En cuatro años hubo nueve golpes militares en el continente, ocho en países de habla francesa. La herencia imperial incluye poderes extraordinarios a los presidentes y pocos controles democráticos.
Como para recordarnos que le expresión es originalmente francesa, el Africa que supo ser colonia de París está viviendo una ola de golpes de Estado, coups d’Etat. El continente había arrancado el milenio con lo que parecía una ola de estabilidad, con excepciones trágicas como Libia, pero hasta Somalía lograba parar su guerra civil. Lo que más se asociaba con Africa era la súbita riqueza y corrupción desatada de la Angola petrolera, y que en cualquier momento el continente va a llegar a los mil millones de habitantes.
Y en 2020 empezaron los golpes militares. Son nueve hasta ahora los que tuvieron éxito. Ocho fueron en países de habla francesa y el noveno en el viejo protectorado británico de Sudán.
Estos son los golpes militares clásicos, con gente de uniforme tomando el poder de prepo con los tanques en la calle. Senegal acaba de zafar del otro tipo de golpe, ése en el que el presidente decide que quiere seguir siendo presidente, manda a la cárcel al líder de la oposición y suspende las elecciones. Los senegaleses mostraron reservas democráticas, protestaron, el líder opositor fue liberado y acaba de transformarse en el presidente más joven del continente.
Francia nunca terminó de soltar su imperio africano. Después de la humillación de la conquista alemana, la pérdida a balazos de su Indochina, enterrada sin honores en la batalla de Dien Bien Phu, y la Batalla de Argelia, los franceses sabían que no tenían con qué resistir la ola independentista. Hay que recordar cómo era esa época: la primera colonia liberada por sus conquistadores fue Ghana, recién en 1958. El resto del continente eran colonias excepto la milenaria Etiopía, la feroz Sudáfrica, el ambiguo Egipto, todavía “protegido” por europeos, y Liberia, colonizada en el siglo 19 por ex esclavos norteamericanos.
En los sesenta, París comenzó a liberar sus colonias, pero las tuvo abrazaditas. Nadie tocó las empresas francesas, los militares continuaron “entrenando” a los flamantes ejércitos locales, y por una razón u otra, Francia siempre mantuvo alguna force de frappe a mano. El concepto era la Francaphrique, una región ligada medio que mágicamente a su ex metrópoli. Y la red cultural era la Francofonía, la lengua en común.
No extraña que las flamantes naciones hayan escrito constituciones calcadas de la francesa, que le da enormes poderes al presidente, poderes heredados explícitamente de la monarquía después de la revolución de 1789. En países estructuralmente débiles y en formación, sin los mecanismos sociales de participación política desarrollados, este grado de poderes es un peligro.
Freedom House, la ONG que mide los niveles de democracia y apertura en el mundo, considera que apenas nueve de los 54 países africanos son libres. Ninguno de ellos habla francés. De hecho, la mitad de las veinte ex colonias francesas están en el fondo de la lista, cortésmente llamada “Países no libres”. La veintena incluye desastres históricos como Mauritania, que acaba de salir de décadas de gobiernos militares particularmente brutales.
En parte el problema es el excesivo poder presidencial y la influencia militar, y en parte es el desgaste de la idea de democracia. La encuestadora Afrobarometer, no afiliada a ningún partido, dice en su último estudio que una mayoría de africanos todavía considera que la democracia es la mejor forma de gobierno. Pero el apoyo a las dictaduras se triplicó desde 2000, una tendencia claramente más rápida en la veintena de países de habla francesa.
Esto también pasa en Estados Unidos y en Brasil, en la Argentina y en Hungría, sin que resulte necesariamente en dictaduras. Pero Camerún tiene el mismo presidente desde 1982, Paul Biya, que ya cumplió 91 y hace mucho se cargó cualquier legislación que lo limitara a dos períodos en el poder. El presidente de Benin, Patrice Talon, gobierna apenas desde 2021, pero tuvo la originalidad de legislar que sólo sus partidarios pueden presentarse a elecciones. En Togo, la política es controlada por el mismo clan -una familia extendida- desde la independencia en 1963. Más clásico, el presidente de Costa de Marfil, Alassane Ouattara, se hizo reelegir por tercera vez en 2020 con un cómodo 94 por ciento de los votos, un porcentaje coreano del norte.
Por supuesto que no todos los regímenes autoritarios en el continente hablan francés, como sabe cualquier ciudadano de Zimbabue. Y no todos los de habla francesa caen tan fácil, como lo demuestra Senegal. Largamente considerada la democracia más firme de Africa, la sorpresa fue que en febrero el presidente Macky Sall suspendió las elecciones de fines de ese mes, arrestó a los dos principales líderes de la oposición y repartió palos a los que protestaron. Como frutilla del postre, el gobierno desconectó la internet por días, para hacerles la vida más difícil a los opositores.
Pero insólitamente, la Corte Suprema le bajó la suspensión y puso una nueva fecha para fines de marzo, y Sall tuvo que aceptarlo. Bassirou Diomaye Faye fue directo del calabozo al poder con un muy creíble 54 por ciento y el candidato oficialista inmediatamente aceptó su derrota. Faye, de 44 años, tomó el poder este martes 2 de abril.
El consenso africano es que, además del desgaste de la idea democrática, que no solucionó los problemas económicos y la miseria del continente, hay dos elementos peculiares de la herencia francesa. Una es el hiper presidencialismo, que no existe en las ex colonias británicas porque éstas imitaron el modelo parlamentario y desarrollaron poderes judiciales más fuertes. La otra es que la asociación económica del Africa de habla francesa, Ecowas, hace mucho que es vista como un teatro donde el titiritero es francés y los títeres son africanos.