Nuestra historia abunda en ejemplos de dirigentes “peronistas” que faltaron consistentemente a este mandato ético superior. Pero también nuestro presente. Como toda agrupación humana trascendente, el movimiento peronista tiene vocación de mayoría, y no puede constituirse en tal si no es capaz de conducir la heterogeneidad sin vulnerar los principios. A continuación, las reflexiones peronológicas de un economista peronista.
Transcurrido ya un cuarto del siglo XXI, la humanidad parece transitar un sendero plagado de amenazas para su existencia: degrada el planeta que habita, extermina poblaciones en guerras localizadas, condena a pueblos enteros a migrar hacia una promesa de subsistencia incierta, y todo mientras que una concentración de riqueza inédita y avances tecnológicos -inimaginables hace apenas unos años- ocurren a la par de un tenebroso retroceso espiritual del ser humano.
Los pueblos del mundo buscan aún organizar su esperanza en medio del vértigo, pero crecen las opciones políticas cuyo contenido es la exclusión deliberada de los vulnerables a modo de profilaxis terrorífica.
Homo homini lupus
Desde su nacimiento como movimiento político, el peronismo se constituyó como respuesta argentina a un mundo convulsionado y en permanente crisis de valores.
“El Justicialismo es una nueva filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humanista.”
Luego de más de 80 años de protagonismo, y habiendo conocido varias derrotas electorales desde 1983, el “fenómeno peronista” sigue siendo insoslayable.
Pero por primera vez sin disimulo alguno, accede al gobierno una propuesta que cuestiona frontalmente sus premisas doctrinarias mientras destruye las bases de nuestra soberanía como nación, argumentando sin vergüenza que la justicia social “es una aberración”.
Una originalidad cínica acorde con ciertos vientos planetarios, que resultaría imposible de implementar sin una concomitante debilidad del peronismo.
En un intento de reflexión -unidos por el amor a lo nuestro y el espanto que nos produce la tormenta libertaria- un grupo heterogéneo nos dimos cita para empezar a construir un criterio común acerca del momento histórico que vive la Argentina y abordar una revisión casera de las 20 verdades del peronismo.
Apenas una conversación íntima, probablemente frecuente en muchos hogares, cafés y locales barriales en todo el país.
Quiénes somos
Todos los convocados votaron la fórmula peronista en la última elección presidencial, pero cerca de la tercera parte no se define como “peronista”.
El rango etario abarcó desde los 30 a los 72 años de edad, con menor representación de los sub 40.
La totalidad de los que bordeamos los 70 conocemos la militancia política, gremial o en organizaciones sociales por haberla protagonizado o seguir haciéndolo, pero ninguno es lo que se conoce como un “político profesional”.
También hubo quienes se desempeñaron en la función pública en distintos períodos, en un gobierno nacional o provincial de signo peronista.
No es la primera vez a lo largo de una historia de 80 años que el peronismo se debilita ante coyunturas desafiantes. Si de las crisis anteriores resurgió sin resignar su identidad, nada indica que no lo pueda lograr nuevamente.
De ahí que nuestra primera pregunta colectiva nos remita a las 20 verdades, el nunca sustituido DNI del peronismo.
Al parecer domina la convicción -entre peronistas y no peronistas- de que “con el peronismo sólo no es suficiente pero sin el peronismo es imposible…”
Somos ante todo argentinos.
Ni más ni menos que el espíritu de los últimos mensajes del General Perón.
¿Seguimos siendo “lo que las 20 verdades peronistas dicen”?
Una tercera parte de los concurrentes respondió simplemente que sí. Otra, que podría agregarse algún enunciado adicional para dar cuenta de temas propios del siglo XXI. El tercio restante requirió mayores precisiones sobre ciertos términos o conceptos que les resultaban ambiguos, si no directamente obsoletos.
Significativamente, en el primer grupo prevalecieron los de mayor edad y en el último los más jóvenes.
Esto permite intentar una primera aproximación:
- las 20 verdades funcionaron en el origen como consignas dirigidas a grandes mayorías, en lenguaje popular y con el propósito de ser indiscutibles en el mediano plazo: una especie de imperativo categórico práctico del peronista, en un formato sencillo y repetible en la vida cotidiana. “Para que cada uno de ustedes las grabe en sus mentes y en sus corazones y las propaguen como un mensaje de amor y justicia…” Si en los 50 fue a través de la radio, hoy podrían difundirse por Tik Tok.
- esas consignas nacieron de principios que tienden a la permanencia: la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación, mediante la construcción de una Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
- Pero esas “verdades”, a su vez, nutren el diseño y la implementación de las “formas de ejecución” que son tan flexibles como la realidad cotidiana lo imponga. Es la trilogía ideología, doctrina, formas de ejecución.
- Como cada una de los elementos de esa trilogía tiene una proyección distinta en el tiempo, se produjo durante la historia una tensión esporádica entre lo que debe ser permanente y lo que debe cambiar: si los principios ideológicos tienden a la permanencia y las formas de ejecución al cambio constante, la doctrina se constituye naturalmente en un terreno de debate, con los tiempos que marque la época y según el estado de organización del pueblo. Los tres niveles de abordaje de la realidad social – objeto de transformación – son un modo de dialogar con el paso del tiempo.
Cuánto y qué cambiar
En nuestro debate casero se produjo entonces un alineamiento de fuente generacional: los mayores creemos que hay que cambiar muy poco, si algo. Los más jóvenes consideran sospechoso que un conjunto de consignas formuladas en 1950 tengan la misma vigencia hoy y proponen revisar a fondo antes de que se conviertan en piezas de arqueología o peor aún, devaluadas a la triste categoría de slogans incumplidos.
Sin querer nos encontramos ante una nueva oportunidad de construir el transvasamiento generacional. Este fue un tema traumático para el peronismo y para cualquier movimiento político latinoamericano nacido en el siglo pasado: el modo en que se puede organizar la trascendencia en el tiempo.
Cada generación tiene su desafío, todos y todas tenemos el desafío de escuchar con humildad.
El significado y la carga simbólica de algunas palabras no es inmutable, sino que se transforman con la evolución de una sociedad, según el alcance de los mecanismos de difusión de sentido de los centros de poder y también según la capacidad crítica del pueblo a los mensajes que recibe, intentando influir sobre su percepción y su conducta.
Mencionaré algunos ejemplos de ambigüedad de significado señalados durante el debate:
- “lo que el pueblo quiere” y “el interés del pueblo” son los propósitos de todo gobierno “verdaderamente” democrático. Son permanentes en abstracto, pero imposibles de asociar exclusivamente a una identidad política – peronista o no – a lo largo del tiempo.
- los conceptos de “Pueblo” y “Patria” -que tenían un sentido reconocible en la Argentina de 1950- han sufrido un desgaste en su capacidad de significancia, bombardeada cada vez por el antiperonismo en el poder, pero también por el avance global de valores opuestos a toda creencia de sociedad inclusiva y solidaria. Resulta peligrosa la confusión entre conceptos próximos como pueblo, masa, mayorías, electorado, la gente…
- en el mismo sentido las instituciones de nuestra democracia – y las de otras naciones – no tienen previstas formas permanentes y extendidas de expresión de “lo que el pueblo quiere” ni de revisión popular acerca de si un gobierno “persigue un sólo interés, el del pueblo”. La democracia meramente representativa muestra a este respecto limitaciones serias.
- Adicionalmente, es probable que el concepto de “trabajo”, medular en el nacimiento del peronismo y en las 20 verdades, esté atravesando o haya sufrido ya una mutación histórica que excede el desgaste del término y nos sitúe ante un desafío completamente nuevo. Las verdades 4 y 5 merecen atención especial en esta etapa del capitalismo global.
- Hubo consenso en el grupo respecto de la necesaria consideración del desafío ambiental como estratégico para todas las naciones del mundo, y por lo tanto como un tema a incorporar explícitamente en nuestros enunciados doctrinarios.
Hay, por último, un grupo de verdades que proponen una actitud y un comportamiento éticos en todo peronista.
La noción de “pueblo”, vigente en toda plenitud en 1950, en tanto mayorías trabajadoras organizadas para el bien común y con la felicidad y la grandeza de la Nación como horizontes, está presente en todas ellas, como ejemplo a imitar y como objeto de lealtad y compromiso.
Este grupo de enunciados, de un modo preclaro para la historia posterior del peronismo, alerta acerca del peligro de construir cenáculos, de servir a caudillos y facciones internas, de alterar la escala de valores en cuanto a que “primero la Patria…”
Y de no caer en la soberbia de creerse más de lo que se es…
Nuestra historia abunda en ejemplos de dirigentes “peronistas” que faltaron consistentemente a este mandato ético superior.
Pero también nuestro presente.
Como toda agrupación humana trascendente, el movimiento peronista tiene vocación de mayoría, y no puede constituirse en tal si no es capaz de conducir la heterogeneidad sin vulnerar los principios.
La verdad que reza “Constituimos un gobierno centralizado, un estado organizado y un pueblo libre” es válida aun cuando no ejercemos el gobierno, en tanto es un sistema de decisión colectivo cuyo propósito es la comunidad.
Hoy no hay conducción política que oriente la heterogeneidad, no hay una estructura de dirigentes mínimamente organizados que haga fluir propuestas ni convocatoria. El pueblo sobrevive a la confusión y a la desesperanza, refugiándose en pequeños espacios de encuentro hasta volver a ser protagonista del siguiente flujo de la historia.
La condición humana admite miseria y grandeza alternativa o simultáneamente.
No ha aparecido en la Argentina un proyecto superador del peronismo como un modelo de sociedad que tenga la realización plena del ser humano como propósito.
Sin embargo la grandeza de nuestros dirigentes no parece corresponderse con la grandeza de nuestros ideales, por más actualización que podamos aportar a nuestra doctrina.
Probablemente esta falta de grandeza explique nuestras dificultades más que la decadencia de los valores que las 20 verdades expresaron hace ya 75 años.