La perspectiva de una crisis cambiaria está lejos de haber desaparecido. Lo que el resultado electoral indica es que hasta ahora el desarrollo de las contradicciones de la política económica en relación a las necesidades de los votantes no fue suficiente para modificar la orientación del voto. Si el Gobierno perdiese el control del tipo de cambio y se viese obligado a devaluar, perdería el control sobre los precios. Eso implicaría un crecimiento del malestar político, y un debilitamiento del oficialismo. Hacer un mensaje que sea creíble y tenga efecto requiere de tiempo, ingenio y persistencia. Las bases endebles de la economía libertaria, y la gravitación del peronismo permiten avizorar que hay un plafón para explotar.
Previamente a la elección, la coyuntura no se presentaba favorable para el Gobierno. El tipo de cambio se acercaba a los 1.500 pesos, rozando el límite superior establecido en el esquema de bandas, sin superarlo por las diversas formas de intervención que se ensayaron.
Hubo una intervención directa por parte del Banco Central, que vendió 1.100 millones de dólares entre el 17 y el 19 de septiembre, y 45,5 millones el 21 de octubre. Antes no fue necesario por la participación norteamericana en el mercado cambiario argentino y las intervenciones del tesoro nacional. Así todo, el tipo de cambio se incrementó consistentemente, hasta tocar el techo de la banda dos veces.
Si el Gobierno perdiese el control del tipo de cambio y se viese obligado a devaluar preventivamente para no erosionar las reservas internacionales defendiendo el tipo de cambio, o si elige defenderlo frente a una salida de capitales que amenaza con ser voluminosa, se acelerarán los aumentos de precios.
El escenario mencionado implicaría un crecimiento del malestar político y un debilitamiento del oficialismo. La “victoria sobre la inflación” que se le atribuye no describe bien la situación. Pareciera que la inflación es de por sí un problema, cuando en realidad lo es en ciertos contextos por sus implicancias sobre dos factores. El primero es el retraso de los ingresos de la población con respecto a los precios, y el segundo es la inestabilidad cambiaria que deriva de la falta de fiabilidad del ahorro en moneda nacional.
En este caso, por la propia política económica, los ingresos se mantienen atrasados. Por el aliento a la bicicleta financiera, el ahorro en moneda local es frágil y se subsume a los movimientos que tengan lugar con el tipo de cambio. Es decir que la “victoria” es una imagen vulgar, porque no se obtuvo ninguna. Por el contrario, para la mayor parte de los argentinos, es un esquema a pérdida. Si se desmorona, la pérdida se agrava.
Mientras se llegaba a la elección, se hacían presentes los problemas de la política económica. Se concatenaron la aceleración del tipo de cambio y su necesaria repercusión sobre los precios, conviviendo con un estancamiento previo del nivel de actividad, y una dificultad por parte de los trabajadores para cubrir sus gastos básicos cada vez más pronunciada.
Todo lo anterior sigue vigente. Incluso la perspectiva de una crisis cambiaria, que está lejos de haber desaparecido. Lo que el resultado electoral indica es que hasta ahora el desarrollo de las contradicciones de la política económica en relación a las necesidades de los votantes no fue suficiente para modificar la orientación del voto.
Con ese trasfondo, el oficialismo logró alzarse con el 40,65 por ciento de los votos emitidos en las elecciones legislativas, de acuerdo a los datos totales del escrutinio provisorio (el definitivo no se conoce al cierre de esta edición). El conjunto de organizaciones ligado a Fuerza Patria obtuvo el 33,63 por ciento de los votos, por lo que el resultado fue visto como una evidencia de la debilidad política actual del peronismo.
Si se compara el resultado con las elecciones de medio término de 2021, el Frente de Todos obtuvo el 34,56 por ciento de los votos, Juntos por el Cambio el 42,75, y la Libertad avanza el 5,55. Entre estos dos últimos, sumaron el 48,25 por ciento de los votos, y la observación adquiere relevancia si se tiene en cuenta que ambas fuerzas se unieron para representar el segmento de la derecha dominante.
El peronismo no ganó representación política, pero conserva la de años anteriores. Aunque quizás sea prematuro sostener que la derecha perdió relevancia electoral por haber acaparado una menor proporción de votos, se ve atravesada por el mismo estancamiento que el peronismo.
La capitalización por parte de un nuevo oficialismo que representa a un sector pre-existente le dé la apariencia de un triunfo engañoso. Se amplía la cantidad de diputados y senadores que responden directamente al Gobierno, pero su espectro político y la crisis económica que lo amenazan no garantizan que sea para siempre.
La incapacidad del peronismo de ampliar su capacidad de penetración fue objeto de comentarios y análisis. A grandes rasgos, parece existir una coincidencia en la falta de propuestas que lo sumergen en la irrelevancia política. Sin embargo, es sorprendente que estos se concentren, en lo que hace al contenido económico, en la necesidad de presentar una versión propia del “orden” con el que se identifica a Javier Milei y sus funcionarios.
Cuando se acumulan disgustos y decepciones con la política, pueden aparecer opciones que los expresan sin tener propuestas superadoras. El caso de Milei, que despliega una puesta en práctica de los prejuicios más burdos de la tradición anti-peronista argentina, no es el primero.
Una analogía fácil es la Alianza que gobernó entre 1999 y 2001. Repudiaba al menemismo pero conservó su esquema macroeconómico hasta sus últimas consecuencias. Incluso el Gobierno del Frente de Todos guarda una similitud, en el sentido de que no revirtió lo más grave que dejó el macrismo.
Ninguno de los dos casos se asemeja a lo que es la Libertad Avanza, pero en los dos se verifica la característica de que emergieron como respuesta a una situación que no superaron. La diferencia que tiene LLA en ese sentido, además de una vocación inédita para provocar deliberadamente daño en ciertas franjas de la población, es que sostiene la ilusión de que mejora la economía, cuando en realidad empeora. Y se trata de algo perfectamente mesurable para los profesionales, pero también perceptible para todos los que lo sufren.
Que el campo nacional-popular necesite establecer un orden económico como medio para llevar adelante la mejora que no pudo ofrecer en el pasado es un razonamiento atendible. Pero creer que tiene que adaptarse a los prejuicios convencionales para ganar aceptación electoral es un error. Impide elaborar una plataforma y un discurso concreto con el cuál ampliar su capacidad penetrativa y generar empatía.
No es demasiado difícil remarcar que el Gobierno, para sostener su política actual de “baja inflación”, empeora el nivel de vida bajo todo concepto. A la vez que pone límites a los salarios, a las jubilaciones y a la mayor parte de las prestaciones del sector público, presume de impulsar leyes que, si se aprueban, extenderán el empeoramiento en la calidad de vida para la mayor parte de los argentinos.
Al mismo tiempo, incuba una crisis sobre el tipo de cambio que, al desatarse, agravará todas las malas condiciones mentadas. Y a largo plazo, el endeudamiento externo al que se recurrió para retrasarla implica una carga, porque hay que ingeniárselas para pagarlo.
Tratarlo como un ancla que hunde a la Argentina por un período extenso es una exageración catastrofista, pero no por diluirse mediante renegociaciones y recortes es inicuo. No se lo usó para que la economía creciera, sino para mantenerla tan mal como está.
Excede a los límites del presente análisis preguntarse qué grado o qué tipo de iniciativas deberían tener los dirigentes políticos del campo nacional-popular para posicionarse con mayor proyección y remontar el estancamiento que permite que La Libertad Avance para que Argentina retroceda, pero amerita sugerir algo.
Si se insiste con hacer la versión nacional y popular del superávit fiscal y el control inflacionario, el fracaso es seguro. En cambio, parece más prometedor hacerle notar a la gente que todavía vota a LLA a pesar de los perjuicios que le representa, que cuando le hablan de controlar la inflación y el gasto público, le están justificando el estancamiento de sus ingresos frente a los precios. Se diría en criollo que los están cagando.
El concepto es sencillo. Hacer un mensaje a partir de que sea creíble y tenga efecto requiere de tiempo, ingenio y persistencia. No necesariamente conduzca al éxito, pero las bases endebles de la economía libertaria, y la gravitación del peronismo a pesar de su falta de vigor, permiten avizorar que hay un plafón para explotar. También hay que decidirse a explotarlo.