Además de la música y la política, la pasión por el fútbol. En esta entrevista de 2010 Chico Buarque promete que seguirá jugando, habla de París, donde estuvo exiliado desde 1968 y adonde vuelve seguido, afirma que “las madres son más lulistas que nosotros” y cuenta su gran sueño no cumplido de revistar en la selección brasileña.
«Si tengo agallas, daré la entrevista». Éste era el único requisito de nuestro compañero desnudo, Chico Buarque, en un paseo entre el metro y el campo. Una pelota. Y yo acababa de informarle que el dueño no vendría a la fiesta del miércoles por la noche. Éramos diez amantes del fútbol, huérfanos.
Sin saber si era un objetivo suyo para escapar del pedido de sus compañeros periodistas, o una última esperanza, en forma de presión, para no perder el partido religioso, yo, que no creo, miré al cielo.
Sin acertijos, ofrendas ni golpes de Estado. Allí estuvo él, el santo grial de la cultura brasileña, que sucumbió al ver llegar a la cancha no una, sino dos pelotas de la mano de Mauro Cardoso, más conocido como Ganso. A partir de entonces, nada cambió mi estado de ánimo ni el de mi dúo ataque-entrevista, Daniel Cariello. A pesar de haber jugado en el equipo contrario del ilustre entrevistado, sufriendo dos derrotas consecutivas por 10 x 6 y 10 x 1, estábamos seguros de que no traicionaría a dos de las principales estrellas del Paristheama y que su palabra sería honrada.
Pero el mayor desafío no fue convencer al número 10 del equipo bordó mostaza parisino de que renunciara a dos horas de su soleada tarde de sábado. ¿Qué le preguntaría al artista icono de la resistencia a la dictadura, socio de Tom Jobim, Vinicius de Morais y Caetano Veloso, autor de los best sellers “Estorvo”, “Benjamin”, “Budapeste” e “Leite Derramado”, autor de “A banda”, “Essa moça tá diferente”, “O que será”, “Construção” y la canción de amor más triste jamás escrita, “Pedaço de mim”?
Admirado y amado por todas las edades, estudiado por los universitarios, defendido por los Chicólatras, oráculo en Facebook, omnipresente en las manifestaciones artísticas brasileñas –su modestia diría “eso es una exageración”, pero sabemos que no lo es–, su reacción inmediata al ser comparado con Dios fue: “En primer lugar, no creo en Dios. En segundo lugar, no me creo. Eso es lo único que puede conectarnos. Entonces, para empezar, saquemos a Dios de la mesa y sigamos adelante”.
De todos modos, todavía no creo que hayamos entrevistado a Dios, casi sin hablar de Dios. Pero fue de él de quien aprendí una lección, tal vez un mandamiento: creer en cosas increíbles.
–Das por sentado que no crees en Dios, pero hay pasajes en tus canciones como “días iguales, la avaricia de Dios” o “yo que no creo, pido a Dios”. ¿En Brasil es difícil no creer en Dios?
–No tengo ninguna creencia. Crecí en la Iglesia Católica, fui educado en una escuela de sacerdotes. Simplemente perdí la fe. Pero no lo hago una bandera. Soy ateo como lo es mi tipo de sangre. Hoy en día hay un retorno muy fuerte a ciertos valores religiosos, creo que en todo el mundo. Lo cual es peligroso cuando se avanza hacia posiciones fundamentalistas y se da paso al fanatismo. Puede que Brasil sea el país más católico del mundo, pero eso es un poco fachada. Conozco muchos católicos que van a Umbanda y hacen encargos. Y está eso de Dios, que entra en el vocabulario más reciente y que me molesta un poco. Eso de “ir con Dios”, “quedarse con Dios”. Escucha, ¿no puedo ir con el diablo llevándome? (Risa). Incluso hay una samba que dice algo así como “es Dios de allá, Dios de aquí –y canta– Dios ya está harto” (risas).
–¿Has estado alguna vez en Umbanda, Candomblé, algo así?
–Sí, tengo mucha curiosidad. La mujer me arrojó unas palomitas de maíz en la cabeza, sangre, y dijo que estaba lleno de eso. Fui porque me dijeron “vete que estará bueno”. También pasé por delante de espiritistas más ortodoxos, de esos que encarnaban a un médico que me recetaba medicamentos para mi sistema digestivo. Luego fui a buscar el medicamento y ya no existía. La medicina era de la época del médico que interpretaba (risas). También tuve un mago de confianza que hacía cosas increíbles. Lo decía muy bien aquella canción de Caetano, “quien es ateo, y ha visto milagros como yo, sabe que los dioses sin Dios nunca dejan de brotar”. He visto cirugías con navajas sucias, sin la más mínima asepsia, y la persona se curó. Su rodilla estaba jodida y se alejaba. Yo era anestesista para esta cirugía. La anestesia fue la música. El propio Tom Jobim jugó durante las cirugías. Toqué para una bailarina que tenía un problema en la rodilla. Tuvo un debut, pero el ortopedista le dijo “te rompiste el menisco”. Se estrenó la semana siguiente, y en primera fila estaban el ortopedista y el mago (risas). Una vez tuve un problema y fui al médico. Me tocó y no vio nada. Entonces dije “mira mi mago, mi hechicero, cuando presionaba aquí me dolía”. Empezó a decir “pero esta cosa de brujería…” y detrás de él había un crucifijo con Cristo encima. Luego pregunté: “¿Cómo dudas de la brujería pero crees en la resurrección de Cristo?” Esto me parece una incongruencia. Me gusta creer un poco en esto, un poco en aquello, porque veo cosas increíbles. No creo en Dios, creo que hay cosas increíbles.
–De vez en cuando te escapas de Brasil y vienes a París. ¿Te permite respirar?
–Mucho más. Aquí no tengo preocupaciones, tomo una distancia de Brasil que me hace bien. Me involucro menos en pequeñas cosas que acaban ocupando todo mi tiempo. Aquí leo Le Monde todos los días y aprendo sobre temas como el Cáucaso, los enclaves de la ex Unión Soviética, que en Brasil pasan muy desapercibidos. Brasil, en este sentido, es muy provinciano, creo que las noticias son cada vez más locales. Mi padre, que era crítico literario y periodista, se fue a vivir a Berlín a principios de los años treinta. Fue allí, donde tuvo la visión de un historiador, de fuera del país, que comenzó a escribir Raízes do Brasil, que se convirtió en un clásico. La posibilidad de tener este tránsitode ir y venir, creo que es buena. Es como cambiar de gafas, una para ver de lejos y otra para ver de cerca.
–En la ida y vuelta Brasil-Francia, ¿qué traerías de Brasil a Francia y viceversa?
–Yo traería aquí un poco del desorden, del desorden. Nuestros defectos, que también acaban siendo nuestras cualidades. El trato informal, que genera tanta suciedad, es al mismo tiempo algo bonito de ver. Tienes camaradería con un chico que no conoces. Aquí hay una distancia, una impersonalidad que me molesta. A Brasil también me gustaría traer algo de esta impersonalidad. Seriedad, especialmente para las personas que se ocupan de asuntos públicos. No es que no haya corrupción en Francia. Otra cosa que destacaría es el sentimiento de solidaridad que existe entre los brasileños que viven en el exterior. Lo supe cuando viví en el extranjero y veo muchas cosas aquí a través de las personas con las que vivo. Se juntan. Como decían, “los brasileños sólo se juntan en la cárcel”. Los brasileños también se reúnen en el exilio, en la diáspora.
–Hablando del exilio, hay una curiosa historia sobre Esta chica es diferente, tu canción más conocida en Francia.
–Y, lo laboral (N.R.: en Italia, donde Chico estaba exiliado político, en 1968) no hacía más que empeorar y lo que me salvó fue una discográfica, Polygram, ya que la mía antigua se desinteresó. Polygram me contrató y me dio un anticipo. Y logré quedarme un poco mejor en Italia. Pero tuve que grabar el álbum allí. Grabé todo en una pequeña grabadora. Un productor tomó estas canciones y las llevó a Brasil, donde César Camargo Mariano escribió los arreglos. Estos arreglos llegaron a Italia y levanté la voz, sin hablar con César Camargo. Hablar por teléfono era muy complicado y caro. Así es como se hizo el álbum. Este es un álbum complicado.
–Acabas de mencionar Le Monde. Para nosotros, que trabajamos en comunicación, siempre ha habido fuertes críticas contra los medios de comunicación en Brasil. ¿Crees que existe un plan cruel para volver estúpidos a los brasileños?
–No, no creo en ninguna teoría de la conspiración y no soy paranoico. Ahora está la cuestión del huevo y la gallina. No lo sabes exactamente. Los medios dirán que la culpa es de la población que quiere ver estos programas. Bueno, TV Globo está instalada en Brasil desde los años 60. El hecho de que Globo sea tan poderoso, creo que es perjudicial. No es un monopolio, no quiero que Globo cierre. Y Globo plantea esta posibilidad comparando el gobierno de Lula con el gobierno de Chávez. Esta exageración.
–¿Crees que los medios atacan injustamente a Lula?
No siempre es injusto, no hay caza de brujas. Pero hay una mala voluntad hacia el gobierno de Lula que no existía en el gobierno anterior.
–¿Y qué opinas de la reciente entrevista de Caetano Veloso, donde habló mal de Lula y luego acabó siendo repudiado por su propia madre?
–Nuestras madres son mucho más lulistas que nosotros. Pero no soy PT, nunca estuve vinculado al PT. Conectado de alguna manera, sí, porque conocía a Lula incluso antes de que existiera el PT, en la época del movimiento metalúrgico, de las primeras huelgas. En aquel entonces teníamos una participación política mucho más firme y necesaria que hoy. Lo confieso, voy a votar por Dilma porque es la candidata de Lula y Lula me gusta. Pero, Dilma o Serra, no habría mucha diferencia.
–¿Qué has estado escuchando?
–Rara vez me detengo a escuchar música. Ya estoy inmerso en tanta música que no creo que nada más entre en juego. De hecho, cuando estoy enfermo escucho. Incluso escuché el disco de Terça Feira Trio, de Fernando do Cavaco, y me gustó. Nunca había visto ni oído un entrenamiento así. Tiene mucha delicadeza y sentido del humor al mismo tiempo.
–¿La música francesa te ha influido de alguna manera?
–Escuché mucho. En los años 50, cuando comencé a escuchar mucha música, la radio lo reproducía todo. Mucha música brasileña, americana, francesa, italiana, boleros latinoamericanos. Mi madre estaba loca por Edith Piaf y no puedo decir si Piaf influyó en mí. Pero escuché muchas cosas, como escuché a Aznavour. Lo que me conmovió mucho fue Jacques Brel. Tuve una tía que vivió en París toda su vida. Me envió un pequeño disco azul, un compacto doble con Ne me quitte pas, La valse à mille temps, cuatro canciones. Y escuché esa locura. Fue justo antes de la bossa nova, que me atrajo a la música y me hizo tocar la guitarra. Sus letras se quedaron conmigo. Conocí a Jacques Brel más tarde, en Brasil. Estaba grabando a Carolina y él apareció en el estudio, junto con mi editor. Fui un poco tonta, no podía creer que fuera él. Entonces fui a contarle esta historia, que lo conocía desde ese álbum. Dijo «sí, ha pasado mucho tiempo». Debió ser 1955 o 56, ese pequeño disco suyo. Lo conocí en el 67. Luego, mucho después, vi L’homme de la Mancha, y un día estaba en el café frente al teatro. Lo vi sentado, lo miré, él me miró, pero no supe si se había visto raro o si me reconoció. Me sentí avergonzado porque no quería molestarlo. Estaba allí solo, no quería molestar. Pero él era una figura. Me gustaron mucho sus canciones. Los conocía a todos.
–Hablando de grandes encuentros, tienes una foto con Bob Marley. ¿Cómo fue esta historia?
–Era fútbol. Se fue a Brasil cuando una compañía discográfica llamada Ariola se instaló allí y contrató a un grupo de artistas brasileños, incluido yo, y organizaron una fiesta de fundación. Bob Marley fue allí. No recuerdo si hubo espectáculo, no recuerdo nada. Sólo recuerdo ese fútbol. Ya tuve un campito y dijeron “hagamos algo ahí para la discográfica”. Golpear una pelota, hacer una barbacoa, Bob Marley quería jugar. Y tocamos, formamos un equipo de brasileños y él y los músicos. Estaban corriendo salvajemente.
–¿Fumaron un porro juntos?
No. Esta vez no fumé.
–Y esta migración tuya hacia un escritor, ¿la consideras un momento de tu vida? ¿Era ya una meta?
–Esto no es actual. En los últimos veinte años he escrito cuatro novelas y nunca he dejado de hacer música. He podido alternar entre las dos actividades, sin que una interfiera con la otra. Empecé a intentar escribir mi primer libro porque venía de un año de sequía. No estaba haciendo música, tenía la impresión de que no iba a hacerlo más, así que intentemos algo más. Y fue bueno, de alguna manera me alimentó. Terminé el libro y sentí ganas de volver a la música. Me puse cachondo y el siguiente disco fue una declaración de amor por la música. Comenzó con Paratodos, que es un homenaje a mi genealogía musical. Y ahí estaba esa samba (tararea) “pensó que ya no vendría, pensó”. Volví a la música, fue una alegría. Ahora que terminé de escribir un libro hace un año, quiero escribir música. Lleva tiempo, es complicado. Porque no dejas uno y vas directo a otro. Se te olvida que hay un tiempo de aprendizaje y un tiempo de desaprendizaje, para que la música no se contamine con la literatura. Así que volví a aprender a tocar la guitarra, prácticamente. Hace tiempo que no juego, pero eso es bueno. Cuando llega, viene fresco. Es una continuación de lo que estaba haciendo antes. Esto es bueno para ambas cosas. Para la literatura y la música.
–Tanto en Estorvo como en Leite derramado el lector tiene cierta dificultad para separar lo real de lo imaginario. ¿Tú, al igual que tus personajes, te deslizas entre estas dos realidades?
–¿Yo? Todo el tiempo, ahorita no sé si estás ahí o si te estoy imaginando (risas). Completamente. Vivo ese personaje todo el tiempo. Entrando en sus pensamientos. Le compro cosas. Puede que no estés de acuerdo, pero llega un momento en el que hay que generar empatía o simpatía. Creas una identificación. Y me roban algo en el gen, algunas situaciones, un cierto malestar, el no saber si eres real, si estás viviendo o soñando eso. Por ejemplo, ahora que ganamos 10 a 1 (en referencia al partido que jugamos tres días antes), salí de la cancha y dije: “Creo que soñé. No es posible que haya pasado” (risas).
–¿Eres un fanático del fútbol?
–No soy un fanático de nada. Pero disfruto mucho jugando al fútbol. También de ver buen fútbol, independientemente de que sea mi equipo. Cuando mi equipo juega bien, es aún mejor, porque puedo apoyarlo. Ahora mismo, en Brasil, había partidos del Santos. Pero voy menos a los estadios. No me importa caminar por la calle, pero cuando vas a algunos lugares tienes que peinarte, tienes que estar preparado para dar entrevistas. Aquí estoy dando el último (risas). Aquí es exclusivo. Lo hice por Brazuca y por nadie más. Quiero ver a la gente jugar a la pelota. Luego lo veo en la televisión. Y cuando no estoy escribiendo, miro mucho.
–¿Es cierto que un día Pelé te llamó a casa, lamentándose de los escándalos políticos en Brasil, y te dijo “sí, Chico, como dice esa canción tuya: ‘si gritas, atrapa a un ladrón, no serás hermano de mío'»?
–Es verdad (risas). Le dije “genial, Pelé, pero esta canción no es mía”. Pelé es una gran figura. Grabamos un programa juntos. Jugamos mucho. Conocí a Pelé cuando estaba haciendo televisión en São Paulo, en TV Record, y me mudé para Río. Los artistas se hospedaron en el Hotel Danúbio, en São Paulo. El mismo lugar donde se concentró Santos. Entonces me encontré con Pelé en el hotel. Y siempre que nos encontramos es lo mismo, porque yo sólo quiero hablar de fútbol y él sólo quiere saber de música. Le encanta hacer música, le encanta cantar, le encanta componer. Para él, Pelé sería un compositor.
–Y tú, ¿cambiarías tu pasado como compositor por el de intérprete?
–Lo cambiaría, pero por un buen jugador, que podría participar en el Mundial. Un paquete completo. Un jugador más o menos, no ahí.
–¿Aún tienes la intención de colgar los botines a los 78 años, como dijiste?
–No. Ya lo he ampliado. Era demasiado pronto. Ahora lo dejé abierto. Si puedo, iré hasta los 95 (risas). Niemeyer tiene 102 años y sigue trabajando. De hecho, no sólo trabaja, sino que aún tiene una gran reputación como pervertido (risas). Él me dijo eso. Fui a su fiesta de 90 años y me dijo: “lo importante es trabajar y mirar (hizo una señal con la mano, refiriéndose a tener sexo)”. Entonces dije «¿en serio?» y él respondió “así es”.
–Por cierto, Vinícius estuvo casado nueve veces. ¿Crees que la pasión es esencial para la creación?
–Sin duda. Cuando empezamos –este es un caso personal, no podemos generalizar– hacemos música un poco para encontrar mujeres. Y hoy en día se inventa el amor para hacer música. Si no tienes una pasión, te inventas una y a partir de ahí puedes estar eufórico o sufrir. Entonces Vinícius lo dijo muy bien, ¿no? “Es mejor estar feliz que triste… pero para hacer una samba hermosa, necesitas un poco de tristeza, necesitas un poco de tristeza, de lo contrario no harás una samba”. Cuando digo que inventas amores, también sufres por ellos. “¿Y la chica de la farmacia? ¡Ella se fue! Y nunca la volverás a ver. Te da soledad.” Estoy haciendo una caricatura, pero estas cosas pasan. Te enamoras de una persona que viste en televisión, luego creas una historia y sufres. Y él es feliz y escribe canciones.
–Para terminar. Si hoy le escribieras una carta a tu querido amigo, ¿qué le dirías?
–¡Vuelve, las cosas están mejorando!