El desarrollo en agenda

Lo que los países demandan estructuralmente para su desarrollo son alimentos y energía. Pero aunque el desarrollo de la Argentina sea posible, jamás surgirá de manera espontánea. La mejora del salario de los argentinos requiere más máquinas, químicos, electrodomésticos y uso de energía. Precisa planificación y abandonar la ilusión exportadora que se viene imponiendo desde 2015.

El objetivo de alcanzar una elevación persistente y sustantiva del nivel de vida de la mayor parte de la población en Argentina conduce, ineludiblemente, a la necesidad del desarrollo de las fuerzas productivas. El mayor nivel de vida consiste, esencialmente, en el consumo de más y mejores bienes y servicios. Y hay que producirlos.

Sin embargo, el desarrollo capitalista no es automático ni espontáneo. Al contrario: el estado tendencial de la humanidad es la pobreza. La mayor parte de los países del mundo son subdesarrollados, y en ellos habita la mayoría de la población mundial. Se trata, en general, de una humanidad menos pobre que hace dos siglos, porque el desarrollo capitalista fue global, pero una humanidad desigual. 

En la Argentina se dio una paradoja: a partir de la década de 1960, el país experimentó un proceso de desarrollo en ciertas ramas de la producción que tendió a consolidarse. Pero la oposición que suscitaban los cambios sociales que necesariamente traía aparejados –principalmente la participación de los trabajadores en los beneficios del crecimiento económico y el fortalecimiento de los sindicatos como actor político- condujo a que el proceso se abortara con la dictadura de 1976.

Desde entonces, proliferaron las críticas a este proceso o se habló de su agotamiento como si se tratara de algo impracticable por sí mismo, sin que mediasen muchas evidencias para sostener tal conclusión. De hecho, el que la sustitución de importaciones (así se la llama) haya devenido insostenible es algo que ponen en duda muchos autores. 

No obstante, siguen primando los reparos sobre sus límites e imperfecciones. Lo sorprendente es que muchas veces provienen no solamente de parte de economistas afines con los sectores refractarios a las transformaciones que produciría sobre el país la re-emergencia del desarrollo, sino de los que gravitan alrededor del campo popular.

Esto tiene un vínculo inmediato con las dificultades que encuentra el sector de la dirigencia política interesado en proponer una alternativa que permita dejar atrás la crisis iniciada en 2018, porque no se conocen los alcances y las posibilidades efectivas con las que se encuentra para conducir lo que actualmente se expresa como la necesidad de una urgente recomposición de los ingresos de las mayorías. En consecuencia, hace a la parálisis que aqueja al campo popular, y es algo que merece examinarse con cierto detenimiento.

Las desigualdades del desarrollo

El desarrollo en los niveles de las economías modernas no es posible para la totalidad del mundo, debido a que en el estado actual de la tecnología la exigencia sobre los recursos naturales y los efectos sobre el medio ambiente lo volverían insostenible desde el punto de vista ecológico. 

Además, el aspecto económico también tiene una incidencia, porque el desarrollo de la periferia implicaría un cambio en la distribución desigual del excedente entre países por una distribución equilibrada. Dadas las relaciones sociales de producción y de desarrollo, esto significa un empobrecimiento en términos absolutos, o al menos una reducción del ritmo de acumulación, de los países desarrollados. 

No hay que perder de vista que el “excedente” es el producto de la fuerza de trabajo, necesariamente acotado, en un lapso dado de tiempo. Para que la periferia se desarrolle, deberían afluir los recursos que actualmente se utilizan en el centro, que principalmente son dos:

  • La desigualdad de los salarios, más bajos en la periferia que en el centro, produce un abaratamiento relativo de los bienes producidos en el primer grupo de países. En el comercio internacional, esto provoca la famosa relación adversa de los términos de intercambio para los países subdesarrollados. Los bajos salarios en la periferia comportan una imposibilidad de retener el excedente que se produce en estos países, que, por esta desigualdad, se drena hacia el centro. 
  • El segundo mecanismo de importancia es el movimiento internacional de capital. Los niveles de inversión extranjera suelen ser mucho más altos en los países desarrollados que en los subdesarrollados, y más diversos. En los países subdesarrollados, tiende a orientarse a industrias de exportación de materias primas requeridas por el centro. Otra posibilidad, muy frecuente en países de Asia desde mediados de la década de 1980, es la famosa relocalización de las industrias de bienes de consumo con la que se intenta producir a precios baratos aprovechando los bajos salarios de la periferia, para luego vender estos bienes en los mercados del centro que no fueron afectados por el desplazamiento de los puestos de trabajo.

La disparidad de los salarios y el movimiento internacional de capitales interactúan. Que los países que reciben los mayores volúmenes de capital sean aquéllos en los que salarios son más altos se debe a que presentan los mercados internos más extensos, y, en consecuencia, los más aptos para la inversión.

Sin embargo, si un país subdesarrollado reuniese las condiciones políticas para intentar un cambio, éste no necesariamente sería practicable por encima de ciertos límites. El incremento de los salarios puede conducir a que el nivel de actividad de la economía exija el uso de medios de producción que no se fabrican en el país, por efecto del bajo nivel de desarrollo. Es por esto que las posibilidades de desarrollo deben estudiarse y planificarse.

La posibilidad del desarrollo

Si en términos generales es imposible el desarrollo igual, consistente en la eliminación de la división entre centro y periferia, en términos teóricos es posible pensar si se constatan casos particulares de países que podrían desarrollarse dentro del capitalismo. A sabiendas de lo anterior, hay que establecer si existe la posibilidad del desarrollo en la economía argentina, y de ser así, qué es lo que lo habilita.

Lo que los países demandan estructuralmente para su desarrollo son alimentos y energía. De encontrarse con un déficit estructural de alguna de estas dos cosas para atender el consumo normal determinado por el tamaño de su población, se incurrirá en un déficit de balanza comercial que a la larga expresa el impedimento para el desarrollo.

La Argentina puede producir alimentos y energía en cantidades suficientes, si se orientan los recursos para lograrlo. Su debilidad radica en que, en la actualidad, con el sector agropecuario se abastece la cadena de suministro de la mayor parte de las ramas de la economía por medio del comercio exterior, lo que necesariamente impone una restricción al ritmo de crecimiento del Producto Bruto, porque la expansión del mercado interno se subsume a la demanda que el resto del mundo tenga de bienes argentinos.

Por esta razón, durante las décadas de 1960-70 se impulsaron las industrias siderúrgica y metalmecánica, la petroquímica, la extracción de petróleo y, por su importancia para el mercado interno, la industria automotriz, inexistente hasta entonces. A su vez, la instalación de estos sectores propagó una calificación de la mano de obra que se incorporaba a ellos, que recibía salarios más elevados que el promedio.

Esto hizo posible un crecimiento elevado del PBI con una importancia cada vez mayor del PBI industrial, y hasta 1976 con tendencia al superávit comercial. El debilitamiento que aqueja a la economía argentina a partir de ese año es que las sucesivas experiencias “des-industrializadoras” de la dictadura y los gobiernos posteriores tendieron a hacer disminuir su importancia, hasta volverlos netamente importadores, cuando previamente se registraba un crecimiento de sus exportaciones. Es insoslayable referirse al problema descripto si se pretende debatir seriamente las necesidades del desarrollo argentino.

La planificación necesaria

Debemos volver a remarcar que, aunque el desarrollo de Argentina sea posible, jamás surgirá de manera espontánea. Para llevarlo adelante es requerida una precisa caracterización de las necesidades económicas y sociales, y claridad sobre las dificultades estructurales de la economía que hay que sortear para llegar cumplir con los objetivos que se establezcan a partir de este diagnóstico.

Desde que finalizó el gobierno de Cristina Kirchner en 2015, las discusiones sobre las transformaciones que se debían encarar en la economía siguieron el camino inverso: se intentó adecuar los objetivos sociales a las características de la economía interna, y se buscó promover el desarrollo dentro de los límites de la estructura existente.

De aquí surgió la ilusión con el programa exportador, consistente en identificar ciertas ramas estratégicas que pudiesen desarrollarse en función del contexto internacional. En gran parte, la idea asumía como cierto el agotamiento de la sustitución de importaciones, además de dar por sentado que las condiciones internacionales se volvieron adversas para el desarrollo nacional.

Por esto, la ilusión exportadora alcanzó un auge pleno, que enmascaraba la ausencia de un programa de desarrollo genuino, obstaculizado por la hostilidad intelectual que suscita, a pesar de que los economistas que descartan la sustitución de importaciones cuando responden a compromisos políticos que la requieren no tengan como reemplazarla, porque sencillamente no existe nada equiparable. 

La mejora del salario de los argentinos requiere más máquinas, químicos, electrodomésticos y uso de energía, frente a lo cual es una frivolidad repetir que no es posible fabricar autos porque no se corroboran las condiciones internacionales de la década de 1960 o que las regulaciones de la Organización Internacional del Comercio impiden practicar cualquier forma de proteccionismo duradero. 

Se trata de argumentos carentes de congruencia lógica, que exageran sus fundamentos empíricos y establecen tácitamente la conclusión absurda de que en algún momento de la historia la economía internacional fue más permeable al desarrollo de la periferia que en la actualidad.

La ilusión mencionada estuvo muy presente en la campaña de Unión por la Patria en el año anterior. Se manifestó en la idea de que se pudiese pagarle al FMI con los ingresos derivados de las exportaciones de bienes agrarios y energía, y que una vez eliminado el mal mayor, se debían respetar “el orden fiscal, el superávit comercial, la competitividad cambiaria y el desarrollo con inclusión”.

Se entiende que ésta es una idea apática, porque el desarrollo “lento pero ordenado” no responde a lo que cabría esperar de un gobierno como el anterior, y menos de una opción que proponga alguna perspectiva de superación sobre sus magros resultados. Pero cimentar una opción duradera y genuinamente funcional a los intereses nacionales exige asimilar las necesidades del desarrollo.

En el corto plazo, es plausible pensar que, dado el retroceso del nivel de vida sin que medien alteraciones de importancia en la estructura productiva nacional, y habida cuenta de la existencia de proyectos destinados a la producción de energía que favorezcan el autoabastecimiento y expandan la capacidad para importar, se pueda avanzar en la mejora de los ingresos sin mayores dificultades macroeconómicas. 

Pero a la larga, el sostenimiento de esta evolución requerirá una planificación, y el frente político que haga suyo este objetivo no puede quedar expuesto a una crisis por falta de perspectiva a este respecto. Si no se logra avanzar con el crecimiento hasta un punto en el cual Argentina sea un país socialmente distinto y se eliminen las desigualdades y los impedimentos que afectan a los sectores desfavorecidos, es posible que un gobierno con logros parciales se diluya ante la imposibilidad de mantenerse a la par de las necesidades de la nación.

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