Pensar, como leer o escribir, parecerían procesos solitarios e individuales, pero no lo son pues implican muchas horas de trabajos colectivos, de ideas, de prácticas.
Y cuando creemos que nos hemos quedado sin caminos porque al frente aparece sólo el abismo y tememos que de tanto ver a través del negro agujero nos convirtamos en parte de él, como diría Nietzsche, no queda más que desandar el camino recorrido tratando de encontrar el lugar en que perdimos el sendero. Éste es un proceso frecuentemente doloroso porque a cada rato surge la duda de ¿por qué caminé/caminamos tanto en vano? Pero es un proceso necesario. A nosotros nos está negada la posibilidad siquiera de sentarnos a la vera del camino y observar pasar a la historia, porque esta amenaza con convertirse en tsunami y de todas maneras nos arrastrará.
Sabemos, a ciencia cierta, que todo recorrido deja sus huellas, o si usted prefiere sus cicatrices pero ningún despertar borra lo soñado.
Para encontrar la brújula y que a su vez esta nos señale el norte hay que pensar, que es el verbo que más se acerca a la palabra soñar. Ya los clásicos nos enseñaron que toda revolución es mitad fuerza material y mitad deseo. Por eso, revolucionarios estadounidenses y franceses pusieron tanto énfasis en la palabra felicidad (que es el sueño más evanescente de todos).
Eso explica que manos anónimas escribieran en una pared de la sufrida Buenos Aires de hoy: “No queremos realidades, queremos sueños”.
Ahora bien, para un militante comprometido con la causa del pueblo, pensar, cuestionar, criticar y autocriticarse es en sí mismo una actividad esencial. Es acabar con la modorra y con el facilismo de sólo actuar espontáneamente.
Pensar es lo contario a permanecer estático. Es el movimiento más demandante de energía que el humano usa porque proviene del cerebro el mayor devorador de fuerza.
Y pensar, como leer o escribir, parecerían procesos solitarios e individuales, pero no lo son pues implican muchas horas de trabajos colectivos, de ideas, de prácticas y de visiones que muchas veces provienen de los que nada tienen pero a los que el enemigo tanto teme.
¿Qué tiene hoy el espacio nacional y popular para ofrecer a la sociedad que no sea el plato recalentado de lo que se hizo cuando se fue gobierno? ¿Sirven todavía estas banderas?
Claro que hay que defender las conquistas logradas más aún cuando la nueva derecha libertaria ha lanzado sus usinas del pensamiento buscando mostrar que el Estado es mal administrador y que todo lo resuelve el mercado. Hay que dar la batalla cultural, porque además es mentira que la hubiéramos ganado como dice Javier Milei. Como tampoco es cierto que la derecha no haya buscado construir hegemonía durante todas estas décadas.
Basta pensar en la locura que causa entre los jóvenes la idea de que “la libertad avanza” y de que “la justicia social es una aberración”.
Hoy claramente la derecha nos lleva la delantera en el uso de tecnologías sobre todo en redes sociales, mas no tiene todas las cartas de la baraja. Su propuesta económica va a chocar contra los pobres a lo que hará aún más pobres. Y a eso se suma el desplome de los sectores medios y la acentuación de las desigualdades en forma obscena.
La cultura, una vez más, ha devenido en campo de lucha. Y es el reino de las ideas sin olvidar que estas logran su concreción en las calles.
Para todo esto es indispensable saber varias cosas. ¿Qué piensan los jóvenes? ¿Cómo construyen sus escuelas de cuadros la nueva derecha? ¿Cómo debemos usar el streaming y las redes sociales?
La pedagoga María Fernanda Ruiz sostiene que los jóvenes argentinos usan internet un promedio de 9 horas al día y en el resto de Latinoamérica no debe ser distinto.
Y esa tendencia no retrocederá en el tiempo. Peor hoy que la China acaba de lanzar su primer satélite para 6G.
Son tiempos convulsos, pero a mayor reto mayor esfuerzo.
Hace ya dos siglos lo decía Charles Dickens en el primer párrafo de su Historia de dos ciudades: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incertidumbre; la era de la luz y las tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada, caminábamos derecho al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto…” .
Es una nueva era con retos nuevos pero nuestros mayores no lo tuvieron mucho más fácil. Que la vida nos encuentre a la altura.