El consenso entre los analistas es que 2024 registrará un superávit comercial anual de 18.000 millones de dólares, pero no se acumulan reservas y el dólar no se aquieta. La restricción y la deuda externa son una práctica y una ideología para contener los salarios.
En junio hubo superávit comercial: exportaciones mayores a las importaciones. Fue de 1.911 millones de dólares. Junio fue el séptimo mes consecutivo de superávit comercial. El primer semestre de este año arroja un superávit comercial de 5.844 millones de dólares. Y eso sin que el campo liquide la cosecha, pero con una caída de las importaciones por la malaria del 35% respecto de junio de 2022. El consenso entre los analistas es que el 2024 se despedirá con un superávit comercial anual de 18.000 millones de dólares.
La contracara de eso es que la recesión seguirá, por la no siempre bien aplicada regla del 3×1: por cada punto que crece el PIB, las importaciones crecen el triple. En sentido contrario sucede igual. El FMI proyecta que el PIB argentino durante 2024 caiga 3,5%. Llegado al punto máximo histórico de empleo de una economía, las importaciones devienen en un porcentaje casi fijo del PIB.
Las deudas externas se pagan con los dólares provistos por el superávit comercial. Las reservas también pueden engordar con parte de ese mismo flujo. Con este panorama superavitario debería haber más dólares ofertados que demandados y el dólar a la baja. Pero no. Está sucediendo lo contrario. Para peor se habla de devaluación por ¡falta de competitividad!
Una parte de esta contradictoria situación se debe a que la tasa de interés de referencia el Banco Central es más baja de lo que debería para compensar los riesgos incursos y la inflación. La otra es que la calificadora Fitch Ratings volvió a ratificar –como había hecho en junio- que «las últimas medidas de ajuste económico» anunciadas por el Gobierno argentino «agravan las incertidumbres sobre la capacidad del país para acumular reservas internacionales y recuperar el acceso a los mercados mundiales de capital». Al Fitch Ratings ratificar ahora la calificación de junio de los bonos de la deuda externa como CC, está diciendo que «es probable una reestructuración o incumplimiento de algún tipo de los bonos» en moneda extranjera. En criollo: default en puerta. No le creen al presidente Javier Milei cuando el viernes dijo enfático -respecto de los próximos vencimientos de deuda- que la Argentina va a cumplir «como sea».
Para escombrar este presente anómalo y encontrarle alguna punta al ovillo, huelga revisar conceptos de la balanza de pagos para poder transitar por el prontuario del endeudamiento externo, en donde es factible hallar ciertos rasgos del comportamiento político de los principales actores en la disputa criolla del poder, que explican además el uso ideológico reaccionario del concepto de “restricción externa”.
La CuCo
La cuenta corriente de la balanza de pagos (de acá en más la CuCo) computa el saldo anual entre lo que un país exporta e importa más el saldo anual de ese mismo país entre lo que paga y cobra en concepto de intereses y dividendos. Los intereses se cobran o se pagan sobre los créditos otorgados y por los préstamos tomados, respectivamente. Los dividendos es dinero que pagan las empresas por las ganancias que obtienen y lo cobran los inversores en función de la cantidad de acciones que poseen de esa empresa. Si la que lo paga es una filial local de una corporación multinacional, esos dividendos se giran al exterior. Si es una filial de una empresa argentina radicada en el exterior, de haber ganancia se gira a nuestro país.
Como la moneda mundial desde mediados de los ’30 del siglo pasado, es la de un país, el dólar norteamericano, al resto del mundo la moneda mundial para pagar lo flujos comerciales y financieros externos les cuesta tanto como les costaba cuando –algo menos de siglo atrás- los flujos externos se pagaban y se cobraban en oro, aunque reinaba la británica libra esterlina. A los Estados Unidos, lo que pagan y cobran en materia de flujos externos les cuestan el papel, la tinta y la amortización de la máquina impresora, gastos que se pagan con los propios billetes que imprimen.
La CuCo de cualquier país que no emite la moneda mundial, -o sea: a excepción de los Estados Unidos- refleja lo que se ha dado en llamar, apelando al tono circunspecto con lo que usualmente se enuncian las cosas que se temen, la “restricción externa”. Por “restricción externa”, se advierte que un país no puede ir en el gasto interno más allá de los saldos positivos de flujos de dólares mayormente comerciales –en bastante menor cuantía financieros- que recibe vía la CuCo. Eso pasa en razón de que las importaciones aumentan cuando crecen y disminuyen al ritmo de la actividad económica (aplicada bien la regla del 3×1), y las exportaciones varían poco respecto del nivel de actividad.
Deuda externa
¿Y qué pasa si la lucha política interna hace que un país –temerariamente- sobrepase el límite de la restricción externa? Una variante del arreglo es el endeudamiento externo. La otra es la austeridad, puesto que la ruptura del límite lo produjo pasarse de vueltas con los aumentos salariales. Es cuestión de ver en perspectiva histórica de qué va una y otra y cómo se relacionan con la hora actual.
En su afán gorila los gobiernos librecambistas argentinos de turno desde 1976 financiaron con endeudamiento externo, el agujero que les generaba “abrir” la economía (un eufemismo por desprotegerla) a la siempre muy subsidiada oferta internacional de importaciones.
Tiempo después de emprender las acciones anti industrialistas (en la realidad, de eso realmente se trata el librecambio que pregonan) que redundaba en un prominente déficit comercial (importaciones mayores a exportaciones), para sostener el tipo de cambio y frenar la inflación (rasgo común de la periferia) había que tener altas tasas de interés, muy por encima de las que se pagan en el mundo desarrollado, para compensar –supuestamente- el riesgo del default. Entonces, la deuda iba las reservas, las que en el momento adecuado eran convenientemente desplumadas con los fondos obtenidos con los altos intereses. Son los tiempos que corren cuando los acreedores no ponen más un dólar y exigen que les devuelvan los que ya habían puesto.
Como no hay dólares, sobrevienen las crisis de deuda externa y los defaults. Los estudios del área contabilizan pocos más de 600 defaults desde 1950 a la fecha. Si se considera que entre 1945 y 1971 el acuerdo de Bretton Woods (que creó el FMI y el Banco Mundial) solo permitía a sus miembros (Argentina ingresó en 1957) que tengan financiación oficial de sus posibles déficits de balanza de pagos, y después de los shocks petroleros hubo crisis de deudas externa en toda la periferia, se cae rápido en la cuenta de que el grueso de los defaults ocurrió en los últimos cincuenta años. Casi se podría decir que el default es el destino natural de toda deuda externa privada de la periferia.
Incluso al FMI, haciendo gala de su mejor postura del otro yo del Dr. Merengue, objetivamente el default de un país de su deuda externa privada le conviene antes que a nadie, porque si no la tiene que poner el propio FMI y obligar al país del que se trate a un repago asimilable a una crucifixión de resultado incierto y dudoso. EL FMI es un banco y -como tal- siempre prefiere menos riesgo que más riesgo, sobre todo si no pierde nada con el default y –encima- quedan fondos disponibles (que antes del default iban a los privados) para pagarles.
Entre mayo de 2003 -cuando Kirchner asumió la presidencia- y julio de 2005 los pagos al FMI –que en ese período no se detuvieron- redujeron el stock de deuda con el organismo por 4.245 millones de dólares. El FMI cobró todo lo que se le debía el 3 de enero de 2006, cuando Argentina realizó un único pago de 9.810 millones de dólares tomados de las reservas, que entre otras pocas cosas, para eso están.
Cuando la Argentina entró en diciembre de 2001 en la crisis que llevó a abandonar la convertibilidad y el default, para la deuda externa privada el repago significó 75% de quita (la más voluminosa de la historia de la que se tenga registro). El primer arreglo (canje de bonos nuevos por los defaulteados) ocurrió a principios de 2005. Lo aceptó el 76% de los acreedores que poseían acreencias soberanas argentinas defaulteadas por 82.000 millones de dólares. En el ínterin los privados no cobraron nada.
Resta adornar este áspero panorama con reproches a un país por su falta de apego para honrar la deuda e instarlo a exportar más. Entonces a unos se les dice que exporten lo más posible, a otros -según las semanas- se los incita a la austeridad y ambos están endeudados hasta la coronilla. Pero eso no es todo. Luego, se dice que un país muy endeudado está exportando a otro tan endeudado como el anterior, para liberar fondos y pagar sus deudas, mientras que al segundo se le pide que reduzca las importaciones del primero por las mismas razones. El ridículo asciendo a lo más alto del pináculo de la seriedad política. Finalmente, si no pueden pedirles a sus deudores que paguen o que no paguen, lo único que les queda por hacer es fingir. Salvar la credibilidad del FMI para que el sector financiero pueda impunemente continuar con la rentable farsa.
Pero ¿qué lógica tendría para los acreedores no frenar esa carrera loca hacia el próximo default? Una rendidora. Con fondos de muy baja cuantía hacia la periferia –conforme lo establecen las regulaciones vigentes en los grandes mercados financieros-, si al default lo pueden pasar a pérdida contable y descontarlo de los impuestos que pagan los fondos inversores, la ganancia que hicieron en el ínterin yugula ese quebranto y finalmente lo pagan todos los contribuyentes del país de donde salió la plata. La ganancia es propia y la pérdida se socializa.
Nadie pone el grito en el cielo porque más deuda de la periferia es más exportaciones del centro a la periferia. Para más, haciendo de necesidad virtud, un default recupera a un mal deudor insolvente de ayer y lo convierte en un buen comprador de mañana. En el capitalismo realmente existente siempre habrá un sapo al que besar.
También, hay que tomar en cuenta que los bonos soberanos de la periferia, en el mismo momento de su salida al mercado cada 100 dólares emitidos reciben 90 dólares o algo menos, en concepto de descuento por el riesgo. A eso hay que sumarle que un bono en default –normalmente- se vende y se compra a 30 centavos por dólar de deuda. En definitiva, cada 100 dólares nominales de deuda externa de la periferia, hay no más de 60 dólares en riesgo, a los que –por lo visto- les aguarda el desdoroso destino del default. Eso sí, los rendimientos de la deuda externa se calculan cada 100 dólares nominales.
La otra variante
La otra variante señalada es la del alza desmedida de los salarios. ¿Desmedida con respecto a qué? A los dólares de la CuCo. Es a lo que más suele temer buena parte de la clase política argentina, que busca sacar patente de “gente seria” expresando su compromiso de “no pasaran” contra los descarriados, en los ámbitos y cenáculos que –suponen- los están examinando para dictaminar su confiabilidad y calificación –a buen precio, se entiende- para las tareas de palafrenes. Alimenta ese comportamiento en una Argentina que viene boxeando feo a los salarios estropeados por la dictadura, desde la restauración de la democracia –con la excepción 2003-2015-, el mito que en los ’60 pasaba eso. Los datos no avalan dicha observación, lo que la deviene en un prejuicio o como se dijo en un mito, pero dañino puesto que la inversión es una función creciente del consumo.
¿Y qué pasaría, si por casualidad el alza exógena de los salarios –a causa de la lucha sindical en conjunción con una dirigencia política que no es “seria”- pasa temerariamente este límite? Nada tan terrible como sospecha con la angustia del querer y no poder la clase dirigente argentina, cuya “seriedad” nadie pone en duda. El peso será devaluado –directa y automáticamente en el caso de cambios flotantes, indirectamente y por vías enredadas como en la actualidad de control cambiario- en proporción a esta trasgresión, la parte correspondiente al aumento “desmedido” del salario devenido nominal, y el resto permaneciendo como algo adquirido de los asalariados. El equilibrio será encontrado, y la Argentina se quedará con todo el beneficio de la operación menos el monto de la trasgresión. Las consecuencias políticas dependerán de cómo esté tramado el poder político.
Coincidencias
El endeudamiento de Macri para seguir con la tradición de desindustrializar en función del país para pocos –en lo posible menos-, los 40.000 millones de superávit comercial de Alberto Fernández, que se esfumaron sin que hasta ahora se haya dado una explicación fehaciente, en medio de una renegociación de deuda externa que pateo para más adelante los pagos y sin quita, son muy propios de la experiencia argentina que no duda en acudir como ideología y exacerbar como práctica la “restricción externa” para tener a raya a las reivindicaciones salariales de los trabajadores. El gobierno libertario expresa –con sus grandes diferencias y matices con los dos anteriores- el síndrome agravado de todo esto.
Y esta es una singularidad argentina. Aquí sí, entre nosotros, la «estrategia» y «modo de acumulación» conduce, por su propia lógica, a los saldos externos deficitarios. En el resto de los países periféricos tomadores de deuda no sucede lo mismo. La deuda acá es una consecuencia directa del modelo inequitativo, excluyente, de desarrollo y no en el resto de la periferia. Respuesta rápida y concisa que explica esta diferencia: acá hubo peronismo, en el resto de la periferia no.
Ocurre que la distribución desigual es el corolario de cualquier industrialización temprana, y de ninguna manera constituye un «modelo» atípico de la periferia de unas décadas a esta parte. Por sus efectos de reducir el mercado y erosionar las oportunidades de inversión, es un factor de bloqueo del desarrollo.
Pero aquí no se trata de eso. En los países endeudados de los que estamos hablando, no faltan los incentivos para invertir, sino los medios para invertir. A pesar de la reducción del consumo por la desigualdad en el ingreso, lejos de tener un exceso de ahorro interno paralizando las inversiones por falta de oportunidades, por el contrario, se produce la aparición un gran aumento del nivel de actividad como resultado de una transferencia masiva de industrias y técnicas generada por una explosión de inversión que apela y utiliza en forma de endeudamiento el ahorro externo.
Como muestra el estudio de OCDE de 1983: “(…) estos recursos [los de la deuda externa] no se utilizaron para financiar el consumo, pero complementaron un aumento del ahorro interno de alrededor del 2% del PNB a lo largo de los años ’70. El ahorro externo y el ahorro interno combinados financiaron un aumento en la tasa de inversión, del 20% a más del 24% del PNB, que por primera vez superó el nivel de la OCDE. Gracias a esta vigorosa inversión, la tasa de crecimiento promedio para el período 1975-1980 [de los países periféricos endeudados] fue del 5%, es decir, dos puntos más que la del área de la OCDE”. El punto más notable que surge de estas cifras es que este financiamiento externo, lejos de haber estimulado una expansión del consumo final, ha sido, por el contrario, concomitante con un ajuste relativo de éste, ya que la inversión ganó 4 puntos, mientras que el ahorro externo aportó solo 2.
Bajo estas condiciones, si el sistema fuera más igualitario, la transferencia de ingresos de las clases y capas de más alta propensión a ahorrar –empresarios y salarios altos y medios- a las clases y capas de más baja propensión a ahorrar habría ampliado el mercado y atizado aún más intensamente la bulimia de la inversión lo que comprime los medios y, por lo tanto, habría dado lugar a un mayor atractivo para el ahorro externo y un mayor endeudamiento.
A decir verdad, normalmente no hubo ningún país hasta la singular e inimitable experiencia china, que haya podido atraer capital de riesgo en volúmenes comparables al capital de préstamo, por generosas que fueran las ventajas y privilegios otorgados al primero. A excepción de China (ahora en etapa de congelamiento) la relación entre inversión extranjera directa del tipo greenfield (nuevo emprendimiento) y deuda externa es 1 a 20.
Rechazar la deuda externa por el mal uso que hicieron los liberales y salames argentinos es una muy mala idea, contraria a las necesidades del desarrollo. Lo que pasó en toda la periferia con la deuda externo no es asimilable a la experiencia argentina en el punto clave del desarrollo. En la periferia no había necesidad de derrotar a los trabajadores que seguían cobrando los bajos salarios históricos rayanos en el nivel de subsistencia, ese nivel que aquí lo pasó a valores el 17 de octubre de 1945. Eso hizo y hace toda la diferencia.
No hay que olvidar que por el hecho mismo del subdesarrollo de las fuerzas productivas y, en consecuencia, de la delgadez del producto nacional, los ahorros internos son insuficientes para permitir un crecimiento acelerado. Las necesidades de financiamiento global superan con creces el capital transferible global. Son, pues, estos últimos los que constituyen el factor limitante. El país subdesarrollado, sea cual sea su filosofía o «estrategia», está finalmente obligado a aceptar lo que encuentra. Y lo hay mucho más deuda que inversión externa. Ahora si rechaza lo que encuentra se equivoca de Paraíso perdido.
Otra vez en la vía
Y con el endeudamiento del macrismo, el sabor a nada de Alberto Fernández y la patología libertaria estamos otra vez para el cachetazo. Las circunstancias se encuentran empeoradas porque estamos transfiriendo riqueza sin contrapartida al exterior.
Hay dos vehículos de transferencia de valor, y por lo tanto de explotación, entre países, y solo hay estos dos: por un lado, el vehículo explícito de los desequilibrios de las balanzas comerciales a los precios existentes y, por el otro, el vehículo implícito de la “verdad” misma de estos precios.
Fue el primero el que jugó a fondo, en el sentido sur-norte, en el caso de la Inglaterra rentista del famoso período 1870-1914. El capital como inversión externa fue del centro a la periferia en una cuantía hasta ahora inigualada hasta el reciente traspaso de la Muralla China. En esa etapa decimonónica, el intercambio desigual era insignificante o secundario.
Por el contrario, es el intercambio desigual, actualmente en la dirección sur-norte, el que jugó después de este período y con un momentáneo parate y reversión en las crisis del petróleo, en tanto que el primero se volvió insignificante, ya sea en un sentido o en el otro.
Con los shocks petroleros, la transferencia explícita por las balanzas vuelve a ser importante, pero en la dirección norte-sur, mientras que la transferencia implícita por los muy bajos salarios de la periferia continúa jugando en su dirección tradicional sur-norte, al menos para lo que concierne al Sur no petrolero. La ganancia imprevista de la transferencia explícita, en este último período, ciertamente solo compensó, muy parcialmente, la punción que este Sur sufre por la desigualdad implícita de intercambio. Pero esta transferencia existe y es inútil negarla.La transferencia unilateral de valor a la periferia en la década de 1970 y la que operó en los últimos años no significaba que la periferia se convirtiera en un receptor neto de riqueza de los países industrializados y, por lo tanto, dejara de ser explotado por ellos. La única manera de escapar de ese destino de transferencia de riqueza –coyunturalmente en la Argentina vía superávit comercial- estructuralmente por el intercambio desigual es ampliando el mercado interno por medio de salarios al alza. La deuda externa es un instrumento indispensable para ello. El mal uso y reaccionario hecho por los liberales y salames argentino del instrumento no deben llamar a confusión, particularmente cuando en el horizonte se perfila un default.