Desde mediados del siglo pasado la falsa opción peronismo/antiperonismo es alimentada para debilitar coincidencias sociales objetivamente necesarias para superar las condiciones de atraso que padece la sociedad argentina.
(Advertencia preliminar: el autor de esta nota carece de versación en psicología, por lo que toda inferencia en el ámbito de esa disciplina debe descartarse. La reflexión se sitúa en el plano de la política y más específicamente en el espinoso campo de la dialéctica ideológica.)
Los argentinos – o una porción notable de la comunidad nacional – estamos atrapados en lo que podría llevarnos a una “pudrición de la historia”, ante la (¿aparente?) imposibilidad de avanzar en la superación de los desencuentros que mantienen estancada la vida política.
El gobierno actual, surgido del agotamiento de gestiones sin rumbo estratégico y como resultado del hartazgo de amplios sectores medios y bajos, no construye sobre criterios de unidad sino que insiste en introducir divisiones artificiales para no perder la iniciativa, subrogándose a imaginarios dispositivos trasnacionales que enarbola una presunta “nueva derecha”.
Como está a cargo, en lo que le toca de su propia gestión, es el principal responsable del estancamiento actual, sin omitir las consecuencias de las administraciones anteriores que tampoco lograron unificar los esfuerzos de la sociedad argentina en un rumbo compartido y constructivo.
El “sálvese quien pueda” ahora tiene el formato de propuesta oficial, (ridícula porque contradice la esencia de todo gobierno democrático que es actuar en beneficio del conjunto social), viene practicándose desde hace años. No otra cosa es la enorme informalidad en que se mueve la economía real, o sea hacer lo necesario para sobrevivir y si fuese posible prosperar, acción en la que los límites de la legalidad se vuelven laxos.
La corrupción es una desviación que traiciona la convivencia y el juego limpio, siendo un fenómeno universal pero que recrudece y se amplía cuando una sociedad carece de objetivos comunes.
El espejo deformado
En los debates de entrecasa, incluyendo en ellos buena parte de la basura catártica que circula en las redes, los diálogos se bloquean cuando se trata de expresar una opinión que el interlocutor de turno no está en condiciones de recibir y analizar, siquiera fuese críticamente para abrir un intercambio de ideas.
Del lado de la oposición, no incluyendo allí la enorme masa de gente que padece dificultades económicas en diverso grado, los que tienen una posición confortable hacen la plancha y esperan el deterioro “natural” de un gobierno que improvisa y carece de poder legislativo, aún cuando lograra esta semana impedir que se juntaran los 2/3 para insistir con la ley previsional.
En ese circuito selecto de opositores acomodados, reaparecen las fórmulas ombligoperonistas bajo la forma festiva que elude cualquier autocrítica. Si el fracaso de la gestión gubernamental no logra borrar la memoria del desastre anterior, estos especuladores van a sufrir nuevas derrotas. Eso depende de las opciones políticas que se abran en la elección de medio tiempo el año que viene y pueden no tener que ver con los padecimientos reales.
Del lado de enfrente, la solidez del antiperonismo sigue siendo notable. Constituye un núcleo duro que carece de toda entidad conceptual y razonabilidad, pero no por ello está menos vigente. Denunciada como falsa hace más de sesenta años, la absurda antinomia peronismo-antiperonismo permanece incólume y el primer efecto de esa persistencia es exculpatorio hacia las gestiones no peronistas que se han intercalado en los cuarenta años que lleva el sistema institucional de una democracia recuperada, pero al mismo tiempo hasta hoy impotente para resolver los desafíos de mejora social. Al contrario, estas cuatro décadas han visto aumentar sistemáticamente, con breves períodos de alivio, la pobreza y la indigencia.
Fuese por la inoperancia del radicalismo, resultado de su carencia programática que termina cediendo el manejo de la economía a tecnócratas neoliberales (v.gr. Plan Austral y sus sucedáneos primaverales), o por la prepotencia del peronismo que se subroga impúdicamente a esas mismas políticas, vamos cada vez peor.
Esas orientaciones son recomendadas tanto por los organismos internacionales de crédito (con el consiguiente aumento de la deuda) como por los epígonos locales que responden a una relación de fuerzas ampliamente favorables al sistema financiero, el cual opera como bomba aspirante-expelente de recursos del circuito productivo hacia el exterior, actuando como partícipe necesario el estado como instrumento recaudador.
Pasan los gobiernos y el sistema financiero local, muy firme y discretamente articulado al trasnacional, muestra una funcional debilidad en sus balances para salir de la mira de la voracidad fiscal que, como se sabe, tiene vida propia. Es curioso que el gremio bancario se muestre combativo cuando es más bien un socio necesario en el dispositivo monetarista.
Si no vamos a la sustancia de los errores cometidos por todos, que tienen en común mucho más que sus diferencias, no habrá posibilidad de abrir una perspectiva de forja política que establezca una nueva relación de fuerzas, construyendo el bloque histórico de alianzas que integre al conjunto de la sociedad en una nación dinámica y equitativa.
El núcleo teórico del error
Está pues ausente una visión que asuma la realidad argentina como un sujeto histórico digno de análisis específico, con una mirada completa, no con cuatro indicadores escogidos para demostrar lo indemostrable. Si omitimos la condición estructural de país subdesarrollado, y el diagnóstico consiguiente que obliga a poner la mira en modificar la estructura económico-social, las políticas que se apliquen no serán aptas cuando su diseño se corresponda con otras situaciones o realidades nacionales y mundiales. Es lo que ha venido ocurriendo al menos en el último medio siglo.
No basta invocar al subdesarrollo como coartada. En eso aparece también el ombligodesarrollismo, sino que es preciso describir la verdadera tragedia de un pueblo que tiene condiciones para ser muy próspero pero que funciona en manos de saqueadores o improvisados, cuando no por iluminados refundacionales que creen poder aplicar en estas playas fórmulas abstractas que no han funcionado en ningún lugar del mundo que haya realmente avanzado.
El primer elemento es que la economía política no es una ciencia matemática o un dibujo de pizarrón, mucho menos una suerte de creencia de tipo religioso. Concierne a la producción y el consumo en una comunidad bien concreta, un pueblo que se pueda construir a sí mismo con su propio estilo tal como lo han hecho otras naciones.
Necesitamos una forma de conocimiento inspiradora de acciones útiles que se apliquen a esta realidad. La nación surge de la historia y constituye una sociedad y una cultura específicas en la que las leyes universales de la ciencia pueden inspirar las decisiones que mejor convengan al conjunto social.
Por eso, pensar que la economía va por un lado y la sociedad por otra implica un desquicio, un ángulo de mira esquizofrénico. Y así nos va, con experimentos cada vez más absurdos cuando no esconden intereses ajenos al bien común.
¿Cómo se plasma esa insolvencia teórica? Pues muy simple, y lo escuchamos todos los días: que hay que “bajar el déficit fiscal y ordenar la macro” y con ello, como por arte de magia, florecerán las inversiones y la abundancia será el común denominador para los argentinos (no se aclara, pero eso está reservado a los “de bien”, que parecen ser los amigos libertarios y por supuesto no incluye a los votantes que deben contentarse con acompañar la deriva neoliberal).
Esa visión subyacente, de que el despegue de la economía se producirá de un día para otro y espontáneamente en la medida en que se logre controlar la inflación y tener una “moneda sana” vía el ajuste del gasto fiscal es un error antiguo y con notables fracasos en su haber cuando quienes llegaron a manejar la hacienda pública tenían enfoques fragmentarios y paralizadores, desde la autodenominada Revolución Libertadora pasando por la versión cepaliana a cargo del CONADE en la gestión Illia, Krieger Vasena con Onganía, Gelbard con Perón (con la variante del Pacto Social que congelaba precios y salarios), Martínez de Hoz con Videla y de nuevo los cepalianos con Alfonsín (Sourrouille y Canitrot) y Cavallo con Menem, esta vez con la Convertibilidad.
Así terminó el siglo XX en la Argentina, a los bandazos, con los tropiezos del gobierno de la Alianza, que volvió a convocar a Cavallo, y luego todo estalló al comenzar el nuevo milenio, en 2001.
Y en el último cuarto de siglo debimos apagar incendios cuyas brasas están todavía latentes. Pasó la oportunidad de los altos precios de las materias primas, circunstancia histórica que de contar con un programa transformador hubiese permitido encarar las verdaderas transformaciones estructurales, antes que el Banco Mundial se apropiara de estos términos y los redujera a la simplificación del achique del sector público y la contención monetaria como herramientas casi únicas del ajuste perpetuo, siempre fracasado y siempre reiniciado, pero cada vez con más excluidos del sistema productivo y del mercado de consumo.
Transformaciones estructurales eran las de antes, podría decirse con un regusto amargo en la boca. Así como Menem malversó la revolución productiva y el salariazo, la visión del conjunto de las variables que importan para la salud de un país (empleo, salario, producción y su correlato social: educación, buena alimentación, salud, vivienda) pasaron a ser meros recursos retóricos apoyados en muy pocos hechos mostrables. Hoy se reemplazan por la panacea exportadora, como si el camino para exportar más no fuese tener como respaldo una economía nacional vigorosa que se extienda toda la geografía y promueva el despliegue de la tecnología que plantean diariamente nuevos desafíos a resolver.
Tenemos una ventana de oportunidad abierta, al ser un país poco industrializado y con notables recursos potenciales, tanto en energía como en recursos hídricos, entre otros, como para hacerlo de acuerdo a los criterios ambientales contemporáneos.
Esto nos lleva al discutido Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones (RIGI). En su publicidad se hacen esfuerzos para volver decente lo que es un conjunto de atribuciones para favorecer abiertamente la extracción de recursos naturales y exportarlos con el mínimo ineludible de agregados de valor.
Los ultra liberales detestan la planificación y la consideran sin temor al anacronismo “comunista” o “soviética”, pero no trepidan en conceder incentivos cuando se trata de proyectos de exportación de materias primas. Curiosa mutación que no se debe a otra cosa que a la visión de la economía monopólica concentrada a nivel mundial para aplicar en esta zona del mundo.
Antes de que se corra el velo
Estamos atrapados en una dialéctica negativa y no podemos echarle la culpa al imperialismo o a cualquier otro cuco o chivo expiatorio. Es nuestra responsabilidad.
Personalidades muy lúcidas suelen decir una frase que en principio suena muy bien pero que merece analizarse con algo de detenimiento: “con el peronismo no alcanza, pero sin él no se puede”. ¿No alcanza para ganar elecciones o estamos hablando de algo más, por ejemplo voluntades genuinas de transformaciones económicosociales participativas? Otra: ¿sin el peronismo no se puede qué, gobernar por ejemplo?
Es tan absurda la pretensión de borrar al peronismo de la vida política argentina como pretender su hegemonía. Venimos de fracaso en fracaso. O se asume y la necesidad de elaborar un programa realista se convierte en una necesidad compartida o vamos seguir penando por la vida y con situaciones cada vez más complejas a resolver, sin excluir la violencia, que por ahora está confinada a la marginalidad y las luchas entre grupos narco.
En una nota reciente señalábamos la pérdida de contenido y de debate constructivo en los partidos políticos ( https://y-ahora-que.blog/app/y-los-partidos-donde-estan/?unapproved=656&moderation-hash=7a3e8c334792eb426281b55aaa58b587#comment-656 ). Se nos señaló en un comentario que este lamentable fenómeno es parte de un proceso más amplio que incluye al propio tejido social, puesto que es la propia comunidad, en sus diferentes sectores la que padece procesos de fragmentación. No podemos estar más de acuerdo. Agreguemos que asumir la endeblez o incluso desaparición de lazos sociales puede ser un muy buen punto de partida para una necesaria construcción política que resuelva esta debilidad, resultado a su vez del incremento de la pobreza y la marginalidad.
La ampliación constante de sectores excluidos, con pocas inflexiones en la velocidad que toma esa curva, es algo más que un indicador útil para mostrar lo mal que estamos, pero su invocación sin proponer como prioridad el desafío de reconstruir la sociedad quebrada puede ser una tremenda hipocresía de la que, digámoslo, casi nadie se priva. Quizás el propio gobierno, con su desaprensiva forma de considerar que es pobre el que quiere sea el menos eufemístico al respecto.
Es que en el imaginario establecido hoy como dominante, los pobres son, como en aquella célebre película de Ettore Scola: Feos, sucios y malos (1976). Preferimos no verlos, pero ahí están. Hace falta una epistemología idealista muy fuerte para ignorar su presencia, más cuando tienen la costumbre de aparecer en la 9 de Julio viniendo de Constitución…
La negación del contrario, la negación del marginal, la negación de lo evidente habla de un disloque importante en nuestra configuración ideológica actual. Más cuando, en el desquicio, las opciones electorales han comenzado a sumar, de algún modo, y no pocas veces como forma de legítima protesta, el voto apolítico que muy fácilmente se convierte en antipolítico. Porque la relación de fuerzas, y esto es importante, nos concierne a todos, aún a los que no vemos o no queremos ver.
Si los marginados del sistema, o quienes están apenas conectados por las siempre insuficientes ayudas sociales, advierten su poder de veto/voto lo primero que castigan es al más visible de sus manipuladores. Sólo en este sentido es esperable que se corra el velo que por ahora beneficia al gobierno, aunque si no hace algo tangible no durará para siempre.
Los comportamientos determinados por la ideología tarde o temprano se confrontan con los datos duros de la realidad. Sin embargo, es preciso señalar que también influye la relación de fuerzas, que muestra como bueno y justo al más perverso si logra mostrarse como una opción de cambio.
Si hemos hecho hincapié en la histórica y falsa antinomia peronismo/antiperonismo no es porque sea la única que nos divide sino por el hecho de tener vigencia a pesar de su insustancialidad. Es odiosa puesto que enfrenta artificiosamente a la comunidad nacional, cuya inmensa mayoría de miembros comparte aspiraciones de mejora social y cultural. Nuestra dirigencia en su conjunto está, se asuma o no, interpelada por esa indiscutible realidad. Y así podamos dejar atrás “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, como reza Cuesta abajo, tango de Gardel y Lepera.