Como parte de un dossier que incluye las notas de Guido Aschieri y de Sergio Kiernan, esta edición se propuso analizar en detalle el fenómeno de las elecciones al Parlamento europeo. Después de todo, ese 25 por ciento obtenido por las extremas derechas no es ajeno, pese a las obvias diferencias con Europa, a lo que ocurre en la Argentina desde que Javier Milei comenzó a crecer y ganó las elecciones.
Ítalo-brasileño, Giancarlo Summa es uno de los mayores especialistas mundiales en los fenómenos de ultraderecha, que además vivió en carne propia antes con Jair Bolsonaro en Brasil y ahora con Giorgia Meloni en Italia.
–Giancarlo, en el primer número de Y ahora qué te entrevisté sobre el fenómeno mundial de la extrema derecha. Ahora vuelvo a la carga después de las elecciones al Parlamento europeo del 9 de junio.
–El resultado es muy preocupante para algunos países, aunque no para toda Europa. Es verdad que el centro de gravedad del Parlamento europeo se fue aún más a la derecha, siguiendo una tendencia que ya había empezado en 2014 y se había mantenido en 2019, porque para el Parlamento europeo se vota cada cinco años. Los varios partidos de la extrema derecha acaban de resultar como primera fuerza en Francia, Italia, Hungría, Bélgica y Austria. Son la segunda fuerza en otros países: Alemania, Polonia, Países bajos, Rumania y República Checa. Si todas esas facciones se unieran, representarían la segunda bancada, con el 25 por ciento.
–¿Es importante ese número?
–Claro. En 1984, cuando fueron las primeras elecciones al Parlamento europeo y también mi primer voto, no llegaban al 4 por ciento. O sea que crecieron notablemente. En cuarenta años pasaron de esa cifra a un cuarto de los 720 escaños. Pero introduzco unos matices. El Parlamento europeo no será rehén de los partidos de extrema derecha. El Partido Popular Europeo, conservador, que tiene a la presidenta de la Comisión Europea, es la primera fuerza. Una coalición de partidos europeístas entre el PPE, los socialdemócratas y los liberales deberían tener la mayoría absoluta. El mínimo es de 361 bancas, y esa coalición suma más unos 400.
–Eso es si el europeísmo prima sobre la tentación de sumar a la ultraderecha.
–Por supuesto. Hablo en este escenario, que hoy sigue siendo el más probable. Otro matiz está en los países nórdicos, donde la extrema derecha cayó y la izquierda creció.
–Pero el resultado de la extrema derecha fue imponente en los países grandes.
–Así es. En Francia, Alemania e Italia sí hubo una afirmación de la extrema derecha, donde la RN de Marine Le Pen, especialmente, tuvo una elección espectacular. Fue de lejos el primer partido, y los centristas de Emanuel Macron se volvieron una fuerza marginal. Fue un voto castigo. En Alemania el primer partido sigue siendo la CDU, pero es muy alto el 15 por ciento de la ultraderecha. Y los socialdemócratas del SPD obtuvieron el peor desempeño electoral desde 1949. En Austria, el Partido de la Libertad, como se denomina allí la ultraderecha, tuvo 25 por ciento de los votos. El triunfo de Giorgia Meloni no fue espectacular, pero ganó. Y en Hungría Viktor Orban mantuvo el 45 por ciento de los votos. La extrema derecha está dividida en parte por razones de liderazgo. El gobierno de extrema derecha del país más importante es Italia. Holanda es más chico. Meloni se considera la líder natural de la extrema derecha europea. Sin embargo, hizo un esfuerzo para “normalizarse” y ser aceptada como alguien con credibilidad ante el establishment y las élites económicas. Buscó distanciarse de su imagen más extremista.
–¿Por qué se dio el mal resultado de las izquierdas, salvo en los países escandinavos?
–Las fuerzas de izquierda no fueron vistas como una respuesta a la disconformidad social que viene creciendo incluso en los países más prósperos. En los últimos años gobiernos centristas o socialdemócratas continuaron con una política de recortes del Estado social, de la salud, de los servicios en general, precarización creciente, pérdida del poder adquisitivo de la clase media y las clases populares. Todo eso empeoró con la guerra de Ucrania, por el aumento de precios de energía y alimentos. Y no hubo corrección a tono de los salarios. Además, los centristas fueron los que defendieron el rearme para hacer frente a los rusos, hasta desde el punto de vista militar. En la antigua Alemania oriental, un territorio donde se daría primero un eventual choque con Rusia, la extrema derecha es el principal partido.
–¿Qué representa cualitativamente el voto a la extrema derecha, por lo menos según los primeros datos?
–En las encuestas sale que hay cansancio. Los jóvenes y los pobres votaron a la extrema derecha. En París se dio un fenómeno extraño: allí ganó la izquierda. Digamos en general que no asistimos a la victoria final de la extrema derecha pero que es una situación preocupante. Insisto en tener en cuenta la desmejora de las condiciones materiales de vida. El coche eléctrico más barato sale 20 salarios mínimos. Y la gente escucha que la mayoría de los dirigentes políticos sigue hablando de cuestiones fiscales.
–¿Qué importancia institucional tiene el Parlamento europeo?
–El Parlamento puede modificar las propuestas de leyes de la Comisión, que es el órgano ejecutivo de la Unión Europa, y aprueba o desaprueba el presupuesto. Aprueba o niega, más que propone. O sea que tiene poder real tanto en términos de censura de lo que propone la Comisión. Y, dependiendo de los equilibrios polìticos, tiene capacidad de dar una dirección a la Unión Europea. Tengamos en cuenta, también, que éstas fueron las primeras elecciones después del Brexit. Las últimas fueron en 2019, antes del referendum británico sobre la salida definitiva de Europa. Nadie habla más de esto, pero la realidad es que Gran Bretaña está pagando un precio económico muy serio. El sentimiento en Europa es más xenófobo, alarmista y con cierto espíritu belicista. Se habla mucho de la necesidad de hacer frente a la “agresión rusa”, de la necesidad de potenciar la defensa y aumentar el presupuesto militar. Hay una obsesión contra las migraciones. Los países del norte de Europa quieren delegar el tema a los del sur, donde llegan los migrantes por mar. Y los del sur dicen que el problema es común.
–¿Cómo afecta esta situación las relaciones con China?
–China es un gran socio comercial pero Europa entró en sintonía con los Estados Unidos y su discurso antichino. Para Europa no tiene mucho sentido, pero es así.
La lectura de los diarios o los discursos de los jefes de Estado reflejan una postura cada vez más agresiva. La guerra Ucrania-Rusia juega en el sentido de que hay cada vez más gobiernos que repiten que hay que aumentar los gastos de defensa y se obsesionan con la defensa europea. Afirman que quieren ayudar militarmente a Ucrania. Nadie habla ya de la desvinculación respecto de la OTAN, que se volvió intocable. Los pronunciamientos son cada vez más agresivos y sugieren un enfrentamiento directo. Lo cual, evidentemente, sería una locura total, porque es justamente lo que se evitó en la Guerra Fría. Pasar a una guerra caliente con armas nucleares es algo que puede terminar muy mal. Sería transitar desde la antigua coexistencia pacífica a otra etapa. Ya hay una retórica inflamada. El discurso político, entonces, gira alrededor de las migraciones, de la escalada militar y también sobre una economía que no crece, un desempleo que no baja, sueldos que no acompañaron la subida de la inflación provocada por el aumento del costo de la energía y de la comida a causa de la guerra de Ucrania y el freno del flujo de gas hacia Europa. El discurso dominante es cada más xenófobo, a pesar de que Europa necesita de migrantes porque su población se achica y envejece. Alguien tiene que trabajar, ¿no? También hay un discurso negacionista respecto del clima. Hay rechazo de las polìticas de transformación de la matriz energética, que la UE promovía.
La extrema derecha es la que está aprovechando más ese negacionismo.
–¿Qué sucede respecto del conflicto de Medio Oriente y de Gaza?
–Durante años tuvimos esa agenda de una Europa de derechos, de libertad, de progreso. Eso está siendo completamente puesto en discusión tanto en lo interno como en la relación con otras zonas del mundo. Hay una gran movilización popular para acabar con la masacre en Gaza, pero todos los partidos de extrema derecha del mundo, incluidos los europeos, apoyan a Benjamin Netanyahu porque es uno de ellos. Entre las posiciones filoatlantistas y esta base de extrema derecha, el resultado es que Europa calló la boca en relación con lo que pasó en Gaza. Pasó de su tradicional antisemisitmo a la persecusión contra árabes y musulmanes.