La democracia no se reduce al mecanismo de elección de gobernantes ni se agota con el funcionamiento institucional previsto en la Constitución, la cual establece un régimen representativo de división de poderes que castiga como sedición los reclamos por fuera de ese sistema. Si no inspira y promueve políticas gubernamentales que sirvan al conjunto social este dispositivo está incompleto y merece ampliarse a una mayor participación de los diversos grupos y clases sociales.
Siendo el mundo aproximadamente una esfera, en principio no importaría por donde arranca uno si quiere darle la vuelta porque tarde o temprano volvería al punto de partida. Aunque esta presunción funcione (a veces) con los temas ideológicos cierto es que este derrotero no se verifica en los hechos históricos, pese a que la tentación de predecir el futuro siempre encuentre alguien interesado en aplicar el esquemita del eterno retorno. Achica la incertidumbre.
La historia no está cerrada ni mucho menos, pero vivir en ella sin certezas puede ser angustiante, eso es fácil de comprender, sobre todo cuando el presente no se presenta como un jardín perfumado y amable. Hay que tratar de entender, además, a quienes se empeñan en verle virtudes a este gobierno sectario que profundiza las graves desigualdades existentes.
Una hipótesis de interpretación de estos interrogantes puede pasar por la inercia que tiene la experiencia reciente (más bien lo que interpretamos o nos queda de ella) sobre nuestras circunstancias personales, familiares, grupales. Según como nos ha ido en la feria, diría el poeta.
La tendencia a extrapolar lo propio al conjunto es tan soterrada como acientífica. Los balbuceos y búsquedas de la sociología como ciencia, durante siglos, han sin duda arrojado avances al hacernos creer que si miramos alguna mención estadística sobre tal o cual asunto social estamos teniendo esa visión general, tan necesaria como en definitiva falsa.
Y no argumentamos para nada en contra de la búsqueda y presentación ordenada de datos, tarea indispensable en cualquier sociedad contemporánea, sino que tratamos de alertar sobre su manipulación, algo tan indeseable como corriente en estos tiempos.
En efecto, la información objetiva es un bien público, pero que no está en general a la vista. En su lugar, tenemos las más diversas interpretaciones como sustituto. Y para no perdernos en la jungla de la confusión conviene siempre atenerse a lo más fehaciente, aquello que no puede ser distorsionado, que también hay que encontrarlo.
Una tensión que puede ser fecunda
A despecho de ingentes esfuerzos para “demostrar” que el extraordinario avance del capitalismo contemporáneo impulsa y enriquece la vida democrática, la evidencia parece ir por otro lado. Es obvio que la vida ha cambiado en todas partes y pueden convivir en forma promiscua la indigencia, los teléfonos celulares y las antenas de comunicación de datos, tomados éstos como símbolo de modernidad en los consumos.
La humanidad dispone de más bienes y conocimientos que en el pasado, por eso toda comparación es forzada, porque nada es igual a lo acontecido, aunque debamos interrogarnos sobre el motor y sentido de los cambios que nos llevan por delante. Pero no por ello mejoran sistemáticamente las condiciones de vida.
Sin herramientas conceptuales para entender esos procesos, siquiera fuese provisoriamente, la realidad que nos rodea se nos hace cada vez más incomprensible. Y por allí viene el desgaste de la vida democrática a la que queríamos referirnos.
Por eso funciona tan apropiadamente la ideología como sustituto del conocimiento.
La democracia como forma de vida política no ha alcanzado los niveles de calidad que su potencial sugiere y promete. Se ha instalado como un sólido mecanismo de designación de las autoridades pero está aún muy lejos de darnos en general buenos gobiernos.
Sustentamos esta interpretación en una descarada frase de Carlos Menem que puso a la vista la contradicción entre lo que se vota y lo que se hace luego en la gestión. Dijo: “si decía lo que iba a hacer, no me hubieran votado”.
El voto popular (la mayoría necesaria) es imprescindible para llegar, pero nada parece vincular las razones que se esgrimen para obtener ese apoyo con las verdaderas intenciones del aspirante a gobernar.
Y esto no vale sólo para Menem y puede aplicarse a casi todos los que llegaron en la historia reciente al sillón de Rivadavia, incluidos por supuesto los actuales responsables.
Una sospecha aún peor corroe estas constataciones: se hace lo necesario para ganar sin que ello esté en abierta contradicción con un verdadero (y secreto) plan de gestión. Más bien lo recurrente es que no hay tal plan sino apenas algunas ideas generales, y que lo importante es llegar y luego vemos. Y no es contradictorio con que se haya escrito en alguna parte una plataforma o programa de gobierno, porque voluntarios técnicos para adelantarse al futuro tampoco escasean.
Resuelto el desafío comicial es el momento en que empiezan a tallar decisivamente los verdaderos poderes que, de paso, alimentan con recursos oportunos los procesos electorales financiando a diversos candidatos para tener luego voz y voto (en la intimidad del palacio) sobre las decisiones que van a tomarse.
Dicho todo esto a trazo grueso por supuesto, y puede matizarse al infinito, pero hasta teniendo en cuenta las excepciones parece tratarse de un fenómeno general.
Tratamos de hacer una descripción cruda de las características de nuestro dispositivo institucional básico para contribuir a una búsqueda de modos más transparentes y participativos, porque sin éstos la democracia que tenemos es esencialmente débil.
Y tampoco creemos que los políticos sean en su conjunto una manga de atorrantes como establece el capítulo uno de la antipolítica, que es la más pobretona de las opciones para ocuparse del bien común.
El fracaso de los diferentes gobiernos es inocultable, aun estableciendo las necesarias diferencias entre las diversas gestiones, las que no son nunca enteramente perversas o virtuosas. Fracasan porque no dan respuesta a las más legítimas aspiraciones sociales en su conjunto. El resultado general suele ser adverso al bienestar del conjunto.
Puede argumentarse que, como de hecho se hace, responder a esas aspiraciones es imposible porque ellas son infinitas, lo cual es un modo de eludir la cuestión. Siempre hablamos de un aquí y ahora, no de una situación ideal que por supuesto no existe.
En la Argentina del 2025 la principal tragedia, y por lo tanto prioridad a resolver, está fuera del debate público salvo como coartada o arma arrojadiza contra el contario: la gravísima situación social para la mitad de la población, en diversos grados de urgencia y profundidad.
Esta situación es resultado de que en las diversas gestiones que se sucedieron en los últimos años se eludió aplicar políticas que promovieran en serio la inversión productiva y en consecuencia se ampliara tanto la oferta de trabajo como el conjunto de la actividad económica que abre nuevas oportunidades.
Primó en forma confesa o solapada el criterio ajustador, aún combinado con políticas de distribución de recursos estatales a los grupos sociales más castigados que tanto irritan a los sectores más dañados por la antipolítica.
Si algún contenido tiene el voto a Milei, además del repudio a la inflación (efecto y no causa), es el apoyo al cese del dispendio estatal, que tampoco es el nudo de la cuestión sino otra consecuencia, quizás la más grave, de la ausencia de proyectos expansivos más allá de la retórica industrialista vacía de contenidos concretos.
Allí opera, como venimos insistiendo, un sedimento ideológico reduccionista que ve en el gasto público y su desborde el principal problema de la economía argentina. Sedimento que no existe por acumulación espontánea sino que ha sido machacado durante décadas y forman parte de un presunto sentido común.
Toda simplificación lleva en sí el error al convertirse en acciones erráticas. La economía argentina, aún con el severo castigo que viene sufriendo en los últimos lustros, configura un cuadro de gran complejidad que no puede resolverse sino con una visión de conjunto y un programa de desarrollo y justicia social coherente con prioridades y acciones derivadas. Algo que no está en la propuesta (bastante cambiante) del oficialismo, sino lo contrario.
Tenemos que tener claro que la salida del preocupante cuadro actual de nuestra sociedad no está en imitar nada del pasado.
Al futuro hay que diseñarlo sobre datos reales y medidas muy eficientes que sean aplicables a lo largo de tiempo en forma ordenada y secuencial, lo cual es imposible sin alto grado de participación popular en esa epopeya. Unir en lugar de dividir y enconar a unos contra otros como se hace ahora.
Reclamar sacrificios sin ese programa de desarrollo y justicia social es tan vano como equivocado. Los padecimientos que se han impuesto a la población, antes y ahora, carecen de sentido constructivo. Es una respuesta elusiva, una distracción pero al mismo tiempo muy costosa en términos de calidad de vida.
El resultado ha sido un aumento de la desigualdad y por lo tanto una concentración de la riqueza que, paradójicamente, ocurre en el marco de un continuo empobrecimiento del país. Siempre hay “nichos” que se salvan, pero ahora vemos que hasta invertir en Vaca Muerta es más caro que hacerlo en los EEUU con geologías sino iguales al menos similares. Ese “milagro” lo logra el ajuste sin expansión y el atraso cambiario, inspirados en el sacrificio como venganza, la desigualdad como objetivo “natural” de una competencia despiadada que opera en condiciones desfavorables para la producción y el trabajo locales.
No es que no se puedan cosechar las peras del Alto Valle porque el precio de la fruta para exportación no cubren el costo de la recolección y la refrigeración que se requieren para llevarla en buenas condiciones a los mercados usuales, es que todo es más caro –con registro o sin él en los índices oficiales de inflación– con un dólar muy retrasado respecto de una paridad razonable con flotación administrada. Ni hablar de un dólar caro, que es una de las estrategias para potenciar el desarrollo local, desde luego no la única.
Dicho sea al pasar, porque es algo lateral a lo que venimos diciendo pero no por ello deja de ser muy importante: están quemando reservas que no tienen para sostener un artificio que presumen los beneficiará electoralmente. Así estamos, de simplificación en obcecación y en esa hoguera se va cocinar otro gran incremento (también negado) de la deuda externa, préstamo del FMI mediante.
Cuanto tiempo seguirá el velo tendido sobre los ojos de los que no quieren ver es imposible de saber. Depende de infinidad de variables y cómo se combinen. Lo que sí sabemos es que no se puede vivir siempre del engaño y la confusión deliberada por las usinas de operación segmentada de la opinión pública, que por definición es diversa y variable.
Para terminar un ruego: démosle lugar a la fraternidad, aquella que nos lleva a ver en cada compatriota a un hermano. Lejos de ser una recomendación ingenua, es un poderoso impulso a para la construcción de una convivencia de la que podamos enorgullecernos.