Igual que Videla mucho antes, el Presidente Javier Milei se refirió a una presunta batalla cultural en gran medida animada, según su punto de vista, por seguidores del filósofo italiano que padeció la cárcel de Mussolini y murió a los 46 años. A partir de allí, en los distintos análisis apareció otra figura, en las antípodas de Gramsci: Joseph Goebbels.
Uno de los posteos recientes del Presidente Javier Milei, titulado “Desarmando el Gramsci Kultural”, arrancó con una idea de muy difícil comprensión: “La raíz del problema argentino no es político y/o económico, es moral y tiene como consecuencias el cinismo político y la decadencia económica. Este sistema está podrido y por donde se lo toca sale pus, mucha pus, muchísima…”. Seguidamente y sin solución de continuidad agregó: “Gramsci señalaba que para implantar el socialismo era necesario introducirlo desde la educación, la cultura y los medios de comunicación. Argentina es un gran ejemplo de ello. Cuando uno expone la hipocresía de cualquier vaca sagrada de los progres bienpensantes, se les detona la cabeza e inmediatamente acuden a todo tipo de respuestas emocionales y acusaciones falsas y disparatadas con el objetivo de defender a capa y espada sus privilegios.” Luego el Presidente, no conforme con lo anterior y tras algunas reflexiones adicionales, aseguró que “cualquiera sea la columna que se denuncie del edificio de Gramsci, los receptores de privilegios de las otras dos saldrán en su auxilio. Por lo tanto, lo más maravilloso de la batalla cultural llevada a la política versada sobre el principio de revelación es que cuando uno señala las vacas sagradas del edificio de Gramsci, automáticamente genera una línea de separación entre los que viven de los privilegios del Estado y las personas de bien…”.
No fue la única mención de Gramsci y la “batalla cultural” en esos días. El tema generó una reacción intensa e inmediata, y muchísimos, sintiéndose interpelados, tomaron la palabra. Hubo opiniones del profesor Pablo Alabarces, el investigador Tomás Borovinsky, el periodista Abel Gilbert, el ex ministro de Cultura Pablo Avelluto, el historiador José Emilio Burucúa y el filósofo Dardo Scavino. Y entre todas ellas hubo una opinión destacable (y destacada incluso por la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner) debida a Rogelio Iparraguirre, diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires.
A Iparraguirre le llamó la atención el error grosero, según su apreciación, en que incurría Milei respecto del edificio teórico sugerido por Gramsci y los objetivos de su propuesta política. En un pasaje de su comentario Iparraguirre criticó que Milei considerara la presencia de un artista popular en un escenario como “un instrumento gramsciano puro”. Y concluyó: “Aquí surge el primer problema de comprensión de textos de Milei ̶ tal vez adrede ̶ porque la idea de propaganda a la que hace referencia Milei está más cerca de lo que históricamente quedó representado por Joseph Goebbels durante el nazismo en Alemania”.
Para Iparraguirre el segundo error de Milei surgió del extenso posteo donde aseguró que “Gramsci señalaba que para implantar el socialismo era necesario introducirlo desde la educación, la cultura y los medios de comunicación; y que la Argentina es un claro ejemplo de ello”. En este punto Iparraguirre dijo que “se equivoca de nuevo, porque quien advirtió sobre las estrategias que el sistema capitalista (y no el socialismo) despliega para consolidarse como status/quo (y reproducir el sistema de producción) es Louis Althusser y no Gramsci”. Iparraguirre recordó que fue Althusser quien describió a los “aparatos ideológicos del Estado”, que en poder de los sectores dominantes lideran la reproducción del sistema de acumulación capitalista . Y que para dar cuenta del fenómeno allí están las iglesias, las escuelas (públicas y privadas), la familia, las leyes vigentes, el sistema político, los sindicatos, los medios masivos de comunicación y la cultura (los artistas y sus productos). “Althusser, en este caso sí al igual que Gramsci –continuó Iparraguirre– se enmarca en la tradición teórica neomarxista que se preguntaba (con razón) por qué un sistema que desde sus entrañas se constituye bajo una injusticia (la apropiación de la plusvalía por parte de los empresarios) no despertaba el rechazo furibundo de la clase trabajadora para derribarlo y reemplazarlo por otro más justo. No sólo eso. Para los años en los que escriben estos autores (década del 30 Gramsci y década del 70 Althusser) la clase trabajadora sigue yendo a trabajar todos los días, consciente o no de dicha injusticia, y colabora en la reproducción del sistema.” Y es aquí donde los dos filósofos aludidos “investigan algunos artilugios, continuó Iparraguirre, propios del sistema que habilitan la reproducción «del status quo socioeconómico », como el concepto de hegemonía en el caso de Gramsci (la capacidad de una clase política dirigente de trasladar sus demandas al conjunto de la sociedad) o el concepto de «aparatos ideológicos de Estado », en el caso de Althusser”
Por su parte el politólogo y docente Diego Sztulwark abordó el tema en un extenso artículo destacando, entre otros puntos, que las derechas conservadoras ven en Gramsci y los gramscianos “la astucia última de una izquierda revolucionaria derrotada en la lucha económica”, que luego se “infiltra en la cultura” para desde allí continuar su guerra contra el orden. Esta línea argumental no es nueva, y la replican quienes “siguen leyendo a Gramsci de acuerdo al reglamento de contrainteligencia, son lectores fieles a un ejército represivo que inspecciona la cultura con el único fin de detectar allí la presencia del subversivo camuflado de docente de la educación pública, artista popular o militante feminista”. Y Sztulwark recordó también a los “gramscianos argentinos”, como Juan Carlos Portantiero y José Aricó, en su momento animadores de una lectura alfonsinista de Gramsci, como luego fuera la lectura neogramsciana de Ernesto Laclau durante el kirchnerismo, tratándose en ambos casos “de lecturas que buscaban responder a la pregunta sobre los destinos de los procesos de emancipación en un contexto histórico no revolucionario”.
Como se dijo antes, la idea de una suerte de confabulación gramsciana fuertemente operativa no es nueva, y Sztulwark citó a Abel Gilbert, quien a su vez recordó estos días que “el general Díaz Bessone ̶ represor de la última dictadura ̶ aludía a Gramsci para denunciar la iniciativa de juzgar a los responsables del terrorismo de estado como parte de un complot subversivo en los siguientes términos: «Es hora de una lucha sin cuartel contra la agresión marxista-leninista y gramsciana, que particularmente desde el 10 de diciembre de 1983 nos ataca. Hay que destruir su propaganda, desenmascarar su rostro. El silencio y la inacción son cómplices»”. La cita es elocuente, y podría complementar las palabras que pronunciara el general Jorge Rafael Videla a fines de diciembre de 2010, en el juicio por delitos de lesa humanidad en Córdoba. Dijo entonces: “Los enemigos de ayer están hoy en el poder y desde él intentan establecer un régimen marxista, a la manera de Gramsci, que puede estar satisfecho de sus alumnos”.
Ahora bien, si como escribió Rogelio Iparraguirre la concepción de “propaganda” que tiene el gobierno está muy cerca de Joseph Goebbels, quien durante el nazismo “ideaba las estrategias comunicacionales del III Reich para masificar su apoyo”, se comprende el uso de técnicas como la elección y simplificación de enemigos únicos, el responder a las críticas con ataques, la vulgarización del discurso político, la orquestación (“si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”), y la unanimidad, que consiste en convencer a mucha gente que lo que piensa el líder es lo que “piensa todo el mundo”.
Y esto del final alarma, porque eventualmente el Gobierno podría rotular a toda la Argentina como gramsciana. Entonces, como por arte de magia, todos los argentinos se convertirían en gramscianos. En ese caso, el autor del presente artículo quiere dejar constancia de que reivindica su derecho inalienable a no ser gramsciano, aunque alguna vez haya leído a Gramsci, y tal vez pueda leerlo en el futuro.