Aquí va un manual para entender cómo se forma la rentabilidad. El negocio de las empresas no es dejar de vender, cosa que se está agudizando con la recesión y el aumento de tarifas. Todo se agrava cuando los compradores cada vez pueden comprar menos o directamente nada.
Cuando se pone en discusión qué es necesario para que la economía argentina crezca o mejore su desempeño, es recurrente que alguien sugiera estímulos para las empresas. Estos son de tipo directo, por lo cual se entiende una disminución de los costos. Dicha reducción favorecería, de acuerdo a este pensamiento, la inversión, mejorando el nivel de actividad y de empleo.
Sin embargo, se trata de una concepción errónea de la inversión, que en principio omite explicar, de manera general, por qué se produce. Algo siempre necesario para realizar inferencias sobre cómo alentarla.
La inversión está relacionada con la necesidad de las empresas de realizar ganancias y expandir sus operaciones. Esto requiere que sus ejercicios estén dando lugar a ingresos, y que, dentro del alcance de sus actividades, emerja una perspectiva plausible de ampliarlos. Entonces la inversión se vuelve conveniente. En tanto las empresas busquen ampliar su inserción comercial para sostener su capacidad de disputa con sus competidoras, deviene necesaria.
La pregunta que surge de esta disquisición es de qué manera las empresas obtienen estos ingresos. La medición de éstos se realiza de varias maneras y se utilizan diferentes conceptos para evaluarla, puesto que no es sencillo en la práctica establecer un cálculo completo de los ingresos de una empresa.
En lo que interesa para este análisis, definimos a la ganancia como aquellos ingresos que, una vez deducidos los costos de todo tipo en los que se incurrió durante un ejercicio de un período determinado de duración (mano de obra, adquisición de insumos, pago de impuestos e intereses, amortizaciones de capital y otros), quedan disponibles para una empresa sin que se les haya asignado un uso específico, lo cual puede suceder en el ejercicio siguiente.
Hecha esta explicación, podemos aventurarnos a prever la evolución de las posibilidades de las empresas en el contexto que atraviesa la economía argentina, afectada por una recesión agravada por un gobierno que parece estar abocado a asegurar que la misma siga su curso, y qué respuestas políticas pueden elaborarse en torno a ello.
La determinación de la rentabilidad
En términos generales, se suele denominar “rentabilidad” a la proporción de las ganancias frente a los gastos que se deben afrontar para llevar adelante una actividad económica. Se determina por la capacidad de compra y la cantidad de consumidores a los que se destina un bien o servicio. Una vez conocidos estos datos y los costos que se pretende cubrir, se establece un precio que dé lugar a un excedente, sin que sea excesivamente alto y acabe afectando a la demanda.
El principal determinante de rentabilidad de una empresa es la situación macroeconómica. Si la economía se mantiene en expansión por el incremento de la demanda, entonces vender es más sencillo, y se pueden alcanzar niveles de producción acordes a la demanda que se acerquen a la utilización de la capacidad productiva considerada normal o deseable.
En cambio, cuando se produce una contracción del poder de compra de los consumidores se reducen los volúmenes de ventas de las empresas. Entonces se ven forzadas a adoptar estrategias de precios que dan lugar a un menor margen de ganancia por unidad vendida para evitar ahondar la disminución de la demanda.
La rentabilidad en la economía argentina
Este último tipo de proceso es el que se experimenta en la economía argentina desde que se desató en 2019 la disminución tendencial del nivel de actividad. Podemos elaborar una aproximación al problema recurriendo a la Encuesta Nacional de Grandes Empresas (ENGE) que publica el INDEC. Tiene la finalidad de recabar datos sobre la situación económica de las empresas, utilizando como muestra un panel compuesto por datos provenientes de 500 firmas grandes, que pueden rotar. Los datos disponibles se extienden entre 2012 y 2022.
Entre 2012 y 2018, la proporción de empresas que obtenían resultados positivos en el ejercicio (es decir, ganancias) se mantuvo estable en torno al 80%. Se observaron altibajos, como en 2015, que es el año con la mayor cantidad de empresas que realizan ganancias en la serie, o 2016, que es el de menos, debido a la recesión. Pero a partir de 2019 se observa una tendencia descendente, con una recuperación en 2021 y 2022 que, sin embargo, se encuentra en torno al 70%, un 10% menos que en los siete primeros años. Es decir que se incrementó la cantidad de empresas que normalmente alcanzan resultados negativos.
El fenómeno anterior estuvo acompañado de una disminución constante en los niveles de rentabilidad a partir de 2015. En la ENGE se exponen la tasa de Rentabilidad sobre Activo y sobre Capital Propio, que comparan, respectivamente, las utilidades frente al volumen de activos y del patrimonio neto de las empresas. La tasa de Rentabilidad sobre Capital Propio disminuyó más pronunciadamente que la tasa de Rentabilidad sobre Activo, pero ambas, luego de alcanzar su valor mínimo en 2020, no recuperaron ni siquiera los niveles alcanzados en 2019.
Lo expuesto evidencia que obtener ganancias en el estado que acarrea la economía argentina desde 2019 se volvió dificultoso. Este se explica porque desde ese año la economía sufre un deterioro constante, con una población cada vez más pobre, y por ende con una menor capacidad de compra. La aceleración inflacionaria que inicia ese proceso se origina en una presión al alza sobre los costos, que no siempre se vuelcan plenamente a los precios por las razones que se explicaron anteriormente. En consecuencia, se venden menores cantidades con márgenes de ganancia comprimidos.
Es interesante remarcar que si bien el incremento de la cantidad de empresas con pérdidas se constata en años de recesión (2016, 2019 y 2020) y se consolida en los últimos cuatro, la merma de la rentabilidad comenzó en 2015. Sucede que desde entonces las decisiones de política económica dejaron de apuntalar el consumo y el nivel de actividad, por lo que las empresas, con antelación al desplome de 2019, mantenían sus ventas, pero no se expandían.
Perspectivas para el presente
Habiendo extraído conclusiones sobre las condiciones de desenvolvimiento generales de las empresas, podemos abocarnos al análisis de su evolución inmediata en el presente. Con la devaluación y los incrementos de las tarifas de servicios públicos puestos en marcha por el gobierno de Javier Milei, en conjunto con el recorte de diferentes gastos destinados a financiar operaciones del sector público, solamente es posible que las ventas caigan aún más, por la razón de que todo esto repercute directamente sobre los salarios, tanto de la actividad privada como del sector público.
El Índice de Ventas Minoristas que publica la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME) muestra que, luego de sucesivas caídas que tuvieron lugar en 2023, en diciembre se produjo una reducción interanual del 13,7%. En enero se ahondó, escalando al 28,5%.
La caída de las ventas en diciembre y enero, de acuerdo a CAME
Algo que debería llamar la atención es que durante el proceso de empobrecimiento que la sociedad argentina padece, la tasa de actividad, que mide la relación entre la población económicamente activa (la que trabaja o busca trabajo) sobre el total, tendió a aumentar. Como la economía argentina creció durante 2021 y 2022, la población en busca de trabajo encontró ocupación, lo que se evidencia en el incremento de la tasa de empleo (la relación entre ocupados y población total) y la disminución de la tasa de desocupación abierta (proporción de la población económicamente activa que se encuentra desocupada).
Esto denota que el empobrecimiento cada vez superior de la sociedad argentina impulsa a una mayor cantidad de gente a trabajar, cuando la actividad económica lo habilita. Pero esto, dada la declinación del poder de compra de los salarios que se verifica, no induce a una mayor prosperidad. Por el contrario, es consecuencia del ascenso de la pobreza.
Para terminar el análisis, debería comprenderse que la rentabilidad no puede evolucionar de manera autónoma, sino que está estrictamente ligada a la situación del mercado nacional. Los alicientes sobre los costos solamente tienen efecto cuando promueven las ventas, lo que nunca puede suceder cuando el mercado se compone de compradores pobres.
Es por esto que las propuestas de flexibilización laboral, o las solicitudes de alguna forma de alivio en el costo de financiamiento crediticio que son tan habituales en los posicionamientos de las empresas, se sostienen sobre ilusiones. Por paradójico que parezca, con un menor “costo laboral” lo único que puede lograrse es que el salario, que es el principal determinante del nivel de vida, y por ende del estado de la economía de un país, decaiga. Nada de mejorar la rentabilidad.
El resultado forzoso no es una adecuación de las estructuras de costos para un funcionamiento más eficiente de la producción, si no el de la estructura económica para una menor movilización de las fuerzas productivas, correspondiente a la retracción del mercado interno. Es tarea de la dirigencia política advertirlo, para no caer en lugares comunes y dar lugar a un empeoramiento en la calidad de vida de la población argentina.