Lo que ocurrió con Bolsonaro. Lo que podría pasar con Milei. Destacada investigadora sobre la ultraderecha en América latina, Talita Tanscheit recuerda que a la larga el apoyo se mantiene si los gobiernos resuelven los tres problemas económicos concretos de la población. Y lo basa en evidencia empírica. Su análisis de la extrema derecha.
Profesora en el Departamento de Política y Gobierno de la Universidad Alberto Hurtado, Talita Tanscheit es investigadora asociada en el Laboratorio para el Estudio de la Ultradercha, Ultra-Lab. En un trabajo colectivo ya comentado en Y ahora qué, Tanscheit y el equipo constataron tras un sondeo que estaba creciendo el cuestionamiento a la igualdad en Brasil y la Argentina.
–Efectivamente en Chile el sondeo revela un mayor apoyo a la cuestión de la igualdad y a las políticas sociales. –dice la investigadora–. Y en la Argentina y Brasil no es así. En términos analíticos la historia es más compleja. Hay que tener en cuenta que políticamente en la Argentina y Brasil las políticas sociales de los gobiernos de izquierda o centroizquierda fueron discutidas en los últimos años.
–¿Te referís al desprecio a los “planeros” en la Argentina y a los beneficiarios del Bolsa Familia en Brasil?
–Sí. Y a la vez en Chile no hubo una política social emblemática. En la Argentina, por ejemplo, hubo discusión política porque existían políticas sociales. Recuerda que hicimos el trabajo en 2023. Tómalo como un retrato del momento más que como una película completa. En ese momento ya había una bajísima aprobación del gobierno de Alberto Fernández y una mala percepción de las políticas sociales.
–¿Había y hay un cambio de valores sociales mayoritarios?
–No me atrevería a hacer un análisis más del fondo. No sé si va a perdurar un rechazo a un modelo más Estadocéntrico o relacionado con el Estado de bienestar. En general en América latina no creemos que existan valores que están cambiando. Si uno mira los datos de otros institutos que hacen encuestas en América latina no hay una reacción masiva contra el Estado de bienestar. Sí hay un proceso de radicalización de determinados sectores. Pero, además, los valores democráticos en la Argentina siguen muy altos. Lo mismo ocurre con temas como el apoyo al matrimonio igualitario…
–¿Cuál es la novedad de la radicalización argentina? Supongo que te referís a la ultraderecha.
–En el caso argentino es que por primera vez hay un actor que politiza y disputa la temática en el debate público. No sólo viene desde los votantes sino que el actor político politiza y tiene un efecto en los electores. En un contexto donde la temática está siendo politizada, la pérdida de bienestar material del gobierno anterior hace que en la población se genere una visión despectiva hacia el Estado de bienestar.
–¿Cuál es el origen?
–Es importante ese punto. El cuestionamiento a políticas de Estado de bienestar viene desde las élites. Veremos si es una politización sostenible en el tiempo. Por eso no me atrevería a decir que hay un cambio de valores. Creo que es difícil. En América latina el problema más relevante y longevo, que resiste a todo tipo de olas, es el de la desigualdad. El principal problema son las desigualdades sociales y económicas. Por eso no sabemos hasta qué punto una propuesta radical de derecha que va a profundizar el problema es sostenible en el tiempo. La derecha de los años ‘90 no fue sostenible a largo plazo, por ejemplo, porque no resolvió el problema de la desigualdad. Lo que digo es empírico.
–¿En qué sentido es empírica tu afirmación?
–Que el voto en última instancia es económico, no es una teoría. Lo tenemos por evidencia. En particular en América latina ese voto explica las elecciones. Los presidentes son recompensados o castigados según el desempeño.
–-¿Y cómo miden los votantes ese desempeño?
–Está directamente relacionado con inflación, pobreza y desempleo. Si eso no se resuelve, la vida se hace difícil. No se puede saber ya qué pasará en la Argentina porque el Gobierno lleva diez meses, pero ese lapso no deja de ser el principio de una administración. Y, por otra parte, los presidentes siempre pueden dar una vuelta y cambiar de dirección.
–¿Quién lo hizo?
–Jair Bolsonaro hizo un giro tremendo en su último año de mandato en términos de inversión pública. Quería retener a un elector muy afectado por sus políticas. Se llamaba “Auxilio Brasil”, que fue el nuevo nombre del Bolsa Familia. Bolsonaro también aumentó el presupuesto, incluyó cosas como Auxilio Gas. Logró aprobar un paquete de medidas tremendo, incluyo algunas de ellas inconstitucionales.
–No le funcionó.
–Entre otras cosas, porque en Brasil hay un factor político que se llama Lula. Por eso insisto. Por un lado hay que ver cómo Milei se adapta políticamente a la crisis económica argentina. Y por otro lado, qué ocurre con la evidencia empírica. Porque, también insisto en esto, la gente mide por tres cosas: inflación, pobreza y desempleo.
–¿Las tres?
–Las tres.
–Vos estudiás a las ultraderechas. Hagamos ultraderechismo comparado.
–Definimos el neoliberalismo como un elemento ideológico de Bolsonaro. En Nayib Bukele no lo es. Tiene muchas políticas proteccionistas, socialmente hablando. Bukele no activó el discurso neoliberal. Bolsonaro sí implementó políticas neoliberales. Son los dos únicos casos que tenemos.
–¿Y Milei?
–Nuestros estudios, para ser serios, toman en cuenta los períodos de gobierno completos. Bukele ya completó uno y va por el segundo, y Bolsonaro también hizo un período completo de gobierno.
–¿Existe el efecto arrepentimiento por el voto?
–Hay personalidades que lo hacen, pero no tenemos datos globales. En estos casos aparecen las críticas a los recortes.
–¿Estás siguiendo el fenómeno de las marchas universitarias masivas en la Argentina?
–Sí, por supuesto. Es un caso de crítica importante. Y fíjate que tiene que ver con la desigualdad, porque la educación tiende a la igualdad. En Brasil en 2019 pasó algo parecido cuando Bolsonaro anunció un gran recorte en las universidades. Y Bolsonaro tuvo que cancelar el recorte.
–¿Repuso los fondos?
–No. Cambió de táctica. Terminó haciendo lo mismo vía desfinanciamiento.
–Milei hace las dos cosas.
–Hoy es un actor político que habla en contra de las políticas sociales. Hace que sea objeto de discusión política y presenta su posición. Obvio que siempre hay un riesgo y un costo. También por la evidencia empírica sabemos que es más fácil hacer eso siendo oposición. En el gobierno la gente espera que resuelvas los problemas diarios. Y esos problemas están relacionados con el Estado de bienestar y las políticas sociales. Es difícil de sostener la no resolución en el mediano y largo plazo.
–Milei contraataca tratando de imponer temas y lemas, como el del déficit cero.
–Todo presidente tiene el poder de agenda. No creo que sea algo particular de Milei. Es el presidencialismo, y así son las prerrogativas de los presidentes. Es normal que lo hagan. La cuestión clave es pensar en resultados. En democracia cuentan los resultados. ¿El déficit cero tendrá resultados? ¿Resolverá las expectativas?
–Bolsonaro no pudo reelegir.
–En Brasil, además, fueron años de pandemia, con muchos conflictos por la política pública de Bolsonaro sobre el Covid. El elemento fundamental, como te dije antes, es Lula. La población evaluó más positivamente el período de los gobiernos de Lula que el de Bolsonaro. Incluso a pesar del impeachment a Dilma Rousseff, de la prisión de Lula, del Lava Jato… Lula fue capaz de reactivar en lo electoral la memoria de sus dos gobiernos. Este factor explica su victoria. El primer gobierno de Dilma fue un gobierno muy bueno, de profundización. En el segundo hubo caos y crisis política. El gobierno de Michel Temer fue horrible.
–¿Cuándo empezaste a estudiar la ultraderecha?
–En 2018, por la situación de Brasil. Mi tesis de doctorado es sobre la izquierda en Brasil, Chile y Uruguay.
–Pasaste de la izquierda a la ultraderecha.
–Es que la ultraderecha llega aquí tarde. En Europa hay investigaciones desde los años ‘80. La ultraderecha latinoamericana se beneficia del hecho de que la ultraderecha en Europa está consolidada en Europa y Estados Unidos, pero existe también un contexto de crisis regionales en América latina: fin de commodities altas, escándalos de corrupción y politización de esos escándalos. Se enmarca en un contexto de crisis del orden liberal. En Europa el principal problema está relacionado con la crisis de la derecha convencional. Los electores se mueren y no se renuevan. El voto duro de la ultraderecha viene o de la derecha convencional o de electores que no votaban. Y en Brasil ocurrió lo mismo. El voto duro de Bolsonaro estaba formado por gente que antes votaba por el PSDB, el Partido de la Socialdemocracia Brasileña, que gobernó dos veces con Fernando Henrique Cardoso.
Milei será loco pero no es boludo.
De los tres factores destacados por la políticóloga brasileña en esta nota atiende dos.
1. La inflación: la controla, claro que después de la bruta devaluación y destrucción del salario, pero se escucha decir «bajó la inflación», aún en los titulares de los diarios. Creó una ficción de estabilidad de precios y notablemente se la creen.
2. Aumentó tanto el número de beneficiarios de la AUH, subsidios por embarazo, prenatal y tarjeta alimentar. Hay más de 8,5 millones de beneficiarios. Y además les aumentó el valor en más del 100%
El flanco del empleo ese sí no lo va a poder disimular, pero precisamente entiendo que el desempleo es directamente proporcional a la anomia política. Sin el encuadre de un sindicato se pierde densidad política y las reacciones tienden a la violencia inconducente de pobres contra pobres.
Si esto es así, como lo veo sin poder hacer afirmaciones categóricas, el panorama exige a la dirigencia política del campo nacional una profunda renovación del método. El PJ no puede ser el mismo de la contradicción capital – trabajo que se dirimia en la fábrica.
Lo dicen ustedes en el nudo de las notas de esta edición. Gracias por la claridad de análisis