caminos se llenaron de presos liberados que caminaban a casa. Un señor solidario encontró hasta un norteamericano entrando a Damasco por los suburbios después de kilómetros de desierto. El hombre estaba descalzo, en harapos, sin documentos, decía que lo habían detenido y en Washington le creyeron sólo por el acento.
Un oculista vio por la ventana cómo se abría un portón del galpón de su cuadra en Aleppo y empezaban a salir mujeres. Decenas y decenas de mujeres que estaban chupadas en lo que resultó ser una cárcel clandestina de tres subsuelos, donde algunas llevaban años sin ver el cielo.
Una anécdota menor muestra el nivel de locura al que llegó el régimen. Un comerciante contó que un día se le aparece un señor flaco, vestido de negro, en su negocio y le pide un Black Friday personal, 70 por ciento de descuento en un televisor. El comerciante le dice que no y le ofrece un descuento menor. El tipo lo mira y se va. Cuando cierra el negocio y se está yendo a casa, para un coche y tres grandotes lo meten por la fuerza, lo llevan a un galpón y lo golpean hasta que se hace de día. Ahí reaparece el tipo de negro, le explica que es un agente de inteligencia del gobierno y le pregunta si está listo para el Black Friday. El televisor le salió gratis.
Eso es impunidad.
Los cálculos
Como la Organización ahora en el poder estuvo afiliada a Al Qaeda, sigue siendo considerada como un grupo terrorista por muchos países. La pregunta es si andan soñando con un califato o simplemente con gobernar el país como es. Las primeras señales son de calma, con un pedido a los empleados públicos para que se presenten a trabajar y a los comerciantes para que levanten las cortinas. Siria está destruida, con miles de viviendas demolidas en bombardeos y una pobreza generalizada: el encargo es enorme.
Mientras, Israel hundió lo que quedaba de la Armada siria en Latakia, volvió a ocupar las Alturas del Golán, para bronca de las Naciones Unidas que vigilaban la zona desmilitarizada y sigue bombardeando blancos militares. Estados Unidos también bombardeó posiciones del Estado Islámico, que todavía tiene presencia en el árido centro del país. Los americanos tienen por lo menos mil efectivos de sus fuerzas especiales en territorio de sus aliados kurdos. En la solitaria base rusa, un puerto, no hay más actividad, aunque no se sabe si fue evacuada.
Esto recién empieza y hay enormes extensiones de territorio sirio que nadie sabe a quién responden. La Organización en el poder es sunita y puritana, pero les ofreció garantías a las minorías shía y cristianas, hasta a los detestados alauitas, la secta de los Assad. Hay que ver si esto se cumple y son capaces de unir el país.
Pero un señor en la ciudad de Idlib, preguntado sobre el futuro, bien puede haber sido profético: si es un gobierno autoritario y puritano, ya es un enorme progreso para nosotros.