No hay disyuntiva entre exportación y mercado interno. Aquí lo explica uno de los especialistas argentinos en desarrollo productivo. Por qué la Argentina necesita un régimen de promoción de inversiones y por qué ese régimen deseable no es el RIGI que propone el Gobierno y llevaría a una economía de enclave sin generación de empleo.
Hoy es el director de Planificación Productiva en Fundar. Daniel Schteingart se define como “desarrollista, beatlemaníaco y tecladista fogonero”, y suele ser un fogonero de datos muy consultado.
–El Gobierno quiere que el Congreso le vote un régimen especial para grandes inversiones, el RIGI. ¿Realmente hace falta una legislación específica?
–La Argentina sí necesita un régimen de promoción de inversiones. Lo necesita porque la inversión fue muy débil en los últimos 10 o 15 años, en gran medida por la volatilidad macroeconómica, por el cambio permanente en el sistema de incentivos y por la percepción de que invertir en la Argentina es riesgoso. Y además, en buena parte de ese período existió y todavía existe el cepo cambiario, que obstaculiza inversiones porque las empresas quieren saber si pueden sacar ganancias al exterior. Incluso durante el gobierno anterior, en 2023 varios proyectos de ley tenían esquemas de incentivos de promoción de inversiones para algunos sectores, como la ley de Gas Natural Licuado.
–¿Cuál sería el núcleo de la promoción?
Promover inversiones es dar una serie de beneficios fiscales y cambiarios para que esos proyectos con potencial se concreten.
–Venís escribiendo contra el RIGI, sin embargo.
–Porque el RIGI por un lado es extremadamente generoso en los beneficios fiscales y cambiarios que da. Demasiado. Ata de manos al Estado, a futuro, para que pueda ser socio de los beneficios que una empresa obtenga en la Argentina. La estabilidad fiscal que contempla el RIGI obliga a no cambiar impuestos por 30 años. Así era la Ley de Minería de los años ’90. En otros países difícilmente pase de 15 de años, porque ése es el plazo en el que se suele recuperar la inversión. Otro beneficio fiscal prevé bajar el impuesto a las ganancias del 35 al 25 por ciento, lo cual hace que el Estado capte menos renta.
–¿No es lo normal en el mundo?
–Al contrario. Esa generosidad del RIGI tiene pocos antecedentes a nivel mundial. Otra cuestión preocupante es que permite a las empresas que inviertan importar maquinarias e insumos con arancel cero, sean usados o nuevos, y prohíbe exigir cláusulas de contenido local de proveedores, para que ningún gobierno pueda cambiarlo en el futuro. Eso desengancha los grandes proyectos del resto del entramado productivo local, y particularmente de la industria manufacturera. Hoy hay muchísimas empresas que serían potencialmente proveedoras de estos grandes proyectos de inversión. Pero como importan con aranceles, quedarán desfavorecidas frente a la importación de las grandes con arancel cero como quiere el RIGI. Para una planta de GNL hay que montar galpones, traer maquinarias, bombas, compresores, etcétera. A los grandes inversores les va a salir más barato traer todo de afuera que hacerlo con empresas industriales locales. Así se perderá una gigantesca oportunidad de que la industria local sea socia de los grandes proyectos de inversión. Se creará una economía de enclave, con exportación pero sin generación de empleo. El tejido social será menos integrado. Los países que apostaron por sus recursos naturales, trataron de generar eslabonamientos. A Noruega así le fue bien. Era un país que empezó a producir petróleo offshore en los años ’70, y logró hacer del petróleo un vector de desarrollo industrial y de servicios. Pero claro, exigió la contratación de proveedores locales, la inversión en i + d y la transferencia tecnológica. El RIGI casi no tiene condicionalidades a las empresas, y para que una política productiva sea exitosa debe incluir condiciones. Beneficios a cambio de otras cosas, útiles para darle densidad al aparato productivo local.
–Está cayendo la producción industrial. ¿Cuáles serán las consecuencias más visibles?
–En el corto plazo los efectos de la caída de la producción industrial se empezarán a ver en el empleo. El empleo industrial creció muy fuertemente entre 2003 y 2011. De 2011 a 2015 estuvo estable. De 2015 a 2019 se contrajo de manera sostenida, en un 10 por ciento con una pérdida de 160 mil empleos formales. Entre 2019 y 2023 se recuperaron unos 100 mil empleos formales. Una buena parte de lo perdido, aunque no todo. Sobre este año, 2024, los últimos datos oficiales disponibles son de enero. Ya se empieza a ver no sólo estancamiento sino caída del empleo industrial. Es muy probable que esa tendencia se consolide en los próximos meses, porque ya escuchamos casos de empresas que suspenden, recortan turnos o directamente despiden. Un ejemplo reciente es el Whirlpool y su fábrica de lavarropas en Pilar, inaugurada hace muy pocos años.
–¿Hay un pronóstico con datos?
–En su reciente informe sobre producción industrial, cuando el Indec pregunta por las expectativas de las empresas respecto de contratar o despedir, lo que se ve es que son muchas más las que prevén reducir personal que las empresas que están pensando en contratar nuevos. El último caso es sólo del 10 por ciento.
–¿Cuál es el efecto inmediato de la recesión?
–Otro impacto a corto plazo es que las empresas industriales están produciendo menos, y producen menos porque se cayeron las ventas. Hay que tener en cuenta que más del 70 por ciento de la producción industrial va al mercado interno. Si caen el poder adquisitivo, las ventas y la rentabilidad de las empresas, todo eso hizo que el excedente que tenían las empresas en los años previos, cuando les fue bien, se achicó mucho. Por eso también hay menor presión sobre el dólar paralelo. Es una de las razones: la demanda de dólares de los empresarios, que antes tenían liquidez, se planchó.
–¿Y cuál sería el impacto a mediano o largo plazo?
–A mediano plazo, si este panorama se consolida sucederá lo que siempre pasó con recesiones prolongadas: cierre de empresas, lo cual supone un retroceso de capacidades productivas. Los cierres suelen ser mayores en las empresas más chicas, porque son más frágiles ante escenarios como éste. En los años de estancamiento y en los años de contracción cayeron más las microempresas que las grandes. Se va achicando la base pyme del país.
–Pensemos qué pasa si el Gobierno logra cierta estabilidad.
–De todos modos, suponiendo un escenario de estabilización macroeconómica y crecimiento la industria igual tendrá un comportamiento heterogéneo, o dual. Habrá sectores que puedan salir con cierta facilidad, como los ligados al comercio exterior, y pienso en una parte de la industria alimenticia o aluminio. Y habrá complicaciones mayores para otras industrias que, además, dependan mucho de la protección y se vean afectadas por la importación fuerte que ya empezó: textil, indumentaria, calzado, una parte de la metalmecánica, juguetes… Las llamadas “industrias sensibles”. Sería un nuevo episodio en el cambio de fisonomía relativa de la industria que ya viene ocurriendo.
–En el campo nacional hay una polémica creciente sobre la validez de un modelo exportador o la importancia misma de las exportaciones.
–Habitualmente se plantea como una disyuntiva “mercado interno versus exportación”. Cuando uno mira las experiencias históricas, es bastante menos disyuntiva de lo que se cree. Por un lado exportar más da los dólares necesarios para que la economía pueda crecer y para que también el mercado interno pueda crecer. Es difícil que el mercado interno crezca sin dólares. Las industrias exportadoras ayudan, o deberían hacerlo, a las industrias mercadointernistas. Una cuestión a tener en cuenta es que mirando la historia de las empresas uno ve que en general nacen atendiendo al mercado interno, van creciendo, van aprendiendo y ganando escalas y después salen a exportar. Son pocos los casos de empresas con base local que directamente se dediquen a la exportación. Salir a exportar no es fácil. Hay que conocer bien los mercados, las regulaciones, las preferencias de los consumidores. Entonces primero hay que ser bueno en lo que se hace en el mercado local.
–¿Así ocurrió en el pasado?
–Es la experiencia histórica no sólo en la Argentina sino en el proceso de internacionalización de empresas de otros países. Un mercado interno muy débil probablemente afecte tu capacidad exportadora. En la Argentina de la segunda posguerra, con una de las etapas de sustitución de importaciones, en 1960 casi todo lo que exportaba la Argentina eran productos del agro. Y en 1974 ya el 25 por ciento de las exportaciones eran industriales. Las empresas fueron madurando tecnológicamente y ganando escala. Más allá, por supuesto, de algunos subsidios a las exportaciones. Lo que los economistas llaman “learning by doing”, aprender haciendo, es muy importante. Y el mercado interno históricamente cumplió ese rol. Claro que el mercado interno solo no garantiza una salida exportadora. Debe haber incentivos para que las empresas se internacionalicen. Es una condición necesaria pero no suficiente. A veces escuchamos hablar del ejemplo de Corea del Sur o Taiwán como éxitos exportadores pero no se dice que esos países también tuvieron procesos muy claros de sustitución de importaciones.
–Milei insiste en concentrarse en energía, minería y agro.
–No es criticable per se apoyarse en sectores como energía, minería o agro. Siempre dije que la Argentina necesita más de esos tres. Tienen un gran potencial para la obtención de divisas. Pueden ayudar al crecimiento del mercado interno. Pueden ayudar a que la economía crezca y a bajar la pobreza porque da los dólares necesarios para el crecimiento. Ahora, si en la apuesta por esos sectores la Argentina termina consolidando economías de enclave, desligadas del resto del aparato productivo, es un gran problema. A Noruega, Australia y Canadá les fue bien con los recursos naturales. Al África, en general, no. Y a Perú tampoco. Perú es más pobre que la Argentina. Creció, pero no es mi modelo. Su base productiva es débil. Yo quiero ser Noruega, Australia o Canadá. El Gobierno quiere darles todo a los grandes sin que traccionen el aparato productivo. Sin que las empresas mineras o las petroleras deban buscar proveedores locales. No es lo mismo usar maquinaria producida en Córdoba, Santa Fe o Buenos Aires que en el exterior. Esas pymes van a demandar acero y se irán generando cadenas de valor. Si la locomotora de las divisas, que serían los sectores exportadores, queda desenganchada de los vagones que serían los proveedores, habrá una economía excluyente, con poca generación de empleo y sin integración social ni florecimiento de nuevas empresas.
Algunas cosas adicionales al analisis de Daniel Una, cuando se habla de condicionalidesque no estan para el inversor, entiendo se refiere a balancear el regimen. Asi como el pais da muchisimo y hace sacrificios, tambien debe quedar asentado en la ley y con detalles (mayores a la simple, vaga y abstracta palabra «inversion»), a lo que se obliga el inversor por recibir estos beneficios extraordinarios. Obligaciones racionales pero SIMETRICAS a lo que reciben. Y detalladas, medibles, y punibles. Y no deberia oponerse nadie a que sean orientadas al desarrollo de las cadenas de valor locales. Otra, si se le permite al inversor no ingresar la divisa en un pais donde la restriccion externa es un freno al desarrollo, lo mas probable que los ingresos de divisas sean marginales a las necesidades del pais, y conflictivas/inequitativas ante el gran generador de divisas, el campo. Quien si esta obligado a ingresarlas. Hay muchos otros puntos en el regimen, pej los objetivos del art 164. Que deben ser cumplibles en un plazo razonable, y medibles. Y el incumplimiento de alguno levantar la nulidad del 163 por las medidas que las pcias tomen en su defensa y proteccion