Los diez puntos de Milei para que se firmen el 9 de julio van a contramano de la historia. La clase trabajadora con su pelea por el nivel de vida, cuando el Estado propicia y conduce tal proceder, salva al sistema capitalista de sí mismo, como lo viene haciendo desde la posguerra aquí y en el resto del orbe de medio y alto desarrollo. Pero ahora, por obra y gracia de la pugnaz reforma laboral pergeñada por el Gobierno, todo este mecanismo histórico está a la espera de irse a los caños, y de esta forma bloquear seriamente, y hasta nueva orden, al desarrollo argentino.
Uno de los aspectos salientes del discurso de apertura del año legislativo el 1 de marzo, que pronunció el Presidente de la Nación Javier Milei, fue el de expresar el deseo de “convocar a gobernadores, expresidentes y líderes de los principales partidos políticos a que depongamos nuestros intereses personales y nos encontremos el próximo 25 de mayo en la ciudad de Córdoba, para la firma de un nuevo contrato social, llamado Pacto de Mayo”,
No pudo ser, y ahora el Pacto de Mayo, se firmará en Tucumán en la primera hora del 9 de julio, en la Casa Histórica donde hace 208 años se declaró la independencia del país. Este Pacto de Mayo que se firma en julio se corporiza en 10 puntos. A los originales de marzo se le enmendó el punto cuatro por exigencia de la oposición, para resaltar la importancia estratégica de la educación.
El “Acta de Mayo” contiene las motivaciones de la convocatoria. Campanuda, manifiesta: “Los representantes de las Provincias Unidas del sur, reunidos en San Miguel de Tucumán, lugar de nacimiento de nuestra Nación, ante la mirada del Eterno, en nombre y por la autoridad del pueblo que representamos, declaramos solemnemente que es voluntad unánime de los presentes romper con las antinomias del pasado y refundar el contrato social que dio nacimiento a nuestra querida Patria”.
Para lograr esa voluntad, el Acta se consigna: “Los aquí firmantes declaramos y ratificamos nuestro compromiso con el Pacto de Mayo, conforme a la convenido en las siguientes diez cláusulas, establecidas con el objetivo de reconstruir las bases de la Argentina y reinsertar a nuestro pueblo en la senda del desarrollo y la prosperidad”.
Esos 10 puntos son los siguientes:
- La inviolabilidad de la propiedad privada.
- El equilibrio fiscal innegociable.
- La reducción del gasto público a niveles históricos, en torno al 23% del Producto Bruto Interno.
- Una educación inicial, primaria y secundaria útil y moderna, con alfabetización plena y sin abandono escolar.
- Una reforma tributaria que reduzca la presión impositiva, simplifique la vida de los argentinos y promueva el comercio.
- La rediscusión de la coparticipación federal de impuestos para poner fin al modelo extorsivo estatal que padecen las provincias.
- El compromiso de las provincias argentinas de avanzar en la explotación de las recursos naturales del país.
- Una reforma laboral moderna que promueva el trabajo formal.
- Una reforma previsional que le dé sostenibilidad al sistema y respete a quienes aportaron.
- La apertura al comercio internacional, de manera que la Argentina vuelva a ser la protagonista del mercado global.
El Decamerón de Milei es la manifestación sintética de una voluntad política en extremo reaccionaria: hacer de la Argentina una estancia ordenada, con peones domesticados, en la que las mayorías nacionales no pasen del nivel de subsistencia. Eso se puede observar –a guisa de botón de muestra- relacionando el punto 8 de la reforma laboral con el 10 del librecambio y el 3 de “la reducción del gasto público a niveles históricos, en torno al 23% del Producto Bruto Interno”.
La reforma laboral en ciernes que propone el gobierno tiene como norte conceptual bajar los salarios para que suba la ganancia y que eso incentive al capital para que éste aumente en gran forma la cuantía de lo que invierte en nuestro territorio. El puñado de artículos de la llamada Ley Bases no deja lugar a dudas sobre las motivaciones de esa secuencia.
Para conciliar la caída del mercado interno, incluyendo un acentuado aumento del desempleo, con la necesidad empresarial de vender, el gobierno busca acuerdos comerciales con terceros países o regiones mediante los cuales las empresas tengan acceso a la demanda que les es escamoteada a sus compatriotas. Hasta un liberal argentino es capaz de entender que las empresas deben vender para reproducirse.
No es poca la hazaña del espíritu absoluto. En el horizonte despunta la meta de la factoría de bajos salarios en todo su penoso esplendor. En su carácter de ardid ideológico, la deuda externa financia la mutación perseguida. Y si por cuestiones ideológicas hay que pelearse con los dos principales socios comerciales argentinos, China y Brasil, Dios proveerá.
Por el momento, el gobierno no ha conseguido concretar el objetivo clave de los acuerdos comerciales. Aunque la economía mundial a partir de los años de Donald Trump comenzó a desglobalizarse y sigue en eso, el gobierno podría concluirlos ¿Por qué no? No entremos en esos incómodos detalles del apretón de manos tras el quid pro quo, bien gracias. Faltaba más. O que la OMC (Organización Mundial de Comercio) hace más de un lustro que está forfeit.
Ah, claro, está la RIGI, el Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones. El capitalismo de amigos con derechos se apresta a entrar a escena. La lógica de la factoría es cariñosa, aunque lejos del tipo de ojos que no ven corazón que no siente. En el Encuentro Anual de ACDE, la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas, que se desarrolla esta misma semana en el Regimento de Patricios, los 400 asistentes exhibían una contradicción. Por un lado, con argumentos obtusamente reaccionarios apoyaron el accionar anti trabajador del gobierno. También ponderaron el RIGI. Pero –siempre hay un pero- dejaron en claro que con el cinturón castidad del cepo cambiario sus sentimientos amorosos podrían verse frustrados.
Hecha la ley
El trabajo formal proviene de mercados sólidos y crecientes, y no de la cínica desprotección que busca el gobierno con su reforma laboral. Argumentar que se originan en la supuesta vetustez de la legislación laboral los problemas que generan los bajos salarios, es algo tan ridículo como tenazmente sostenido por los partidarios del país para pocos, si es posible menos. Pensándolo bien, otra no les queda, y la vergüenza y la seriedad argumentativa no cuentan en estas lides.
Por otra parte, decir que como la tecnología está cambiando parece sensato cambiar la legislación la laboral (vg., joder a los trabajadores) es de desinformados. De eso se encargan las paritarias dentro del derecho laboral vigente. No hace falta ninguna reforma laboral, y menos una cuyo objetivo es menoscabar los derechos que protegen a los trabajadores. Y la mejor prueba de ello justamente está en la dinámica de las técnicas de producción.
Además, la revisión de la dinámica verosímil que asumen las relaciones capital/producto y salario/producto en el proceso de acumulación capitalista tal cual es, refuta la película que se hace el oficialismo sobre el porvenir que le proyecta a la factoría de bajos salarios. La vuelve mera ensoñación, aun en su carácter de Paraíso perdido para los trabajadores, encontrado para la reacción. Colaboran primariamente para pinchar el globo los robots y la obsesiva persecuta de reducir el gasto público.
Trayecto a los caños
La relación capital /producto amalgama la cantidad de capital que es menester invertir para conseguir determinado aumento de la producción. Hipotéticamente, si el capital de toda la economía es 12 y el producto bruto es 4, la relación es 3 (12/4=3). Si el capital de toda la economía es 9 y el producto bruto es 3, la relación capital/producto es igual a 3 (9/3=3). Este segundo caso respecto del primero está indicando un marcado aumento del desarrollo, porque agregando menos capital se obtiene el mismo producto y se califica de “decreciente” a ese trayecto favorable de la relación capital/producto. Cuando se invierte aumenta el capital, y esto hace crecer el producto.
Por su parte, la relación salario/producto refiere al más aludido reparto de la torta. Digamos que, reforma mediante, el gobierno fija a la baja la relación salario /producto. Se frotan las manos esperando al capital. Nada hay como el “progreso”, aunque también existe la fórmula “Remington y administración” de la política que implementó Julio Argentino Roca.
Como en ese escenario seríamos más “competitivos”, la relación capital/producto, en su anhelo, se torna decreciente. Entonces, tanto la tasa como la masa de ganancias deben aumentar. Tasa es el porcentaje de lo que es factible ganar sobre el capital invertido. Masa de ganancia, son los fondos que provienen de multiplicar la tasa de ganancia por el capital invertido una vez que se cobran las ventas hechas. “Plata en mano, culo en terra”, como decían los viejos inmigrantes italianos con la mayor sabiduría.
Así, el conjunto de proyectos que se pone en marcha prometido en el punto 8 del decálogo (“Una reforma laboral moderna que promueva el trabajo formal”) estaría compuesto en su mayoría por capital-poco-trabajo. O, como se dice en jerga, capital-intensivos. Por miserable que pueda ser el salario y por alta que sea la tasa de ganancia, los empresarios no tendrán necesidad de contratar trabajadores. Aumentan aún más sus ganancias mediante la simple sustitución de más fuerza de trabajo por bienes de capital.
Bajo estas circunstancias, para que el desempleo no trepe a las nubes se tendría que atravesar por una situación ridículamente fantástica. El capital disponible tendría que ser superior al que es necesario para equipar a cada trabajador con la herramienta más pesada. El albañil con un robot en vez de cuchara y fratacho, y así sucesivamente para todos los oficios y empleos. La consecuencia paradojal es que el desempleo cundirá hondo justamente porque no hay máquinas en cantidad suficiente. Y no puede haberlas.
Esto es en lo que impacta el «ejército de reserva», como llamaba Carlos Marx a los desocupados. El incremento de la productividad del trabajo, aumento de la relación producto / trabajo, por efecto de la tecnificación creciente, hace que para manufacturar el mismo volumen de producción se necesiten menos trabajadores. Los salarios reciben la colisión ruinosa del ejército de reserva que vino engrosando sus filas durante el proceso de marras. Un cúmulo de trabajadores para un par de puestos tira hacia abajo la remuneración. Consumo para atrás, inversión también, puesto que la inversión es una función creciente del consumo.
¿Cómo es que el sistema no se traba cuando el ritmo de introducción del capital fijo amaga a ser más veloz que el de la expansión del mercado interno? Es cuestión de que el movimiento obrero dispute y consiga mayores salarios. El aumento de la proporción de producto trabajo que generan las máquinas resulta en elevación del producto per cápita por trabajador y, por último, por habitante, a causa de la solución aportada por el incremento del consumo sin cambio en la cantidad de trabajo proporcionado.
La clase trabajadora con su pelea por el nivel de vida, cuando el Estado propicia y conduce tal proceder, salva al sistema capitalista de sí mismo, como lo viene haciendo desde la posguerra aquí y en el resto del orbe de medio y alto desarrollo. Por obra y gracia de la pugnaz reforma laboral pergeñada por el gobierno, todo este mecanismo histórico está a la espera de irse a los caños, y de esta forma bloquear seriamente, y hasta nueva orden, al desarrollo argentino.
La caída
En medio de estas perspectivas, cabe preguntarle a los demiurgos de la reforma hasta dónde deberían caer los salarios argentinos para volvernos más “competitivos” desde los 1600-1800 dólares corrientes promedio ponderado mensual actuales. ¿Hasta 700, hasta los 300-350 o hasta los 150-200 dólares? Eso es según nos situemos en China, en Vietnam o en Bangladesh, de acuerdo a la información consignada por Euromonitor. Es de tan primera importancia la respuesta, que lo usual es que hablen en abstracto del asunto. O sea: que se hagan los boludos. Maticemos. Por ahí, el deseo gorila es tan ardiente como su frivolidad y ni siquiera se lo han planteado. Suele pasar.
De cualquier forma, la irrupción masiva de la tecnología robótica está volviendo obsoletos los enclaves. Deferentes trabajos analíticos sobre automatización coinciden en que los países más pobres tienen un mayor número de empleos fácilmente automatizables en el centro, los que finalmente se perderán en la periferia. Al proceso se lo caracteriza como de “desindustrialización prematura”. Los informes encuentran que el 69% de los empleos en India y el 77% en China están en «alto riesgo» de automatización.
Y como si esto fuera poco, adelgacemos el gasto público. Menos impuestos, más ganancia, más inversión, más empleo. Encantador para el que así lo aprecie, pero nada que ver con el funcionamiento real del capitalismo. En términos de un presupuesto equilibrado, gastar el 40 % del producto asegura por definición eso: gastarlo. Este cambio al alza de la cantidad cambia al alza la calidad. La inversa es cierta.
Y tan cierta es que si, digamos, se lo lleva al 23%, como se anuncia en el punto 3 del decálogo de mayo que se firma en julio, es verdad que el alivio de la presión fiscal aumenta la participación en el ingreso nacional de los beneficios netos de las empresas. No es menos verdadero que tendrá un efecto negativo sobre el equilibrio global de la oferta y la demanda.
No debido a que se le devuelve vía menos impuestos a una mano que atesora, la privada, lo que se le quita a la otra que gasta, la pública, porque bajo ciertas circunstancias – fase alcista del ciclo- la privada gasta. Sino porque como el producto siempre es mayor que el ingreso, el presupuesto prominente por su sola magnitud absoluta resulta activo para subir el ingreso e igualar al producto; en otras palabras: equilibrar la oferta y la demanda. Si no se equilibra, es decir si la oferta agregada es mayor que la demanda agregada –el estado de la naturaleza del sistema capitalista-, se deja de vender y sobreviene la recesión.
Por otra parte, el intento de subir la tasa de ganancia vía contracción del gasto público para que esto a su vez eleve la tasa de ahorro y se aliente la inversión queda en las antípodas del objetivo perseguido. La tasa de ganancia como tal, es decir: independientemente de la masa, no tiene ninguna influencia sobre el volumen del empleo, y esto, aunque la inversión sea independiente del ahorro o estructuralmente igual al mismo.
Porque el efecto verdadero que tiene empinar la tasa de ahorro es el de deprimir los niveles de actividad y empleo, como bien demostró Keynes; y entonces sin consumo ¿quién va a invertir por alta que sea la rentabilidad? En consecuencia, por todo este tipo de razones, bajar el gasto público vuelve inherentemente más inestable al sistema. Se ve que a esta muchachada reformista que tanto insiste en el riesgo y el emprendedurismo, le atrae de sobremanera “vivir peligrosamente” al calor amoroso del RIGI.
Además de todo esto, si a largo plazo la tasa de interés ronda el 4-5% y la de ganancia 8-10 %, como John Keynes y Paul Bairoch constataron, una media de 6-7 % de rentabilidad anual, magnitud confirmada por un estudio de hace unos años sobre el rendimiento de todos los activos, incluidos los inmobiliarios, a lo largo del último siglo y medio y en vista de que el capital es móvil a escala internacional (esto es que va de un lado a otro hasta igualar el rendimiento en todos lados) cabe preguntarse: ¿qué sentido tendría tratar de elevar la rentabilidad si indefectiblemente regresará al valor medio mundial, pero con una sociedad más empobrecida y, entonces, con menos oportunidades de inversión? Parece que ninguno.
En fin, el mundo funciona al revés de lo que el oficialismo cree. Ergo: va a suceder lo opuesto a lo que avizora su fervor laboral reformista. En principio, y antes que nada, ninguna sociedad tuvo que bajar los salarios para desarrollarse. Por el contrario, tuvo que subirlos previamente. El mejor ejemplo son los Estados Unidos, un país que antes del gran salto era subdesarrollado pero con altísimos salarios y por esa condición necesaria se fue tan rápido tan arriba.
De manera que si las insalvables tensiones de la transición no yugulan esta nueva versión del recurrente experimento de reforma laboral de los liberales argentinos, o la posible alternativa que emane del “mira lo que quedó” no lo logra revertir, habrá que disponerse a atravesar una larga crisis política endémica. El decálogo de Mayo, en lugar de ser un primer paso hacia la salida, es una puerta que se abre a ese escenario gris oscuro.
No obstante, no hay que perder la fe, aunque es verdad que no da buen talante que en el terreno de la disputa se enfrentan con un León maula los mejores tigres que puede proporcionarnos la papiroflexia, esos felinos cuya gran ambición –de momento- es la de asistir a los pobres en un país pobre. Ánimo, el espíritu absoluto no tiró la tolla y eso que la astuta razón le hizo flores de macanas. Bien por el espíritu.