Los hombres jóvenes giran a la derecha, Trump se dispersa, los publicitarios tratan de compensar. Y los votantes, como se sabe, votan electores por Estado y no candidatos.
El cinco de noviembre ya llega y las encuestas en Estados Unidos siguen empatadas. Como se sabe, por allá tienen un Colegio Electoral, con lo que los votantes eligen electores, no candidatos, que después van y votan por uno u otro. Es un sistema que sigue ahí desde que existe el país, un mecanismo de los fundadores -abogados de elite, estancieros, comerciantes ricos- para controlar la plebe y evitar al monstruo tan temido, el populismo.
En este siglo 21, esto significa que se puede perder el voto popular y ganar la elección, como hicieron el segundo Bush y Donald Trump. Esto es porque si uno gana los estados más chicos y pierde los mayores, le alcanza igual para tener los suficientes electores. Como los estados chicos, rurales, son más conservadores, esto beneficia a los republicanos y sobre todo a Trump, reaccionario él. Los demócratas necesitan una diferencia clara a su favor, no un empate.
Los contadores de porotos ya están en estado maníaco, concentrados en los pocos estados en disputa, los que pueden ganar o perder la elección. La numerología es tan salvaje que un columnista del New York Times se entretuvo mapeando qué condados -nuestros departamentos provinciales- pueden definir la elección.
Entre tanto cálculo están surgiendo algunas tendencias interesantes. Una es el giro conservador de los hombres jóvenes, en claro contraste con las mujeres de la misma faja etaria. En un reciente estudio del Siena College en asociación con el Times, realizado en los estados en pugna, quedó clarito: Trump le gana a Kamala Harris 58 a 37 entre los hombres de hasta 30 años, pero ella le gana a él 67 a 28 entre las mujeres de esa edad.
Harris registra mejor que Joe Biden entre las mujeres, comparando el mismo estudio de hace cuatro años, pero tiene casi exactamente el mismo resultado entre los varones. Una conclusión que sacaron los encuestadores es que el primer predictor de que alguien se va pasar de los demócratas a los republicanos es que tenga raíces en el Medio Oriente o el mundo árabe, una de tantas consecuencias de la guerra en Gaza. Lel segundo predictor es que sea un varón de hasta treinta años de edad.
Lo que nadie puede predecir con precisión es si estas tendencias van a alcanzar para que gane el republicano.
Cosas de viejos
Mientras, en la campaña republicana andan preocupados por los discursos de Trump. El hombre siempre fue errático, tangencial, de irse por las ramas, todo agravado por la inmensidad de su ego y tantos años de ser empresario, gente que se acostumbra a que lo escuchen quieran o no. Pero últimamente, lo que parecía una técnica de seducción o de evasión de preguntas molestas está apareciendo como un síntoma de edad. Grave, porque Trump lleva años tratando a Biden como… como un viejo meado, dirían nuestros libertarios.
Esta semana, en un acto partidario, un trumpista se desmayó. Nada grave, nada inusual en un acto con mucha gente. Pero Trump mandó parar y poner música, le fue indicando al sonidista qué temas poner y bailaba no muy grácilmente en la tribuna. Estuvo así por media hora, nada menos, y cuando todos se preguntaban si iba a parar, el les preguntó si alguien más se iba a desmayar, “que tenemos música para rato”. Cruel, pero fue aplaudido.
Lo que siguió fue un monumento a la dispersión, con el candidato que arrancaba por la economía y de pronto se quejaba porque no le habían dado el Nobel de la Paz. Después seguía hablando de Biden un buen rato, hasta que recordaba que su rival este año se llama Harris, “esa comunista”… Los MAGA fanáticos lo bancaban, pero los que lo veían por Youtube cambiaron de canal.
Los poroteros republicanos se comen las uñas con esto, porque ya les pasó antes. En la campaña de 2020 es hicieron varios estudios preguntando a los votantes qué recordaban de los mensajes partidarios. De Biden, los encuestados recordaban las críticas al manejo trumpiano de la pandemia y su afirmación machacona de que el republicano no estaba calificado para ser presidente. Dos mensajes, altos y claros. Pero a la hora de preguntar sobre el mensaje de campaña de Trump, los votantes se dispersaban en grupos pequeños, con catorce mensajes diferentes: el origen del virus, los nuevos jueces en la Corte Suprema, el premio Nobel y varios más muy menores. Apenas el tres por ciento se acordaba de algo que Trump hubiera dicho sobre su rival.
Biden ganó esa elección.
Los publicitarios están tratando de contener esta dispersión con un diluvio de avisos que muestran a Trump muy presidencial y “en mensaje”. Por ejemplo, diciendo que “hay un solo candidato que tiene en claro el interés de los trabajadores” y quiere acabar con los impuestos sobre las propinas, las horas extras y los pagos a las obras sociales. El mensaje se apoya con imágenes de mozas, viejos y soldadores trabajando. También buscan instalar el tema de que Trump “pone el cuerpo” repitiendo ad nauseam la imagen del candidato con la oreja sangrando y levantando el puño, un momento más que fotogénico.
¿Va a alcanzar? En tres semanas nos enteramos.