Fractales

Si el peronismo no logra reagruparse y encontrar un nuevo líder, va a terminar siendo furgón de cola de una futura coalición amplia y diversa. Se habrá fundado el “Anti-Mileísmo”.

“La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. ​

Karl Marx

Pareciera que los argentinos estamos condenados a repetir la misma historia, una y otra vez, en un loop cerrado que se hace cada vez más angosto y vertiginoso. Como si la historia ocurriera más de dos veces. Y como si, después de la tragedia original, sólo se sucedieran farsas cada vez más ridículas, reproduciéndose a sí mismas. La multiplicación ad infinitum de farsas termina ocultando la tragedia de fondo, y terminamos perdidos y encerrados en nuestra propia historia, soñando con Minotauros.

Según la Universitat de Barcelona, un fractal es “un objeto geométrico en el que se repite el mismo patrón a diferentes escalas y con diferente orientación. La expresión fractal viene del latín fractus, que significa fracturado, roto, irregular. Estos elementos tienen una estructura geométrica recursiva. Si observamos dos fotografías de un objeto fractal con escalas diferentes (una en metros y otra en milímetros, por ejemplo) sin nada que sirva de referencia para ver cuál es el tamaño, resultaría difícil decir cuál es de las ampliaciones es mayor o si son distintas”. 

El término se puso de moda con la publicación del libro “El Cisne Negro”, del matemático Nassim Taleb, donde argumenta que ciertos eventos en la vida, que van desde las fluctuaciones en los mercados financieros hasta los sucesos históricos, exhiben propiedades fractales. Esto implica que presentan estructuras y patrones que se repiten a distintas escalas.

Ahora, ¿cuál es la fuerza que hace que los eventos se repitan? ¿Es una voluntad divina, el destino, el eterno retorno nietzscheano? Desde lo estrictamente técnico, no hay nada más alejado: los eventos se repiten porque, ante un contexto de riesgo o incertidumbre, el comportamiento humano tiende seguir los mismos patrones que en el pasado, con distinta magnitud. Es decir que, ante estímulos similares, los humanos tendemos a comportarnos bastante parecido.

Nuestro fractal contemporáneo se empezó a gestar en 2018. La economía macrista crujía, y el mundo político empezó a emparentar la situación con la que vivió Raúl Ricardo Alfonsín de 1988/89. El radicalismo, o el neo-radicalismo encarnado en Macri, no terminaba un mandato presidencial desde 1928. Mauricio nunca quiso referenciarse en Alfonsín, sino en Carlos Saúl Menem y sus políticas libremercadistas. Pero, a los fines prácticos, terminó emulando, al menos económicamente, al último Martínez de Hoz, como viene consignando el ahora camarada Carlos Maslatón. En resumen, el fractal macrista nos deja en 1983/2015.

Alberto Fernández llegó a la presidencia referenciándose en Raúl Alfonsín. No vio que había un peligro inminente de hiperinflación. Tampoco le importó parecerse en estilo y bigote. Lo encarnó como un estoico, como si supiera los planes que la historia tenía para él y los aceptara sin más. Y, como Alfonsín, terminó entregando el mandato antes de tiempo, delegando plenamente sus funciones en Sergio Massa, y con una economía totalmente colapsada. Alberto se fue a Madrid, y nos dejó en 1989.

Javier Milei llega a la presidencia reivindicando a Carlos Saúl Menem. Incluso copiando actos y palabras, posicionamientos políticos, como la teoría de los dos demonios o las relaciones carnales con los Estados Unidos, o reimponiendo el uso de las patillas. Milei seguramente piense que copiando lo bueno y evitando lo malo que le pasó a Menem, puede cambiar el desenlace. Para ello le delegó el manejo de la economía a Luis “Toto” Caputo, que parece estar reconstruyendo su propio mini-fractal de fracasos recientes, basado en timba financiera e información privilegiada. La versión menemista de Milei también incluye una neoconvertibilidad, un plan de remate de empresas públicas, despidos masivos, desindustrialización, apertura de importaciones y cierre de empresas nacionales… en fin, un viejo y clásico neoliberalismo al cuadrado, que termina irremediablemente en lo que ya vivimos en la década del ‘90. 

A priori, según el propio fractal menemista, se podrían esperar dos mandatos de Milei. Pero el paso del tiempo cada vez más líquido, dinamizado por la digitalización casi absoluta de la vida cotidiana, puede hacer que los tiempos se aceleren. Si el plan de Milei sale bien y se llega a las elecciones legislativas de 2025 con un dólar controlado, una inflación a la baja, ciertos cambios culturales ya asimilados por la mayoría de la población, y una fusión entre Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza, es probable que logre consolidar una mayoría legislativa que le permita profundizar sus proyectos. Si esto no sucede, su mandato tenderá a marchitarse entre voluntarismos y fracasos, con la desocupación, la pobreza y la deuda externa trepando a cifras históricas. Ese será, entonces, nuestro 1998.

Después viene lo que todos tememos: un gobierno de transición al que le explotan en la cara los problemas acumulados. Ese gobierno seguramente salga de una alianza entre diferentes sectores del peronismo y el radicalismo progresista. ¿Será Rodríguez Larreta, en alianza con Massa, quienes emulen el tándem De La Rúa-Chacho Álvarez? Los parecidos entre los personajes abundan, se diría que hasta físicamente. ¿O será una dupla del estilo Lousteau-Moreno? Imposible saberlo de antemano. Pero sí se intuye que, si el peronismo no logra reagruparse y encontrar un nuevo líder, va a terminar siendo furgón de cola de una futura coalición amplia y diversa. Allí se habrá fundado el “Anti-Mileísmo”, cambiando el paradigma de los últimos 20 años, vertebrado en el kirchnerismo-antikirchnerismo.

¿Y después? ¿Habrá un fractal que nos lleve a Néstor Kirchner?  Para eso habrá que mirar lo que hacen los líderes patagónicos como Claudio Vidal, Rolando Figueroa, Ignacio Torres o Alberto Weretilneck. ¿O será Martín Llaryora? El tiempo dirá si los argentinos podemos aprender de la historia, o deberemos vivir en un bucle temporal permanente, inconsciente, como los personajes espectrales a los que Bioy Casares les dio vida en La Invención de Morel.

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