Aquí va una invitación al debate abierto y franco sobre un tema clave. Guido Aschieri lo inicia. Sostiene que, al igual que los trabajadores, los empresarios son afectados por el ciclo económico por la sencilla razón de que coexisten en él. Y serán refractarios ante una transformación del orden existente porque, sencillamente, no son sus beneficiarios directos. Pero eso no quiere decir que una reversión los favorezca, ni que puedan pretender avanzar sobre los trabajadores permanentemente. Es tarea de un movimiento político serio erigir las defensas y los contrapesos ante tales dificultades. No se trata de confrontar con el poder económico, sino de intermediar con él de manera fructífera en aras de lograr transformaciones beneficiosas para la sociedad argentina.
En algunas de las experiencias recientes adversas para las fuerzas políticas que se identifica como “populares” o “progresistas” en la región, los empresarios optaron decididamente por apoyar a gobiernos reaccionarios a pesar de sus falencias evidentes. Ocurrió durante la presidencia de Jair Bolsonaro, en Brasil, como ocurre con el gobierno de Javier Milei.
El concepto que posiblemente sea el más representativo de este proselitismo en la actualidad se deba a Paolo Rocca, que aseveró en el seminario ProPymes de 2023 que “hoy estamos frente a un reseteo de la Argentina”, y se refirió al advenimiento de un tiempo de sacrificio y contención social, necesarios según él para alcanzar el desarrollo.
No fue el único que expresó su beneplácito con la expectativa de un cambio profundo. Luego de que Milei ganase las elecciones, Marcos Galperín, el fundador y dueño de Mercado Libre, publicó un mensaje en la red social X con una foto en la que se veían pájaros levantando vuelo y dejando atrás una cadena, alumbrados por el sol de un día luminoso, acompañado por la leyenda “Libres”. En una nota editada en el semanario británico The Economist el 25 de abril de este año, caracterizó a la economía argentina como un jugador de fútbol que antes fue el mejor del mundo, y “ahora es obeso, drogadicto, tiene cáncer, VIH y es alcohólico”. Consideró que al alcanzar el superávit financiero del sector público y reducir la inflación, “quitó el alcohol y las drogas, pero eso también es muy doloroso”, y “el paciente aún tiene cáncer y VIH y es obeso porque para que eso cambie tenés que reformar muchas cosas”, pero que las perspectivas de que Milei lo logre son buenas.
Otra expresión similar por esas épocas fue la de Diego Fenoglio, fundador de Rapa Nui, que refiriéndose a Milei en una entrevista con La Fábrica Podcast dijo: “Este chico me encanta”. Explayándose, sostuvo que “hay que facilitar el ingreso de productos para que las empresas chiquitas pasen a ser pequeñas empresas. Así es como crece un país, no con los grandes que empiezan a invertir (…) Antes, hace un año o dos años, querías traer una máquina de USD 4000, un empresario chico no podía. Era imposible. Ahora lo que están haciendo es tratar que esos empresarios puedan trabajar (…) Que el Estado deje hacer y que este país en diez años sea una potencia como Milei dice que tiene que ser”.
Son tres empresarios distintos, pero dueños de compañías célebres que, a simple vista, reiteran lugares comunes de una enorme vaguedad, que se suman a posturas habituales entre varias personas que ocupan posiciones similares, y desde mucho antes de la última elección. En principio, indicaría una percepción difundida en este sector. La cual es compartida hoy con el conjunto de la sociedad argentina, y se refleja en el hecho de que Javier Milei haya ganado las elecciones presidenciales y todavía conserve cierto caudal de apoyo a pesar de haber sumido al país en una enorme de recesión, a la que estos empresarios le encuentran virtudes.
Es habitual interpretar que estas manifestaciones de apoyo se originan en el resguardo de intereses parciales, propios de cada empresa, que se entrelazan con la identificación con un tipo de proyecto político que en el largo plazo altera la distribución del ingreso a favor del capital.
A continuación, intentaremos explicar que esa interpretación descuida el hecho de que el campo popular carece de claridad en cuanto a cómo trabajar sobre los sectores empresarios, y como consecuencia éstos se orientan por una afinidad ideológica cuyas predicciones no necesariamente condicen con los hechos.
¿Aumenta la rentabilidad?
El primer interrogante para despejar es si realmente las políticas económicas que perjudican a los trabajadores son contracara de un beneficio para las empresas. Sobre esto, es conveniente precisar que por beneficio nos referimos a un incremento de las ganancias que la actividad económica le reporta a una empresa en relación al capital erogado en el trascurso de un ejercicio. A esto comúnmente se lo llama “tasa de ganancia” o “rentabilidad”.
La rentabilidad de una actividad depende, en principio, del excedente que produce la economía en relación a los costos necesarios para la producción (incluidos los salarios), que luego se ajusta en función de la tecnología difundida en cada rama, de la que surge el precio “normal” de un bien o servicio, que contempla la estructura de costos de producción y los márgenes de ganancia.
Sobre el precio empírico inciden factores contingentes. Para distinguir los precios a los cuales se tiende para que la ganancia alcance sus niveles regulares y los que se observan en los hechos es que la teoría económica introduce las categorías de precio natural y precio de mercado, para denominar a los primeros y los segundos, respectivamente.
En contextos en los cuales las políticas macroeconómicas inducen a aumentos de los costos que repercuten negativamente sobre la capacidad de compra del salario, es posible que los precios de mercado aumenten, pero se mantengan durante un tiempo considerable por debajo del precio natural, debido a que la capacidad de compra de los consumidores queda dañada y el perjuicio sobre los ingresos provocado por la disminución de las ventas puede resultar más grave que el de la reducción del margen de ganancia.
Éste es un factor que impacta negativamente en la rentabilidad, y se suma a otro más relevante. Al reducirse la demanda, las empresas de cierta magnitud se ven obligadas a cerrar plantas, lo que les significa una pérdida de activos y de participación en un mercado que posteriormente puede recuperarse. Y hasta tanto, las plantas funcionan a niveles sub-óptimos de utilización, lo que comporta la absorción de una pérdida, y, por ende, una menor rentabilidad.
Todo eso ocurre simultáneamente con la caída de los salarios. Aún más, es esta la que lo desencadena. El que las empresas vinculadas con el mercado interno y los asalariados se empobrezcan al mismo tiempo no es una paradoja.
Lo corroboran las cuentas nacionales: hasta el primer trimestre de 2024, no cambió la distribución funcional del ingreso (que se mide por funciones económicas). La masa salarial y los excedentes registrados por las empresas tienen una participación similar en el valor del PIB a la que tuvieron en el promedio de 2023. Es el PIB mismo lo que cayó, por la disminución del volumen de ingresos del que es contracara.
La alternativa financiera
Sostener que la recesión afecta a las empresas por la caída de sus ventas y la compresión que fuerza sobre los precios no parece un razonamiento dificultoso. En alguna medida, es admitido incluso por quienes creen que los capitalistas apuntalan a los gobiernos de derecha con la pretensión de alterar la distribución del ingreso en su favor por medio de transferencias implícitas en las modificaciones de precios y el incremento de la explotación de la fuerza de trabajo.
Pero estas inferencias se contrarrestan con lo que se llama la Valorización Financiera. La categoría fue acuñada por el economista e historiador Eduardo Basualdo, a quien se le debe la tesis de que se trata de un patrón de acumulación de capital instaurado a partir de la dictadura militar de 1976 como alternativa al productivo vigente hasta entonces (identificado como sustitución de importaciones).
Una exposición sistemática de Basualdo sobre el funcionamiento de la Valorización Financiera se encuentra en su libro Sistema Político y Modelo de Acumulación. Para Basualdo, los grandes grupos económicos locales y las empresas transnacionales con operaciones a la economía argentina recurrieron al endeudamiento externo para realizar colocaciones financieras, amparados por el Estado Nacional, que mediante diversos mecanismos les permitió transferirle sus deudas, receptando sus pérdidas.
De esta forma el capital concentrado, encabezado por los grupos económicos locales, logró desentenderse del mercado nacional para expandirse. Basualdo repara en que, al analizar el desempeño de las 200 firmas de mayor facturación al final de la década de 1990, estas no frenaron su expansión y se volvieron independientes del ciclo económico interno, por lo que la crisis de la convertibilidad se descargó sobre el resto de la sociedad.
Más allá de los argumentos específicos de Basualdo, el uso de la Valorización Financiera como categoría de análisis y los razonamientos en términos de una dicotomía entre la expansión productiva y la financiera son comunes en el análisis argentino. Recurrentemente, se aduce que los tres gobiernos en ejercicio entre 2003-2015 significaron una interrupción de ese patrón sin llegar a un quiebre completo, por lo que fue posible reanudarlo luego de ese período.
Incluso es habitual que quienes no necesariamente adscriban a esta tipología consideren que se presenta una dicotomía entre la inversión productiva y “la timba financiera”, por el evidente aprovechamiento por parte de los grupos económicos de las fluctuaciones en el tipo de cambio y la emisión de títulos públicos para mejorar su patrimonio en determinadas coyunturas.
Sin embargo, al razonar de esta manera se olvida que las empresas reproducen su capital mediante la producción y la venta, por la sencilla razón de que de esta manera se produce y circula el excedente sobre el que se estructuran las relaciones sociales de producción capitalistas.
Lo cual no contradice la existencia del tipo de aprovechamientos descriptos, pero éstos quedan subsumidos al hecho estructural de que sencillamente, el capital no se acumula mediante las finanzas. A la inversa, para efectuar operaciones las empresas deben tener a su disposición un capital acumulado previamente. Incluso para endeudarse, porque el crédito que se le concede a una entidad depende antes que nada de su tamaño, y en algún momento tiene que pagarse, aunque ese momento se postergue o la deuda se le transfiera al Estado.
Finalmente, un aspecto que vale la pena destacar en relación al presente es que, con la devaluación de diciembre, se volvió objeto de suspicacia si las empresas no se vieron favorecidas de manera directa por esa medida, a pesar de haber perdido en términos de ventas, debido a que, por efecto de las transacciones vinculadas al dólar, en los estados contables se ven reflejadas utilidades que frente a los costos incurridos en el ejercicio de cierre parecen sumamente cuantiosas.
Sin embargo, es un efecto engañoso. En tiempos de volatilidad cambiaria, es normal que las empresas pauten sus contratos en función de la cotización del tipo de cambio y los actualicen si cambia. En ese momento, la devaluación no solamente incide sobre las ventas de la empresa, sino también sobre sus deudas por compras, y las que realizarán posteriormente. También los costos “atrasados” se indexarán, aunque ex post sea en una medida inferior a la de la variación de los precios. En el mejor de los casos para la empresa, eso puede conducir a una ganancia extraordinaria de corto plazo, pero no repercute en una alteración de la ganancia normal en el largo, que a su vez es afectada por el contexto recesivo.
No se trata de confrontar
El análisis desarrollado hasta aquí tiene la finalidad de explicar por qué la recesión afecta a las empresas. En consecuencia, el pensamiento que expresan varios de sus dueños o CEOs de que las políticas que la provocan redundarán en un mejoramiento de la economía argentina de persistir y ser profundizadas, con sus distintas variantes, es absolutamente ilusorio.
No obstante, no es novedoso. Precede largamente al contexto actual. Sea en la variante de la necesidad de un presunto reseteo, del abandono de adicciones peligrosas y la cura de enfermedades terminales, o la remoción de trabas peligrosas para el desarrollo, con la consolidación del tipo de economía que predominó hasta 2015 se hicieron comunes las exhortaciones a mejorar la competitividad para crear empleos de calidad, y cualquier otra variante de ideas rígidas que se repiten sin considerar si la economía crece vertiginosamente o se desploma sin atenuantes.
Más que una defensa interesada de cierto tipo de programa, parece tratarse de una desconexión de los empresarios en relación al proceso político favorecida por una visión espontánea de las cosas, heredada de un ambiente cultural y clasista particular, que se acentúa en el presente por el clima de confusión que caracteriza al momento político. Un proyecto con vocación de transformación seria no puede dejar desatendida esa variable. Con independencia de los matices, no debería resultarle indiferente al campo popular que el empresariado mantenga un pensamiento disfuncional para la economía.
Nada de lo anterior implica desconocer que existan negocios o actividades particulares para los que una situación perniciosa de la economía argentina resulte de provecho. Ni negar que la contradicción entre capital y trabajo por la apropiación del excedente esté activa, en conjunto con la de la demanda de bienes de consumo que impulsan la inversión a pesar de que son dos usos diferentes de una misma magnitud, que es el producto nacional.
Por el contrario, aislar los determinantes subyacentes del desenvolvimiento económico permite discernir la importancia de cada contradicción. Tenerlas presente es necesario para actuar reconociendo los límites de intereses entre el conjunto de la sociedad, el de sectores particulares, y lo que resulta dañino para todos.
Al igual que los trabajadores, los empresarios son afectados por el ciclo económico por la sencilla razón de que coexisten en él. Y serán refractarios ante una transformación del orden existente porque, sencillamente, no son sus beneficiarios directos. Pero eso no quiere decir que una reversión los favorezca, ni que puedan pretender avanzar sobre los trabajadores permanentemente. Es tarea de un movimiento político serio erigir las defensas y los contrapesos ante tales dificultades. No se trata de confrontar con el poder económico, sino de intermediar con él de manera fructífera en aras de lograr transformaciones beneficiosas para la sociedad argentina.