Bajo los ojos del traidor

“Hay momentos en que ese grito me rebota en la cabeza. Entonces tomo trago. Cada vez con más frecuencia, pero no basta. Entonces voy donde los más recientes detenidos y escojo a uno para darle con todo. Y los gritos del pelotudo tapan el grito de ella y por fin puedo dormir en paz.”

A Homero Carvalho,

con amistad y complicidad.

Es que usted no sabe las bolas que hay que tener para torturar a la mujer que se ama, a la traidora que se ama.

Claro que me gustaba el verso, lo que hablábamos una y otra vez. Aquello del “hombre nuevo” y las mil veces que repetimos la palabra Revolución. Me gustaba también ese mundo de secretismos, de estar siempre en peligro. Ese grupo de gente que creía tanto en lo mismo que hasta soñaba en común. Había algo como sagrado. Es que éramos no más “el camino, la verdad y la vida”.

Pero todo se torció, sabe, el momento en que me contaron, y luego comprobé, que ella me había sido infiel, que se había acostado con el jefe. El resto fue caer preso, dos o tres sopapos y me puse a hablar, a comprobar datos que ellos ya tenían, a dar nombres, direcciones y todo eso. Total, ya no creía en nada.

Usted no entiende, Israel. Claro  que sé quién es, con esta capucha, con mis manos atadas se bien quién es comandante. ¿Sabe qué lo delata? Su forma de hablar y hasta su forma de golpear. No deja de ser un caballerito aunque se ha cargado a varios de los nuestros. De usted sabíamos todo, Israel, y hasta decidimos limpiarlo porque cualquiera que sea la situación política que el país viviera usted nos perseguiría hasta debajo de las piedras.

Y así fue. Solo que, en vez de cazarlo, usted me atrapó y aquí estoy en la posición donde usted debería estar.

Ah, claro, acabo de recordar que alguna vez sospeché que usted también la amaba.

Chucha, esa mujer nos desgració. A mí me hizo un traidor y a usted lo convirtió en el asesino que me va a matar.

Y no crea que pido por mi vida. Usted tampoco lo haría. Cuando me dispare, en realidad me dará un descanso.

No, no crea que no he sufrido al ver a los compañeros torturados. Pero algunos ratos también me dio placer. Había varios que no me caían bien. Como cuando la torturé a ella. Hasta se me paró. Se dieron cuenta los otros y me alentaron a que la violara.

Mierda, ella me reconoció. No sé si por mi olor, por como yo gemía o mi manera de respirar. De pronto me gritó “hijo de puta”. Se me fueron las ganas.

Hay momentos en que ese grito me rebota en la cabeza. Entonces tomo trago. Cada vez con más frecuencia, pero no basta. Entonces voy donde los más recientes detenidos y escojo a uno para darle con todo. Y los gritos del pelotudo tapan el grito de ella y por fin puedo dormir en paz.

Usted puede creerme o no. Posiblemente los suyos hasta ya lo averiguaron, pero de la muerte de ella yo no participé. La muy traidora después de lo que me gritó no volvió a abrir la boca. Y claro, a los otros se les fue la mano.

¿Sabe? Soñé con ser como usted. ¿Quién sabe si ella no se hubiera acostado con el jefe máximo yo estaría en el lugar de usted? Ya estoy divagando. Jamás hubiera podido ser como usted. Aunque pensándolo bien, tal vez con usted también me habría puesto cuernos.

Ayyyy. Mierda, qué fibra he tocado carajo, porque el puñetazo que me acaba de dar fue más brutal que los anteriores. Mire que la mano le va a doler un montón. Por eso le voy a dar un consejo: use un palo, así se lastima usted menos. De hecho, era mi preferido. Por eso me decían “Coquito el del palito”.

Lo escucho reír, se burla de mí. Claro, usted es un puro, un duro. Recuerdo que en la organización le decíamos “the machine”, la máquina. Nunca llegaba tarde, nunca venía con tufo, nunca dejaba de leer. Había reuniones a las que yo decía “no iré”, pero si usted estaba entre los de la cita tenía que ir porque usted nunca fallaba.

Un día, cuando yo ya estaba del otro lado, estuvimos a punto de detenerlo. A usted y a su célula completa. Lo salvó su puntualidad. Incluso llegó media hora antes y vio cómo nosotros arribábamos y montábamos el operativo y usted se fue haciendo círculos a través de las calles que rodeaban la plaza y fue encontrando a todos sus compañeros. Carajo, cómo puteó el mayor. Y usted se arriesgó por salvar a los otros a pesar de saber que era para nosotros el premio más grande. Hasta en eso es raro. Cualquiera hubiera dicho que si se ponía a salvo también pondría a salvo intereses mayores.

¿Sabe? Es casi un honor que sea usted el que me mate no sólo porque en el fondo yo quise ser como usted sino porque usted también la amó.

Oigo el cerrojo de la pistola que está amartillando, pero antes del final solo respóndame: ¿se necesita o no tener las bolas bien puestas para torturar a la mujer que se ama, a la traidora que se ama?

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