El gobierno no puede despegarse de su pecado original

Aunque ahora dejen de empeorar algunos índices, nada compensa el feroz ajuste inicial de la Administración Milei. A la vez, la oposición no se beneficia automáticamente de los problemas del Gobierno. Si los opositores son livianos, corren el riesgo de que sus críticas sean tomadas como de quien vienen. Es decir, del recuerdo de la gestión de Alberto Fernández.

El poder político para ejecutar un empeoramiento sostenido de las condiciones de vida no es infinito. En algún punto su preservación conduce a que el sendero del “ajuste” se invierta.

Entonces, cuando llega ese momento, la mejora inmediata de las condiciones de vida se vuelve un objetivo prioritario para los gobiernos de derecha. Así buscan asegurar su supervivencia política: propagando la sensación de que pueden conservar el nivel de vida al que está acostumbrado el electorado argentino. 

La Convertibilidad fue la máxima consagración de esa práctica política, luego repetida por Cambiemos. La Libertad Avanza parece bien dispuesta a adoptar ese camino. 

Eso no significa que, si evitase “cometer errores”, como dicen algunos superficialmente, Javier Milei tendría su permanencia asegurada. Las condiciones macroeconómicas que este gobierno organizó no favorecen ni el desarrollo ni la acumulación de reservas. Y se extienden a todos los aspectos estructurales de la configuración macroeconómica, desde la administración cambiaria hasta las concesiones en torno a la liquidación de divisas que estableció el tristemente célebre RIGI.

No es sorprendente que el gobierno priorice su supervivencia por sobre la persecución de batallas inútiles contra quienes deben votarlo. Algo de eso está haciendo.

Equilibrio de precios

El proceso de ajuste iniciado por Milei alcanza un límite. En diciembre se indujo un descenso de la actividad económica que tendió a acentuarse hasta marzo. Sin embargo, desde abril en adelante, la tendencia que asume es la de una mitigación de la caída, que pasó de ubicarse en el 5 por ciento al 3 para agosto (último dato disponible al cierre de la edición).

Aunque en el cálculo de la actividad en conjunto se computa la rama de agricultura y ganadería, que produce un efecto estadístico en la comparación con 2023 por las consecuencias sobre la producción que tuvo la sequía de ese año, en la actividad industrial el derrotero es más claro. A partir de marzo se reduce la tasa de descenso interanual de la actividad, y desde julio en adelante la mitigación es mucho más acentuada. 

A la vez, se produjo un ascenso de la utilización de la capacidad instalada en la industria manufacturera, que, sin alcanzar en ningún momento los niveles observados en el año anterior, mantiene una recuperación sostenida desde julio.

La desaceleración de la mengua en la producción coincide con una mejora leve de los salarios. Si se toma la variación del Índice de Salarios publicado por el INDEC desde noviembre (cuando cambia el gobierno) hasta septiembre, se constata que, comparado con el Índice de Precios al Consumidor (IPC), el atraso se concentró en los primeros meses del año. Más precisamente, hasta abril, cuando inició el descenso en la variación del IPC en torno al 4 por ciento.

Entre mayo y septiembre, los salarios se actualizaron en una medida superior a la de los precios, si bien levemente. Aunque en el total del período permanezcan once puntos porcentuales por debajo del alza del IPC. 

Tengamos en cuenta que el Índice de Salarios contempla específicamente los salarios de los trabajadores no registrados y del sector público, además del sector privado formal. Por lo que la medida tiene una mayor transversalidad que otras alternativas, como la Remuneración Imponible Promedio de los Trabajadores Estables. 

La amortiguación de las pérdidas que los salarios mantuvieron en relación a los precios a principio de año es lo que explica que el nivel de actividad no continúe retrocediendo, ya que opera como un puntal de la demanda.

Seguridad social

Los datos sobre la evolución de las prestaciones de seguridad social son congruentes con la descripción anterior en torno a los precios, los salarios y el nivel de actividad. Prestarles atención es útil para completar el análisis acerca de las perspectivas políticas y sociales que se abren con la gestión de la economía hasta ahora.

Javier Milei, Luis Caputo y otros integrantes del gobierno presumieron de la atención hacia las franjas más pobres de la población que significaba el incremento de la Asignación Universal por Hijo. Su valor se duplicó entre diciembre y enero. Pasó de 20.661 pesos a 41.322. Para noviembre, se actualizará a 90.837 pesos, lo que equivale a un incremento del 339,7 por ciento con respecto a su valor de diciembre pasado. Quedará por encima de la variación de los precios.

Por otra parte, con la oficialización de la nueva fórmula jubilatoria en marzo, que sujetó la actualización de las jubilaciones a la variación pasada del IPC, se adicionó un porcentaje de actualización del 13,4 por ciento al monto de abril y un bono fijo de 70 mil pesos, con lo que el haber mínimo jubilatorio quedó en 241.283,31 pesos. Hasta septiembre, ascendía a 304.540 pesos, un incremento del 26,2 por ciento con respecto a su valor de abril. En noviembre alcanzará los 322.798 pesos, totalizando un alza del 33,8% frente a abril.

Sin final feliz

Las observaciones anteriores no disminuyen la importancia de la ofensiva que el gobierno desplegó sobre la mayor parte de la población en sus inicios. Sostiene esa ofensiva aunque lo haga con menor visibilidad que en otros momentos. Una actitud que indica tanto su alcance como sus límites. 

Es que la modificación de las condiciones de vida en el largo plazo, para mejor o para peor, requiere de una política acorde, por lo que se la debe asumir como un objetivo una vez que la fuerza política que lo proponga se vuelva consciente de su peso y sepa cómo llevarlo adelante. 

Este gobierno sucede a dos que fracasaron por ir en contra de ese factor. El segundo, el de Alberto Fernández, dependía de mejorar las condiciones de vida para concretar su legitimación: era la promesa inicial que lo dotaba de sustancia histórica. 

La presión gravitacional para avanzar en ese sentido es ineludible, y pone a este gobierno en contradicción con los impedimentos que produce la política ejecutada hasta ahora.

Pero una resolución transitoria de ese problema, aunque no se corrobore en el largo plazo, puede producir una dilución de las diferencias entre las fuerzas políticas. Quedarían limitadas a cuestiones estéticas o temas muy específicos que no necesariamente conciten una atención mayoritaria. Por esa razón, la falta de propuestas de la oposición le quita relevancia, especialmente si parece que en manos del oficialismo las cosas marchan bien y que el sufrimiento inicial se debió a un ajuste transitorio e ineludible.

Se trata de una ilusión. Los mismos datos que muestran una mejora de corto plazo evidencian un empeoramiento con respecto a las condiciones de vida del año anterior. Lo mismo pasa con estudios específicos que recogen preocupaciones debidas a este proceso entre los consultados. Aunque se superase el retroceso y se volviese al punto de partida, debe recordarse que ese punto de partida fue el que produjo el rechazo al gobierno del Frente de Todos entre quienes votaron a Milei.

Sin embargo ocurre que la ilusión, ante la carencia de referencias políticas, es una ilusión eficaz. Y la oposición participa de la crisis en igualdad de condiciones con el oficialismo en tanto sus dirigentes no emprenden las críticas necesarias para reinventarse. En lugar de eso se concentran en acentuar diferencias internas y hacen de la descalificación del Presidente su principal definición política. Aparentemente, olvidan que ante su mal desempeño anterior la crítica frívola puede ser tomada favorablemente como de quién viene.

Producto de las contradicciones entre las necesidades de la población y los condicionantes objetivos que el gobierno genera e impiden satisfacer a la larga, es inevitable que se agote. Lo que no es inexorable es que el desenlace se manifieste con prontitud. Más aún: no es inevitable que sea un episodio más dentro de la crisis de representatividad política que comenzó con la debacle económica de 2018. Tampoco es inevitable que conduzca a su conclusión. El final depende de las alternativas existentes en el momento del agotamiento. Del mismo modo, su velocidad depende de cuánto se movilicen para detenerlo. 

Por ahora, no hay final feliz.

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